Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

domingo, 30 de mayo de 2010

Picasso al habla con el caudillo


El historiador británico John Richardson ha revelado a The Guardian un pasaje poco conocido de la biografía del pintor malagueño Pablo Picasso. En 1956, el crítico de arte José María Moreno Galván habría viajado a París para trasmitir a Picasso la oferta del dictador Francisco Franco de realizar una retrospectiva en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid. El objetivo de una “recuperación” del autor del Guernica por el régimen franquista, que Moreno Galván compartió con el agregado cultural de España en París, José Luis Messía, era doble: contribuir a la legitimación internacional de la dictadura afirmando su tolerancia cultural y rebajar el símbolo de Picasso como artista comunista, opuesto visceralmente a Franco.
Según Richardson y Gis van Hensberg, coautor de la biografía, Picasso valoró positivamente la oferta, ya que uno de sus mayores deseos era restablecer contacto directo con el público español. Las negociaciones avanzaron tanto que un grupo de personalidades del exilio español hizo una colecta de firmas para que el artista no aceptara la oferta de Franco. Lo curioso es que, según Richardson y Hensberg, la declinación de la retrospectiva madrileña no provino de Picasso sino del Ministerio de Exteriores del régimen, que cuando la noticia comenzó a filtrarse a la prensa sintió amenazada su verticalidad doctrinal anticomunista.
La nota de The Guardian y la de Patricia Tubella en El País no lo destacan, pero habría que ver si la biografía de Richardson y Hensberg repara en el contexto de aquella aproximación entre Picasso y Franco. En febrero de 1956 se había celebrado el XX Congreso del PCUS en Moscú, donde Nikita Kruschev criticó los crímenes de Stalin, dando inicio a una reformulación de las tácticas del Kremlin hacia Occidente. Es probable que algunos camaradas de Picasso en el Partido Comunista Francés pensaran –en lógica similar a la de Franco- que la retrospectiva era aprovechable para capitalizar políticamente al comunismo y dañar simbólicamente al franquismo.

viernes, 28 de mayo de 2010

Vila Matas y Dublín


Tal vez no exista otro escritor de la lengua que, con tanta obstinación, haga de la literatura el protagonista de sus libros. Esa concentración en el misterio de la escritura es la que acerca las ficciones de Vila Matas al ensayo. Historia abreviada de la literatura portátil, Suicidios ejemplares, Bartleby y compañía, El mal de Montano, Doctor Pasavento son libros sobre libros. Libros que de tanto pensarse a sí mismos dejan, por momentos, de ser novelas y se convierten en tratados.
Aún cuando traten de ciudades, como París no se acaba nunca, los libros de Vila Matas tratan sobre libros. El París, la Nueva York o la Barcelona que aparecen en sus novelas son ciudades de papel, diseñadas y construidas, no por arquitectos o urbanistas, sino por novelistas y poetas. Las ciudades nunca dejan de ser escenarios de los relatos de Vila Matas, pero por momentos el escenario mismo se confunde con la referencia de cada ciudad en un libro.
En Dublinesca, su última novela, Vila Matas desplaza mínimamente el tema de la escritura a la edición. Su personaje, Samuel Riba, es un editor barcelonés que luego de décadas de encabezar una refinada casa de libros cierra el negocio. La depresión lo lleva entonces a imaginar un réquiem por la muerte del libro, unas honras fúnebres a la galaxia Gutenberg. El fin de su editorial es, también, el fin de la era del libro y el inicio de una cultura electrónica, donde la escritura y la lectura cambian de medio.
Riba piensa que el lugar ideal para realizar la ceremonia es Dublín, la ciudad de James Joyce y Samuel Beckett, a quienes Vila Matas rinde homenaje en su libro, y embarca a tres amigos en la aventura. Las escenas en el cementerio de Dublín y en el Pub donde Riba regresa al alcohol son de lo mejor de esta novela. En aquel cementerio brumoso, cerca de acantilados espectrales, Riba lee el poema “Dublinesca” de Philip Larkin, en el que se narra el sepelio de una prostituta, como ofrenda a la muerte de la alta literatura:


Por callejuelas de estuco
donde la luz es de peltre
y en las tiendas la bruma obliga
a encender las luces sobre
rosarios y guías hípicas,
está pasando un funeral

La carroza va delante,
pero detrás la acompaña
a pie una tropa de mujeres
con anchos sombreros floreados,
vestidos hasta los tobillos
y manguitos de carnero.

Hay un aire de amistad,
como si rindieran honra
a una que era muy querida;
algunas se alzan las faldas
diestramente y dan saltitos
(dos palmas marcan el tiempo);

y también hay tristeza.
Mientras sigue su camino
se oye una voz que canta
para Kitty, o Katy, como
si el nombre hubiese albergado
todo el amor, toda la belleza.

jueves, 27 de mayo de 2010

La trilogía de Gracia

El historiador y ensayista Jordi Gracia (Barcelona, 1965) ha escrito para la editorial Anagrama tres volúmenes de obligada consulta entre quienes se interesan por la vida intelectual de la Segunda República, la guerra civil, el franquismo y el exilio peninsulares. Un largo periodo de cinco décadas de la historia de España, marcado por la polarización ideológica y política de esa sociedad, que bajo la mirada de Gracia abandona la fácil visión maniquea y recupera su constitutiva pluralidad.
El primero de aquellos libros, Estado y cultura. El despertar de una conciencia crítica bajo el franquismo, se publicó, inicialmente, en 1996 y fue rescatado hace algunos años por Anagrama. El segundo, La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España (2004), ganó el Premio Anagrama de Ensayo y el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald en 2005. Este año ha aparecido A la intemperie. Exilio y cultura en España (2010), también en Anagrama.
No es raro que Gracia haya dedicado el más reconocido de sus libros, La resistencia silenciosa, a Javier Cercas. A través del ensayo, Gracia avanza por el mismo camino de Cercas con sus ficciones reales. Ambos pertenecen a la generación que llega a la madurez con la consolidación de la democracia española y con las transiciones en Europa del Este y América Latina. Las izquierdas comunistas y las derechas fascistas son, para ellos, modalidades del pasado ideológico. De ahí que puedan observarlas desde una lúcida distancia.
Los libros de Gracia tienen la virtud de no continuar la guerra civil por medio de la memoria intelectual. Si bien es notable su familiaridad dentro del legado republicano, tampoco ignora la valiosa obra de intelectuales nacionalistas, falangistas, franquistas o republicanos que no se exiliaron como Camilo José Cela, Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo –a quien ha dedicado una monografía-, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester, Julián Marías o José Luis Aranguren.
En A la intemperie, Gracia recuerda que algunos de esos letrados que se quedaron en la España de Franco intentaron crear redes de contacto y reconocimiento con el exilio, desde mediados de la década de los 50. Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, María Zambrano, Max Aub, Josep Ferrater Mora, José Gaos y otros exiliados fueron defendidos o reseñados por no pocos escritores y pensadores que permanecieron en la península. Esos contactos no se limitaban a la literatura poética o de ficción sino que incluían, también, esferas tan cercanas a la ideología como el pensamiento filosófico e histórico.
La historia de esas redes, que permitiría una mejor comprensión del tipo de autoritarismo poroso que fue el franquismo, ayuda a reconstruir las claves de la transición democrática. Gracia, sin embargo, no es un pacificador de la memoria o un historiador imparcial, que oculta o lava el pasado autoritario de uno u otro bando. Su mirada es, más bien, la de quien pondera con mayor flexibilidad ambos legados porque se asume como un sujeto posterior al conflicto. Gracia no es un sobreviviente, un heredero o un testigo: es, simplemente, quien narra desde el futuro.

domingo, 23 de mayo de 2010

Católico y liberal

Decíamos en post anterior que José María Chacón y Calvo, a diferencia de algunos de sus discípulos de la generación posterior, era un católico liberal. Fue ese lado liberal el que lo llevó a simpatizar con la República Española, más allá de que algunos de los mejores escritores peninsulares de aquel momento fueran republicanos y fueran sus amigos. Mucho de ese liberalismo tiene que ver con el momento generacional de Chacón y Calvo: un momento preguerra fría, cuando los elementos antiliberales y anticomunistas del catolicismo no eran tan pronunciados.
El liberalismo, como ha recordado recientemente Alan Wolfe en The Future of Liberalism (2010), no sólo es una tradición doctrinal sumamente heterogénea, en la que se inscriben lo mismo John Maynard Keynes que Milton Friedman: también es una corriente intelectual dialógica, que tolera aproximaciones desde el catolicismo o el marxismo. Chacón y Calvo, Gastón Baquero y otros editorialistas del Diario de la Marina serían sólo algunos entre los muchos casos de católicos liberales que conoce la historia intelectual de Cuba.
Ese catolicismo liberal puede leerse en el Diario íntimo de la Revolución Española (Madrid, Verbum, 2010), editado por Jorge Ferrer, y, también, en la antología Una mirada a la vida intelectual cubana. 1940-1950 (Sevilla, Renacimiento, 2007), preparada por el estudioso Jorge Domingo Cuadriello. Aquí se reproduce, por ejemplo, la polémica que, en la primavera de 1941, Chacón y Calvo sostuvo con el obispo de Cienfuegos, Eduardo Martínez Dalmau, a propósito del papel del obispo Espada en la creación de la Cátedra de Constitución del Seminario de San Carlos y San Ambrosio –cuyo primer titular fue Félix Varela- y de la preconización del padre Varela al obispado de Nueva York.
La polémica entre Chacón y Calvo y Martínez Dalmau parece, a simple vista, mera disputa de eruditos. Pero en la medida que subía de tono las posiciones adquirían una mayor nitidez ideológica. Como en casi todas las polémicas intelectuales del periodo republicano, al final, eran diferentes ideas de la nación o diferentes nacionalismos los que zanjaban las actitudes públicas en pugna. Cuando la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales reunió la polémica en un volumen lo tituló El obispo Martínez Dalmau y la reacción anticubana (La Habana, 1943).
En la versión del eclesiástico, Chacón no estaba siendo lo suficientemente nacionalista al tratar las figuras de Espada y Varela. El hecho de que los escritos de Chacón aparecieran en Diario de la Marina agregaba una mayor sospecha de antipatriotismo. Es en esa ubicación crítica, donde el credo nacionalista es sometido a un proceso constante de desmitificación –por muy sutil que pueda ser ésta- donde habría que encontrar el liberalismo de Chacón. Un liberalismo mucho más tenue que el de Fernando Ortiz o Jorge Mañach, pero un liberalismo al fin.

sábado, 22 de mayo de 2010

Un testigo cubano de la guerra civil española

El 17 de julio de 1936, cuando el levantamiento de las tropas de Melilla da inicio a la guerra civil española, el Primer Secretario de la Embajada de Cuba ante la Segunda República Española era el crítico e historiador cubano José María Chacón y Calvo. El titular de aquella embajada era Manuel Serafín Pichardo, quien había sustituido a Mario García Kohly, tras la muerte de éste, en 1935, luego de más de veinte años al frente de los intereses cubanos en Madrid.
Durante el segundo semestre del 36, Chacón y Calvo llevó un diario, donde narraba el arranque de la guerra, que acaba de ser publicado por la editorial Verbum, de Madrid, que dirige Pío Serrano, bajo el título de Diario íntimo de la Revolución Española (2010). La edición, introducción, apéndices y notas han corrido a cargo del escritor y traductor cubano, exiliado en Barcelona, Jorge Ferrer. Gracias al espléndido trabajo editorial de Ferrer conocemos la identidad de las múltiples personas que refiere Chacón y Calvo en su diario y su correspondencia.
Es estimulante reconstruir la compleja mirada de Chacón y Calvo, ya que la misma deshace buena parte de las visiones maniqueas que sobre aquel conflicto todavía se difunden en la historiografía y la prensa. Las mayores simpatías literarias de Chacón y Calvo estaban con la República: conocía y admiraba a Federico García Lorca y a Rafael Alberti, se carteaba con Gregorio Marañón y Ramón Menéndez Pidal y era amigo de Lino Novás Calvo, Pablo de la Torriente Brau, Rafael Suárez Solís y otros cubano-españoles involucrados en el bando republicano de aquel conflicto.
Pero como el católico que era, Chacón y Calvo rechazada las tendencias comunistas que intentaban rebasar, por la izquierda, al gobierno republicano. El 22 de julio, por ejemplo, anota haberse percatado del “extraordinario volumen” del levantamiento –“estamos ante un movimiento de categoría histórica”- y lamenta que, mientras la amenaza nacionalista crece, los republicanos toleren la radicalización comunista del proyecto republicano: “ateneos libertarios, incautación de círculos sociales, iglesias ocupadas… Todo demasiado rojo”.
Hay en este diario semblanzas de los grandes líderes de la República, Manuel Azaña, Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos o Francisco Largo Caballero, que eluden las tan frecuentes aproximaciones sectarias, de ayer y hoy, al campo plural de la política republicana. Ahora que el sectarismo histórico parece ganar terreno, en España y en Cuba, es saludable releer estas notas de Chacón y Calvo como un recordatorio de que una guerra civil es, sólo en apariencia, un conflicto binario que moviliza la imaginación maniquea.

jueves, 20 de mayo de 2010

Memoria y ficción de Coetzee


La última novela del escritor sudafricano J.M. Coetzee realiza una operación intelectual del mayor refinamiento. Se titula Verano. Escenas de una vida de provincias III (Mondadori, 2010) y, en buena medida, continúa las prosas autobiográficas de Infancia (2001) y Juventud (2002). Sólo que aquí no es Coetzee quien cuenta su vida en Ciudad del Cabo, entre 1972 y 1975, justo cuando escribe sus dos primeras novelas, Tierras del poniente y En medio de ninguna parte, que le confirmaron su vocación literaria.
Quien cuenta ese momento de la vida de Coetzee, que coincidió con la enferma ancianidad de su padre, es un ficticio investigador literario de mediados del siglo XXI, que entrevista a cuatro mujeres con las que Coetzee tuvo relaciones sexuales o sentimentales. Las mujeres lo cuentan todo, dibujando una silueta lamentable del joven Coetzee, quien aparece como un huraño, egoísta y asexuado aspirante a escritor, al que abruma el deber de hacerse cargo de su padre. La valentía y la honestidad con que Coetzee encara su juventud son similares a las de V.S. Naipaul, quien reveló a su biógrafo los detalles oscuros de su pasado.
Más allá del tono de reproche que predomina en los testimonios de las mujeres del joven John –tanto de las que él abandonó como de las que a él abandonaron- es posible reconstruir otros aspectos interesantes de la biografía intelectual y política de Coetzee. Por ejemplo, a través del testimonio de Sophie Denoël, la colega francesa y pareja de Coetzee, en la Universidad del Cabo, nos enteramos de los conflictos de identidad de aquel joven afrikáner, que rechazaba el apartheid, pero que, al mismo tiempo, se oponía a los discursos antiblancos de la comunidad negra.
En el testimonio de Sophie leemos, una vez más, esa endemoniada visión de Coetzee sobre la política, aún sobre la política emancipadora, que aparece en casi todos sus libros:

“En opinión de Coetzee –dice Sophie- los seres humanos jamás abandonarán la política porque esta es demasiado conveniente y atractiva como un teatro en el que representar nuestras emociones más innobles. Las emociones más innobles abarcan el odio, el rencor, el despecho, los celos, el deseo de matar y así sucesivamente. En otras palabras, la política es un síntoma de nuestro estado de degradación y expresa ese estado.

¿Incluso la política de liberación? –pregunta el biógrafo imaginario.

Si se refiere a la política de la lucha de liberación sudafricana –responde Sophie- la respuesta es sí. Mientras liberación significara liberación nacional, la liberación negra de Sudáfrica, John no tenía ningún interés por ella”.

lunes, 17 de mayo de 2010

Contra la retórica compensatoria


El fin de semana antepasado se celebró en Moscú el 65 aniversario del triunfo de las armas soviéticas sobre el nazismo. Como cada efeméride de los últimos años, la ocasión manifestó la ya clásica distribución de roles entre Vladimir Putin y Dimitri Medvedev. El primero fue parco sobre el saldo genocida del estalinismo; el segundo fue, esta vez, demasiado elocuente.
Dijo Medvedev que la heroica defensa de la Unión Soviética por las tropas soviéticas no puede ser utilizada como argumento para justificar o compensar los crímenes de Stalin. Y no sólo eso: dijo que esa proeza militar tampoco puede servir para adornar la naturaleza del sistema político soviético. Un sistema, agregó Medvedev, que sólo puede ser definido como “totalitario comunista”.
El correcto razonamiento de Medvedev no sólo se moviliza contra las retóricas compensatorias de la izquierda –por ejemplo, justificar el liderazgo de Stalin con la demanda de la lucha contra el fascismo o justificar la ausencia de democracia en Cuba con la existencia del embargo comercial de Estados Unidos- sino también contra las de la derecha.
Es frecuente escuchar, todavía hoy, en círculos de las derechas iberoamericanas que el régimen de Agusto Pinochet, en Chile, fue necesario para evitar el avance del comunismo en ese país o que el de Francisco Franco, en España, impidió que la República derivara hacia una alianza con la Unión Soviética. El autoritarismo y el totalitarismo, como bien dice Medvedev, pueden tener explicaciones pero no justificaciones.

domingo, 16 de mayo de 2010

La revancha de los inéditos

Parece haber en el legado de grandes autores una pugna entre el gran volumen de lo editado y la pequeña cantidad inédita. Esta última, compuesta generalmente por material archivístico (notas, juicios, comentarios, impresiones, diarios), se ubica en una suerte de inframundo de la gran obra o en los orígenes de una escritura que, al hacerse visibles, llegan a desestabilizar, con todo y su pequeñez, la identidad construida por los libros emblemáticos.
No hay obra completa, ni estimación plena de un legado, hasta que esa retacería, esos cajones de sastre de una autoría, son publicados. En los últimos días hemos sabido de recuperaciones de inéditos de dos grandes del siglo XX: el filósofo alemán Martin Heidegger y el escritor argentino Jorge Luis Borges. La editorial Herder ha publicado el volumen Pensamientos poéticos del primero: una suerte de miscelánea de textos menores, traducida y comentada por Alberto Ciria. Y en el Harry Ramson Center de la Universidad de Austin, en Texas, el estudioso Julio Ortega encontró el manuscrito de la novela que Borges nunca escribió, Los Rivero, que pronto será publicaba por vez primera.
Tanto los Pensamientos poéticos de Heidegger como Los Rivero de Borges son textos que complementan y, a la vez, cuestionan la obra canónica de ambos. Son textos rechazados y, como casi todos los textos rechazados, se ubican en la zona de lo inacabado o lo informe. Ciria ha dicho que el lector de Heidegger, además de un “atrévete al silencio”, encontrará escritos sumamente “heterogéneos, candorosos, cartas de enamorado primerizo, poemas románticos, arduos y largos poemas filosóficos, recuerdos de amigos caídos en la guerra”. Todo un universo fragmentario que desdibuja la imagen un tanto granítica del autor de "Ser y tiempo".
Los Rivero, por su parte, es, a juzgar por los fragmentos que reproduce El País, el pasado 8 de mayo, el manuscrito de un extraordinario cuentista que no se siente a gusto con la narrativa de largo aliento que demanda una novela. La trama es muy borgiana y muy sarmientina –la decadencia de una familia de caudillos de la epopeya de la independencia y de las guerras civiles de mediados del siglo XIX, que, a principios del XX, pierde la orientación bajo la modernidad-, pero la prosa no lo es: le falta concisión, ingenio y belleza.
“Es sabido que la historia argentina abunda en glorias familiares y casi secretas, en próceres que llegan a ser el nombre de una calle; tal vez no huelgue recordar al lector que el coronel Rivero fue el héroe de la primera carga de Aturia, título que en vano le niegan todos los historiadores venezolanos, víctimas de la envidia y del localismo, y que defienden con razones irrefutables los argentinos amantes de la verdad. En el desorden de las guerras de la independencia de América, el coronel Rivero tuvo un claro momento de gloria, cuando “lanceó a los godos”, y decidió la suerte de una provincia; sus bisnietos guardaban con piedad y con justificadísimo orgullo el hierro de la lanza que blandió entonces”.

martes, 11 de mayo de 2010

Expectativas acotadas




En post anterior comentábamos, a partir de sendos artículos de Jesús Silva-Herzog Márquez y Simon Schama –leyendo a autores como estos, la política parece recuperar, aunque sea fugazmente, su categoría de arte principesco- las expectativas despertadas por las competidas elecciones en el Reino Unido. Menos de una semana después esas expectativas se han visto acotadas por la precaria realidad del nuevo poder en Downing Street, número 10.
Los liberaldemócratas, encabezados por Nick Clegg, sólo obtuvieron 57 de los escaños parlamentarios. Todo parece indicar que, en vez de conformar un polo opositor con los laboristas, podrían aliarse con los conservadores y armar una mayoría legislativa y gobernante. El anuncio de la renuncia de Gordon Brown ha sido interpretada como un último recurso de los laboristas, con el fin de asegurar el pacto con los liberaldemócratas.
Las democracias parlamentarias, decíamos entonces, parecen más perfectibles que las presidencialistas. Sin embargo, hay aspectos de todas las democracias –como la colonización mercadotécnica de los votantes o las demandas de constitución de poderes con verdadera capacidad de gobierno- que se imponen y acaban postergando reformas de los sistemas electorales. En el caso de la Gran Bretaña, una reforma de esa naturaleza es deseo de buena parte de la opinión pública y los medios académicos, pero aún no alcanza consenso en las cúpulas de los dos partidos mayoritarios.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Derecho a no creer

El último libro de la filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum (New York, 1947), doctorada en Harvard, trata sobre las amenazas a la tradición de la tolerancia religiosa en Estados Unidos, aunque muchas de sus conclusiones son trasladables al orden global. Nussbaum tuvo el tino de titular su libro Liberty of Conscience. In Defense of America´s Tradition of Religious Equality, vertido al español por Tusquets a fines del año pasado, en la colección que dirige Josep Ramoneda.
Nussbaum habla, pues, de “libertad de conciencia”, más que de “libertad de religión”. El deslinde conceptual está impulsado por el argumento de que la libertad de conciencia incluye también el derecho al ateísmo en las sociedades contemporáneas. Aunque el subtítulo refiere la “igualdad religiosa” como una “tradición americana”, Nussbaum es consciente de que dicha tradición no es exclusivamente norteamericana y que la misma, en Estados Unidos, no ha estado exenta de espacios ganados para la tolerancia que, muy pronto, se constituyeron en plataformas de nuevas hegemonías e intolerancias.
El último capítulo del libro, “¿Hacia un consenso entrecruzado?”, es especialmente crítico con las visiones más eurocéntricas de la libertad de cultos. Recuerda Nussbaum que mucho antes de la Reforma y la Ilustración, de Locke o Voltaire, antes, incluso, de que los colonos norteamericanos impulsaran la tolerancia religiosa, en India, en el siglo II antes de Cristo, el emperador Ashoka, converso del hunduismo al budismo, ya había introducido leyes e instituciones a favor del respeto a creencias diferentes. Leyes e instituciones que Nusbbaum ve reaparecer en el siglo XVII bajo los reinos mongoles de la India o en el Imperio Otomano, bajo las monarquías musulmanas.
Recuerda Nussbaum que antes de la Paz de Westfalia, en 1648, y la difusión de la teología reformista, un colono norteamericano, fundador de Rhode Island, Roger Williams, se oponía a la persecución por motivos de conciencia como un “dogma sangriento” y defendía el derecho de las comunidades precolombinas de Norte América a venerar a sus propios dioses. “No te vanaglories, orgulloso inglés -escribía Williams en 1643- de tu nacimiento y de tu sangre. Tu hermano indio es por nacimiento igual de bueno”.
La tolerancia religiosa, como reconoce Nussbaum, estuvo en el origen de la fundación republicana de Estados Unidos. Sin embargo, en los dos últimos siglos ese valor ha enfrentado más de un obstáculo, levantados por el racismo, la xenofobia o la inequitativa distribución de derechos civiles y políticos. Desde las décadas finales del siglo XX, la tolerancia se enfrenta, a su vez, al crecimiento, multiplicación y diversificación de los cultos religiosos que ha generado el aumento sostenido de la inmigración.

“Hoy en día Estados Unidos contiene una diversidad religiosa sin paralelo en su historia. Credos que Roger Williams meramente imaginó (el islam, algunas variedades de politeísmo pagano) son en la actualidad cada vez más comunes entre nosotros. Las religiones no teístas como el budismo, el taoísmo y el confucianismo, el politeísmo hindú y sus vástagos jaina y sij están creciendo rápidamente debido a una política inmigratoria más ecuánime que comenzó en los años sesenta del siglo pasado, cuando cambiaron las políticas anteriores, más restrictivas”.

Y agrega:

“La progresiva diversidad religiosa es también resultado de la diversificación interna. La religión indígena americana, que los protestantes procuraron erradicar durante largo tiempo, no murió, y está disfrutando de un resurgimiento. La variedad dentro del protestantismo y la distancia entre sus confesiones más conservadoras y las más evangélicas son enormes. La Iglesia mormona, antes perseguida, constituye ahora una parte establecida de nuestro paisaje religioso y político, y el número de mormones continúa aumentando. El catolicismo se ha convertido en el credo, individualmente considerado, más extendido de la nación, y contiene dentro de sí gran diversidad de opiniones. Los judíos, los cuáqueros, los menonitas, los amish, los testigos de Jehová, entre muchos otros, antes perseguidos, están ahora incluidos, como miembros de nuestro consenso constitucional en torno a la igualdad de posición”.

Esta creciente diversidad religiosa no implica, sin embargo, la disminución de agnósticos y ateos en Estados Unidos. El número de quienes no creen o quienes piensan que las creencias religiosas son equivocadas o dañinas también crece. Aunque no los cita, Nussbaum piensa, con Harold Bloom y Christopher Hitchens, que el ateísmo sigue siendo un límite que pone a prueba la tolerancia religiosa y la libertad de cultos. Los agnósticos y los ateos dejan de ser vistos como amenazas de la secularización cuando las diversas religiosidades constatan su propio crecimiento.
Martha C. Nusbbaum es una pensadora tan prolífica como coherente. Su idea de la libertad de conciencia, en este volumen, dialoga con la tesis central de su libro anterior, Las fronteras de la justicia. Consideraciones sobre la exclusión (Barcelona, Paidós, 2007), en el que retomaba el concepto de equidad de John Rawls y lo utilizaba para pensar, ya no la justicia, sino la inclusión social. La “libertad de conciencia”, en este nuevo libro, no es ajena al liberalismo social de Rawls, ya que, a juicio de Nussbaum, sólo puede haber respeto entre todas las religiones –“consenso entrecruzado” le llama- cuando quienes las practican son ciudadanos iguales ante la ley.

martes, 4 de mayo de 2010

Las democracias perfectibles

“No Government can be long secure without a formidable Opposition”. La frase de Benjamin Disraeli, eterno rival de William Gladstone y uno de los constructores, junto con este último, del prolongado y estable bipartidismo whig-torie británico, adquiere imponente actualidad con motivo de las elecciones en Gran Bretaña, pasado mañana. Un descendiente de Disraeli podría ser el primer gobernante británico en enfrentarse a una doble oposición parlamentaria.
El historiador británico Simon Schama, en The New Yorker, y el ensayista mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez, en el periódico Reforma, lo han pronosticado con elocuencia: las elecciones de este jueves podrían dar el triunfo al conservador David Cameron, poniendo fin a trece años de laborismo y, lo que es más importante, podrían romper el secular equilibrio bipartidista del sistema político inglés.
Si, como temen los propios laboristas, el Partido Liberaldemócrata, audazmente encabezado por Nick Clegg, duplica o triplica su actual representación en el Parlamento, la democracia británica dejará de ser bipartidista. El cambio de esa institucionalidad histórica, tan arraigada a las tradiciones culturales y políticas británicas, podría producirse con toda naturalidad, en unas simples elecciones parlamentarias.
Además de contradecir, una vez más, ese tópico de las ultraizquierdas de que "todas las democracias representativas son iguales", estas elecciones podrían reforzar los argumentos de quienes piensan que los sistemas parlamentarios son más perfectibles que los presidenciales. Tan sólo habría que recordar, como contraejemplo, que, en Estados Unidos, el magnate Ross Perot, con dos campañas presidenciales exitosas, fue incapaz de quebrar el bipartidismo norteamericano.

sábado, 1 de mayo de 2010

Baquero y Andalucía

La frontera andaluza está en La Habana.
Cuando un poeta andaluz aparece en el puerto,
las calles se alborotan, y en las macetas
de todos los balcones
florecen de un golpe los geranios.

Así arrancaba el poema “Himno y escena del poeta en las calles de La Habana”, que el poeta cubano Gastón Baquero dedicó a la visita de Federico García Lorca a la isla. La sevillana editorial, Renacimiento, ha tenido a bien reunir en un volumen los ensayos que Baquero dedicó a escritores nacidos en cualquier rincón de Andalucía.
Aquí hay textos sobre Góngora, Becquer, Ganivet, Machado, Pemán, Cernuda, Zambrano, Lorca y, naturalmente, varios artículos dedicados a Juan Ramón Jiménez, con quien Baquero vivió una larga amistad. Los ensayos de los poetas, sin embargo, suelen ser mejores cuando no tratan de literatura. Es el caso de este volumen Andaluces (2009), cuya última pieza es una verdadera joya.
Se trata del texto “Para una apología de El Cordobés, o Ionesco de los toros”, un artículo publicado en Arriba en 1965, que Alberto Díaz-Díaz, presentador de esta antología, incluyó en su Perfil íntegro de Baquero. El poeta cubano, nacido en Banes (1914), y fallecido en Madrid (1997), luego de casi cuarenta años de exilio, comienza hablando de tres grandes genios del “toreo” en España: José Ortega y Gasset, Pablo Ruiz Picasso y Manuel Benítez Pérez (“El Cordobés”).
Este último, sin embargo, es, según Baquero, quien se lleva toda la gloria de la tarde:

“El Cordobés tiene la irresponsabilidad de la naturaleza misma. Torea como canta el pájaro, porque sí, porque le nace, sin conocer las leyes de la música ni la gracia de su propio canto. Tiene el saber suficiente, que es el del valor. Armoniza con el tiempo que vivimos, el que da a Elvis Presley y a Jean Genet, a los desdichados y atemorizados gamberros en pandillas, a los que no saben que su rebeldía viene del miedo a morir bajo la bomba atómica, y se dejan crecer las melenas y las barbas, para ver si la muerte no les localiza ni puede personalizarlos cuando venga desde los cielos, en un paquetico de materia nuclear, enloquecida y enloquecedora. El Cordobés es el campesino enamorado de la muerte a fuerza de temerla y de querer vivir en poco tiempo lo que las gentes de riqueza, viven a lo largo de todo su vivir”.