Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

miércoles, 15 de abril de 2020

Breve teoría del aburrimiento

Se atribuye a Hesíodo la frase de que el “ocio es la mayor de las vergüenzas” y Giacomo Leopardi dejó escrito que el “tedio es la más estéril de las pasiones humanas”. Los dos, Hesíodo y Leopardi, eran poetas y difícilmente podrían comprenderse las culturas de la antigüedad griega y del romanticismo italiano, a las que perteneció cada uno, sin aquello que en la Grecia clásica o la Italia del XIX llamaban “ocio creador”.
         Thorstein Veblen, un importante sociólogo estadounidense que ya nadie lee, escribió un estudio titulado Teoría de la clase ociosa (1899) que, como tantos libros valiosos del pasado siglo, tradujo y editó el Fondo de Cultura Económica. Veblen sostenía lo contrario de Leopardi: el ocio no era estéril sino sumamente útil, sobre todo en la ardua tarea de construir reputaciones sociales. La reputación moderna, según el sociólogo, no se basaba únicamente en el trabajo, sino en la capacidad de consumo y la disposición de tiempo libre de cada quien.
         Ocio y consumo eran, al decir de Veblen, dos formas del derroche. El primero, un derroche de tiempo; el segundo, un derroche de bienes. El ocio, así entendido, no era exactamente lo mismo que el tedio creador, ni lo mismo que el aburrimiento, que se asocia generalmente con la parálisis y la abulia. No es el tedio o el ocio, sino el aburrimiento, el gran mecanismo de control social de las sociedades modernas.
         En una de las pocas cosas que atinó Francis Fukuyama, en su mal leído ensayo El fin de la historia y el último hombre (1992), fue en la sospecha de que un mundo sin revoluciones ni utopías, perpetuamente regido por la democracia liberal, depararía “siglos y siglos de aburrimiento”. Pero no es en Fukuyama o Shopenhauer donde habría que encontrar las más profundas reflexiones sobre el aburrimiento. Es en la novela El legado de Humboldt (1973) de Saul Bellow donde se lee algo cercano a una teoría del hombre aburrido.
         Aquella novela de Bellow contaba la historia de un poeta norteamericano de mediados del siglo XX, Von Humboldt Fleisher, que al morir deja la misma herencia a su viuda y a su discípulo, el escritor y crítico Charles Citrine, narrador de la historia. El legado es un guión que cuenta el triste y solitario final de un escritor de éxito, abandonado por su esposa y su amante, en el momento de mayor reconocimiento literario. La historia del guión de Humboldt se repite en la vida de Citrine.
         Es en aquella desolación que Citrine formula su teoría del aburrimiento. A partir de lecturas de Stendhal, Flaubert y Baudelaire, Citrine llega a la conclusión de que los periodos más duraderos y estables de regímenes absolutistas y totalitarios, como las monarquías borbónicas, el zarismo ruso o los comunismos soviético y chino, se basaron en el aburrimiento de las masas. El terror requería de “edificios aburridos, incomodidades aburridas, supervisión aburrida, burocracia aburrida, prensa insípida, educación insípida, mercancías insípidas y trabajos forzados”.
         Las revoluciones eran, justamente, lo contrario del aburrimiento, lo opuesto del totalitarismo. Una revolución como la francesa  de 1789, en la que Mirabeau y Sade entraban y salían de la cárcel, sin aburrirse, u otra como la rusa de 1917, en la que los artistas construían escaleras al cielo, en forma de espirales, eran la apoteosis del “interés radiante”. Cuando Trotski formuló su teoría de la “revolución permanente”, según Bellow, pronosticaba el aburrimiento futuro.
         Aquel aburrimiento totalitario, agregaba el escritor norteamericano, no estaba desligado de la opulencia, como había advertido Veblen. A partir del valiente libro del marxista yugoslavo Milovan Djilas, La nueva clase (1957), Bellow describía los banquetes nocturnos de doce platos, que daba Stalin en el Kremlin, como el sumun del aburrimiento. Tan aburridos llegaban a estar los subalternos, bromeaba Bellow, que algunos preferían ir al gulag a la mañana siguiente.

viernes, 3 de abril de 2020

El virus y los filósofos

Recordaba Louis Althusser que Lenin declinó una invitación de Máximo Gorki, en Capri, para debatir temas filosóficos con los otzovistas, porque, a juicio del bolchevique, “la filosofía divide mientras la política une”. Althusser cambió la fórmula y sostuvo que no era la política sino la ciencia la que podía unir a los hombres.
         En estos días de pandemia comprobamos que tanto la filosofía como la política dividen. Todos, filósofos y políticos, llaman a la unidad y la solidaridad, a la acción coordinada y fraterna contra una plaga que no distingue entre clases, razas, género o nacionalidad. Pero por debajo del tono salvador, unos y otros usan el virus para hacer avanzar sus teorías o sus prioridades de gobierno u oposición.
         El italiano Giorgio Agamben, autor de clásicos del pensamiento contemporáneo como Homo sacer (1998) y Lo que queda de Auschwitz (2000), ha visto el coronavirus como subterfugio para la normalización del estado de emergencia. El francés Jean-Luc Nancy, amigo de Jacques Derrida, y, como Agamben, pensador de la comunidad y la soberanía, rechazó la lectura del italiano en un texto para el blog Antinomie.
         Pareció a Nancy que Agamben minimizaba la letalidad del Covid-19, que equipara a cualquier gripa. El francés advertía a su colega que aún no existe cura para el coronavirus y aprovechaba para cuestionar la premisa filosófica de la biopolítica. Terció entonces en la polémica otro filósofo italiano, Roberto Esposito, que en su obra dialoga constantemente con ambos, Agamben y Nancy.
         Según Esposito, Nancy carga con prejuicios contra la biopolítica heredados de Foucault y, sobre todo, de Derrida, pero coincide con él en que hay que comprender la pandemia en su especificidad global, sin analogías fáciles con epidemias previas. La plaga es real, no una invención, y las cuarentenas, las restricciones de movimiento y el monitoreo digital de infectados nada tienen que ver con campos de concentración.
         En otra latitud del pensamiento, la neomarxista, el virus también divide. Slavoj Zizek no ve la pandemia como una amenaza que contribuirá a normalizar el estado de excepción sino como un “golpe tipo Kill Bill al capitalismo” que, luego de una reacción nacionalista y xenófoba, despertará el comunismo dormido de la juventud pro Bernie.
         No excluye de ese golpe a ningún capitalismo, el americano o el europeo, el chino o el ruso, con lo cual se coloca más allá de tanto “socialista” latinoamericano que ve a Beijing y Moscú como garantes del bloque bolivariano. En su respuesta a Zizek, el surcoreano afincado en Berlín, Byung-Chul Han, sostiene que no hay que esperar tal revolución viral.
         Han sabe de lo que habla y llama a abandonar esos reflejos apocalípticos y utópicos, que anuncian el desplome del capitalismo. Nada más hay que ver las reacciones de los estados para sospechar que saldremos de esta con más autoritarismo y más capitalismo –esa mezcla es el siglo XXI-, aunque con algunas vueltas a Keynes.
        

miércoles, 25 de marzo de 2020

Los nueve monstruos











Un amigo me recuerda este poema de César Vallejo, en 1937, que alguna vez comentamos aquí a propósito de los equívocos que ha provocado el verso "y crece con la res de Rousseau, con nuestras barbas". No creo que haya otro poema, en nuestra lengua, más apropiado para estos días. Recordemos con Judith Butler que la pandemia no hace desaparecer los otros monstruos -la guerra, la pobreza, el hambre, la desigualdad o las dictaduras-, sino que los aviva y libera:


Los nueve monstruos
Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.
Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tanta cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardido!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombre humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.
3 de noviembre de 1937
Cesar Vallejo

jueves, 27 de febrero de 2020

Mike Porcel: nobleza y estigma


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Era una leyenda en La Habana de fines de los 80. No el espectro de un pasado lejano sino un mito vivo, alguien de quien se hablaba como si estuviese presente, tan presente que podía tocarse en las frases de sus amigos y amantes. Mis primeros recuerdos de Mike Porcel están en las paredes y los pisos de las casas de Lili Rentería, Adriana Collado, Pavel Urquiza y Rochy Ameneiro. Casas con terrazas y balcones del Vedado, donde el fantasma de Mike se esculpía en humo.
         Se decía que había vivido años en el limbo de ostracismo de quienes solicitaban salida del país y que, finalmente, había logrado escapar. No recuerdo a nadie que lo hubiese conocido, interponiendo algún reparo político. Mariel y el acto de repudio en su contra eran episodios en la biografía de Mike que se referían como eventos incómodos, que no enturbiaban la esencial celebración de su talento y su gracia, de la poco común tersura de sus versos y armonías refinadas.
         Decir Mike Porcel en aquellas noches de casas del Vedado, en los 80, era decir talento y belleza. Se podían rememorar sus clases con Leopoldina Núñez, en Línea, casi frente al Trianón, sus rivalidades con los dedos veloces y precisos de Pedro Luis Ferrer, o sus enamoramientos, siempre nobles y elegantes. Pero, al final, todas las conversaciones desembocaban en el elogio de la perfección y el suave talante de aquel poeta que cantaba.
         Luego conocí a casi todos los trovadores cubanos, desde Silvio Rodríguez y Pablo Milanés hasta Pedro Luis Ferrer y Amaury Pérez, que tanto le debió, y fui amigo de Santiago Feliú, Carlos Varela, Gerardo Alfonso y Frank Delgado. Todos, sin excepción, hablaron siempre con enorme admiración de Mike. Santiago, del que fui muy cercano, tanto en La Habana como en la Ciudad de México, cantó como pocos “Diario”, una de sus composiciones emblemáticas.
         Mike Porcel vive, escribe, compone y canta en Miami desde 1988. Allí está, al alcance de una mano sobre el mar. Un par de jóvenes cineastas de la isla, José Luis Aparicio Ferrera y Fernando Fraguela Fosado, decidieron entrevistarlo y componer un retrato suyo. El documental Sueños al pairo (2020) es un homenaje a la medida de aquellas canciones, un viaje a la poética que dio piezas como “Ay del amor”, “Diálogo con un ave”, “No sé que voy a hacer con tu recuerdo” o “En busca de una nueva flor”, canción que Porcel compuso como himno del Festival de la Juventud y los Estudiantes de 1978.
         En el documental de Aparicio y Fraguela hablan sus amigos: Amaury Pérez, Pedro Luis Ferrer, Frank Delgado. Hablan como recuerdo que hablaban en aquellas salas del Vedado en los 80. Con la misma devoción con que lo han cantado Gema Corredera e Ivette Cepeda. Con la misma humildad y ternura que él puso en sus versiones de José Martí, a quien tanto se parece en el amor y en el verso.
         Sueños al pairo rememora también al Mike Porcel fundador del grupo Síntesis con Carlos Alfonso. Su paso, sin vértigo, de la guitarra de cajón a los sintetizadores y las cuerdas eléctricas, de la trova al rock. Se escuchan fragmentos de aquellas orquestaciones suyas que hoy son reliquias o rumores arqueológicos de una sonoridad ya perdida para siempre en los parques del Vedado. El documental rinde homenaje a un territorio de la música cubana que ya comienza a borrarse, como mismo fue borrado un buen pedazo de la música anterior a la Revolución.
         Pero la pieza de Aparicio y Fraguela no cierra los ojos al horror de aquellos años. A las “marchas del pueblo combatiente”, las golpizas en las afueras de la Oficina de Intereses, los discursos de Fidel Castro contra las “actitudes elvispreslianas”, el acto de repudio a Mike y su familia, durante toda una semana, tras haber pedido salida legal del país, y su expulsión del Movimiento de la Nueva Trova, con una carta que se reproduce, creo, por primera vez, y que arranca con la pregunta perversa de su admirado Martí: “¿has soñado tú, alguna vez, con la gloria de los apóstatas?”
         Documentar ese horror le ha valido a estos jóvenes cineastas la censura de la dirección del ICAIC en la más reciente Muestra de Cine Joven. Sueños al pairo deberá sumarse al cada vez más abultado directorio de filmes censurados en los últimos años en Cuba: Seres extravagantes (2004) de Manuel Zayas, Crematorio (2013) de Juan Carlos Cremata, Persona (2014) de Eliécer Jiménez, Santa y Andrés (2016) de Carlos Lechuga, Nadie (2017) de Miguel Coyula, Quiero hacer una película (2018) de Yimit Ramírez.
         ¿Cuál es el motivo de censura? Pueden ser aquellas imágenes de Castro y la represión policíaca de los 70 y 80 que, no por conocidas, dejan de ser perturbadoras. O puede ser, como en Nadie de Coyula, el estigma de un poeta oficialmente declarado “traidor” y “enemigo del pueblo”. En el caso de Porcel, a diferencia del Rafael Alcides de Coyula, un enemigo que es también un exiliado. En ambos la nobleza agranda el estigma.    
           


viernes, 21 de febrero de 2020

Judith Revel y la democratización de la democracia


Hija del gran historiador francés Jacques Revel y filósofa bien ubicada en el directorio del pensamiento neomarxista, Judith Revel (1966) ha desarrollado una obra de creciente rigor dentro de las ciencias sociales contemporáneas. Hace unos días estuvo en El Colegio de México y habló sobre democracia y desigualdad, en el marco de la inauguración de la cátedra Francois Chevalier-Silvio Zavala de esa casa de estudios.
         Citó la pensadora francesa a Bruno Latour y recordó que hoy no se pueden pensar los derechos humanos por fuera de la nueva cultura ambientalista. El derecho al agua o al aire, dice Revel, ha dejado de ser una garantía de la vida humana para convertirse en demanda insatisfecha de millones de personas. Cuando entra en riesgo el sustento de la propia vida, ¿puede asumirse la democracia como un régimen universal?
         La crisis del universalismo republicano, según Revel, es evidente. No tiene sentido lamentarla con subterfugios o nostalgias que superpongan, a las reales, ciudadanías imaginarias. Tampoco se trata de dar rienda suelta a una fragmentación del demos que desmantele lo común. El reto, según Revel, sigue siendo derivar algún modelo cívico de la irrefrenable diversificación de las comunidades en el siglo XXI.
         No desconoce esta filósofa, la vieja y, por momentos, estancada querella entre la democracia social y la política o entre formas liberales o procedimentales de entender ese régimen político. Pero ante el dilema recomienda, con su maestro Étienne Balibar, una “democratización de la democracia”, es decir, un proyecto de amplia inclusión social dentro de los límites institucionales de la propia democracia occidental.
         Recordó Revel un momento del diálogo Las leyes de Platón en que el filósofo ateniense se pregunta por las condiciones que aseguran el acceso de los ciudadanos al poder. Se llega al poder por nacimiento, riqueza, saber o algo tan arbitrario como la “elección de los dioses”. Pero por más que se entiendan en forma plural esas condiciones, lo cierto es que siempre hay una porción de la sociedad que queda fuera de la ruta hacia las instituciones de la sociedad civil o el Estado.
         Ahí desemboca la pensadora francesa en otra de las aristas del neomarxismo, que es la intelección de los excluidos o de la “porción de los que no tienen parte” como sujetos políticos. Quienes son vistos como “irrepresentables”, en la democracia contemporánea, son portadores de su propia lógica de representación. La obra de Jacques Rancière, apunta Revel, puede ser leída como un alegato a favor de la politización de los márgenes.
         En El Colegio de México, Revel comentó a Latour, Balibar y Rancière, pero no al filósofo a quien ha destinado la mayor parte de su obra y que, en buena medida, antecede a todo el neomarxismo: Michel Foucault. La filósofa ha dedicado libros a estudiar la “experiencia del pensamiento” y los conceptos de “discontinuidad” y “diferencia” en Foucault. Su especialización en la obra del autor de Las palabras y las cosas llega al punto de haberle dedicado un diccionario, publicado en 2009.
         El propio Foucault, con sus tesis sobre la microfísica del poder y la biopolítica, contribuyó decisivamente al arranque de la escuela neomarxista, aunque su momento en la historia de la filosofía contemporánea corresponde más al estructuralismo y el post-estructuralismo. Algo que se agradece, en ese bagaje que reivindica Revel, es que su propuesta de democratización de la democracia elude las tentaciones identitarias de buena parte de la izquierda del siglo XXI.
         Formados en el post-estructuralismo, los neomarxistas como Revel no piensan la apertura de la democracia en clave populista. Rechazan sustituir el universalismo republicano con el populismo o el nacionalismo porque piensan, con mucho sentido, que la invención de cualquier comunidad homogénea conduce a la fractura del pacto democrático.