Libros del crepúsculo

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jueves, 28 de julio de 2022

Benito Juárez, presidente de Francia




Historiadoras como Josefina Zoraida Vázquez, Antonia Pi-Suñer, Patricia Galeana y Erika Pani han insistido en el delicado equilibrio que debió ejercer Benito Juárez en sus últimos años de gobierno, en relación con Europa. Hay en la diplomacia europea de Juárez una lección de mezcla virtuosa entre principios e intereses, doctrina y pragmatismo, de gran utilidad para la práctica de una política exterior moderna en México y América Latina. 

Por un lado, el presidente debía defender su actuación inclaudicable ante la intervención francesa y el imperio de Maximiliano, que lo llevó a ordenar la ejecución del emperador y sus generales, Miguel Miramón y Tomás Mejía, en el Cerro de las Campanas, Querétaro, el 19 de junio de 1867. Por el otro, el jefe de Estado de la República Restaurada tenía el firme propósito de reconectar a México con Europa, especialmente con Francia y España, para que las relaciones internacionales no estuvieran excesivamente centradas en Estados Unidos y Gran Bretaña. 

A pesar del retiro de su apoyo a Maximiliano, al final del imperio, el triunfo de Juárez y los liberales mexicanos en 1867 fue una derrota para Napoleón III. Así lo percibieron importantes políticos e intelectuales republicanos franceses, como Victor Hugo, Léon Gambetta, Jules Favre o Jules Ferry. Sin embargo, esos mismos líderes y casi todos los estadistas europeos, incluyendo al papa Pío IX, eran contrarios a la ejecución de Maximiliano y se lo hicieron saber a Juárez, como se lee en las súplicas de dos titanes del republicanismo decimonónico: Hugo y Garibaldi. 

Hábilmente, Juárez aprovechó la ola de republicanismo en Francia, tras la derrota en la guerra con Prusia y la abdicación de Napoleón III en 1870, para justificar el fusilamiento de Maximiliano. En sus cartas y discursos, el presidente mexicano se refirió tanto a la guerra con Prusia como a la transición republicana en Francia. Era un tema de política internacional que lo apasionaba y que dominaba a la perfección, tal vez, por saberse referente del antibonapartismo francés. 

Tras la capitulación de Sedán y Metz y la reclusión de Napoleón III, Juárez envió un mensaje al Gobierno de Defensa Nacional, que encabezaba Louis Jules Trochu, en el que felicitaba al “infortunado pueblo francés” y reiteraba los “sentimientos fraternales” de los mexicanos hacia esa “noble nación a la que tanto debe la sagrada causa de la libertad y a la que nunca hemos confundido con el infame Bonaparte”. 

En el terreno militar, Juárez se atrevía a dar consejos a los franceses, con esta frase: “si yo tuviese el honor de regir ahora los destinos de Francia, no haría nada diferente a lo que hice en nuestro amado país desde 1862 a 1867, a fin de triunfar sobre el enemigo”. En esencia, proponía no desplazar grandes contingentes militares sino regimientos medianos, de 15 a 30 mil hombres, y prepararse para perder París: “¿acaso París es Francia?”. Si era preciso, había que montar la república en un carruaje o a bordo de un barco, para salvarla. 

En un gesto revelador de astucia y orgullo, Juárez recomendó a los franceses que pidieran recomendaciones a su antiguo enemigo, el mariscal Francois Achille Bazaine, ya retirado, para que atestiguara los métodos militares mexicanos que podían ser aprovechados en la resistencia contra Otto von Bismarck. Aquel Benito Juárez final, más que un liberal era un republicano que veía en la tercera oportunidad histórica de esa forma de gobierno, para Francia, una garantía de la paz en Europa y de la contención de los nuevos imperialismos.

miércoles, 20 de julio de 2022

Echeverría, Cuba y el silencio





El pasado 10 de julio, ningún medio oficial cubano publicó una semblanza del ex presidente Luis Echeverría Álvarez, fallecido a sus 100 años en Cuernavaca. Si la muerte -o la vida- de Echeverría terminaron careciendo de relevancia para el gobierno cubano es porque algo cambió en la percepción de su figura en los últimos años.  Algo, por lo visto, inconfesable o inabordable, ni siquiera, desde un artículo de opinión. 

 Echeverría fue fundamental para la reconstrucción de la legitimidad internacional del régimen cubano en los años 70, luego de su pleno alineamiento con el bloque soviético. Desde el inicio del sexenio, el presidente mostró interés en un activismo tercermundista que se plasmó en el respaldo al gobierno de Salvador Allende en Chile y la propuesta a la ONU de una Carta de Derechos y Deberes Económicos.  

En 1973, Echeverría viajó a la Unión Soviética y China, proyectando una voluntad de “autonomía” en política exterior, que continuó con la extensión de lazos diplomáticos con Alemania del Este, Rumanía, Yugoslavia y 64 países de Asia, África y el Caribe. El viaje a La Habana, en agosto de 1975, un año después de que México defendiera en la OEA el derecho de gobiernos del hemisferio a sostener relaciones con Cuba, formó parte de aquella política. 

La delegación presidencial, como reportó exhaustivamente el periódico Granma desde el 16 de agosto, incluyó más de veinte funcionarios, entre los que figuraban el canciller Emilio Rabasa, el Jefe del Estado Mayor Presidencial Jesús Castañeda Gutiérrez y el Subsecretario de Gobernación Fernando Gutiérrez Barrios, viejo conocido de Fidel y Raúl Castro. 

 A Echeverría, y a su hijo Adolfo, los pasearon en un auto descapotable por las calles de La Habana, acompañado de Fidel y el presidente Osvaldo Dorticós. Recibió la Orden José Martí, puso una ofrenda floral en el busto de Benito Juárez y visitó puertos pesqueros, las ciudades de Cienfuegos y Pinar del Río y el plan ganadero del Valle de Picadura. En todas sus intervenciones, hizo una defensa del socialismo cubano en términos estrictos del nacionalismo revolucionario, como si la Revolución cubana fuera la hija de la mexicana, a pesar de adoptar la ideología marxista-leninista y el modelo de partido único. 

 El comunicado conjunto de Echeverría y Castro, el 22 de agosto, era una declaración de principios tercermundistas y a favor de la Carta de Derechos y Deberes promovida por México. Pero también inscribía el relanzamiento de relaciones entre México y Cuba en el protocolo de entendimiento comercial firmado por Echeverría con el CAME, el mercado común soviético. Lo sustancial estuvo relacionado con un ambicioso proyecto de colaboración técnica en la industria azucarera, cooperación en turismo, pesca y medios de comunicación, además de venta de níquel a México. 

 Más allá del limitado rendimiento de aquel proyecto bilateral, la visita de Echeverría y su cobertura mediática, en la isla y en México, se convirtieron en el modelo de diplomacia presidencial que Cuba demandaba al PRI. Un modelo que se repitió casi al pie de la letra con José López Portillo en 1980 y que, a su manera, sobrevivió con Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari. Fue con Ernesto Zedillo que aquel modelo entró en crisis. 

 Es fácil advertir que aquel viaje de Echeverría marcó un hito en la relación de Cuba con los mandatarios del PRI, revisando la cobertura de la estancia en la isla de José López Portillo, cinco años después, en agosto de 1980. Con López Portillo hubo concentración masiva en la Plaza de la Revolución, con gran retrato del presidente colgado en la fachada de la Biblioteca Nacional. En su discurso, en aquel "Acto de solidaridad y amistad entre México y Cuba", Fidel Castro sostuvo:"López Portillo pasará a la historia como uno de los grandes estadistas de México", mientras el presidente mexicano dijo: "todos los cubanos son también un solo hombre: Fidel Castro". 

 Tanto la posición de México frente a la Revolución sandinista en 1979 como la nacionalización de la banca en 1982 fueron aplaudidas en el periódico Granma y correspondidas con sendos mensajes de apoyo de Fidel Castro. En aquellos años, la profundización de la cooperación comercial y científica entre los dos países siempre tuvo una importante dimensión militar y de inteligencia. A un mes del viaje de Echeverría, en septiembre de 1975, Raúl Castro viajó a México, donde fue recibido por Fernando Gutiérrez Barrios y fue entrevistado para importantes medios mexicanos. Poco antes del viaje de López Portillo, en abril de 1980, visitó la isla el General de División Félix Galván, Secretario de Defensa de México, quien recibió la medalla por el XX Aniversario de las FAR y firmó varios acuerdos de colaboración con Raúl Castro. 

 Si Echeverría fue tan importante, tan referencial para Cuba, ¿cómo entender el silencio sobre su muerte en La Habana? Difícilmente ese silencio está desconectado del hecho de que el saldo represivo de las masacres del 68 y el Jueves de Corpus del 71, de la guerra sucia y la hostilización de las guerrillas de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, en las que Echeverría intervino de manera protagónica, es reconocido públicamente en México, aunque no en Cuba. Ante el dilema de exponer el doble juego de Echeverría, que llegó al intercambio de información con la CIA y los gobiernos de Nixon y Ford, y la calculada connivencia de La Habana, los medios oficiales cubanos prefieren callar.