Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

jueves, 19 de octubre de 2023

Ítalo Calvino y la escritura de la voluntad





En “La espina dorsal” (1955), conferencia del volumen Punto y aparte (1980), Ítalo Calvino recordaba a Antonio Gramsci para sostener que la literatura era un acto de voluntad, por medio del cual se afirmaba un ser que no era otro, al fin y al cabo, que el ser del escritor mismo. Veía entonces superadas o “debilitadas” sus ansias juveniles de una “literatura comprometida”, que había intentado en las primeras novelas neorrealistas, y anunciaba el giro a la ficción fantástica que se verificaría con la serie Nuestros antepasados (1952-1960). 

 La conferencia fue pronunciada en el Pen Club de Florencia un año antes de la renuncia de Calvino al Partido Comunista Italiano, tras el respaldo de éste a la invasión soviética de Hungría. Luego de la primera novela de aquella serie, El vizconde demediado (1952), y en medio de su decepción con el PCI, Calvino escribió la segunda, El barón rampante (1957), que perfiló el sentido de la trilogía que culminaría con El caballero inexistente (1960). Las tres novelas contaban los dilemas del desdoblamiento o la confusión identitaria: un personaje duplicado por una bala en la guerra, un hermano que vive en los árboles y el otro en la tierra, un soldado que debe su nombre y su persona a una armadura. 

 En los tres casos, la definición del ser por obra de la voluntad: esa verdadera gesta de la vida, según Calvino, que aprendió en sus lecturas de Cesare Pavese, Joseph Conrad y Jorge Luis Borges, tal vez, los escritores que más admiró y estudió. Aquellos antecedentes hacen más comprensible su experiencia en Cuba, en los años 60, cuando viajó a la isla en busca de los rastros de sus padres, el agrónomo Mario Calvino y la botánica y naturalista Eva Mameli. 

  Calvino padre residió en México desde 1909 y formó parte de la Sociedad Agrícola Mexicana, al punto de ser nombrado Jefe del Departamento de Agricultura del Estado de Yucatán, en Mérida, en 1915. Dos años después, Mario Calvino sería contratado como director de la Estación Experimental de Agronomía de Santiago de las Vegas, en las afueras de La Habana. Ahí nació el escritor hace cien años y esa sería la razón –más buena dosis del entusiasmo que la Revolución cubana produjo en la izquierda italiana- de su viaje a la isla en 1964, como jurado del Premio Casa de las Américas. 

  En sus colaboraciones en la revista Casa de aquellos años, especialmente, en el relato autobiográfico “El camino de San Giovanni” (1964), que adelanta pasajes de sus memorias Ermitaño en París (1974), y en el ensayo “El hecho histórico y la imaginación en la novela” (1964), es posible leer la combinación de motivos que lo llevaron a Cuba, donde se casaría con la traductora argentina Esther Judith Singer. 

 Pero la historia de aquel reencuentro no estaría completa sin el desencanto que produjo, en Calvino y otros intelectuales de la izquierda italiana de los años 60, como Alberto Moravia, Pier Paolo Pasolini, Lucio Magri, Rossana Rossanda, Dacia Maraini, Lorenzo Tornabuoni o Giulio Einaudi, el arresto y la autoinculpación de los poetas cubanos Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé en 1971. 

  Padilla compartía con Calvino la admiración por los poemas de Cesare Pavese, cuyos versos utilizó como epígrafes en el libro Fuera del juego (1968). Todavía en sus últimas novelas, El castillo de los destinos cruzados (1969), Las ciudades invisibles (1972) y Si una noche de invierno un viajero (1979), el escritor italiano reafirmó su idea de la literatura como exposición del ser del escritor o como escritura de la voluntad del yo. 

  Muy lejos estaban aquellas ficciones de los devaneos juveniles sobre la “antítesis obrera” o, incluso, de una posible “planificación literaria”, como la esbozada a partir de la obra de Elio Vittorini. El Calvino novelista, que acaba naturalizado como referente central de la literatura latinoamericana, especialmente en los años del boom, es el que no pondrá en duda la autonomía estética del escritor y sus ficciones. Una premisa innegociable de sus seis propuestas para la literatura de este milenio, cada vez más vigentes en la tercera década del siglo XXI.

domingo, 8 de octubre de 2023

El Sur Global en la Bienal de Venecia



La Bienal de Venecia ha sido siempre una vitrina propicia para la cultura global. La condición fronteriza de Italia, entre el Tirreno, el Adriático y el Mediterráneo, entre la Europa del Oeste y la del Este, además de sus conexiones africanas y árabes, se reafirman en el magno evento veneciano. Este año, la Bienal de Arquitectura ha llamado a la presentación de proyectos urbanos sustentables. 

Un recorrido por los pabellones nacionales permite advertir las preocupaciones comunes del Sur global, pero también las pronunciadas diferencias entre algunos de sus principales países. Brasil, Argentina, Venezuela y Uruguay son las naciones latinoamericanas que, más protagónicamente, intervienen en la Bienal de Venecia. 

De las cuatro, sólo tres, Brasil, Uruguay y Venezuela, son las únicas que mantienen pabellones nacionales permanentes en los Giardini de Venecia. Durante un tiempo, el Instituto Internacional Italo-Latinoamericano (IILA) propició la instalación de pabellones o muestras temporales de otros países, como México, Chile y Cuba, en las bienales venecianas. En ocasiones, aunque el país no posea un espacio propio, algunos cineastas y artistas han tenido una presencia destacada en ese foro. 

 Fue así como, durante la Guerra Fría y gracias a la gestión del político Carlo Ripa de Meana, primero comunista y luego socialista, hubo bienales dedicadas a Chile, como la de 1974, fuertemente orientada a defender la experiencia de gobierno de Salvador Allende y Unidad Popular, en contra de la dictadura de Augusto Pinochet. Ripa también promovió, con Alberto Moravia y otros intelectuales de la izquierda italiana, bienales dedicadas a la disidencia cultural en la Unión Soviética y Europa del Este. 

De ese enfoque de contrapeso en la Guerra Fría se derivó un interés en el arte y el cine cubanos entre los años 60 y 80, que explicaría la asistencia de cineastas como Tomás Gutiérrez Alea y Humberto Solás y artistas como Wifredo Lam, René Portocarrero, Flavio Garciandía y José Bedia. Este año, con la convocatoria sobre desarrollo sustentable, se observa también una orientación globalista, que toma distancia de la ascendente derecha xenofóbica y nativista italiana, parcialmente reflejada en el gobierno de Giorgia Meloni. 

El clarísimo protagonismo de países como China, Sudáfrica y Brasil así lo trasmite. En el caso de los latinoamericanos es notable el fuerte ecologismo de las muestras. La de Brasil, titulada “Tierra” y curada por Gabriela de Matos y Paulo Tavares, está centrada en las representaciones arquitectónicas y urbanísticas de las comunidades indígenas y afrodescendientes de Brasil. En la misma línea está la de Perú, que recorre el cauce y los pueblos del Amazonas andino. 

 El proyecto de Uruguay, a cargo de Facundo de Almeida, Mauricio López y Matías Carballal, entre otros, explora los diversos escenarios que se desprenderían de una posible Ley Forestal a adoptarse en el país suramericano. El de Argentina, por su parte, encara los efectos de la crisis del agua a nivel nacional. La misma mezcla de utopismo y ambientalismo se plasma en la obra mexicana “La cancha de basquetbol campesina”, coordinada por Diego Sapién Muñoz y el INBAL. 

 Muy distinto es el tono del enorme pabellón de China en el Arsenal, que lleva por título “Renewal: a symbiotic narrative”. Las decenas de maquetas presentan la modernización tecnológica y urbanística de China, en ciudades como Shanghái, Hangzhou o Cantón, como parte de un impulso de renovación consustancial a la cultura china. La naturaleza y el paisaje son absorbidos por las grandes estructuras metálicas. 

 Podría establecerse un contraste entre el utopismo arcaico latinoamericano y el utopismo futurista chino, a partir de estas imágenes de la Bienal de Venecia, que tendría otras implicaciones para las expectativas, cada vez más desbordadas, de que China lidere la comunidad de países del Sur global.