Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

miércoles, 15 de mayo de 2024

David Brading y la nación preexistente



David Brading, historiador de la Universidad de Cambridge, con una vasta y brillante obra sobre México, acaba de fallecer. En esta época de parcelación de la disciplina histórica, tanto a nivel de enfoques analíticos como de periodizaciones cortas, la obra de Brading contrasta por su capacidad de desplazamiento entre el México antiguo y el contemporáneo y por su articulación de muchas perspectivas: desde la historia económica hasta la cultural. 
 
  Algunos de sus primeros libros, escritos durante su experiencia americana, en Berkeley y Yale, como Mineros y comerciantes en el México borbónico (1971) y Haciendas y ranchos en el Bajío mexicano (1973), cuyo esbozo inicial apareció como artículo en la revista Historia Mexicana, de El Colegio de México, no sólo fueron muestras representativas de historia económica y social sino de una comprensión de la realidad mexicana desde el peso de las regiones.
 
  Lo mismo podría decirse de sus estudios sobre el obispado de Michoacán durante el periodo borbónico, que desembocaron en el volumen Una iglesia asediada (1996), editado, como tantos otros de sus libros, en el Fondo de Cultura Económica. Historia regional fue, también, Caudillos y campesinos en la Revolución mexicana (1985), donde el historiador británico se movió con soltura entre el Morelos de Zapata y los caudillos sonorenses. 

   El flanco de historia cultural e intelectual de la obra de Brading -Los orígenes del nacionalismo mexicano (1973), Mito y profecía en la historia de México (1988), Orbe indiano (1991), La virgen de Guadalupe (2002)…- fue, tal vez, el mejor editado pero también el más debatido. Una de sus ideas rectoras es que existe una continuidad prolongada entre el patriotismo criollo de la Nueva España, el republicanismo y el liberalismo del siglo XIX y la Revolución de principios del siglo XX. 
 
   La tesis, anunciada en Los orígenes del nacionalismo y años después más trabajada en Orbe indiano, aunque través de una contraposición con el Perú, nació, según Brading, de su lectura de la Historia de la Revolución de la Nueva España, antiguamente llamada Anáhuac (1813) de Fray Servando Teresa de Mier. En ese texto, que tanto inquietó a Simón Bolívar, se mezclaban el guadalupanismo, el culto a Quetzalcóatl y la idea de la independencia como recuperación de una soberanía perdida con la conquista española. 
 
   La nueva historiografía crítica de los nacionalismos ha puesto en tela de juicio esa visión. Lo que nunca podrá reprochársele a Brading es la elocuencia con la que la expuso, a través de lecturas precisas de Bartolomé de las Casas, de la Monarquía indiana de Juan de Torquemada y los tratados de jesuitas expulsos del siglo XVIII como Francisco Javier Alegre y Francisco Javier Clavijero. 

   Su demostración de que aquella creencia en una nación preexistente era más vieja que el Plan de Iguala sigue siendo válida, aunque la misma fuese tan manipulada por la historia oficial del liberalismo del siglo XIX y del nacionalismo revolucionario del XX. Brading parecía dar menos importancia al carácter "inventado" o "imaginario" de aquella tradición que al hecho de que la misma fuese experimentada como real o cierta por los propios actores de la historia cultural y política del México moderno.

viernes, 3 de mayo de 2024

Los lobos de Stanislav




Paul Auster viajó a Ucrania en 2017, en busca del lugar en que nació su abuelo, quien emigró a Estados Unidos en 1900. Cerca de Leópolis encontró la ciudad, en la antigua Galitzia polaca, hoy llamada Ivano-Frankivsk, en honor al poeta, narrador y dramaturgo ucraniano de fines del siglo XIX, Iván Frankó. El último bautizo de la ciudad en 1962, en tiempos de Nikita Kruschev, da una idea del peso del nacionalismo ucraniano en la región. Vladimir Putin y sus ideólogos repiten que Ucrania fue una invención de Lenin, pero, para ser una invención, gozaba de buena salud en tiempos de la Guerra Fría. 

En su más reciente novela, Baumgartner (2024), una historia de los amores perdidos de un viejo profesor de Princeton, Auster recupera el drama de la ciudad, ahora bajo una nueva guerra de conquista. La terrible historia de su familia judío-ucraniana emerge en la trama como un afluente de la memoria sentimental del narrador. Variantes de Stanislawów (Stanislau, Stanislaviv, Stanislav), es decir, de la patria de San Estanislao de Cracovia, el obispo polaco del siglo XI, dieron nombre a la ciudad durante el imperio de los zares rusos. Auster entiende esos cambios toponímicos como obra de una sucesión de dominios: el polaco, el austro-húngaro, el alemán, el soviético. 

En 1941 vivían en la ciudad cerca de cien mil habitantes, la mitad judíos. Durante la invasión nazi, unos diez mil fueron fusilados detrás del cementerio hebreo y otros diez mil fueron enviados al campo de exterminio de Belzec, en Polonia. Entre 1942 y 1944, los restantes fueron ejecutados de un tiro en la nuca, en las afueras de la ciudad, de veinte en veinte, y enterrados en fosas comunes. 

Un poeta local, como aquel Iván Frankó que da nombre a la ciudad, le confirmó a Auster una historia contada por sus abuelos. En 1944, cuando el ejército soviético liberó la región del dominio nazi, la ciudad estaba deshabitada y en vez de personas vivían allí centenares de lobos que la habían convertido en madriguera. Escuchando al poeta, Auster recordó unos versos de George Trakl, escritos en medio del estallido de la primera Guerra Mundial e inspirados en el “frente oriental” de Alemania: “Un páramo de espinas ciñe la ciudad./ Por las escaleras de sangre la luna/ persigue mujeres aterrorizadas./ Lobos salvajes irrumpen en las puertas”. Toda una visión de las guerras que asolarían una y otra vez ese mismo pedazo de Europa. 

El poeta estaba convencido de que lo que narraba había sucedido realmente. Auster recuerda que sus abuelos contaban la historia con la misma seguridad. Pero en algún punto se pregunta si aquello era más una leyenda que un suceso fáctico y comprobable. Una historiadora de la Universidad de Leópolis agrandó sus sospechas: no había evidencia alguna de que el pueblo se hubiese convertido en una madriguera de lobos entre 1943 y 1944. 

El tema obsesionó a Auster, quien escribió un ensayo justamente titulado “Los lobos de Stanislav” (El País, 1/ 5/ 2020) y luego una conferencia con la que agradeció el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Madrid. En busca de cualquier evidencia, vio películas soviéticas de la época, en las que se repetía la misma escena: unos pocos habitantes del pueblo saludando los tanques victoriosos de Stalin, pero ni rastro de los lobos. 

En la novela Baumgartner, el escritor se pregunta si un “acontecimiento tiene que ser real para que se acepte como verdad”, no en el sentido de una fakenews u operación de postverdad sino como aquello que tal vez ocurrió, pero es incomprobable. Qué sucede, dice, “si a pesar de tus esfuerzos de averiguar si tal acontecimiento sucedió o no llegas a un punto muerto de incertidumbre”. La respuesta del escritor es entrañable: “ a falta de cualquier información que confirme o desmienta la historia que me contaron, he decidido creerle al poeta”, no a la historiadora. Y agrega: “ya estuvieran allí o no, he decidido creer también a los lobos”.