Libros del crepúsculo

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martes, 4 de mayo de 2010

Las democracias perfectibles

“No Government can be long secure without a formidable Opposition”. La frase de Benjamin Disraeli, eterno rival de William Gladstone y uno de los constructores, junto con este último, del prolongado y estable bipartidismo whig-torie británico, adquiere imponente actualidad con motivo de las elecciones en Gran Bretaña, pasado mañana. Un descendiente de Disraeli podría ser el primer gobernante británico en enfrentarse a una doble oposición parlamentaria.
El historiador británico Simon Schama, en The New Yorker, y el ensayista mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez, en el periódico Reforma, lo han pronosticado con elocuencia: las elecciones de este jueves podrían dar el triunfo al conservador David Cameron, poniendo fin a trece años de laborismo y, lo que es más importante, podrían romper el secular equilibrio bipartidista del sistema político inglés.
Si, como temen los propios laboristas, el Partido Liberaldemócrata, audazmente encabezado por Nick Clegg, duplica o triplica su actual representación en el Parlamento, la democracia británica dejará de ser bipartidista. El cambio de esa institucionalidad histórica, tan arraigada a las tradiciones culturales y políticas británicas, podría producirse con toda naturalidad, en unas simples elecciones parlamentarias.
Además de contradecir, una vez más, ese tópico de las ultraizquierdas de que "todas las democracias representativas son iguales", estas elecciones podrían reforzar los argumentos de quienes piensan que los sistemas parlamentarios son más perfectibles que los presidenciales. Tan sólo habría que recordar, como contraejemplo, que, en Estados Unidos, el magnate Ross Perot, con dos campañas presidenciales exitosas, fue incapaz de quebrar el bipartidismo norteamericano.

8 comentarios:

  1. Ahí tenemos el caso sui géneris de Canadá. Cosa curiosa, pero que ejemplifica el poder de la democracia, es que en este momento el partido que gobierna (Conservador) no tiene mayoría en el parlamento y por tanto tiene que aliarse a otro(s) partido(s) para tener mayoría y lograr que se aprueben sus leyes. Esto le da valor a un partido pequeño que como en el caso del Bloc Quebecoise representa solo los intereses de la provincia de Quebec. Un elemento interesante en este tipo de gobierno es que el primer ministro es el jefe del partido en el poder y si en medio del mandato el partido cambia de jefe, es el nuevo jefe el que pasa a ser primer ministro (o sea gobierna realmente el partido). A mi particularmente me gusta mucho como modelo democrático pues en los últimos 10 años me ha dado varias muestras del poder del electorado.

    Kartu

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  2. Pero Rafa, fuera de los Estados Unidos los sistemas presidenciales no son bipartidistas...

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  3. Es cierto, pero la perfectibilidad o capacidad de reformarse o rediseñarse que posee el sistema político, que es a lo que me refiero, parece ser mayor en los regímenes parlamentarios que en los presidencialistas. Mira los dolores de cabeza que pasa México para reformar su sistema político.

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  4. Ok, buen Rafa, te entiendo, pero ahora pregunto, y Brasil?

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  5. El país se llama Burkina Faso, animal.

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  6. Régimen parlamentario o presidencialista, la cuestión no es esa, la cuestión es la democracia.

    Aquí hay que volver a Derrida cuando dice y escribe que la democracia no es un régimen, porque “está condicionada por el reconocimiento de una inadecuación a su modelo (algo que no está inscrito en la esencia de los otros "regimenes"- y por lo cual la democracia no es en verdad un nombre de régimen)”. Derrida habla de la “perfectibilidad infinita” y esencialmente aporética de la democracia.
    Vulgarmente hablando: la democracia se puede perfeccionar, la dictadura considera ser la perfección. A México, por ejemplo, no le hace falta un sistema presidencial o parlamentario, con dos o 15 partidos opositores, le hace falta “perfeccionar” su democracia. Una democracia que en el caso mexicano la podemos considerar insuficiente, para emplear un eufemismo.

    Lo que ocurre hoy en día en Inglaterra, como en otros países, es el síntoma de que el “mundo” con sus habitantes ya no sabe ni donde dar con la cabeza. El tercer “ladrón” (para utilizar una expresión de calvario) viene a molestar el ambiente bipolítico ingles porque los electores ingleses desde hace 30 años lo han intentado todo, desde Thatcher la conservadora ultraliberal hasta Tony Blair el laborista ultra-sin-ideología-ninguna, y están dispuestos a votar por cualquiera que les parezca poder cambiar algo. Cambiar, cambio, es la palabra clave cuando aparecen las crisis y con ellas la desesperación y los mareos de cabeza. Un cambio que tantas veces en la Historia ha producido trastornos y tragedias.
    Hoy, como en 1929, los electores elegirían a un nuevo Hitler o Mussolini, con tal de que les prometa cualquier cosa, que les dé ilusiones, utopías y sueños que los saquen de su desesperación. En Europa, la experiencia los ha vacunado de estos populistas, demagogos y demás nihilistas resentidos (¿por cuanto tiempo?), no es el caso en Latinoamérica donde ya han elegido a Chavez, Ortega o Morales, y donde siguen adulando a los Castro.

    En Latinoamérica se habla y rehabla mucho del presidencialismo, hasta se han inventado 10 tipos de presidencialismos para explicar la situación tercermundista paupérrima de la vida política latinoamericana. Es más cómodo imaginar que pensar. Por ejemplo, pensar en el estado en que se encuentran las democracias latinoamericanas violentadas por el castrismo durante medio siglo. Las democracias, la democracia, que en todos los casos necesita un ejecutivo (presidente) y un legislativo (parlamento), los dos separados.

    Por lo tanto, la tarea urgente en Latinoamérica (y en todas partes) es de comenzar las negociaciones urgentes. Negociación, palabra clave en un sistema democrático, palabra que no hay que confundir con reforma. Una negociación precisamente destinada a perfeccionar día tras día, e incansablemente, la democracia. Una democracia por-venir. Una promesa.

    Esta promesa que implica que “ser demócrata, seria actuar reconociendo que no vivimos nunca en una sociedad (lo demasiado) democrática”. El trabajo critico se debe destinar a la democracia ahora, a lo que la política y los políticos hacen ahora en democracia, no tanto a la forma, al formalismo democrático que se puede presentar y representar de muchas formas. De lo contrario, dejamos a los populistas, a los demagogos, a los futuros dictadores el trabajo de despotricar y de ensuciar la democracia, de pisotear esa perfectibilidad siempre en por-venir.
    Un saludo fraterno.

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  7. Estoy leyendo un libro magnífico, una obra maestra, unas Memorias, las de Claude Lanzmann, “Le lièvre de Patagonie”, la liebre de Patagonia, un titulo que se refiere a un pasaje del libro de Silvina Ocampo, “La Liebre dorada”.
    En él, Lanzmann escribe lo siguiente: “Porque escoger [elegir] es matar […] Toda elección [alternativa, opción] es un homicidio [un crimen].” Y toma como demostración a Leibniz y sus posibles e incomposibles: “Incomposible, quiere decir que hay cosas que no son posibles juntas, elegir a una, es prohibir a la otra de existir.”

    Si ponemos esta reflexión en paralelo con la democracia, y trivialmente con Nick Clegg, ¿podemos decir que los electores ingleses “matan”, con esta elección están “matando”, a los dos partidos tradicionales, seculares, ingleses? ¿Debemos regocijarnos de este "homicidio" democrático o debemos temerlo?

    (Perdonen mi nueva intervencion, ademas demasiado extensa.) Un saludo

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