Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

jueves, 15 de noviembre de 2018

Exilios de Ida Vitale


EXILIOS

…tras tanto acá y allá yendo y viniendo.
Francisco de Aldana



Están aquí y allá: de paso,
en ningún lado.
Cada horizonte: donde un ascua atrae.
Podrían ir hacia cualquier fisura.
No hay brújula ni voces.

Cruzan desiertos que el bravo sol
o que la helada queman
y campos infinitos sin el límite
que los vuelve reales,
que los haría de solidez y pasto.

La mirada se acuesta como un perro,
sin siquiera el recurso de mover una cola.
La mirada se acuesta o retrocede,
se pulveriza por el aire
si nadie la devuelve.
No regresa a la sangre ni alcanza
a quien debiera.

Se disuelve, tan solo.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Las fronteras verticales



Hoy, en el suplemento El Cultural del diario La Razón de México publico un ensayo sobre algunas crisis migratorias y fronterizas recientes, provocadas por éxodos masivos como el cubano de 2015-2016, el venezolano, el nicaragüense y el del Triángulo Norte de Centroamérica, en los últimos dos años. Son crisis que han generado fricciones y rebrotes de nacionalismo y xenofobia, no sólo en Estados Unidos como generalmente se piensa, sino también en diversos países latinoamericanos: Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Brasil, Costa Rica y México. El tránsito de una concepción horizontal o de fronteras permeables, en el arranque de la globalización, simbolizado por la caída del Muro de Berlín, a otra de fronteras verticales, como las que defienden abiertamente nuevos líderes de derecha en el hemisferio, como Donald Trump, Sebastián Piñera y Jair Bolsonaro, representa una clara regresión en términos de la cultura política democrática. Esa regresión hará más difícil el avance de las agendas de derechos humanos frente a regímenes autoritarios concretos, de derecha o izquierda.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Teodoro Petkoff y el socialismo democrático


Buena parte de la tendencia autoritaria de la izquierda latinoamericana, en las dos últimas décadas, está relacionada con la renuncia a conjugar socialismo y democracia. Aquella síntesis, que para muchos marxistas latinoamericanos de los 70 y 80, que se involucraron en las transiciones democráticas, era posible, dejó de serlo en los últimos años por la hegemonía de la izquierda neopopulista. Los socialistas reacios a la geopolítica bolivariana son fieles a aquel proyecto.
Muchos líderes de la última izquierda latinoamericana, la chavista, originalmente no se autodenominaban “socialistas”. Cuando empezaron a hacerlo, como el propio Chávez, fue para insistir en que su socialismo era diferente al socialismo democrático. Un socialismo más cercano al modelo cubano y, por tanto, a su origen soviético, si bien en la práctica el tipo de régimen que construían era muy distinto.
Desde una perspectiva de larga duración, en la historia de la izquierda latinoamericana, se ha vivido una regresión ideológica, relacionada con el abandono de la tradición socialista y el ascenso de la hegemonía neopopulista. La oposición que, desde su revista Tal Cual, hizo el importante intelectual venezolano, Teodoro Petkoff, a los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, es toda una lección moral, que pone en evidencia dicho retroceso.
Petkoff fue un comunista que, bajo la influencia de la Revolución Cubana, se sumó a la guerrilla contra los gobiernos democráticos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni a principios de los 60. Varias veces encarcelado y varias veces fugado de sus captores, en verdaderas hazañas, el joven marxista comenzó a tomar distancia de la vía violenta a fines de la década, impulsado, en buena medida, por la decepción que le produjo la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968.
Su primer libro, justamente titulado Checoslovaquia: el socialismo como problema (1969), fue una defensa del proyecto de Alexander Dubcek desde América Latina. El lanzamiento del Movimiento al Socialismo (MAS), en 1971, junto a Pompeyo Márquez, otro ex guerrillero marxista, que abandonó el Partido Comunista de Venezuela, fue uno de los primeros capítulos de la incorporación de comunistas latinoamericanos a la vía pacífica y electoral, alentada por el triunfo de Salvador Allende y Unidad Popular en Chile.
No es extraño que, una vez ubicado en esa posición, Petkoff convergiera con intelectuales iberoamericanos como Jorge Semprún, Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez que, por esos mismos años, impulsaban la revista Libre en París. El tercer número de esta revista, en la primavera de 1972, fue coordinado por Petkoff y el escritor venezolano Adriano González de León.
En ese número se insertó una entrevista con Pompeyo Márquez, donde el líder socialista hablaba de la “crisis del marxismo dogmático” y de la necesidad de incorporar al debate temas como “democracia interna, la forma de compaginar centralismo y democracia, centralización y descentralización, responsabilidad colectiva e individual, espíritu de iniciativa y disciplina”. Todas, expresiones que rápidamente hicieron del MAS una organización “revisionista”, a los ojos de La Habana y Moscú.
 En sus libros de los 70, como Razón y pasión del socialismo (1973) y Proceso a la izquierda (1976), Petkoff defendió aquel socialismo. Las transiciones democráticas de la década siguiente y la caída del Muro de Berlín en 1989 le dieron la razón. Su participación en el gabinete de Rafael Caldera, en 1996, desde donde impulsó la política social del gobierno, fue consecuencia de una larga apuesta por la democracia desde la izquierda. Dada esa trayectoria, era lógico que Petkoff entendiera la llegada de Hugo Chávez al poder, en 1999, como una alternancia que consolidaba la democracia en Venezuela.
Tan lógico como que se opusiera a los indicios de autoritarismo del chavismo originario, desde el primer editorial de Tal Cual en 2000, y, sobre todo, a partir 2002, cuando tras el fracaso del golpe de Estado en su contra, Chávez inició un avance acelerado hacia la concentración del poder, en alianza con Fidel Castro. No sólo fue crítico Petkoff con los efectos internos de esa ruta autoritaria sino con los impactos negativos de la geopolítica chavista en América Latina, cuyas peores consecuencias vivimos hoy. Se llama coherencia. 
            
        
        
          

sábado, 27 de octubre de 2018

Los azules de Carlos Pellicer




Está el azul de Yves Klein y están los azules del poeta católico mexicano Carlos Pellicer. Durante un viaje a Jerusalén, en 1927, de paso en Jafa, Pellicer escribió este "Estudio", que Gabriel Zaid calificó de "milagro literario", y que Julia Santibáñez reúne hoy en El Cultural de La Razón, como adelanto de la antología Tierra Santa. Invitación al vuelo, del poeta tabasqueño, preparada por Alberto Enríquez Perea para la editorial El Equilibrista.



(Segunda visita, 1927)

Estudio

                      Para J. M. González de Mendoza

1. Los pueblos azules de Siria
donde no hay más que miradas y
sonrisas.

2. Donde me miraron
y miré.
Donde me acariciaron
y acaricié.

3. Las casas juegan a la buena suerte
y a la niña de quince años
inocente como la muerte.

4. Hay una sed de naranja
junto a la tarde todavía muy alta.

5. El agua de los cántaros
sabe a pájaros.

6. Unos ojos me sonríen
sobre un cuerpo prohibido.

7. Hay azules que se caen de morados.

8. El paisaje es a veces de bolsillo
con todo y horas.

9. El amarillo junto al azul no cuesta caro:
un charco de cielo y un ganso.

10. Estoy en Siria.
Lo sé por los ojos
que veo puestos a la brisa.

11. Y es un martes viajero y alegría
de dulce tiempo y de fastuosa fecha,
tan flexible y tan apto que podría
borra mi sombra sin tirar la flecha.

Jafa, 1927 (Enero)

domingo, 14 de octubre de 2018

Celia y Bebo según Granma

Es conocida la afición del gobierno cubano por reconocer como parte de la nación a los artistas y escritores exiliados, una vez que mueren. Mientras viven son catalogados de "contrarrevolucionarios", "traidores" o, incluso, "anticubanos". Cuando mueren, por muy críticos que hayan sido del régimen de la isla, son sometidos a una apropiación simbólica, que llega a niveles insultantes. Insultantes no con el público sino con el que muere, al que se despoja de su dignidad. Retengamos esta última palabra.
Cuando murió Celia Cruz el 16 de julio de 2003, leímos en Granma una escueta nota que hablaba de una "importante intérprete cubana, que había popularizado la música de nuestro país en Estados Unidos", pero que "durante las últimas cuatro décadas se mantuvo sistemáticamente activa en las campañas contra la Revolución Cubana generadas desde Estados Unidos, por lo que fue utilizada como ícono por el enclave contrarrevolucionario del Sur de la Florida".
Como sabemos, Celia fue mucho más que una "intérprete", su música no fue únicamente "cubana" y su popularidad no se limitó a Estados Unidos. Sobre su participación en "campañas" o su "uso como ícono" político, lo que dicta el decoro cristiano, en una situación de duelo, es reconocer que si una persona profesó ideas distintas a las de otra, o distintas a las de un Estado, simplemente estaba en su derecho. Presentar esas ideas como actuación "contra la Revolución Cubana" es tergiversar la identidad del que muere, reafirmar su condición de enemigo y, a la vez, abrir la puerta para desligar su obra cultural de sus convicciones políticas. Algo que va contra lo que José Martí llamaba "culto a la dignidad plena del hombre". De la mujer Celia Cruz, en este caso.
Diez años después, cuando murió Bebo Valdés, el 22 de marzo de 2013, Granma, más cuidadoso en esta ocasión, dedicó un editorial en que se limitaba a destacar los aportes de Bebo a la música y su amplio reconocimiento internacional. No se dijo nada entonces, en medios oficiales, de la postura política de Valdés, lo cual era otra forma de irrespeto o escamoteo. Si a Celia se le fijaba como "traidora" en la prensa oficial, a Valdés se le despojaba de su rechazo genuino al sistema político instaurado en Cuba, que lo llevó al exilio.
Aquella discordancia en el trato oficial de la muerte de Celia y Bebo se acaba de corregir. Un artículo de Pedro de la Hoz en Granma, a propósito del cumpleaños número 100 de Valdés, que ha provocado muy buenas coberturas en la prensa iberoamericana, amplifica el enfoque que los medios cubanos dieron a la muerte de Celia. En el texto se reconocen las virtudes de Bebo como compositor, arreglista e intérprete, aunque se limita bastante su biografía al periodo habanero de los 50, del batanga, la orquesta Sabor de Cuba, Tropicana y el Benny.
En tres líneas se alude la impresionante obra de Bebo en las tres últimas décadas. Se habla de Calle 54, de sus álbumes Lágrimas negras con Diego el Cigala, Juntos para siempre con su hijo Chucho Valdés y, sin mencionar propiamente el título, del clásico Bebo Rides Again, de 1994!, con Paquito D'Rivera, Arturo Sandoval, Patato Valdés y otros, a quienes, por supuesto, no mencionan. Como tampoco se menciona a Fernando Trueba o a Nat Chediak, de quienes, sencillamente, no se puede dejar de hablar si de la recuperación de la música de Bebo se trata.
Pero lo más insultante de la nota es que, a pesar de su parquedad y sus silencios a voces, Granma no pierde la oportunidad de callar ante lo que más le incomoda, que es que un artista, que para colmo vivió fuera de la isla por más de medio siglo, exprese libremente su rechazo al sistema cubano. Dice el articulista que Bebo "nunca entendió los cambios que tuvieron lugar en su país natal". Como si un Estado tuviera la potestad de decidir quién entiende o no la realidad o como si el no entender fuera prueba de alguna traición.
Antes, en el periodo soviético, en las publicaciones más serias de la isla, cuando había que referirse a algún intelectual exiliado luego del triunfo de la Revolución, se decía: "abandonó el país en desacuerdo con la ideología marxista-leninista". La frase, a pesar de su dogmatismo, era menos irrespetuosa que las que se utilizan para la valorar la obra de los grandes creadores cubanos exiliados, en las publicaciones de la isla desde los años 90. El nacionalismo y sus parques temáticos son, en el fondo, más maniqueos e injustos que las viejas ideologías de la Guerra Fría.

viernes, 12 de octubre de 2018

Las palabras perdidas

El joven y talentoso narrador venezolano, Rodrigo Blanco Calderón, cuya novela The Night comentamos aquí, ha escrito en su cuenta de twitter: "esta novela es de las mejores de los años 90. No tiene nada que no tenga Los detectives salvajes y en más de un sentido la precede. En Caracas, yo la conseguí en el FCE. Se titula Las palabras perdidas (1992), del cubano Jesús Díaz". Sonará exagerado o sacrílego a los bolañistas, pero estoy de acuerdo con él.
Muchos de los elementos de la marca Bolaño están en aquella novela de Díaz: el provincianismo del mundillo letrado latinoamericano, las rivalidades artísticas llevadas casi al grado de competencia deportiva, las revistas como utopías de una república de las letras, la promiscuidad de literatura y política, la persecución policiaca del arte y, sobre todo, la Guerra Fría, metafóricamente captada en la imagen de la plataforma giratoria de la Torre Ostánkino en Moscú.
Como es sabido, aquella ficción intentaba reconstruir los años del primer Caimán Barbudo, a través de tres personajes, el Rojo, el Gordo y el Flaco, que corresponden a escritores reales de la generación del 60: Luis Rogelio Nogueras, Guillermo Rodríguez Rivera y el propio Jesús. A esos tres se sumaba un cuarto, el Rubito, delator y metafísico. Como hemos anotado en otro lugar, más allá del tópico de las relaciones entre arte y poder, la novela era una fuerte intervención a favor del necesario vínculo entre tradición y memoria en una literatura nacional. El título que, según Díaz, jugaba con otro, de un célebre poemario de Fina García Marruz, Las miradas perdidas (1951), contenía toda una indagación sobre el destino difuso de las palabras del pasado.
Alguna vez, almorzando con Jesús en su apartamento de Madrid, le dije que no podía dejar de relacionar aquel título y su propia novela con una canción de Silvio Rodríguez, recogida en su disco Mujeres (1978), que está cumpliendo cuatro décadas. La canción se titula "¿A dónde van?", y en sus primeros versos entrelaza palabras y miradas perdidas: "¿a dónde van las palabras que no se quedaron?/ ¿a dónde van las miradas que un día partieron?/ ¿acaso flotan eternas como prisioneras de un ventarrón?/ ¿o se acurrucan entre las hendijas buscando calor?/ ¿acaso ruedan sobre los cristales cual gotas de lluvia que quieren pasar?/ ¿acaso nunca vuelven a ser algo?/ ¿acaso se van?/ ¿y a dónde van?/ ¿a dónde van? .."
Recuerdo haberle dicho a Jesús que esa era mi canción preferida de Silvio. A lo que Jesús respondió: "también la mía". Luego, seguramente, hablamos de su amistad con Silvio, tema al que volvimos varias veces en nuestras muchas conservaciones en aquellos años de Encuentro. Nunca olvidaré la falta de rencor con que Jesús hablaba de tantos amigos suyos, que le dieron la espalda a principios de los años 90, justo cuando apareció su novela, largamente censurada en la isla. Un distanciamiento que a partir de Encuentro, a mediados de la década, se volvió, en algunos casos -creo que no el de Silvio- estigmatización.
Lo que no recuerdo haberle dicho a Jesús es que cuando conocí a Silvio, en Varadero, allá por el año 1982 o 1983, a través de mi padre, que era muy amigo de Raulito Roa, pareja por entonces de María, la hermana de Silvio, le dije que su canción que más me gustaba era "¿A dónde van?" No sé si fue lo que sucedió realmente o es una fantasía más de mi memoria, pero me parece que Silvio respondió: "también la mía".