Hay personajes de la Revolución Cubana que, por muy comandantes y ministros que hayan sido, son borrados de la historia oficial de esa misma Revolución, con un celo perdurable, que se trasmite de una generación a otra de historiadores y periodistas oficiales. Entre muchos otros, es el caso de Alberto Mora Becerra, hijo del héroe del asalto a Palacio Presidencial, Menelao Mora, quien formó parte del Directorio Revolucionario y de la lucha de esta organización contra el régimen de Fulgencio Batista, entre 1957 y 1959, desde el exilio, la sierra de El Escambray o la clandestinidad habanera.
Mora llegó a ser el comandante del Directorio mejor ubicado en el gobierno revolucionario en la primera mitad de los 60. Uno de los pocos que por entonces formó parte del gabinete como Presidente del Banco de Comercio Exterior y como Ministro de Comercio Exterior. Desde esa posición, el político ayudó a varios de sus amigos escritores, especialmente a Guillermo Cabrera Infante y Heberto Padilla, colocándolos en oficinas comerciales del gobierno cubano en Europa, luego del cierre de Lunes de Revolución y el primer ciclo de ortodoxia cultural y ideológica a principios de los 60.
La amistad de Mora con esos escritores, como narraron Cabrera Infante en Mea Cuba (1993), Cuerpos divinos (2010) y Mapa dibujado por un espía (2013) y, antes, Padilla en La mala memoria (1989), databa de fines de los 50, cuando el joven revolucionario se asomaba a los ambientes de la cultura y la farándula habanera. Ambos, Cabrera Infante y Padilla, describen a Mora como un "político intelectual", con una notable cultura filosófica, literaria y musical. El comandante Mora vendría siendo una figura equivalente a Carlos Franqui, Alfredo Guevara, Armando Hart o Haydée Santamaría, un político que intervenía en la cultura como protector, mediador, traductor y, a la vez, embajador del poder.
¿Cómo y cuándo cayó en desgracia Mora? Probablemente, como muchos otros líderes del Directorio, el Movimiento 26 de Julio o el viejo PSP, alrededor de 1965, cuando se crea el nuevo Comité Central del Partido Comunista de Cuba y se funden los pocos medios de comunicación que quedaban dispersos. Todavía entre 1963 y 1964, Mora, como Ministro de Comercio Exterior, intervino en el debate sobre la política económica cubana, que enfrentó a los partidarios del modelo de "financiamiento presupuestario" y "estímulos morales" del Che Guevara y a los seguidores del "cálculo económico"y la "autogestión empresarial", que había defendido Carlos Rafael Rodríguez desde principios de la década en Cuba socialista y algunos ensayos. Mora fue, de hecho, quien desató la polémica al publicar, en la Revista Comercio Exterior, una refutación de la idea del Che Guevara de que la ley del valor no funcionaba plenamente bajo una economía socialista. Guevara reprodujo el artículo de Mora en la revista de su propio ministerio, Nuestra Industria, con una réplica suya.
La posición de Mora en aquel debate era favorable a la corriente pro-soviética de la dirigencia cubana, que era la que pareció predominar en la reorganización del Partido Comunista en 1965. Sin embargo, en los años siguientes, con la Ofensiva Revolucionaria, en la coyuntura de la muerte del Che Guevara en Bolivia, Fidel Castro reorientó la política económica hacia el guevarismo. Es muy probable que entonces, Mora, un crítico declarado de esa estrategia de desarrollo, perdiera soporte dentro de la clase política de la isla.
¿Qué fue de Mora entre fines de los 60 y 1972, cuando se suicida? Cabrera Infante afirma en Mea Cuba que su amigo, "condecorado con exes -ex comandante, ex ministro, ex diplomático", fue enviado a una granja de trabajo, en 1971, por defender a Heberto Padilla. Según Cabrera Infante, el suicidio fue la respuesta a esa humillación. En cambio, Padilla, en La mala memoria sugiere que el suicidio de Mora se debió al profundo desencanto con la Revolución que sentía desde mediados de los 60, cuando en un encuentro que tuvieron en París, junto a Guillermo Cabrera Infante y Pablo Armando Fernández, sufrió un colapso nervioso.
En sus memorias, Padilla describe a Mora como un intermediario entre él y Fidel Castro en los meses posteriores al encarcelamiento del poeta. Es Mora quien le trasmite mensajes e impresiones directas de Castro, sobre la forma en que encara su juicio y su castigo, y quien le aconseja siempre moderar sus posiciones para evitar la cólera del régimen. Estos testimonios, a veces contradictorios, hacen del comandante un personaje de ficción. Un político, amigo de escritores que, al ser expulsado del panteón oficial del Estado, sobrevive, no en la historia oficial o en las enciclopedias electrónicas del poder, sino en la memoria de la literatura.
Libros del crepúsculo
sábado, 29 de noviembre de 2014
viernes, 28 de noviembre de 2014
Todos los muertos (la otra mitad de la foto)
La foto del post anterior, que con frecuencia se atribuye al fotógrafo cubano Osvaldo Salas, pudo haber sido una de las varias tomas de la misma marcha del Consejo de Ministros del gobierno revolucionario, que hizo otro fotógrafo, Venancio Díaz, el 5 de marzo de 1960, al día siguiente de la explosión del carguero francés La Coubre, en el puerto de La Habana. Fue ese un día de fotos, ya que en otro momento, mientras Fidel Castro hablaba desde un balcón, Alberto Korda captó la imagen del Che Guevara que ha dado la vuelta al mundo en 54 años.
En esa foto aparecen, de izquierda a derecha, en primera o en segunda fila, Fidel Castro, Primer Ministro, Raúl Roa, Ministro de Relaciones, Osvaldo Dorticós, Presidente, el Che Guevara, Presidente del Banco Nacional, Regino Boti, Ministro de Economía, Augusto Martínez Sánchez, Ministro del Trabajo, Antonio Núñez Jiménez, Director Ejecutivo del INRA, el comandante del Segundo Frente del Escambray, William Morgan, detrás, el Presidente del Banco de Comercio Exterior, Alberto Mora, y, por último, el también comandante del Segundo Frente, Eloy Gutiérrez Menoyo.
Morgan y otro comandante del Escambray, Jesús Carreras, serían arrestados pocos meses después, acusados de traición y fusilados en La Cabaña, en marzo de 1961, más o menos por los mismos días en que fue fusilado, también en La Cabaña, otro comandante y ministro del primer gobierno revolucionario, Humberto Sorí Marín. Gutiérrez Menoyo se exiliaría brevemente y desembarcaría por Baracoa a fines de 1964. Semanas después era capturado y condenado a veinte años de cárcel. Martínez Sánchez, como decíamos, intentaría suicidarse en 1964, siendo eliminado de la vida pública desde entonces y Albero Mora se quitó la vida en 1972. Lo mismo haría el presidente Dorticós diez años después.
Otra foto de aquella marcha, de Venancio Díaz, tomada desde un ángulo más hacia el centro y la derecha, muestra al dirigente sindical David Salvador, con camisa a cuadros, de los brazos del comandante Luis Crespo y Fidel Castro. Detrás, entre Castro y Salvador, Osmani Cienfuegos, que había sustituido a Manuel Ray como Ministro de Obras Públicas, por haberse opuesto Ray al encarcelamiento de Huber Matos. Quien aparece vestido de miliciano, entre Crespo y Salvador probablemente sea Luis M. Buch, Secretario de la Presidencia y del Consejo de Ministros.
La foto de Díaz está incluida en el reciente libro Cuba in Revolution (2013) de la Arpad A. Busson Foundation. La imagen más difundida es la que reproducíamos en el post anterior, en la que la hilera arranca, de izquierda a derecha con Fidel Castro y termina, por lo general, con Núñez Jiménez, para evitar a Morgan, Mora y Gutiérrez Menoyo. Pero entre todos esos muertos, tal vez, el más borrado haya sido David Salvador, precisamente por ir del brazo de Castro. Salvador era entonces Secretario General de la Confederación de Trabajadores de Cuba, elegido, en el X congreso de esa asociación, en noviembre de 1959, a pesar de la oposición de los comunistas.
Apenas dos meses después de la foto, en mayo de 1960, Salvador renunció a su cargo, bajo la presión comunista, en perfecta coordinación con el Ministro del Trabajo, Martínez Sánchez, quien, junto con Lazaro Peña, unificará todo el movimiento sindical bajo la nueva Central de Trabajadores de Cuba. Poco después, Salvador se involucra con la organización opositora "30 de Noviembre", es arrestado en La Cabaña y condenado a 30 años de prisión. Salvador murió, exiliado en Estados Unidos, en 2007. En la enciclopedia oficial Ecured aparece definido como "traidor" y "contrarrevolucionario", a pesar de su papel fundamental en la política obrera del Movimiento 26 de Julio, entre 1957 y 1960.
En esa foto aparecen, de izquierda a derecha, en primera o en segunda fila, Fidel Castro, Primer Ministro, Raúl Roa, Ministro de Relaciones, Osvaldo Dorticós, Presidente, el Che Guevara, Presidente del Banco Nacional, Regino Boti, Ministro de Economía, Augusto Martínez Sánchez, Ministro del Trabajo, Antonio Núñez Jiménez, Director Ejecutivo del INRA, el comandante del Segundo Frente del Escambray, William Morgan, detrás, el Presidente del Banco de Comercio Exterior, Alberto Mora, y, por último, el también comandante del Segundo Frente, Eloy Gutiérrez Menoyo.
Morgan y otro comandante del Escambray, Jesús Carreras, serían arrestados pocos meses después, acusados de traición y fusilados en La Cabaña, en marzo de 1961, más o menos por los mismos días en que fue fusilado, también en La Cabaña, otro comandante y ministro del primer gobierno revolucionario, Humberto Sorí Marín. Gutiérrez Menoyo se exiliaría brevemente y desembarcaría por Baracoa a fines de 1964. Semanas después era capturado y condenado a veinte años de cárcel. Martínez Sánchez, como decíamos, intentaría suicidarse en 1964, siendo eliminado de la vida pública desde entonces y Albero Mora se quitó la vida en 1972. Lo mismo haría el presidente Dorticós diez años después.
Otra foto de aquella marcha, de Venancio Díaz, tomada desde un ángulo más hacia el centro y la derecha, muestra al dirigente sindical David Salvador, con camisa a cuadros, de los brazos del comandante Luis Crespo y Fidel Castro. Detrás, entre Castro y Salvador, Osmani Cienfuegos, que había sustituido a Manuel Ray como Ministro de Obras Públicas, por haberse opuesto Ray al encarcelamiento de Huber Matos. Quien aparece vestido de miliciano, entre Crespo y Salvador probablemente sea Luis M. Buch, Secretario de la Presidencia y del Consejo de Ministros.
La foto de Díaz está incluida en el reciente libro Cuba in Revolution (2013) de la Arpad A. Busson Foundation. La imagen más difundida es la que reproducíamos en el post anterior, en la que la hilera arranca, de izquierda a derecha con Fidel Castro y termina, por lo general, con Núñez Jiménez, para evitar a Morgan, Mora y Gutiérrez Menoyo. Pero entre todos esos muertos, tal vez, el más borrado haya sido David Salvador, precisamente por ir del brazo de Castro. Salvador era entonces Secretario General de la Confederación de Trabajadores de Cuba, elegido, en el X congreso de esa asociación, en noviembre de 1959, a pesar de la oposición de los comunistas.
Apenas dos meses después de la foto, en mayo de 1960, Salvador renunció a su cargo, bajo la presión comunista, en perfecta coordinación con el Ministro del Trabajo, Martínez Sánchez, quien, junto con Lazaro Peña, unificará todo el movimiento sindical bajo la nueva Central de Trabajadores de Cuba. Poco después, Salvador se involucra con la organización opositora "30 de Noviembre", es arrestado en La Cabaña y condenado a 30 años de prisión. Salvador murió, exiliado en Estados Unidos, en 2007. En la enciclopedia oficial Ecured aparece definido como "traidor" y "contrarrevolucionario", a pesar de su papel fundamental en la política obrera del Movimiento 26 de Julio, entre 1957 y 1960.
martes, 25 de noviembre de 2014
Cuatro suicidas
Las filosofías del suicidio que leemos en autores como Nietzsche, Cioran o Camus son afirmaciones de la muerte por mano propia como acto supremo de la voluntad y la libertad. Si el primero afirmaba que la idea del suicidio era una "fuente de consuelo", el segundo dirá que el suicidio es tanto una acción contra la vida como contra la muerte, lo que le confiere un sentido redentor, mientras que el tercero hablará del suicidio como el "único problema filosófico verdaderamente serio".
La religión y la moral, el psicoanálisis y la sociología, Levinas y Maritain, Freud y Durkheim, intentaron, de distinta manera, confrontar esa tradición del suicidio filosófico. Pero ninguno de ellos, a pesar de ser contemporáneos del fenómeno en el siglo XX, atisbó la forma en que la condena del suicidio, heredada del cristianismo, adquiría un nuevo aliento bajo el comunismo. La ética del trabajo y el sacrificio, de la lealtad y el compromiso, llegaba, en el comunismo, a postular el derecho natural del Estado sobre la propia vida y a considerar al suicidio, no sólo como cobardía, sino como traición. En el discurso médico del comunismo, el suicidio sólo puede estar justificado como un desvío de la enajenación o la locura.
En el caso de Cuba, país con el más alto índice histórico de suicidios en América, el tema ha llamado la atención de autores como Louis A. Pérez Jr. y Pedro Marqués de Armas. En la segunda mitad del siglo XX, se produce en la isla una experiencia única en la historia -o por lo menos más pronunciada que en otros sitios- de transición entre una cultura católica y una cultura comunista. La resistencia del Estado cubano y sus líderes a entender el suicidio como un acto soberano o liberador se manifiesta en las reacciones oficiales a la muerte por suicidio de líderes de la Revolución, como Augusto Martínez Sánchez y Alberto Mora, Osvaldo Dorticós y Haydée Santamaría, que paradójicamente fueron figuras clave de la transición al socialismo.
Martínez Sánchez, un abogado de Holguín, que se sumó al 26 de Julio en 1958, subió a la Sierra y bajó de allí con el grado de Comandante, fue uno de los principales artífices de los "tribunales revolucionarios" en los primeros meses de 1959. Fidel Castro lo designó fiscal en el segundo juicio contra los 43 pilotos batistianos, que habían sido exonerados por un primer tribunal, uno de cuyos miembros, el comandante Félix Lugerio Pena, se quitó la vida, luego de la condena a 30 años de cárcel y trabajo forzado contra los aviadores. Ya en 1959, Martínez Sánchez era Ministro del Trabajo, una posición desde la que, en conexión con la dirigencia comunista sindical, echará a andar la refundación de la Central de Trabajadores de Cuba.
En el momento del gran debate sobre la política económica en Cuba -"financiamiento presupuestario" defendido por el Che Guevara, Ministro de Industrias, y por Luis Álvarez Rom, Ministro de Hacienda, o "cálculo económico y autogestión empresarial", defendido, entre otros, por Alberto Mora, Ministro de Comercio Exterior, y Marcelo Fernández Font, Presidente del Banco-, Martínez Sánchez cae en desgracia y es acusado de corrupción. Es difícil ubicar a Martínez Sánchez en aquella discusión y discernir con precisión las razones de su caída. El caso es que el comandante y ministro se pega un tiro, pero no muere. A nombre del gobierno cubano, el presidente Dorticós y el Primer Ministro Castro, destituyeron a Martínez Sánchez, con una declaración que, más o menos, decía -traduzco de To Die in Cuba (2005), de Pérez Jr:
"De acuerdo con los principios revolucionarios fundamentales, pensamos que esta conducta es injustificable e impropia de un revolucionario, y creemos que el compañero Martínez Sánchez no debió haber estado plenamente consciente cuando tomó esa decisión porque todo revolucionario sabe que no tiene derecho a disponer de su propia vida, que no le pertenece y que sólo puede ser legítimamente sacrificada enfrentando al enemigo".
No conozco una reacción oficial al suicidio de Alberto Mora, hijo del importante líder del autenticismo radical, Menelao Mora, organizador del asalto a Palacio Presidencial en 1957. Mora, también Comandante de la Revolución, había sido director del Banco de Comercio Exterior y luego Ministro de Comercio Exterior, en el periodo de la integración de la economía cubana al campo socialista. Su papel, como el de Martínez Sánchez, en la construcción del comunismo insular, fue decisivo. Mora se suicidó en 1972, cuando ya no era ministro, por lo que el gobierno pudo ahorrarse la declaración.
Cuando Haydée Santamaría, directora de la Casa de las Américas, se suicida el 26 de julio de 1980, en medio de los "actos de repudio" y las "marchas del pueblo combatiente" contra los refugiados del Mariel, la declaración era inevitable. Juan Almeida, a nombre del gobierno, reiteró la reprobación oficial del suicidio, pero pidió que, en el caso de Santamaría, se ponderara el "deterioro de su condición física y psicológica", por causa de las enfermedades y de un accidente de tránsito. A pesar de esta salvedad, Almeida decía:
"Por principio, los revolucionarios no aceptamos la decisión del suicidio. La vida de los revolucionarios pertenece a la causa de la Revolución y al pueblo, y debe ser dedicada a ambos hasta el último átomo de su energía y el último segundo de su vida. Pero no podemos juzgar fríamente a la compañera Haydée. Todos los que la conocimos comprendemos que las heridas del Moncada nunca cicatrizaron del todo en ella".
En junio de 1983, se suicidó el ex presidente Osvaldo Dorticós, un abogado de Cienfuegos, formado por los jesuitas, que, por un tiempo estuvo cerca del Partido Socialista Popular y a fines de los 50 se sumó a la Resistencia Cívica y al Movimiento 26 de Julio, en su ciudad. Desde la reorganización del gobierno en 1976, Dorticós había quedado fuera de la jefatura del Estado. Para principios de los 80, estaba gravemente enfermo, de dolencia en la médula espinal y, además, había perdido a su esposa, María Caridad Molina. La explicación oficial del suicidio de Dorticós, quien, a su vez, había reprobado el suicidio de Martínez Sánchez en los 60, la dio, a nombre del Buró Político del PCC, José Ramón Machado Ventura, médico:
"Nunca fue más él mismo… Con su muerte, el compañero Dorticós nos deja además la pena de una muerte producida por su propia mano, una decisión incompatible con los valores y las convicciones revolucionarias a las que dedicó toda su vida. La agonía del dolor físico y la profunda depresión en que cayó después de la muerte de su compañera lo llevaron a una crisis de tales magnitudes que perdió el control de sí mismo".
La religión y la moral, el psicoanálisis y la sociología, Levinas y Maritain, Freud y Durkheim, intentaron, de distinta manera, confrontar esa tradición del suicidio filosófico. Pero ninguno de ellos, a pesar de ser contemporáneos del fenómeno en el siglo XX, atisbó la forma en que la condena del suicidio, heredada del cristianismo, adquiría un nuevo aliento bajo el comunismo. La ética del trabajo y el sacrificio, de la lealtad y el compromiso, llegaba, en el comunismo, a postular el derecho natural del Estado sobre la propia vida y a considerar al suicidio, no sólo como cobardía, sino como traición. En el discurso médico del comunismo, el suicidio sólo puede estar justificado como un desvío de la enajenación o la locura.
En el caso de Cuba, país con el más alto índice histórico de suicidios en América, el tema ha llamado la atención de autores como Louis A. Pérez Jr. y Pedro Marqués de Armas. En la segunda mitad del siglo XX, se produce en la isla una experiencia única en la historia -o por lo menos más pronunciada que en otros sitios- de transición entre una cultura católica y una cultura comunista. La resistencia del Estado cubano y sus líderes a entender el suicidio como un acto soberano o liberador se manifiesta en las reacciones oficiales a la muerte por suicidio de líderes de la Revolución, como Augusto Martínez Sánchez y Alberto Mora, Osvaldo Dorticós y Haydée Santamaría, que paradójicamente fueron figuras clave de la transición al socialismo.
Martínez Sánchez, un abogado de Holguín, que se sumó al 26 de Julio en 1958, subió a la Sierra y bajó de allí con el grado de Comandante, fue uno de los principales artífices de los "tribunales revolucionarios" en los primeros meses de 1959. Fidel Castro lo designó fiscal en el segundo juicio contra los 43 pilotos batistianos, que habían sido exonerados por un primer tribunal, uno de cuyos miembros, el comandante Félix Lugerio Pena, se quitó la vida, luego de la condena a 30 años de cárcel y trabajo forzado contra los aviadores. Ya en 1959, Martínez Sánchez era Ministro del Trabajo, una posición desde la que, en conexión con la dirigencia comunista sindical, echará a andar la refundación de la Central de Trabajadores de Cuba.
En el momento del gran debate sobre la política económica en Cuba -"financiamiento presupuestario" defendido por el Che Guevara, Ministro de Industrias, y por Luis Álvarez Rom, Ministro de Hacienda, o "cálculo económico y autogestión empresarial", defendido, entre otros, por Alberto Mora, Ministro de Comercio Exterior, y Marcelo Fernández Font, Presidente del Banco-, Martínez Sánchez cae en desgracia y es acusado de corrupción. Es difícil ubicar a Martínez Sánchez en aquella discusión y discernir con precisión las razones de su caída. El caso es que el comandante y ministro se pega un tiro, pero no muere. A nombre del gobierno cubano, el presidente Dorticós y el Primer Ministro Castro, destituyeron a Martínez Sánchez, con una declaración que, más o menos, decía -traduzco de To Die in Cuba (2005), de Pérez Jr:
"De acuerdo con los principios revolucionarios fundamentales, pensamos que esta conducta es injustificable e impropia de un revolucionario, y creemos que el compañero Martínez Sánchez no debió haber estado plenamente consciente cuando tomó esa decisión porque todo revolucionario sabe que no tiene derecho a disponer de su propia vida, que no le pertenece y que sólo puede ser legítimamente sacrificada enfrentando al enemigo".
No conozco una reacción oficial al suicidio de Alberto Mora, hijo del importante líder del autenticismo radical, Menelao Mora, organizador del asalto a Palacio Presidencial en 1957. Mora, también Comandante de la Revolución, había sido director del Banco de Comercio Exterior y luego Ministro de Comercio Exterior, en el periodo de la integración de la economía cubana al campo socialista. Su papel, como el de Martínez Sánchez, en la construcción del comunismo insular, fue decisivo. Mora se suicidó en 1972, cuando ya no era ministro, por lo que el gobierno pudo ahorrarse la declaración.
Cuando Haydée Santamaría, directora de la Casa de las Américas, se suicida el 26 de julio de 1980, en medio de los "actos de repudio" y las "marchas del pueblo combatiente" contra los refugiados del Mariel, la declaración era inevitable. Juan Almeida, a nombre del gobierno, reiteró la reprobación oficial del suicidio, pero pidió que, en el caso de Santamaría, se ponderara el "deterioro de su condición física y psicológica", por causa de las enfermedades y de un accidente de tránsito. A pesar de esta salvedad, Almeida decía:
"Por principio, los revolucionarios no aceptamos la decisión del suicidio. La vida de los revolucionarios pertenece a la causa de la Revolución y al pueblo, y debe ser dedicada a ambos hasta el último átomo de su energía y el último segundo de su vida. Pero no podemos juzgar fríamente a la compañera Haydée. Todos los que la conocimos comprendemos que las heridas del Moncada nunca cicatrizaron del todo en ella".
En junio de 1983, se suicidó el ex presidente Osvaldo Dorticós, un abogado de Cienfuegos, formado por los jesuitas, que, por un tiempo estuvo cerca del Partido Socialista Popular y a fines de los 50 se sumó a la Resistencia Cívica y al Movimiento 26 de Julio, en su ciudad. Desde la reorganización del gobierno en 1976, Dorticós había quedado fuera de la jefatura del Estado. Para principios de los 80, estaba gravemente enfermo, de dolencia en la médula espinal y, además, había perdido a su esposa, María Caridad Molina. La explicación oficial del suicidio de Dorticós, quien, a su vez, había reprobado el suicidio de Martínez Sánchez en los 60, la dio, a nombre del Buró Político del PCC, José Ramón Machado Ventura, médico:
"Nunca fue más él mismo… Con su muerte, el compañero Dorticós nos deja además la pena de una muerte producida por su propia mano, una decisión incompatible con los valores y las convicciones revolucionarias a las que dedicó toda su vida. La agonía del dolor físico y la profunda depresión en que cayó después de la muerte de su compañera lo llevaron a una crisis de tales magnitudes que perdió el control de sí mismo".
viernes, 21 de noviembre de 2014
Tres relatos sobre el origen del comunismo en Cuba
En el verano de 1961, parecían circular dentro de la nueva clase política revolucionaria cubana, dos relatos sobre el origen del comunismo en Cuba. Desde los debates de fines de 1957, entre dirigentes de la Sierra y el Llano, el Che Guevara había dicho que no consideraba a Fidel Castro como un líder comunista sino como un nacionalista revolucionario, "burgués", aunque por encima de su clase, dada su radicalidad. Lo que se desprendía de esa observación de Guevara -que reiterará ocho años después, en su carta de despedida a Castro, leída por éste ante el nuevo Comité Central del Partido Comunista de Cuba, en 1965- era que el comunismo en Cuba fue el resultado de una máxima radicalización del nacionalismo revolucionario, que, con las leyes revolucionarias de 1959 y 1960, desembocaba en una lucha de clases y un antiimperialismo de tipo socialistas.
Este relato fue, en esencia, el que desarrolló, con un empaque teórico y retórico más afín al marxismo soviético, Carlos Rafael Rodríguez, en una serie de artículos aparecidos en Cuba socialista, en 1961. Rodríguez admitía que la Revolución no había sido obra de un liderazgo comunista, ni viejo ni nuevo, sino de una corriente revolucionaria radical que, sobre la marcha y respondiendo a conflictos internos y externos, había llegado al socialismo desde otra ideología. Como es sabido, Guevara y Rodríguez se enfrentarían luego de la Crisis de los Misiles o, específicamente, a partir de 1963, por cuestiones como la ley del valor bajo el socialismo, el financiamiento presupuestario de las empresas, el cálculo económico o la valoración del socialismo real en Europa del Este, pero hasta 1961, estaban de acuerdo en lo esencial.
Un relato alternativo aparece desde entonces, a nivel del discurso público y no tanto de la fundamentación teórica o ideológica, y es formulado por el presidente Osvaldo Dorticós en aquel acto en el MINFAR, en junio de 1961. Es un relato más fantasioso, conspirativo y, en el fondo, antimarxista del comunismo cubano, que presenta a éste como la creación de un pequeño grupo de marxistas-leninistas, desde 1953, que asalta el cuartel Moncada, se exilia en México, desembarca en el Granma, organiza la insurrección, entra en La Habana e implementa las primeras leyes revolucionarias, seguros de lo que querían hacer y convencidos de que para lograrlo no sólo debían ocultar sus objetivos sino declarar insistentemente que no eran comunistas, que querían restaurar la Constitución del 40, convocar a elecciones y nacionalizar, en todo caso, algunos servicios públicos y sectores estratégicos de la economía.
Dado que ese "liderazgo" no se limitaba, únicamente, a Fidel y a Raúl Castro, sino que se extendía al núcleo dirigente del Movimiento 26 Julio, como aseguraba Dorticós y como se lee en la Plataforma Programática del PCC, en 1975, entonces habría que suponer que, según ese relato, no sólo ambos Castros sino, también, Abel y Haydée Santamaría, Juan Manuel Márquez, Frank País, René Ramos Latour, Faustino Pérez o Armando Hart, eran marxistas-leninistas que, deliberadamente, aparentaban ser demócratas. A pesar de ser, como decíamos, más místico o conspirativo, o precisamente por eso, este relato fue el que se arraigó con mayor fortuna en los aparatos ideológicos del Estado cubano hasta los años 90. Fidel Castro lo declarará en diciembre de 1961 y luego lo repetirá a toda clase de entrevistadores y biógrafos.
Era por lo visto más consistente, a los ojos de Castro, presentarse como un comunista que, tácticamente, no asume su doctrina, que como un político que se radicaliza ideológicamente sobre la marcha. La radicalización podría ser interpretada como conversión o como oportunismo y no como una verdadera concientización. Lo curioso era que ese mecanismo, el de la concientización o el adoctrinamiento, no era mal visto en relación con la ciudadanía, que según Dorticós y los documentos posteriores del PCC, estaba deformada por la cultura burguesa del antiguo régimen. Se debía reconocer que el pueblo había heredado una cultura burguesa, pero no se podía admitir que los propios dirigentes preservaban algo de esa misma cultura.
Primero con discreción, en los 90, y luego abiertamente, en los últimos años, un tercer relato ha comenzado circular en medios intelectuales y políticos cubanos. Según ese relato, el comunismo no fue un proyecto preconcebido, como aseguraba Osvaldo Dorticós, ni la obra de una radicalización ideológica del gobierno revolucionario, entre 1959 y 1960, como sostenía Carlos Rafael Rodríguez. Fue, en realidad, una respuesta geopolítica al intento de Estados Unidos de derrocar la Revolución desde antes de que ésta triunfara. Este último relato tiene a su favor la buena recepción de ciertas izquierdas metropolitanas, sobre todo en Estados Unidos y Europa, que acostumbran a entender la historia de Cuba en clave del conflicto nación/ imperio y subestiman el papel de las ideas y las instituciones en la construcción del Estado cubano, sobre todo, entre los años 60 y 70.
Según este último relato, el comunismo cubano no ha sido tanto, como aseguran los propios documentos del PCC, un proyecto de transición de una sociedad capitalista a otra socialista -que, a su vez, transitará al orden comunista-, como un mecanismo de defensa de la soberanía nacional contra el imperialismo yanqui, cuya finalidad histórica es la anexión de la isla. La eternidad que esos documentos confieren a "la Revolución" está dada, de hecho, por ese propósito de alcanzar el comunismo. Como el advenimiento del comunismo es un proceso mundial y perpetuo, la "Revolución Cubana", confundida con ese mismo proceso, no puede ser sino eterna. El tercer relato sería, por tanto, una refutación -consciente o no- de la documentación oficial del PCC, ya que supondría que, en caso de normalizarse las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, acabaría la Revolución.
Este relato fue, en esencia, el que desarrolló, con un empaque teórico y retórico más afín al marxismo soviético, Carlos Rafael Rodríguez, en una serie de artículos aparecidos en Cuba socialista, en 1961. Rodríguez admitía que la Revolución no había sido obra de un liderazgo comunista, ni viejo ni nuevo, sino de una corriente revolucionaria radical que, sobre la marcha y respondiendo a conflictos internos y externos, había llegado al socialismo desde otra ideología. Como es sabido, Guevara y Rodríguez se enfrentarían luego de la Crisis de los Misiles o, específicamente, a partir de 1963, por cuestiones como la ley del valor bajo el socialismo, el financiamiento presupuestario de las empresas, el cálculo económico o la valoración del socialismo real en Europa del Este, pero hasta 1961, estaban de acuerdo en lo esencial.
Un relato alternativo aparece desde entonces, a nivel del discurso público y no tanto de la fundamentación teórica o ideológica, y es formulado por el presidente Osvaldo Dorticós en aquel acto en el MINFAR, en junio de 1961. Es un relato más fantasioso, conspirativo y, en el fondo, antimarxista del comunismo cubano, que presenta a éste como la creación de un pequeño grupo de marxistas-leninistas, desde 1953, que asalta el cuartel Moncada, se exilia en México, desembarca en el Granma, organiza la insurrección, entra en La Habana e implementa las primeras leyes revolucionarias, seguros de lo que querían hacer y convencidos de que para lograrlo no sólo debían ocultar sus objetivos sino declarar insistentemente que no eran comunistas, que querían restaurar la Constitución del 40, convocar a elecciones y nacionalizar, en todo caso, algunos servicios públicos y sectores estratégicos de la economía.
Dado que ese "liderazgo" no se limitaba, únicamente, a Fidel y a Raúl Castro, sino que se extendía al núcleo dirigente del Movimiento 26 Julio, como aseguraba Dorticós y como se lee en la Plataforma Programática del PCC, en 1975, entonces habría que suponer que, según ese relato, no sólo ambos Castros sino, también, Abel y Haydée Santamaría, Juan Manuel Márquez, Frank País, René Ramos Latour, Faustino Pérez o Armando Hart, eran marxistas-leninistas que, deliberadamente, aparentaban ser demócratas. A pesar de ser, como decíamos, más místico o conspirativo, o precisamente por eso, este relato fue el que se arraigó con mayor fortuna en los aparatos ideológicos del Estado cubano hasta los años 90. Fidel Castro lo declarará en diciembre de 1961 y luego lo repetirá a toda clase de entrevistadores y biógrafos.
Era por lo visto más consistente, a los ojos de Castro, presentarse como un comunista que, tácticamente, no asume su doctrina, que como un político que se radicaliza ideológicamente sobre la marcha. La radicalización podría ser interpretada como conversión o como oportunismo y no como una verdadera concientización. Lo curioso era que ese mecanismo, el de la concientización o el adoctrinamiento, no era mal visto en relación con la ciudadanía, que según Dorticós y los documentos posteriores del PCC, estaba deformada por la cultura burguesa del antiguo régimen. Se debía reconocer que el pueblo había heredado una cultura burguesa, pero no se podía admitir que los propios dirigentes preservaban algo de esa misma cultura.
Primero con discreción, en los 90, y luego abiertamente, en los últimos años, un tercer relato ha comenzado circular en medios intelectuales y políticos cubanos. Según ese relato, el comunismo no fue un proyecto preconcebido, como aseguraba Osvaldo Dorticós, ni la obra de una radicalización ideológica del gobierno revolucionario, entre 1959 y 1960, como sostenía Carlos Rafael Rodríguez. Fue, en realidad, una respuesta geopolítica al intento de Estados Unidos de derrocar la Revolución desde antes de que ésta triunfara. Este último relato tiene a su favor la buena recepción de ciertas izquierdas metropolitanas, sobre todo en Estados Unidos y Europa, que acostumbran a entender la historia de Cuba en clave del conflicto nación/ imperio y subestiman el papel de las ideas y las instituciones en la construcción del Estado cubano, sobre todo, entre los años 60 y 70.
Según este último relato, el comunismo cubano no ha sido tanto, como aseguran los propios documentos del PCC, un proyecto de transición de una sociedad capitalista a otra socialista -que, a su vez, transitará al orden comunista-, como un mecanismo de defensa de la soberanía nacional contra el imperialismo yanqui, cuya finalidad histórica es la anexión de la isla. La eternidad que esos documentos confieren a "la Revolución" está dada, de hecho, por ese propósito de alcanzar el comunismo. Como el advenimiento del comunismo es un proceso mundial y perpetuo, la "Revolución Cubana", confundida con ese mismo proceso, no puede ser sino eterna. El tercer relato sería, por tanto, una refutación -consciente o no- de la documentación oficial del PCC, ya que supondría que, en caso de normalizarse las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, acabaría la Revolución.
martes, 18 de noviembre de 2014
El presidente Dorticós y la trama oculta del comunismo en Cuba
Osvaldo Dorticós, presidente de Cuba durante los primeros diecisiete años del gobierno revolucionario, aunque bajo el poder real de un Primer Ministro autorizado a "dirigir" el país y sin contrapeso legislativo alguno, es una figura desdibujada en los estudios cubanos. La equivocada identidad entre Revolución, fidelismo o castrismo, en la opinión pública de la isla o el exilio y en los estudios cubanos de ambos lados, ha impedido una comprensión mejor de la arquitectura de la entonces llamada "transición socialista". Además de Dorticós, Ernesto Che Guevara, Raúl Castro, Carlos Rafael Rodríguez, Armando Hart y Antonio Núñez Jiménez, serían algunos de los artífices de ese tránsito.
Dorticós fue el único miembro del Partido Socialista Popular que formó parte del primer gobierno revolucionario, como Ministro Encargado de la Ponencia y Estudio de las Leyes Revolucionarias. Luego del ataque público de Fidel Castro contra Urrutia, que motivó la renuncia de éste en julio de 1959, la jefatura máxima del gobierno debatió si era conveniente entregar la presidencia al ex primer ministro, Miró Cardona, pero finalmente se decidió por Dorticós. La elección demostró ser adecuada para los objetivos del gobierno en los meses siguientes. Luego de las nacionalizaciones de mediados del 60, que en tres meses pusieron el 80% de la economía cubana bajo control del Estado, Dorticós fue uno de los primeros en ofrecer una explicación y un relato de la radicalización comunista del gobierno.
Una fuente clave donde leer la justificación teórica e histórica de aquel giro al comunismo, entre 1960 y 1961, que a principios de este año había provocado, naturalmente, la ruptura de relaciones con Estados Unidos, es la revista Cuba socialista. Desde 1960, dirigentes del PSP, como Carlos Rafael Rodríguez y Aníbal Escalante, comenzaron a publicar análisis que caracterizaban lo que sucedía en Cuba como un "tránsito socialista" o como la entrada de la Revolución en su "fase socialista". Lo que hicieron Castro, Hart, Núñez Jiménez y otros dirigentes, a partir de abril de 1961, fue, en buena medida, importar esa argumentación en los círculos no comunistas del Movimiento 26 de Julio.
Quedaba, sin embargo, el antecedente incómodo de todas las declaraciones anticomunistas del propio Castro, desde los tiempos del Moncada y que, entre 1957 y 1959, se habían intensificado en su permanente contacto con la prensa de Estados Unidos, especialmente, con la de Nueva York. Fue entonces que se fabricó la tesis de que Fidel Castro y sus seguidores más cercanos, en el Movimiento 26 de Julio, eran marxista-leninistas desde antes del asalto al cuartel Moncada, pero que ocultaron sus objetivos por el anticomunismo reinante en la opinión pública de la isla. Osvaldo Dorticós fue uno de los primeros en formular esa tesis, que en 1975 se naturalizó en la documentación programática del Partido Comunista de Cuba.
Pero la tesis de una minoría comunista, de nuevo tipo, que oculta su finalidad para llegar al poder y que coincide, por cierto, con el discurso oficial del régimen de Batista desde 1953, llevaba aparejada otra, sobre la incapacidad del pueblo cubano para asimilar las ideas marxistas. Ese pueblo estaba apto comprender el "tránsito socialista" como un hecho consumado, pero no para traducirlo doctrinalmente como voluntad general. No creo que antes -o después- se haya producido una idea tan clara de la Revolución Cubana como un proceso de adoctrinamiento de las masas a través de los hechos, similar al despertar de un sueño. En junio de 1961, dos meses después de la declaración del carácter "socialista" de la Revolución, esto decía Dorticós:
"En efecto, para gran parte de nuestra población -digámoslo con absoluta franqueza- aún para gran parte de nuestros trabajadores, las ideas socialistas, que son las ideas revolucionarias de la actual época histórica, solo por el nombre asustaban. La gran propaganda tradicional, totalizadora, de que habíamos sido víctimas, esa gran conjura de la mentira que el imperialismo había impuesto en nuestro país, impedía, inclusive, que aquellos que nada tenían que perder con una Revolución de naturaleza socialista, y tenían todo por ganar, tuvieran hasta cierto punto temor y muchos prejuicios frente a la palabra, frente al término y frente a la calificación, no frente a los hechos. Tan es así, que los hechos ocurrieron en Cuba, se nacionalizaron las industrias, se nacionalizó la banca, se estableció el monopolio estatal del comercio exterior, es decir, se socializó la parte principal de nuestra economía, y el pueblo y la clase trabajadora entera aplaudió aquella transformación. El pueblo se solidarizó con esa transformación revolucionaria de nuestra economía, y un buen día descubrió o confirmó que eso que aplaudía, era una Revolución socialista".
Dorticós fue el único miembro del Partido Socialista Popular que formó parte del primer gobierno revolucionario, como Ministro Encargado de la Ponencia y Estudio de las Leyes Revolucionarias. Luego del ataque público de Fidel Castro contra Urrutia, que motivó la renuncia de éste en julio de 1959, la jefatura máxima del gobierno debatió si era conveniente entregar la presidencia al ex primer ministro, Miró Cardona, pero finalmente se decidió por Dorticós. La elección demostró ser adecuada para los objetivos del gobierno en los meses siguientes. Luego de las nacionalizaciones de mediados del 60, que en tres meses pusieron el 80% de la economía cubana bajo control del Estado, Dorticós fue uno de los primeros en ofrecer una explicación y un relato de la radicalización comunista del gobierno.
Una fuente clave donde leer la justificación teórica e histórica de aquel giro al comunismo, entre 1960 y 1961, que a principios de este año había provocado, naturalmente, la ruptura de relaciones con Estados Unidos, es la revista Cuba socialista. Desde 1960, dirigentes del PSP, como Carlos Rafael Rodríguez y Aníbal Escalante, comenzaron a publicar análisis que caracterizaban lo que sucedía en Cuba como un "tránsito socialista" o como la entrada de la Revolución en su "fase socialista". Lo que hicieron Castro, Hart, Núñez Jiménez y otros dirigentes, a partir de abril de 1961, fue, en buena medida, importar esa argumentación en los círculos no comunistas del Movimiento 26 de Julio.
Quedaba, sin embargo, el antecedente incómodo de todas las declaraciones anticomunistas del propio Castro, desde los tiempos del Moncada y que, entre 1957 y 1959, se habían intensificado en su permanente contacto con la prensa de Estados Unidos, especialmente, con la de Nueva York. Fue entonces que se fabricó la tesis de que Fidel Castro y sus seguidores más cercanos, en el Movimiento 26 de Julio, eran marxista-leninistas desde antes del asalto al cuartel Moncada, pero que ocultaron sus objetivos por el anticomunismo reinante en la opinión pública de la isla. Osvaldo Dorticós fue uno de los primeros en formular esa tesis, que en 1975 se naturalizó en la documentación programática del Partido Comunista de Cuba.
Pero la tesis de una minoría comunista, de nuevo tipo, que oculta su finalidad para llegar al poder y que coincide, por cierto, con el discurso oficial del régimen de Batista desde 1953, llevaba aparejada otra, sobre la incapacidad del pueblo cubano para asimilar las ideas marxistas. Ese pueblo estaba apto comprender el "tránsito socialista" como un hecho consumado, pero no para traducirlo doctrinalmente como voluntad general. No creo que antes -o después- se haya producido una idea tan clara de la Revolución Cubana como un proceso de adoctrinamiento de las masas a través de los hechos, similar al despertar de un sueño. En junio de 1961, dos meses después de la declaración del carácter "socialista" de la Revolución, esto decía Dorticós:
"En efecto, para gran parte de nuestra población -digámoslo con absoluta franqueza- aún para gran parte de nuestros trabajadores, las ideas socialistas, que son las ideas revolucionarias de la actual época histórica, solo por el nombre asustaban. La gran propaganda tradicional, totalizadora, de que habíamos sido víctimas, esa gran conjura de la mentira que el imperialismo había impuesto en nuestro país, impedía, inclusive, que aquellos que nada tenían que perder con una Revolución de naturaleza socialista, y tenían todo por ganar, tuvieran hasta cierto punto temor y muchos prejuicios frente a la palabra, frente al término y frente a la calificación, no frente a los hechos. Tan es así, que los hechos ocurrieron en Cuba, se nacionalizaron las industrias, se nacionalizó la banca, se estableció el monopolio estatal del comercio exterior, es decir, se socializó la parte principal de nuestra economía, y el pueblo y la clase trabajadora entera aplaudió aquella transformación. El pueblo se solidarizó con esa transformación revolucionaria de nuestra economía, y un buen día descubrió o confirmó que eso que aplaudía, era una Revolución socialista".
viernes, 14 de noviembre de 2014
El joven Hart y el comunismo
Entre 1957 y 1960, es decir, durante cuatro años seguidos, tuvo lugar un debate mal conocido y, sobre todo, mal editado, en el núcleo de lo que pronto sería la nueva clase política revolucionaria, sobre el comunismo en Cuba. Cuál era o cuál debía ser la ideología de la Revolución fueron, hasta el verano de 1960, cuando arranca la fulminante estatalización de la economía y la sociedad cubanas, las preguntas centrales de esa querella oculta.
La polémica venía de antes, desde los tiempos en que Mario Llerena, a nombre de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio, redactaba el programa Nuestra Razón, en la ciudad de México. Pero estalla, por vía epistolar, en los últimos meses de 1957 con el lanzamiento del Pacto de Miami. Varios líderes del Llano, como hemos comentado aquí, se opusieron a la desautorización de aquella alianza con partidos liberales y democráticos, por parte de Fidel Castro, y discutieron abiertamente las ideas comunistas del Che Guevara y Raúl Castro.
El único de los líderes del Llano, que entonces objetó la tesis comunista, y luego sobrevivió en la cúpula del poder revolucionario, fue Armando Hart. Los otros, Faustino Pérez y Enrique Oltuski, Carlos Franqui y René Ramos Latour, quedaron fuera del máximo círculo de confianza más temprano que tarde. Ramos Latour murió poco después de aquellas polémicas en la Sierra y Franqui, director del periódico Revolución y promotor cultural en la primera mitad de los 60, acabó exiliado. Pérez y Oltuski, ministros del primer gobierno revolucionario, fueron sustituidos durante las crisis del gabinete de fines de 1959 y principios de 1960. Crisis que, como todas hasta entonces -renuncia de Miró Cardona como Primer Ministro, de Urrutia como Presidente, arresto y condena de Huber Matos- tuvieron como telón de fondo el debate sobre el comunismo.
Armando Hart se involucró intensamente en aquella polémica entre la Sierra y el Llano a fines de 1957. En varias cartas a Fidel Castro y a Celia Sánchez se queja de la incomprensión de los jefes militares de la Sierra, pero también del comportamiento gangsteril de líderes del Llano, enviados expresamente de la Sierra para controlar la clandestinidad, como René Rodríguez. En una carta a Castro, de octubre de 1957, dice Hart:
"Me quedaría con algo por dentro si te ocultase que no me gustó la actitud mental con que enfocas en la última carta a Aly (Celia) las relaciones entre el Movimiento en la Sierra y fuera de la Sierra. Hablas en tu carta de que antes Aly (Celia) se consideraba parte de la Sierra y ahora está pensando como "ellos" (te refieres al Comité de Dirección fuera de la Sierra)…. Fidel, queremos que nos consideres como parte de una misma cosa, como nosotros les hemos considerado siempre a Uds; incluso algunos compañeros responsabilizados aquí como Daniel (René Ramos Latour) y Fausto (Faustino Pérez) estuvieron con ustedes allá"
En otra carta, dirigida al Che Guevara, Hart defiende resueltamente al Llano y ataca el caudillismo. Y lo hace a través del rancio argumento sobre el "espíritu español" de América, que cobra todo sentido si se tiene en cuenta quién es el destinatario:
"El cubano, como buen heredero del espíritu español, es extraordinariamente individualista y le es difícil asimilar el sentido de la palabra "organización". Sostengo incluso que éste ha sido el primer inconveniente con que nos hemos enfrentado los pueblos del Sur del Río Grande que Martí llamó "América Nuestra", para vencer a los enemigos tradicionales de nuestras libertades y de nuestro destino superior en el mundo. Te parto de esta concepción filosófica para caer en otra cosa muy concreta y que es mi primera preocupación de hoy: la necesidad de mantener a todo rigor los cuadros de la organización fuera de la Sierra".
A medida que se van agriando las discusiones, luego de las intervenciones del Che Guevara y Raúl Castro en el debate, Hart va perdiendo el ánimo:
"Siento la amargura de la incomprensión. En el fondo lo que siento es el significado que tiene todo esto. Me parece comprender cada día mejor la razón del fracaso de las dos grandes revoluciones, la del 95 y la del 33. Nunca he comprendido mejor a Frank País, cuando en carta a Karín (Haydée Santamaría), con ocasión del asesinato de su hermano Jossué, dijo: "quizá le haya tocado mejor suerte porque a nosotros no sabemos qué nos depara el destino".
Aún así, Hart mantiene a toda costa la lealtad. No a la Sierra o al Llano, al comunismo o a la democracia, sino a Alex, es decir, a Fidel Castro:
"Yo, que me creo el más radical de nosotros (las circunstancias me obligan a hacer esta manifestación) en el aspecto político del pensamiento revolucionario, me responsabilizo históricamente con lo que hicimos y he de solicitar de Alex que si no aceptan las proposiciones del Movimiento iniciemos un barraje brutal contra Prío y comparsa. Si se aceptan los planteamientos he de discutir con Alex cómo desenvolver lo planteado, la fórmula de la Sierra (se refiere al "Manifiesto de la Sierra", firmado por Castro, Pazos y Chibás), que es idéntico a lo que nosotros hemos hecho. Si se quiere ir un paso más adelante del de la fórmula de la Sierra, debemos discutir una estrategia amplia que ya tengo pensada desde hace semanas con respecto a la lucha revolucionaria y a planteamientos programáticos y de transformaciones sociales y económicas".
En esencia, lo que dice Hart es que se suma con lealtad a cualquiera de los dos proyectos, el socialdemócrata defendido por Ramos Latour o el comunista defendido por el Che Guevara. En todo caso, no es dato menor, que el 15 de diciembre de 1957, ya en la Sierra Maestra, Hart escriba lo siguiente a Manuel Urrutia:
"Con estas líneas va la confianza de que, aunque la situación ha variado algo desde nuestra última conversación, no por ello dejará usted de aceptar el más alto honor a cubano alguno en la hora presente: el de aparecer como candidato a la primera magistratura del Estado de una juventud que lo está dando todo a cambio sólo de la honra de ser fiel a la tradición mambisa. Es decir, a la tradición puramente democrática y en modo alguno comunista de nuestros libertadores".
Esta mezcla de lealtad y pragmatismo fue la que permitió a Hart, casado con Haydée Santamaría, sobrevivir a todas las purgas imaginables. Entre 1959 y 1960, siendo ya Ministro de Educación, Hart nunca utilizó un lenguaje marxista. En cambio, en 1961, en plena Campaña de Alfabetización, iniciaba sus informes con citas de Marx y hablaba de erradicar el "humanismo burgués" y abrazar la "concepción científica del marxismo-leninismo". Cuando en 1965, se forma el nuevo Partido Comunista de Cuba, en una coyuntura tremendamente desfavorable para la corriente pro-soviética, representada por Blas Roca y Carlos Rafael Rodríguez, Hart deja el Ministerio de Educación en manos de José Llanusa y es nombrado Secretario de Organización del nuevo partido.
De esa época data una interesante correspondencia con el Che Guevara, quien ya desplazado de la clase política cubana, se preparaba para lanzar sus guerrillas en el Congo y Bolivia. Guevara era muy mal visto por la cúpula comunista habanera y soviética, por sus críticas a la falta de solidaridad de la URSS con los movimientos descolonizadores del Tercer Mundo. En una amistosa carta a Hart, de diciembre de 1965, recogida por vez primera en los Apuntes filosóficos (2012) de Guevara, éste lo felicita por su nombramiento -el encabezado es disfrutable: "Mi querido Secretario: Te felicito por la oportunidad que te han dado de ser Dios; tienes 6 días para ello"- y le propone un gran proyecto editorial desde las publicaciones del nuevo PCC, que rescate al marxismo revisionista occidental, empezando por Proudhon y siguiendo con Kautsky, Luxemburgo, Hilferding y Trotski.
Pero a Guevara le interesa entonces, también, el pensamiento liberal, clásico y moderno. Dentro de los textos a editar por aquel ambicioso proyecto estarían Adam Smith, los fisiócratas, Marshall, Keynes, Schumpeter y otros pensadores económicos del siglo XX. Las palabras finales de Guevara dejaban traslucir la certeza de que era una fantasía pensar algo así, incluso en aquella Cuba, más heterodoxa de la que vendría después. Pero también trasmitían el grado de aislamiento de Guevara en esa nueva clase política, donde Hart se afincaría en las décadas siguientes: "te escribí a tí porque mi conocimiento de los actuales responsables de la orientación ideológica es pobre y, tal vez, no fuera prudente hacerlo por otras consideraciones (no sólo la del seguidismo, que también cuenta)".
La polémica venía de antes, desde los tiempos en que Mario Llerena, a nombre de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio, redactaba el programa Nuestra Razón, en la ciudad de México. Pero estalla, por vía epistolar, en los últimos meses de 1957 con el lanzamiento del Pacto de Miami. Varios líderes del Llano, como hemos comentado aquí, se opusieron a la desautorización de aquella alianza con partidos liberales y democráticos, por parte de Fidel Castro, y discutieron abiertamente las ideas comunistas del Che Guevara y Raúl Castro.
El único de los líderes del Llano, que entonces objetó la tesis comunista, y luego sobrevivió en la cúpula del poder revolucionario, fue Armando Hart. Los otros, Faustino Pérez y Enrique Oltuski, Carlos Franqui y René Ramos Latour, quedaron fuera del máximo círculo de confianza más temprano que tarde. Ramos Latour murió poco después de aquellas polémicas en la Sierra y Franqui, director del periódico Revolución y promotor cultural en la primera mitad de los 60, acabó exiliado. Pérez y Oltuski, ministros del primer gobierno revolucionario, fueron sustituidos durante las crisis del gabinete de fines de 1959 y principios de 1960. Crisis que, como todas hasta entonces -renuncia de Miró Cardona como Primer Ministro, de Urrutia como Presidente, arresto y condena de Huber Matos- tuvieron como telón de fondo el debate sobre el comunismo.
Armando Hart se involucró intensamente en aquella polémica entre la Sierra y el Llano a fines de 1957. En varias cartas a Fidel Castro y a Celia Sánchez se queja de la incomprensión de los jefes militares de la Sierra, pero también del comportamiento gangsteril de líderes del Llano, enviados expresamente de la Sierra para controlar la clandestinidad, como René Rodríguez. En una carta a Castro, de octubre de 1957, dice Hart:
"Me quedaría con algo por dentro si te ocultase que no me gustó la actitud mental con que enfocas en la última carta a Aly (Celia) las relaciones entre el Movimiento en la Sierra y fuera de la Sierra. Hablas en tu carta de que antes Aly (Celia) se consideraba parte de la Sierra y ahora está pensando como "ellos" (te refieres al Comité de Dirección fuera de la Sierra)…. Fidel, queremos que nos consideres como parte de una misma cosa, como nosotros les hemos considerado siempre a Uds; incluso algunos compañeros responsabilizados aquí como Daniel (René Ramos Latour) y Fausto (Faustino Pérez) estuvieron con ustedes allá"
En otra carta, dirigida al Che Guevara, Hart defiende resueltamente al Llano y ataca el caudillismo. Y lo hace a través del rancio argumento sobre el "espíritu español" de América, que cobra todo sentido si se tiene en cuenta quién es el destinatario:
"El cubano, como buen heredero del espíritu español, es extraordinariamente individualista y le es difícil asimilar el sentido de la palabra "organización". Sostengo incluso que éste ha sido el primer inconveniente con que nos hemos enfrentado los pueblos del Sur del Río Grande que Martí llamó "América Nuestra", para vencer a los enemigos tradicionales de nuestras libertades y de nuestro destino superior en el mundo. Te parto de esta concepción filosófica para caer en otra cosa muy concreta y que es mi primera preocupación de hoy: la necesidad de mantener a todo rigor los cuadros de la organización fuera de la Sierra".
A medida que se van agriando las discusiones, luego de las intervenciones del Che Guevara y Raúl Castro en el debate, Hart va perdiendo el ánimo:
"Siento la amargura de la incomprensión. En el fondo lo que siento es el significado que tiene todo esto. Me parece comprender cada día mejor la razón del fracaso de las dos grandes revoluciones, la del 95 y la del 33. Nunca he comprendido mejor a Frank País, cuando en carta a Karín (Haydée Santamaría), con ocasión del asesinato de su hermano Jossué, dijo: "quizá le haya tocado mejor suerte porque a nosotros no sabemos qué nos depara el destino".
Aún así, Hart mantiene a toda costa la lealtad. No a la Sierra o al Llano, al comunismo o a la democracia, sino a Alex, es decir, a Fidel Castro:
"Yo, que me creo el más radical de nosotros (las circunstancias me obligan a hacer esta manifestación) en el aspecto político del pensamiento revolucionario, me responsabilizo históricamente con lo que hicimos y he de solicitar de Alex que si no aceptan las proposiciones del Movimiento iniciemos un barraje brutal contra Prío y comparsa. Si se aceptan los planteamientos he de discutir con Alex cómo desenvolver lo planteado, la fórmula de la Sierra (se refiere al "Manifiesto de la Sierra", firmado por Castro, Pazos y Chibás), que es idéntico a lo que nosotros hemos hecho. Si se quiere ir un paso más adelante del de la fórmula de la Sierra, debemos discutir una estrategia amplia que ya tengo pensada desde hace semanas con respecto a la lucha revolucionaria y a planteamientos programáticos y de transformaciones sociales y económicas".
En esencia, lo que dice Hart es que se suma con lealtad a cualquiera de los dos proyectos, el socialdemócrata defendido por Ramos Latour o el comunista defendido por el Che Guevara. En todo caso, no es dato menor, que el 15 de diciembre de 1957, ya en la Sierra Maestra, Hart escriba lo siguiente a Manuel Urrutia:
"Con estas líneas va la confianza de que, aunque la situación ha variado algo desde nuestra última conversación, no por ello dejará usted de aceptar el más alto honor a cubano alguno en la hora presente: el de aparecer como candidato a la primera magistratura del Estado de una juventud que lo está dando todo a cambio sólo de la honra de ser fiel a la tradición mambisa. Es decir, a la tradición puramente democrática y en modo alguno comunista de nuestros libertadores".
Esta mezcla de lealtad y pragmatismo fue la que permitió a Hart, casado con Haydée Santamaría, sobrevivir a todas las purgas imaginables. Entre 1959 y 1960, siendo ya Ministro de Educación, Hart nunca utilizó un lenguaje marxista. En cambio, en 1961, en plena Campaña de Alfabetización, iniciaba sus informes con citas de Marx y hablaba de erradicar el "humanismo burgués" y abrazar la "concepción científica del marxismo-leninismo". Cuando en 1965, se forma el nuevo Partido Comunista de Cuba, en una coyuntura tremendamente desfavorable para la corriente pro-soviética, representada por Blas Roca y Carlos Rafael Rodríguez, Hart deja el Ministerio de Educación en manos de José Llanusa y es nombrado Secretario de Organización del nuevo partido.
De esa época data una interesante correspondencia con el Che Guevara, quien ya desplazado de la clase política cubana, se preparaba para lanzar sus guerrillas en el Congo y Bolivia. Guevara era muy mal visto por la cúpula comunista habanera y soviética, por sus críticas a la falta de solidaridad de la URSS con los movimientos descolonizadores del Tercer Mundo. En una amistosa carta a Hart, de diciembre de 1965, recogida por vez primera en los Apuntes filosóficos (2012) de Guevara, éste lo felicita por su nombramiento -el encabezado es disfrutable: "Mi querido Secretario: Te felicito por la oportunidad que te han dado de ser Dios; tienes 6 días para ello"- y le propone un gran proyecto editorial desde las publicaciones del nuevo PCC, que rescate al marxismo revisionista occidental, empezando por Proudhon y siguiendo con Kautsky, Luxemburgo, Hilferding y Trotski.
Pero a Guevara le interesa entonces, también, el pensamiento liberal, clásico y moderno. Dentro de los textos a editar por aquel ambicioso proyecto estarían Adam Smith, los fisiócratas, Marshall, Keynes, Schumpeter y otros pensadores económicos del siglo XX. Las palabras finales de Guevara dejaban traslucir la certeza de que era una fantasía pensar algo así, incluso en aquella Cuba, más heterodoxa de la que vendría después. Pero también trasmitían el grado de aislamiento de Guevara en esa nueva clase política, donde Hart se afincaría en las décadas siguientes: "te escribí a tí porque mi conocimiento de los actuales responsables de la orientación ideológica es pobre y, tal vez, no fuera prudente hacerlo por otras consideraciones (no sólo la del seguidismo, que también cuenta)".
lunes, 10 de noviembre de 2014
Marx después del muro
Se cumplen por estos días,
veinticinco años de la caída del Muro de Berlín y del fin de los socialismos reales
en Europa del Este. A aquel invierno de 1989 sobrevinieron, en dos o tres años,
la desintegración de la URSS y el colapso del bloque soviético. Veinticinco
años que han refutado los vaticinios más idílicos de entonces, que hablaban de
“últimos hombres”, “fines de la historia” o albores del reino definitivo de la libertad.
Uno de los augurios contrariados, en las décadas que han seguido a la caída del Muro de Berlín, es el de la decadencia, junto con los regímenes comunistas y las economías planificadas, de la teoría marxista. No exageran quienes afirman que la obra de Karl Marx se ha vuelto más importante para las ciencias sociales e, incluso, para la esfera pública de Occidente, de lo que era entre los años 70 y 80, antes de la desintegración de la URSS.
Uno de los augurios contrariados, en las décadas que han seguido a la caída del Muro de Berlín, es el de la decadencia, junto con los regímenes comunistas y las economías planificadas, de la teoría marxista. No exageran quienes afirman que la obra de Karl Marx se ha vuelto más importante para las ciencias sociales e, incluso, para la esfera pública de Occidente, de lo que era entre los años 70 y 80, antes de la desintegración de la URSS.
Desde fines de los 90 y, especialmente, a partir de la
crisis económica mundial de 2008, se han escrito decenas de biografías y estudios
sobre Marx y algunos de ellos se han convertido en auténticos best sellers del mercado global del
libro. En 1999, el británico Francis Wheen escribió una espléndida biografía de
Marx, que completó, en 2006, con una historia de la escritura de El Capital.
Más recientemente, un académico norteamericano, el
historiador de la Universidad de Missouri, Jonathan Sperber, escribió otra
biografía, Karl Marx. A Nineteenth
Century Life (2013), que reforzó la imagen mundana, de caballero
victoriano, que atribuyó Wheen al pensador alemán. En sentido contrario a Wheen
y Sperber, el biógrafo de Friedrich Engels, Tristram Hunt, en su libro Marx’s General (2013), prefirió
concentrarse en la vida conspirativa y revolucionaria de los fundadores del
marxismo.
Historiadores, filósofos y sociólogos como Eric Hobsbawm,
Terry Eagleton y Göran Therborn también dedicaron libros a Marx y al marxismo
en los últimos años, que hemos comentado en este blog. Pero ninguno de ellos ha tenido el éxito del volumen del
joven economista francés, Thomas Piketty, Le
Capital au XXI siècle (2013), que aparece este año, en español, en el Fondo
de Cultura Económica. Paul Krugman y Joseph Stiglitz han consagrado a Piketty
como la nueva estrella de la economía global.
Piketty se inspira en Marx para sostener que, en la
actualidad, la acumulación de capital es mayor que el crecimiento real de la
economía global, por lo que, a su juicio, el aumento la desigualdad social y la
disparidad en la distribución del ingreso son constantes. El éxito del libro de
Piketty trasciende, por lo visto, el mercado de los diagnósticos de la crisis
de 2008 y afirma la vigencia del pensamiento de Marx en el siglo XXI.
A esta lista de estudiosos de Marx, en las últimas
décadas, habría que agregar la nutrida corriente de pensamiento, autodenominada
“neomarxista” (Zizek, Rancière, Badiou, Hardt, Negri, Butler, Laclau, Buck-Morss,
Bosteels…), que ha colonizado teóricamente los estudios culturales, sobre todo,
en la academia norteamericana. Nunca antes la idea comunista había ejercido
tanto atractivo en la juventud universitaria de Estados Unidos.
Esta paradoja de un revival
del marxismo después del comunismo se explica no sólo por la última crisis
del capitalismo sino por la ausencia de un poder comunista mundial, como el de
la era soviética, que, por su estructura totalitaria, restaba popularidad a esa
teoría. El capitalismo global y la universalización de la democracia favorecen
esta vuelta a su gran crítico, en el siglo XIX, y confirman a Marx como una marca
de la cultura occidental.
viernes, 7 de noviembre de 2014
La madre de todas las polémicas
Ahora que tanto se escribe sobre las "polémicas culturales" de los años 60, en Cuba, tal vez convenga regresar al origen de todos aquellos debates. Un origen ideológico -muchas veces lo "cultural" funciona, en los estudios cubanos, como eufemismo de lo ideológico o, estrictamente, de lo político-, que, luego de aniquilar toda posibilidad de un proyecto liberal, republicano o democrático, dentro del campo intelectual revolucionario, se reducía a dos alternativas: el comunismo pro-soviético u otro tipo de socialismo, más cercano a las tradiciones de la izquierda nacionalista o populista latinoamericana o a la social democracia europea. La primera vez que, dentro de la esfera ideológica revolucionaria, aparece nítidamente esta contradicción es en la polémica epistolar que sostuvieron el Che Guevara, ya comandante del Ejército Rebelde, y René Ramos Latour, líder de la clandestinidad del Movimiento de 26 de Julio y sustituto, en Santiago de Cuba, de Frank País, luego del asesinato de éste, en el verano de 1957.
Las divergencias entre los dirigentes del Llano (Faustino Pérez, Armando Hart, Enrique Oltuski, Frank País, René Ramos Latour…) y de la Sierra (los dos Castro y Guevara, fundamentalmente) estallaron desde antes de la muerte de País, pero se agudizaron a fines de año, cuando la dirigencia urbana pactó con políticos "auténticos" y "ortodoxos", exiliados en Miami, como el ex presidente Carlos Prío Socarrás y los líderes de la ortodoxia Roberto Agramonte y Manuel Bisbé. A nombre del 26 de Julio, Felipe Pazos y Léster Rodríguez firmaron el Pacto de Miami, con esos y otros políticos de la oposición pacífica, como Manuel Antonio de Varona y José Miró Cardona. A pesar de que Castro había firmado el Manifiesto de la Sierra, con Pazos, en marzo del 57, que proponía más o menos lo mismo que el Pacto de Miami, y de que los representantes del 26 de Julio en el exilio, Mario Llerena y Raúl Chibás, tenían instrucciones de negociar con aquellos políticos, los jefes de la Sierra montaron en cólera, reprendieron a los dirigentes del Llano y llegaron a pedir que Pazos y Rodríguez fueran declarados "traidores a la Revolución" y fusilados.
Luego de la desautorización del Pacto de Miami, por Fidel Castro, el 14 de diciembre de 1957, esto escribía el Che Guevara a
Ramos Latour:
Pertenezco
por mi preparación ideológica a los que creen que la solución de los problemas
del mundo está detrás de la llamada cortina de hierro y tomo este movimiento
como uno de los tantos provocados por el afán de la burguesía de liberarse de
las cadenas económicas del imperialismo. Consideré siempre a Fidel como un
auténtico líder de la burguesía de izquierda, aunque su figura está realzada
por cualidades personales de extraordinaria brillantez que lo colocan muy por
arriba de su clase. Con ese espíritu inicié la lucha: honradamente sin esperanza
de ir más allá de la liberación del país, dispuesto a irme cuando las
condiciones de la lucha posterior giraran a la derecha (hacia lo que Uds.
Representan) toda la acción del Movimiento. Pareciéndome imposible lo que
después supe, es decir, que se tergiversaba así la voluntad de quien es
auténtico líder y motor único del Movimiento, pensé lo que me avergüenzo de
haber pensado.
Ramos Latour, que en
octubre había subido a la Sierra a debatir la idea del Pacto de Miami con los comandantes, responde a Guevara:
Supe
desde que te conocí de tu preparación ideológica y jamás hube de referirme a
ello. No es ahora el momento de discutir “donde está la salvación del mundo”.
Quiero sólo dejar constancia de nuestra opinión, que por supuesto es
enteramente distinta de la tuya. Considero que no hay en la Dirección Nacional
del Movimiento ningún representante de “la derecha” y sí un grupo de hombres
que aspiran a llevar adelante con la liberación de Cuba, la Revolución que,
iniciada en el pensamiento político de José Martí, luego de su peregrinar por
las tierras americanas, se vio frustrada por la intervención del gobierno de
los Estados Unidos en el proceso revolucionario. Nuestras diferencias
fundamentales consisten en que a nosotros nos preocupa poner en manos de los
pueblos tiranizados de “nuestra América” los gobiernos, que respondiendo a sus
ansias de Libertad y Progreso, sepan mantenerse estrechamente unidos para
garantizar sus derechos como naciones libres y hacerlos respetar por las
grandes potencias.
Y agrega:
Nosotros
queremos una América fuerte, dueña de su propio destino, una América que se
enfrente altiva a los Estados Unidos, Rusia, China o cualquier potencia que
trate de atentar contra su independencia económica y política. En cambio los
que tienen tu preparación ideológica piensan que la solución a nuestros males
está en liberarnos del nocivo dominio “yanqui” por medio del no menos nocivo
dominio “soviético”…. En cuanto a mí,
puedo decirte que me considero un obrero; como obrero trabajé hasta que
renuncié a mi salario por incorporarme a las Fuerzas Revolucionarias de la
Sierra, abandonando al mismo tiempo mis estudios de Ciencias Sociales y Derecho
Político, que había emprendido con la esperanza de prepararme debidamente para
servir mejor a mi pueblo. Soy obrero, pero no de los que militan en el Partido
Comunista y se preocupan grandemente por los problemas de Hungría y Egipto, que
no pueden resolver, y no son capaces de renunciar a sus puestos e incorporarse
al proceso revolucionario que tiene, como fin inmediato, el derrocamiento de
una oprobiosa dictadura.
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