Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

sábado, 22 de julio de 2017

Un error histórico y político de Elier Ramírez Cañedo

En las páginas que me dedica en su libro con Carlos Joane Rosario Grasso, titulado El autonomismo en las horas cruciales de la nación cubana (La Habana, Ciencias Sociales, 2008), como parte de los "peores opositores que se han convertido en alabarderos del autonomismo"(p. X) -según el prologuista, Rolando Rodríguez, yo compartía esa terrible nómina con los historiadores Rafael Tarragó y Antonio Elorza-, Elier Ramírez Cañedo asegura contundente: "en definitiva el único ex autonomista que participó en la Constituyente de 1901 fue Eliseo Giberga y votó a favor de la Enmienda Platt" (p. 171). Ramírez Cañedo repitió el error en un dossier de La Jiribilla, con motivo de la presentación del libro en La Habana, en 2009, al que respondí desde El Nuevo Herald con dos artículos: "Las mañas del oficialismo" y "¿Qué es la historia oficial"?. Y, como quien prefiere tropezar tres veces, volvió a repetir el error en la reedición del mismo fragmento de su libro, en 2014 en la revista Calibán, que reprodujo, naturalmente, Iroel Sánchez en su blog La Pupila Insomne.
Por lo visto, el pasaje contra mí era una reacción al capítulo "Otras soberanías de la patria", de Motivos de Anteo. Patria y nación en la historia intelectual de Cuba (Colibrí, 2008), donde se defiende, con citas precisas, que hubo patriotismo, críticas al anexionismo y hasta un civismo republicano en pensadores autonomistas, durante la segunda mitad del siglo XIX -en un texto posterior "La esclavitud liberal", capítulo de Los derechos del alma (2014), expongo que también hubo abolicionismo en el autonomismo, y no sólo en Miguel Figueroa o Rafael María de Labra, que son los casos más conocidos. Ramírez, siguiendo al pie de la letra el relato oficial, establece un signo de igualdad entre autonomismo, esclavitud, colonialismo y, por si fuera poco, anexión a Estados Unidos.
Aquel libro mío de 2008, sin embargo, no era citado por Ramírez y Rosario: el que citaban era otroJosé Martí: la invención de Cuba (Colibrí, 2001), donde, aunque no se estudia el autonomismo, los autores concluyeron que mi idea de la nación era autonomista, porque un contrarrevolucionario no podía ser martiano, así de necio era el argumento. También citaban una reseña  -escrita a la velocidad de las reseñas, prescindiendo de nombres propios, lo cual facilitaba la frase fuera de contexto, la infantil cacería de pifias y la elusión del debate conceptual- del libro de los historiadores españoles Marta Bizcarrondo y Antonio Elorza, Cuba/ España. El dilema autonomista, 1878-1898 (Colibrí, 2001), donde se desmontan, uno a uno, los estereotipos que la historia oficial cubana ha endilgado al autonomismo como una causa "antinacional" en el siglo XIX.
Por supuesto que no fue Giberga el único ex-autonomista en la Asamblea de 1901: también estuvieron allí Diego Tamayo, Eudaldo Tamayo y Alfredo Zayas y estos dos últimos votaron contra la Enmienda Platt. Hubo, por lo menos, cuatro ex-autonomistas en la Constituyente: dos votaron en contra y dos a favor de la Enmienda Platt ¿Por qué escamoteaba Ramírez Cañedo esa información clave? Porque su objetivo era presentar a los autonomistas como antipatriotas y plattistas, es decir, como antepasados de los contrarrevolucionarios de hoy, los ahora llamados "centristas". ¿Qué otras pruebas da Ramírez Cañedo de la deriva de los autonomistas hacia el anexionismo en la República? El dato superficial y forzado de que algunos de ellos como Fernando Freyre de Andrade y Eduardo Yero Beduen, el independentista bayamés que también pasó por el autonomismo, aunque Ecured no lo crea, fueron ministros del gabinete de Tomás Estrada Palma. Lo que sugeriría que aquel primer gobierno de Estrada Palma fue anexionista y eso no es sostenible con rigor historiográfico, aunque concluyera solicitando una intervención norteamericana en 1906.
A la historia oficial le cuesta trabajo pensar los cambios de posiciones o las borrosas fronteras ideológicas que suele haber entre distintas corrientes políticas del pasado de la isla. No distingue entre ideología y política, una de las premisas del ABC leninista. Por ejemplo, si hubo separatistas de la Guerra de los Diez Años que se volvieron autonomistas o anexionistas, entre los años 1880 y 1890, difícilmente podrían no ser tratados como traidores. Pero si el tránsito es al revés, del anexionismo y, sobre todo, el autonomismo al separatismo, la historia oficial perdona ese pasado bochornoso y hasta deja de considerarlos "ex-autonomistas". Esa arbitrariedad demuestra ya no una "politización", el término que nos achacaba a Elorza, Tarragó y a mí, sino una burda partidización o uso sectario del pasado, que ha quedado más que comprobado en los últimos días con los artículos de Ramírez Cañedo en Cubadebate y Granma, contra los "centristas", como autonomistas y, por tanto, anexionistas del siglo XXI que deben ser excluidos.
Una de las tesis de Bizcarrondo y Elorza en su gran libro, que ninguno de esos tres autores pudo refutar, es que hablar de autonomismo y anexionismo después de 1898 tiene muy poco sentido. El campo político cubano y el sistema de partidos se recompuso después de la intervención norteamericana de 1898 y de la proclamación de la República el 20 de mayo de 1902. Y si poco sentido tenía aplicar esas etiquetas a corrientes políticas republicanas, menos lo tiene hoy, más de un siglo después. Sólo dos párrafos, en un libro de 402 páginas, que ni siquiera citaron íntegramente, les sirvieron de base a Ramírez, Rosario y Rodríguez, para tratarme -hablando de "odio" y "fango"- de "timador", "inefable", "alabardero", "ignorante", "mentiroso", "especulador de medio pelo", "Pinocho", "Judas", "vendido por 30 monedas", "lanzador de dardos envenenados", que no "debía meter sus narices en la historia de Cuba", que fanáticamente creen propiedad exclusiva de su partido y su Estado.
Como observará el lector desprejuiciado de los acápites "¿Una vía autonomista hacia la República"? y "La reparación historiográfica" (pp. 92-111) de mi libro, y no de oraciones sacadas de contexto, siempre me referí a Alfredo y no a Federico o a Francisco de Zayas, porque un párrafo más adelante hablo del gobierno liberal de Zayas, de 1921 a 1925, como una evidencia de que no todo el autonomismo derivó hacia el conservadurismo en la República, como sostienen Rolando Rodríguez y Elier Ramírez. El paso de Zayas por el autonomismo tampoco fue tan breve, desde 1883 hasta el mismo año de 1895, cuando se une, como muchos otros (Varona, Sanguily, Heredia...), al Partido Revolucionario Cubano. Sanguily, aunque le duela a Rodríguez o a Ramírez, perteneció a lo que se conocía como el Círculo Liberal -no, por supuesto, a la Junta Central autonomista- y en un discurso en Matanzas, el 15 de enero de 1887, decía que "el Partido Liberal era el paladín de la libertad en Cuba" y que "merecía toda su simpatía". La mención a José Fernández de Castro es, evidentemente, una errata, no una confusión, ya que antes se había hablado del trabajo periodístico de Rafael Fernández de Castro dentro de la valiosa vida cultural autonomista.




jueves, 20 de julio de 2017

Fisuras de la intelectualidad orgánica en Cuba

La resistencia visible de algunos pocos intelectuales cubanos, como Aurelio Alonso, Pedro Monreal y Julio César Guanche, a la campaña contra el "centrismo", expone ángulos de la mutación de la esfera pública cubana, en el siglo XXI, que vale la pena analizar con cuidado. Lo primero que habría que advertir es la pérdida acelerada de los protocolos del debate intelectual en el grupo de ideólogos que controlan los medios hegemónicos de comunicación y la red de blogs gubernamentales. El caso del blog de Iroel Sánchez, La Pupila Insomne, tal vez sea el más emblemático, pero lo más grave es que no es el único. Son decenas las bitácoras oficiales dedicadas profesionalmente a la calumnia y la difamación del reformismo socialista en la isla.
Es inevitable la observación de que la resistencia no tiene lugar en medios centrales del campo intelectual, como La Gaceta de Cuba o Temas, sino en sitios periféricos, como Segunda Cita, el blog de Silvio Rodríguez, la página electrónica de Cuba Posible y la sección de comentarios de Cubadebate. Las objeciones más articuladas a la campaña anticentrista, que a mi juicio son las de Guanche y Monreal, se publicaron en Segunda Cita y en varios comentarios a un artículo de Enrique Ubieta en Cubadebate, menos anticívico que los posts de Iroel Sánchez o Javier Gómez Sánchez, pero lleno de epítetos y descalificaciones contra Lennier López, Arturo López Levy, Haroldo Dilla y el propio Monreal.
Por último, llamo la atención de que las resistencias al anticentrismo, además de proponer una idea actualizada, crítica y plural de la historia de Cuba, de la Revolución de 1959, del socialismo insular y de la izquierda mundial, en el caso de Guanche, y un concepto de ideología apegado a las dinámicas sociales y económicas y, especialmente, al proceso de desarrollo de la isla, en el caso de Monreal, acatan la jerarquía del liderazgo del país y del Partido Comunista de Cuba. En otras palabras, estos intelectuales -no sólo Guanche y Monreal sino también Aurelio Alonso y Silvio Rodríguez- se inscriben dentro de una institucionalidad subalterna, que tiene el valor de defender espacios alternativos como Cuba Posible, pero que aspira a un vínculo orgánico con la ideología del Estado.
Estas observaciones pueden llevarnos a concluir que la reacción contra la campaña anticentrista describe tanto una fisura como una pugna por la hegemonía del campo intelectual y la ideología de Estado en Cuba. Una pugna que pasa por la resignificación del concepto de socialismo, que la vieja dirigencia, especialmente la del aparato ideológico del partido, que apadrina a los anticentristas, no acaba de asimilar. Por ahora, como bien dice Ubieta para sostener el ahistórico y falaz argumento de que en Cuba, a diferencia del "resto" de América Latina, no se necesita un "frente amplio" porque hay una Revolución en curso, quienes detentan el poder son ellos, es decir, los totalitaristas o, como la hemos llamado aquí, la derecha post-fidelista: en el futuro habrá que ver. Basta con que el reformismo intelectual encuentre verdadero respaldo en la burocracia aperturista para que las cosas se inviertan y quienes deban hacer resistencia desde la periferia sean ellos.
Todos los que se han opuesto a la campaña sostienen la necesidad de "unidad" entre los socialistas cubanos, a pesar de que, como hemos señalado en esta página desde hace años, los socialismos que defienden unos y otros son cada vez más distintos. Guanche llega a formular la demanda de unidad desde cierto testimonio de orfandad, al aludir a que la ausencia de mentores como Alfredo Guevara o Fernando Martínez impide poner a dialogar las diversas corrientes dentro de la intelectualidad orgánica. Pero los anticentristas, especialmente Enrique Ubieta y Elier Ramírez Cañedo, parecen decir que la unidad sólo tiene sentido luego de la exclusión de los centristas. De manera que van por toda la hegemonía -lo cual supone una contradicción en términos estrictamente gramscianos- o por una nueva depuración ideológica del campo intelectual cubano.

martes, 18 de julio de 2017

Del marxismo al reformismo: ideólogos contra economistas



No conozco a un buen economista, formado en Cuba entre los años 60 y 90, que hoy no sea reformista. Todos, de mayor o menor cercanía con el gobierno y el partido -José Luis Rodríguez y Osvaldo Martínez, Omar Everleny y Juan Triana, Pedro Monreal y Julio Carranza, Mauricio de Miranda y Pavel Vidal...- han defendido en los últimos años las reformas económicas en curso y la mayoría de ellos ha demandado mayor velocidad y profundidad a las mismas. Todos, en resumidas cuentas, son partidarios de la incorporación de elementos del mercado en la economía planificada y de la dilatación del sector no estatal.
En el último año, en un deja vu que a algunos remitirá a 1996, cuando el cierre del CEA, a otros a 1986, cuando la defenestración de Humberto Pérez, presidente de la Junta Central de Planificación, y el inicio de la llamada Rectificación de errores y tendencias negativas, y a otros más, a 1971, cuando se clausuró la revista Pensamiento Crítico, la arremetida retórica contra la apertura al mercado y contra el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, ha vuelto a evidenciar una pugna histórica y, por lo visto, irreductible dentro de las élites cubanas.
Algo que confirma esta enésima ofensiva oficial contra la heterodoxia, en Cuba, es que mientras más seriamente marxista es el pensamiento del intelectual, mayores posibilidades tiene de transitar hacia el reformismo. Hubo siempre un reformismo latente en economistas del periodo soviético en Cuba, como Carlos Rafael Rodríguez, y ese talante lo heredaron sus continuadores en el aparato técnico de administración del Estado, como Humberto Pérez. Con motivo de la cruzada contra el centrismo, en los últimos meses, éste último ha tenido dos intervenciones que habrá que archivar.
Una de ellas fue su participación en el lanzamiento de un número de la revista Temas, dedicado a la reconfiguración del sector público en Cuba -sugiriendo desde el título una distinción entre sector público y sector estatal, que ya es, de por sí, un indicio de cambio a nivel discursivo-, y la otra, un post suyo que colgó Silvio Rodríguez en su blog Segunda Cita. La reaparición de Humberto Pérez en la esfera pública cubana, con un posicionamiento de respaldo a la profundización de las reformas en Cuba, es otra confirmación de que es más fácil el diálogo entre marxistas y liberales que entre nacionalistas y demócratas. Sobre todo, si esos nacionalistas son marxistas-leninistas ortodoxos que, luego del colapso de la Unión Soviética, transfirieron el objeto de su fe, dejando los dogmas intactos.

domingo, 16 de julio de 2017

La campaña contra Cuba Posible y el manual del anticentrismo

Sus artífices le llaman "debate de ideas", pero a todas luces se trata de una campaña de descalificación contra toda la gama heterogénea del reformismo socialista en la isla. Ha ido tomando forma en el último año, luego de que el VII Congreso del PCC definiera como "perniciosa" y "dañina" la política de Obama hacia Cuba. Se puede leer en publicaciones oficiales, como Cubadebate, la página electrónica del partido único, o en La Pupila Insomne, el blog de Iroel Sánchez, y ya cuenta con su propio "manual" -el término es de Silvio Rodríguez-, un libro electrónico, titulado El centrismo en Cuba. Otra vuelta de tuerca hacia el capitalismo (2017).
Sus autores -Iroel Sánchez, Enrique Ubieta, Manuel Henriquez Lagarde, Emilio Ichikawa, Carlos Luque Zayas Bazán, Elier Ramírez Cañedo, Raúl Capote, Javier Gómez Sánchez...-, son expertos en este tipo de ofensivas mediáticas. Algunos de ellos, los mayores, llevan fácil más de treinta años en esos menesteres. Han perfeccionado el método y han obtenido ganancias: condecoraciones, dirección de instituciones y acceso directo a los medios oficiales de comunicación: los impresos, los electrónicos, Granma y Cubadebate, la Televisión Nacional y la red de blogs gubernamentales.
El extremismo es rentable en Cuba: su ejercicio no sólo produce privilegios y prebendas sino que, en términos políticos, es eficaz. Tomemos, por ejemplo, dos campañas similares, previas a la que ahora mismo se emprende contra Cuba Posible: la que se dirigió contra la revista Encuentro de la cultura cubana, más o menos entre 1996 y 2006, y la que atacó obsesivamente el prestigio de Yoani Sánchez, sobre todo, a fines de la década pasada y principios de la actual.
Tiene sentido relacionar las tres campañas porque algunos de sus portavoces, como Iroel Sánchez, Enrique Ubieta y Emilio Ichikawa, establecen una continuidad explícita entre dichos proyectos, lo cual es extraño si se constata la diversidad de posiciones que hay, digamos, entre dos subsistencias de Encuentro, como Diario de Cuba y Cubaencuentro, y entre esos dos espacios y 14 y medio, por una parte, y Cuba Posible, por otra. Comprensible genealogía en los casos de Sánchez y Ubieta, que fueron enemigos acérrimos de Encuentro desde antes de que la revista surgiera, pero menos en el de Ichikawa, quien nunca, desde que comenzó a colaborar en Encuentro, todavía residiendo en la isla, hasta el número 43, de principios de 2007 -donde aparece, creo, su último artículo- expresó malestar por el "centrismo" o por el financiamiento de la publicación.
Pero vale la pena repasar la historia de las tres campañas para comprobar su eficacia. La persistente descalificación de Encuentro partió de la repetición ad nauseam de que como contaba, entre muchos otros que nunca se citaban, con financiamiento de la National Endowment for Democracy (NED), que era, según la dudosa fuente de un artículo de opinión del New York Times, "una pantalla de la CIA" -como si no se tratara de dos instituciones muy diferentes o como si a estas alturas de la post-Guerra Fría la CIA necesitase de pantallas-, la publicación, a pesar de su probada apuesta por el diálogo entre los creadores de la isla y de la diáspora, por la reconciliación nacional y la transición gradual y pacífica a una democracia soberanamente construida, seguía los objetivos de "derrocamiento" o "cambio violento" de régimen o "terrorismo mediático" del gobierno de Estados Unidos.
A Encuentro, recordemos, se le dedicó el manual Encuentros, desencuentros, reconocimiento y autorreconocimiento (2000), editado por la UNEAC y firmado por Juan Antonio García Miranda, donde se nos acusaba de "hacer llamados a la violencia", y varios dossiers en La Jiribilla, donde descaracterizaban a su director Jesús Díaz o a Raúl Rivero, a quien encarcelaron en la primavera de 2003 por, entre otras cosas, colaborar en nuestra revista. También se expulsó a Antonio José Ponte de la UNEAC por la misma razón, generando un clima de desconfianza y persecución contra los muchos colaboradores de la publicación dentro de la isla. En eso, en el quiebre de la red de la revista, dentro del campo intelectual insular, la campaña anti-Encuentro fue eficaz. Como muy poco después, también sería eficaz la estigmatización de Yoani Sánchez, sobre todo, dentro de la isla pero también en círculos de la izquierda iberoamericana.
La campaña contra Cuba Posible busca lo mismo: interferir y obstruir la interlocución, en este caso, de un grupo intelectual de la sociedad civil con la ciudadanía de la isla, con la franja aperturista del funcionariado y con sectores, sobre todo, de la izquierda global, que sienten simpatía por el reformismo socialista. Por eso, aunque los autores del manual anticentrista refieren con insistencia el protagonismo de Cuba Posible dentro del reformismo socialista, se cuidan de atribuir el significado de centrismo a todos los actores críticos, autónomos o semi-autónomos de la sociedad civil cubana y, también, a fenómenos del liberalismo o la socialdemocracia globales, como el PSOE en España o el gobierno demócrata de Barack Obama en Estados Unidos.
Los autores del panfleto El centrismo en Cuba (2017) atacan, fundamentalmente, un fenómeno ideológico, al que inventan una identidad falsa. Desde la anacrónica comparación con el autonomismo en el siglo XIX -que en la página de Cuba Posible, por ejemplo, es un referente menos sólido que Félix Varela o José Martí- propuesta por Elier Ramírez Cañedo, hasta la imaginaria orientación socialdemócrata o de "tercera vía", que le endilga Enrique Ubieta y que se deshace a la luz, por ejemplo, de las distintas aproximaciones al republicanismo, el populismo latinoamericano o el socialismo democrático, que hemos leído en las colaboraciones e interesantes dossiers coordinados por Julio César Guanche.
Esa mezcla de distorsión ideológica y caricatura política se hace acompañar del monstruo del financiamiento externo, especialmente de la Open Society Foundation y George Soros, que funciona, como los premios de Yoani Sánchez o la NED para Encuentro -y para Diario de Cuba y Cubaencuentro, todavía hoy-, como la prueba concluyente de la "contrarrevolución" y la "traición". ¿Será eficaz esta campaña, como las dos anteriores? Seguramente sí, pero no habría que olvidar que esa eficacia estrictamente política se ve siempre contrarrestada por la mediocridad intelectual que la sostiene.
Si de ideas se trata, ya Cuba Posible tiene asegurado un lugar de consulta para quienes se tomen en serio el proceso de cambio económico y social en Cuba, en la segunda década del siglo XXI. La revista Encuentro de la cultura cubana es hoy estudiada en algunas de las mejores universidades del mundo como una publicación que contribuyó, como pocas, a reintegrar el fracturado campo intelectual cubano a fines del siglo XX. Con Cuba Posible, al igual que con Cuban Studies, Temas o La Gaceta de Cuba, sucederá lo mismo: son archivos ineludibles de la cultura cubana. Muy pocos, en cambio, recordarán los panfletos de Ubieta, Sánchez, Lagarde y Cía, que sólo serán de utilidad a la hora de documentar la historia de la censura y la exclusión en Cuba.

martes, 11 de julio de 2017

La derecha postfidelista y la cruzada contra el "centrismo"

Pasó en Polonia, Checoslovaquia, Hungría y en la Rusia postsoviética, por lo que tiene todo el sentido del mundo que suceda también en Cuba, único país del hemisferio occidental donde se instauró un régimen del socialismo real. Tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS, en todos esos países, una parte de la nomenclatura se desplazó del marxismo-leninismo soviético a un nacionalismo de derechas que, luego de un breve periodo de incómoda convivencia con el liberalismo, en los 90, hoy hace causa común con los populismos conservadores o neofascistas en Europa del Este. Putin, los hermanos Kaczynski y Orbán son resultado de esa mutación.
Desde 1992, en Cuba se produjo un fenómeno similar, al nivel ideológico de la élite del poder, pero compensado por la permanencia de Fidel y Raúl Castro al mando del país. El aparato ideológico del PCC reemplazó el marxismo-leninismo con un nacionalismo maniqueo, simplificador de la historia de Cuba, en el que se reforzaban sinonimias embrutecedoras como las de "Revolución, Patria, Nación y Socialismo", y se acoplaban esos significantes a las figuras de Fidel y Raúl. Cualquier oposición o crítica a esa nueva retórica, aún desde posiciones socialistas, debía ser descalificada por "postmoderna", "neoliberal", "neoanexionista" o "cubanológica", los nuevos nombres que comenzaron a darse a la contrarrevolución.
Los ideólogos de la Cuba post-soviética (Armando Hart, Abel Prieto, Eliades Acosta, Iroel Sánchez, Enrique Ubieta, Manuel Henríquez Lagarde...), ubicados en la intersección del Ministerio de Cultura, el Comité Central y la Seguridad del Estado, que encabezaban instituciones básicas para el control de la circulación de ideas, se aferraron, inicialmente, al concepto de "identidad nacional" para enfrentar la difusión del postmodernismo, defendido por los artistas e intelectuales de los 80. Aquella primera cruzada se libró contra actores internos y externos, con evidentes diferencias entre sí, pero que convergían en la demanda de reformas económicas y políticas: la diáspora intelectual de los 90, los investigadores del CEA, las revistas Encuentro de la cultura cubana y Cuban Studies.
A principios del siglo XXI, con Hugo Chávez a la cabeza del "socialismo bolivariano" en Venezuela, ese mismo grupo acaparó los medios del oficialismo electrónico para hacer frente a las publicaciones que dentro o fuera de la isla cuestionaban la represión, especialmente después de la primavera de 2003. La Jiribilla, Cubadebate, Ecured, La Pupila Insomne..., se convirtieron en la plataforma de una nueva derecha, que desde una versión superficial y homogénea del "nacionalismo revolucionario", atacó lo que llamaban "terrorismo mediático", un monstruo de mil cabezas donde se juntaban los diarios Encuentro en la Red y El Nuevo Herald, Jesús Díaz y Raúl Rivero, Oswaldo Payá y Elizardo Sánchez, los congresistas cubanoamericanos y Carlos Alberto Montaner.
Tras la convalecencia de Fidel Castro y el traspaso de poderes a favor de Raúl Castro, el cierre del Ministerio de la Batalla de Ideas y las destituciones de algunos líderes jóvenes, destacados en la difamación y el combate al enemigo, se produjo la falsa expectativa de que el nuevo gobierno abandonaba esa orientación de su ideología de Estado. Pero muy pronto se comprobó que con las reformas raulistas la nueva derecha en el poder se ramificaba en una rama tecnocrática o neoliberal, partidaria de reformas económicas limitadas, y otra neoconservadora y totalitaria, cuya misión sería, además de justificar la represión, impedir que el reformismo rebasara su estrecho cauce y amenazara el sistema político.
Aquellos ideólogos que en los 90 encabezaron la cruzada contra el postmodenismo y que en el libro Vivir y pensar en Cuba (2002) se presentaron como alternativa a los ensayistas que Iván de la Nuez reunió en la antología Cuba y el día después (2001), reaparecían ahora como némesis electrónica de Yoani Sánchez, Generación Y, Penúltimos Días, Cubaencuentro y Diario de Cuba. A medida que la oposición interna crecía y se diversificaba, en tensión con segmentos de una nueva sociedad civil, que presionaban a favor de mayor autonomía, sin romper el diálogo con las instituciones, el neoconservadurismo cubano fue captando cuadros en la nueva generación, como Elier Ramírez Cañedo, que renovó la trifulca historiográfica contra los autonomistas -¡un siglo después!- y el chato enfoque de la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Unos y otros se han reunido ahora en una nueva misión de su partido único que consiste en atacar el reformismo socialista que, desde dentro de la isla, se identificó con el proceso de normalización diplomática y que exige la ampliación de derechos civiles y políticos de la ciudadanía. El blanco preferente parecen ser el proyecto Cuba Posible y sus gestores, Roberto Veiga y Lenier González, pero en el último año, la batería de insultos y descalificaciones de la derecha postfidelista se ha dirigido explícitamente, o no, a voces del periodismo como Fernando Ravsberg, Elaine Díaz y Harold Cárdenas, Periodismo de barrio, La Joven CubaObservatorio Crítico Havana Times, y también a espacios más próximos a la oposición como 14 y medio y Convivencia, así como a publicaciones con vínculos oficiales como On Cuba y Temas.
Las divergencias de todos esos medios son múltiples, pero tienen tres coincidencias que molestan al neoconservadurismo: apoyan las buenas relaciones entre Estados Unidos y Cuba, llaman a preservar y profundizar las reformas y se autodenominan "socialistas". La nueva derecha se moviliza instintivamente contra esas tres líneas, exponiendo su malestar con el presente, pero no para avanzar hacia el futuro sino para regresar, en lo posible, a un pasado ideal, el de la Batalla de Ideas o, mejor, el de la Cuba soviética, anterior a 1992. Ese sentido regresivo sería suficiente para ilustrar el neoconservadurismo, pero no es el único ni el más emblemático de la lógica reaccionaria que guía a esos ideólogos.
Ninguno de los temas de la agenda de la izquierda global -medio ambiente, matrimonio igualitario, comunidades LGTBI, antirracismo, mecanismos de democracia directa, formas de participación ciudadana, autogestión y autonomía, diversidad, igualdad de género, estrategias contra el rentismo o contra la dependencia de las viejas fuentes de energía, multiculturalismo, neomarxismo, derechos humanos de tercera y cuarta generación...- interesa a la nueva derecha post-fidelista. Ni siquiera el deterioro de los índices equitativos de distribución del ingreso, que trabajan los economistas que colaboran en Cuba Posible y Temas, los movilizan. Hay, de hecho, un antintelectualismo y un antiacademicismo, muy parecidos a los de sus equivalentes fuera de la isla, que dirigen, sobre todo, contra economistas como Pedro Monreal, Omar Everleny y Pavel Vidal.
En su ataque, los nuevos derechistas identifican toda la gama del socialismo reformista con un "centrismo" que entienden como socialdemócrata. No piensan, por supuesto, en la rica y heterogénea tradición socialdemócrata (Lasalle, Bernstein, Kautsky, Luxemburgo...) sino en la "tercera vía" de Tony Blair, sin tomarse el trabajo, siquiera, de glosar los textos de Anthony Giddens. Pero como pudo observarse en un debate entre Roberto Veiga, Lenier González y Julio César Guanche, que reseñamos aquí, las ideas de socialismo que manejan esos intelectuales son mucho más plurales y no refieren centralmente a la "tercera vía" británica. En Cuba Posible y Havana Times se ha defendido el socialismo con otros adjetivos: "democrático", "consejista", "libertario"...
La noción de "centro" irrita a los neoconservadores porque desdibuja la polaridad y el binarismo que constituyen el eje de la "mentalidad naufragada" de la reacción, como ha escrito Mark Lilla. No puede haber centro porque en ese patético mundo schmitteano sólo caben dos posiciones, con la Revolución o contra la Revolución, con Martí o con Varona, con Marinello o con Mañach. Al aplicar esa obsesión antitética no sólo al presente, sino al pasado, esos ideólogos caricaturizan la historia intelectual y política de Cuba. Hacen de la historia un panfleto incapaz de convencer a las nuevas generaciones, pero fácil de memorizar por una burocracia cada vez más ignorante. Son antimarxistas y antiliberales, a la vez, como todos los conservadores, de fines del XIX para acá.
La derecha postfidelista no entra en honduras ni en discernimientos. Su idea es vulgar: existe un sólo socialismo verdadero, el del gobierno cubano, y un único capitalismo, el del resto del mundo, menos, suponemos, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, cuatro capitalismos rentistas. Raras veces esos neoconservadores mencionan a Rusia y a China, pero es de suponer que, para evitar mayores incoherencias, no consideren a esos regímenes "socialistas". Convenientemente cierran los ojos al avance del capitalismo en Cuba, lo que no les impide negar que exista un sistema donde se mezclen socialismo y capitalismo, en un mentís al propio Lenin en tiempos de la NEP.
Hay poco que agregar a la crítica de Haroldo Dilla a uno de los voceros de ese segmento, que no habría que entender como corriente intelectual sino como grupo de presión que aspira a todo el poder en la Cuba posterior a Fidel y a Raúl. Tal vez, únicamente valga la pena constatar que ya se perfila una veta fascista en el argumento de que lo que define la diferencia entre los "socialistas" -es decir, los partidarios acríticos del gobierno cubano- y los "capitalistas" -todos los demás-, es un atributo "moral" o "subjetivo". El "hombre nuevo" guevarista vendría siendo, en la mente de esos "asalariados del pensamiento oficial", una variante del "superhombre", no de Nietzsche sino de Rosenberg, que a fuerza de voluntad encarna el ideal puro de una nación. Esa idea no es socialista ni de izquierda, es totalitaria y fascista.

    

domingo, 9 de julio de 2017

Jean Echenoz retrata a Kim Jong-un



La última novela de Jean Echenoz, Enviada especial (Anagrama, 2017) es como si se hubiera metido a Quentin Tarantino y John Le Carré en una licuadora. El resultado es un cocktail hilarante, en el que unos decadentes músicos del infumable pop francés de los 70, se ven envueltos en una operación de desestabilización de Corea del Norte, luego de dedicarse a todo tipo de oficios, incluidos los de asaltantes de bancos, secuestros, sexo carcelario y asesinatos a sueldo. Uno de los mejores momentos de la novela es cuando Echenoz capta la entrada en escena del líder norcoreano en algún palacete comunista de Pyongyang:

"Al anochecer, antes del banquete, el líder supremo en persona apareció al son de la canción "Du même pas", escrita en su honor por el compositor Ri Jong-o, que suscitó al instante una profunda y unánime reverencia. Rollizo y barrigudo, gruesa cara rubicunda oval homotética con un grueso busto oval -huevo de pata sobre huevo de avestruz sin conexión que los una- avanzaba con aire obcecado, afectado, compensando su breve estatura, como su querido líder padre, con espesas calzas sobre las que caminaba balanceando los brazos lejos del cuerpo. Constance se enteraría más adelante de que cultivaba su parecido con su abuelo líder eterno, reproduciendo sus gestos, su andar, sus mímicas, sus trajes y  su corte de pelo rasurado en las sienes, esponjado detrás con la raya al medio. Se murmuraba incluso, pero tantas cosas de murmuran bajo el cielo, que no menos de seis intervenciones quirúrgicas habían acentuado ese mimetismo".

sábado, 1 de julio de 2017

Contra la modernolatría



Iván Illich (1926-2002) fue un pensador austriaco con una vida itinerante, de múltiples residencias, como su propio pensamiento: Viena, Florencia, Croacia, Salzburgo, Princeton, Nueva York, Puerto Rico, Cuernavaca… Su padre era originario de Dalmacia y su madre una judía alemana, convertida al catolicismo en la Viena del desplome del imperio austro-húngaro y el nacimiento del nazismo. Los orígenes de su filosofía están en la teología católica posterior al Concilio Vaticano II y las izquierdas contraculturales de los 60, pero también en la vivencia de la barbarie europea de mediados del siglo XX.
         La experiencia de Illich en México, en los años 60 y 70, a través del Centro Intercultural de Documentación (CIDOC) de Cuernavaca, propició el diálogo con algunos intelectuales católicos mexicanos, como Gabriel Zaid y Javier Sicilia, que en sus propios textos han admitido la deuda con el autor de El derecho al desempleo útil (2015). Ahora el joven historiador mexicano Humberto Beck, recién graduado en la Universidad de Princeton con una tesis sobre la filosofía de la historia europea, dedica al pensamiento de Illich el ensayo Otra modernidad es posible (2017), editado por Malpaso.
         El glosario conceptual de Illich, en ensayos como La sociedad desescolarizada (1971), Energía y equidad (1974), Némesis médica (1975) o Ecofilosofías (1984), es muy parecido al de otros pensadores de la Guerra Fría, como los de la Escuela de Frankfurt tardía o los teólogos de la liberación latinoamericana. Beck destaca su interlocución con Paulo Freire, Peter Berger y Jürgen Habermas, pero toda la obra de Illich podría entenderse como una lúcida invectiva contra la modernidad, en un esfuerzo paralelo al de la filosofía post-estructuralista y postmoderna en las últimas décadas del siglo XX.
         Leyendo a Beck confirmamos algo que, sólo en apariencia, sería contradictorio: todo el gran pensamiento moderno es crítico de la modernidad. Descartes y Spinoza, Kant y Rousseau, Marx y Weber fueron modernos antimodernos, si vale el oxímoron. No antimodernos en el sentido reaccionario o conservador, que le atribuye Antoine Compagnon, sino en el sentido de Marshall Berman: modernos que, sin abjurar de los valores ilustrados, objetaron la deshumanización del industrialismo, el imperio del consumo y el endiosamiento de la técnica.
         En La convivencialidad (1973), Illich se enfrentaba al tema habermasiano –una década antes de la Teoría de la acción comunicativa- de la contradicción entre capitalismo y comunidad. Lo singular en Illich sería un enfrentamiento del dilema sin las intransigencias al uso del marxismo vulgar o el neoliberalismo despiadado. Beck advierte que, aunque la orientación del pensador era fundamentalmente socialista, su intercambio con el liberalismo y el republicanismo fue permanente. Esas tres corrientes de pensamiento político formaban parte del mismo acervo o la misma tradición, sin los cuales “otra modernidad” no sería “posible”.
         En la disputa interna, planteada por tres clásicos de la Escuela de Frankfurt –Dialéctica de la Ilustración (1947) de Adorno y Horkheimer, El hombre unidimensional (1964) de Marcuse y Teoría de la acción comunicativa (1981) de Habermas-, Illich optaba por una posición personal. Los cuatro pensadores tenían razón en sus críticas a la racionalidad técnico-instrumental del capitalismo pero no alcanzaban a proponer una “reconstrucción  convivencial” de la sociedad ni una “reivindicación de los ámbitos de comunidad”, indispensables para una experiencia de lo moderno sin modernolatría.
          

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