La cultura cubana ha sido un lugar saturado de representaciones utópicas, que apenas en la era global se ve obligado a asimilar sus propios límites. Todavía en la década de los 90 y los primeros años del siglo XXI, buena parte del discurso cultural cubano daba crédito al tópico del "naufragio de la utopía", con lo cual los encargos providenciales que se hacían a la isla parecían asomarse a una segunda oportunidad, siempre postergada. El malestar que provoca esa vuelta a la geografía, en medio de la globalización, puede interpretarse en algunos de los proyectos literarios mejor armados desde la isla, en los últimos años.
Leo en la última novela de Jorge Enrique Lage, La autopista. The Movie (La Habana, Colección G, 2014), una forma de lidiar estéticamente con ese malestar. Desde su anterior Carbono 14. Una novela de culto (Lima, Ediciones Altazor, 2010), Lage (La Habana, 1979) se había interesado en el tema de la ucronía o la yuxtaposición de los tiempos nacionales, al ubicar la trama en un futuro impreciso de la isla, aunque adherido al siglo XXI y a la "misma Habana del realismo". Evelyn, la extraterrestre que cae desnuda en la isla, con la Tabla Periódica de Mendeleiev bajo el brazo, luego de una explosión en su planeta, llamado Cuba, es un personaje que plantea desde las primeras páginas esa caotización ucrónica del relato.
El isótopo radiactivo que da título a la novela refiere la aplicación del método del carbono 14 para medir la temporalidad de cualquier objeto -la ropa interior, por ejemplo- en una ciudad que, a pesar de las múltiples escenas que la asocian con la Habana de hoy, es una cápsula atemporal, con rastros de todas las edades posibles de la isla. El escenario reconocible de La Habana actual, en Carbono 14, es un elemento compensador del futurismo de la novela, toda vez que en el telón de fondo de ese presente perpetuo hacen contacto, como en las terminales de un cable electrónico, el pasado y el futuro de los personajes, sus memorias y sus tramas.
En La autopista, sin embargo, ese presente se ha visto dinamitado, no por una explosión en un planeta remoto, llamado Cuba, sino por la agresiva desestructuración de la historia y la geografía que ha producido el megaproyecto de una carretera que atraviesa el golfo de México y el Caribe y une a Nueva Orleans y Miami con las pequeñas islas antillanas, ahora convertidas en estaciones de paso, México, Centroamérica y Suramérica, Cancún, Curazao y Cartagena. El futuro, en La autopista, es un dispositivo ingenieril y tecnológico que ha borrado las naciones y sus capitales, las temporalidades y sus legados. La ciudad, atravesada por la autopista, se sigue llamando "la ciudad", pero su presencia no carga con aquella habanofilia que, en forma de guiños topológicos, emergía en la novela anterior.
Los personajes de La autopista (el Autista, Vida Guerra, Hu Jintao, Poppy, el Profesor, Cabeza de Cubo...) carecen de ese afecto generacional que todavía se lee en Carbono 14 y que dotaba la ficción de una suerte de lenguaje cifrado. Aquí el futurismo está desaforado, por decirlo así, precipitado en un tobogán de relatos que se ramifican y que desplazan constantemente el eje de la ficción. Todos los personajes son, de hecho, periféricos o secundarios, y cada capítulo -subtitulados todos en inglés, "Breaking News", "Hard Rock Live", "Transmetal", "White Trash"...- abre una subtrama que multiplica el relato. Sin parecerse a ninguno de los narradores que toma como modelo -Diderot, Nabokov, Borges...- las ficciones de Lage serían una buena ilustración del principio de la "novela múltiple", descrita por Adam Thirlwell.
Sólo que en La autopista el realismo y el drama están reducidos al mínimo. Como si David Foster Wallace, y no Cormac McCarthy, hubiera escrito la trama de The Road, el texto elude la realidad y el drama, aunque sin desembocar en una pastoral de la ciencia ficción. El futuro no es aquí el espacio limpio y minimal de los objetos electrónicos blancos y grises sino el inframundo de Elysium o las ciudades depauperadas, militarizadas o controladas por tribus y mafias urbanas que se ven en Blade Runner o Children of Men. Más bien se trata de una distopía ciberpunk, levantada sobre un Caribe de resorts, capos y ejércitos. A fin de cuentas esta es una novela que, como anuncia el subtítulo, debe más al cine que a cualquier otra novela.
Leyendo La autopista confirmo algo que he comentado aquí y aquí y es que la más joven generación de escritores cubanos llega con un repertorio simbólico y un campo referencial fuertemente marcado por la cultura popular y, especialmente, por la cultura popular mediática y electrónica de Estados Unidos -publicidad, series de televisión, Hollywood, nuevas tecnologías-, lo cual establece diferencias clarísimas con la generación inmediatamente anterior, la de los 90, que era más letrada, rusófila y afrancesada. No es extraño que esta nueva generación aparezca ya con un dominio pleno de la novela y el cuento, como géneros literarios, que no pase por el ritual iniciático de la poesía tertuliana y que no haga culto a la escritura fragmentaria, tan celebrada por el postestructuralismo y el postmodernismo en los 80.
La ucronía de Lage es, como decíamos, apocalíptica. En un momento dice: "Lo que fue La Habana. Lo que nunca fue. Lo que sea que haya sido. La autopista lo ha borrado del mapa. En su lugar, el inabarcable asfalto que llena nuestras pesadillas. Pero tenemos una película en marcha. Tenemos un restaurante. Esperamos, de un momento a otro, un disparo de la suerte". El futuro es el capitalismo y la conexión transnacional, un mundo de conversaciones imaginarias entre Fidel Castro y Roberto Goizueta, de empresarios mexicanos con nombre de jerarcas comunistas chinos y pederastas americanos con nombre de mascotas, de robots, huracanes Katrina y de mafias de Miami y de La Habana. Un mundo desenraizado, donde nadie sabe "dónde está parado", donde lo que la autopista une por arriba, se vive como una sepultura o una escisión por debajo.
Libros del crepúsculo
sábado, 21 de febrero de 2015
miércoles, 18 de febrero de 2015
La derecha en América Latina y los "conflictos ortogonales"
La revista Nueva Sociedad, que dirigen en Buenos Aires Claudia Detsch y Pablo Stefanoni, es uno de los más importantes centros de reflexión sobre la política latinoamericana que existen en la actualidad. En este blog hemos comentado algunos números y uno de los temas que ha acompañado a dicha publicación, sobre todo en los últimos años, ha sido el del ascenso de las nuevas izquierdas en la región. En su última edición, Nueva Sociedad se encarga de un tema relegado en las ciencias sociales latinoamericanas contemporáneas, el de las derechas latinoamericanas, y lo hace con una visión cartográfica de la mayor amplitud y diversidad.
El número recorre la experiencia reciente de la derecha no sólo en países donde ha gobernado, como México, Chile, Colombia y Paraguay, sino que intenta captar las modalidades de la derecha y el centro-derecha opositores en países gobernados por la izquierda, sobre todo en la zona andina, como Ecuador, Bolivia y Perú. El volumen propone, además, algunas premisas muy recomendables para pensar la relación de las derechas regionales con sus anclajes simbólicos viejos y nuevos, como el catolicismo, el nacionalismo y el liberalismo. Según varios autores, la fuerte identificación de la derecha con el mercado, desde los años neoliberales, no necesariamente ha quebrado sus nexos con valores tradicionales del repertorio católico, nacionalista o conservador.
Los enfoques teóricos que siguen los autores, para sostener la distinción ideológica y política entre derechas, centros e izquierdas, son muy distintos. Pero en varios momentos, especialmente, en el ensayo introductorio de Cristóbal Rovira Kaltwasser, se echa mano de la conocida tesis de Norberto Bobbio, en su clásico ensayo de los años 90. Rovira es, por cierto, compilador, junto con Juan Pablo Luna, del reciente volumen, editado por Johns Hopkins University, The Resilience of the Latin American Right (2014), que habrá que leer. Reproduzco a continuación el pasaje en el que Rovira hace explícita la suscripción de la tesis de Bobbio:
"Al revisar la extensa literatura que versa sobre cómo definir derecha e izquierda, quizás sea la obra del filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio la que ofrece la conceptualización más nítida y sugerente. En primer lugar, derecha e izquierda son conceptos antitéticos, vale decir, el uno existe gracias al otro. En términos prácticos, esto implica que la eventual dominancia de uno de estos campos ideológicos no significa que el otro desaparezca y, por lo tanto, el peso relativo de la derecha y la izquierda varía a lo largo del tiempo y de los contextos nacionales. En segundo lugar, la distinción entre derecha e izquierda se sustenta antes que nada en la concepción del ideal de la igualdad. Mientras que la derecha concibe que la mayoría de las desigualdades son naturales y difíciles (e incluso inconvenientes) de erradicar, la izquierda asume que la mayoría de las desigualdades son construidas socialmente y, por ende, las ve como producto de situaciones que deben ser modificadas. Por último, al proponer que el eje derecha/ izquierda guarda relación con el conflicto en torno a diferentes actitudes hacia la desigualdad, Bobbio plantea de forma explícita que suelen existir otros conflictos que son ortogonales a la distinción entre derecha e izquierda. Así, por ejemplo, el autoritarismo puede ser defendido por dictadores tanto de derecha (por ejemplo, Augusto Pinochet en Chile) como de izquierda (por ejemplo, Fidel Castro en Cuba)".
El número recorre la experiencia reciente de la derecha no sólo en países donde ha gobernado, como México, Chile, Colombia y Paraguay, sino que intenta captar las modalidades de la derecha y el centro-derecha opositores en países gobernados por la izquierda, sobre todo en la zona andina, como Ecuador, Bolivia y Perú. El volumen propone, además, algunas premisas muy recomendables para pensar la relación de las derechas regionales con sus anclajes simbólicos viejos y nuevos, como el catolicismo, el nacionalismo y el liberalismo. Según varios autores, la fuerte identificación de la derecha con el mercado, desde los años neoliberales, no necesariamente ha quebrado sus nexos con valores tradicionales del repertorio católico, nacionalista o conservador.
Los enfoques teóricos que siguen los autores, para sostener la distinción ideológica y política entre derechas, centros e izquierdas, son muy distintos. Pero en varios momentos, especialmente, en el ensayo introductorio de Cristóbal Rovira Kaltwasser, se echa mano de la conocida tesis de Norberto Bobbio, en su clásico ensayo de los años 90. Rovira es, por cierto, compilador, junto con Juan Pablo Luna, del reciente volumen, editado por Johns Hopkins University, The Resilience of the Latin American Right (2014), que habrá que leer. Reproduzco a continuación el pasaje en el que Rovira hace explícita la suscripción de la tesis de Bobbio:
"Al revisar la extensa literatura que versa sobre cómo definir derecha e izquierda, quizás sea la obra del filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio la que ofrece la conceptualización más nítida y sugerente. En primer lugar, derecha e izquierda son conceptos antitéticos, vale decir, el uno existe gracias al otro. En términos prácticos, esto implica que la eventual dominancia de uno de estos campos ideológicos no significa que el otro desaparezca y, por lo tanto, el peso relativo de la derecha y la izquierda varía a lo largo del tiempo y de los contextos nacionales. En segundo lugar, la distinción entre derecha e izquierda se sustenta antes que nada en la concepción del ideal de la igualdad. Mientras que la derecha concibe que la mayoría de las desigualdades son naturales y difíciles (e incluso inconvenientes) de erradicar, la izquierda asume que la mayoría de las desigualdades son construidas socialmente y, por ende, las ve como producto de situaciones que deben ser modificadas. Por último, al proponer que el eje derecha/ izquierda guarda relación con el conflicto en torno a diferentes actitudes hacia la desigualdad, Bobbio plantea de forma explícita que suelen existir otros conflictos que son ortogonales a la distinción entre derecha e izquierda. Así, por ejemplo, el autoritarismo puede ser defendido por dictadores tanto de derecha (por ejemplo, Augusto Pinochet en Chile) como de izquierda (por ejemplo, Fidel Castro en Cuba)".
viernes, 13 de febrero de 2015
El doctor Céline contra la Revolución y la Geometría
El escritor francés Louis-Fernidand Céline, cuya novela Viaje al fin de la noche (1932), fue venerada por la Beat Generation y el existencialismo y el post estructuralismo franceses -Philippe Sollers, por ejemplo, decía que Céline era un "anarquista de derechas que tenía razón contra todas las propagandas bienpensantes"-, fue, antes que escritor, o a la par, médico. Su tesis de medicina presentada en París, en 1924, es, a la vez, un tratado clínico y un ensayo literario. Lo que une literatura y medicina en el texto de Céline es la historia y la biografía, escritas con la vivacidad de un panfletista o un novelista de cordel en la Europa de entre guerras.
La tesis se tituló La vida y la obra de Philippe Ignace de Semmelweis (1818-1865) y cuenta la historia de un joven abogado, nacido en Budapest, que se traslada a Viena a mediados del siglo XIX y se interesa en el aumento de la mortalidad de mujeres embarazadas en el Hospital General de la capital del imperio. Semmelweis toma cursos de medicina y trabaja con ginecólogos y obstetras reconocidos, hasta alcanzar familiaridad con los males que producían tantos decesos. Su apasionada entrega a la medicina, mal vista por maestros y condiscípulos con mayor experiencia, lo llevó a formular el diagnóstico de la fiebre puerperal, una infección contra embarazadas, que atacaba por medio de una secuencia fatal de flebitis, linfangitis, peritonitis, pleuresía, pericarditis y, finalmente, meningitis, y a adelantar el tratamiento clínico por medio de la antisepsia.
Para Céline, Semmelweis es, naturalmente, un héroe, pero también un mártir. El martirio del joven abogado y médico húngaro no tuvo que ver, a su juicio, únicamente con el hecho de que él mismo se hubiera infectado, durante el tratamiento de las mujeres de Viena, y hubiera fallecido de fiebre puerperal en el mismo Hospital General, en 1865. Céline hace del martirio de Semmelweis una cruzada de nobleza y humildad contra el racionalismo y el liberalismo que avanzan en la Europa del siglo XIX, especialmente en el lapso que va de la Revolución Francesa de 1789 a las revoluciones europeas de 1848. Es, justamente, entre 1847 y 1848, que se produce el mayor brote de fiebre puerperal en Viena, y Céline relaciona la enfermedad con el espíritu de la Revolución.
Las primeras páginas del Semmelweis de Céline son una catilinaria contra la Revolución Francesa, digna de Maistre o Chateaubriand. Describe a Versalles temblando ante los "gritos" de Mirabeau -símbolo, según Ortega y Gasset, de lo contrario: de la templanza o la moderación- y pone a Luis XVI a "pagar los platos rotos". Habla de la razón como una nueva "bestia", que entre 1789 y 1793, hizo de las "masas enardecidas leones hambrientos". Hasta la caída de Napoléon, lo que sucedió en Europa, según Céline, fue una calamidad: "la flor de una época fue hecha picadillo..., de golpe, veinte razas se precipitaron a un horrible delirio". Con la Restauración monárquica, pasó la fiebre -Céline leía la historia en clave clínica-, pero el alivio fue pasajero. La Revolución regresaría en 1830 y en 1848 y esta última vez, con fuerza continental. Para colmo, dice, "Metternich ha envejecido y la joven Hungría lo toma por sorpresa".
En un momento de su tratado, Céline cita a John Stuart Mill: "si se hubiera descubierto que las verdades geométricas son susceptibles de causar alguna molestia a los hombres, hace tiempo que habrían sido declaradas falsas". El gran pensador liberal, según Céline, está errado: la geometría, como la razón y la Revolución hacen daño al hombre y, aún así, se han arraigado en la cultura europea moderna. La fiebre puerperal es, de algún modo, una maldición contra esa Europa revolucionaria, que ataca a las madres de los niños europeos. Y la incomprensión y la soledad que sufre Semmelweis, el médico llamado a curar la enfermedad, son también síntomas de la barbarie y el egoísmo que expanden el espíritu geométrico y liberal. "En el corazón de los hombres solo existe la guerra", concluye un Céline más cerca de Carl Schmitt o Ernst Jünger que de Hobbes o Clausewitz.
En un momento de este primer libro, el autor de Bagatelas para una masacre (1938), sintetiza la mentalidad reaccionaria, de quien no siente formar parte del tiempo moderno: "esperemos que aparezcan los días que queremos en la matriz del pasado". La palabra "matriz", en la biografía de un obstetra, adquiere una connotación precisa, aunque transferida a la historia. Habría, según este joven conservador, que ya pasó por el horror de la Primera Guerra Mundial, una matriz en el pasado que fecundaría un tiempo nuevo en el que serán vengados los crímenes de la modernidad. Aunque en otro momento de Semmelweis cita elogiosamente a Romain Rolland -"la noche del mundo está iluminada por luces divinas"- los orígenes del Céline fascista y antisemita se leen aquí.
La tesis se tituló La vida y la obra de Philippe Ignace de Semmelweis (1818-1865) y cuenta la historia de un joven abogado, nacido en Budapest, que se traslada a Viena a mediados del siglo XIX y se interesa en el aumento de la mortalidad de mujeres embarazadas en el Hospital General de la capital del imperio. Semmelweis toma cursos de medicina y trabaja con ginecólogos y obstetras reconocidos, hasta alcanzar familiaridad con los males que producían tantos decesos. Su apasionada entrega a la medicina, mal vista por maestros y condiscípulos con mayor experiencia, lo llevó a formular el diagnóstico de la fiebre puerperal, una infección contra embarazadas, que atacaba por medio de una secuencia fatal de flebitis, linfangitis, peritonitis, pleuresía, pericarditis y, finalmente, meningitis, y a adelantar el tratamiento clínico por medio de la antisepsia.
Para Céline, Semmelweis es, naturalmente, un héroe, pero también un mártir. El martirio del joven abogado y médico húngaro no tuvo que ver, a su juicio, únicamente con el hecho de que él mismo se hubiera infectado, durante el tratamiento de las mujeres de Viena, y hubiera fallecido de fiebre puerperal en el mismo Hospital General, en 1865. Céline hace del martirio de Semmelweis una cruzada de nobleza y humildad contra el racionalismo y el liberalismo que avanzan en la Europa del siglo XIX, especialmente en el lapso que va de la Revolución Francesa de 1789 a las revoluciones europeas de 1848. Es, justamente, entre 1847 y 1848, que se produce el mayor brote de fiebre puerperal en Viena, y Céline relaciona la enfermedad con el espíritu de la Revolución.
Las primeras páginas del Semmelweis de Céline son una catilinaria contra la Revolución Francesa, digna de Maistre o Chateaubriand. Describe a Versalles temblando ante los "gritos" de Mirabeau -símbolo, según Ortega y Gasset, de lo contrario: de la templanza o la moderación- y pone a Luis XVI a "pagar los platos rotos". Habla de la razón como una nueva "bestia", que entre 1789 y 1793, hizo de las "masas enardecidas leones hambrientos". Hasta la caída de Napoléon, lo que sucedió en Europa, según Céline, fue una calamidad: "la flor de una época fue hecha picadillo..., de golpe, veinte razas se precipitaron a un horrible delirio". Con la Restauración monárquica, pasó la fiebre -Céline leía la historia en clave clínica-, pero el alivio fue pasajero. La Revolución regresaría en 1830 y en 1848 y esta última vez, con fuerza continental. Para colmo, dice, "Metternich ha envejecido y la joven Hungría lo toma por sorpresa".
En un momento de su tratado, Céline cita a John Stuart Mill: "si se hubiera descubierto que las verdades geométricas son susceptibles de causar alguna molestia a los hombres, hace tiempo que habrían sido declaradas falsas". El gran pensador liberal, según Céline, está errado: la geometría, como la razón y la Revolución hacen daño al hombre y, aún así, se han arraigado en la cultura europea moderna. La fiebre puerperal es, de algún modo, una maldición contra esa Europa revolucionaria, que ataca a las madres de los niños europeos. Y la incomprensión y la soledad que sufre Semmelweis, el médico llamado a curar la enfermedad, son también síntomas de la barbarie y el egoísmo que expanden el espíritu geométrico y liberal. "En el corazón de los hombres solo existe la guerra", concluye un Céline más cerca de Carl Schmitt o Ernst Jünger que de Hobbes o Clausewitz.
En un momento de este primer libro, el autor de Bagatelas para una masacre (1938), sintetiza la mentalidad reaccionaria, de quien no siente formar parte del tiempo moderno: "esperemos que aparezcan los días que queremos en la matriz del pasado". La palabra "matriz", en la biografía de un obstetra, adquiere una connotación precisa, aunque transferida a la historia. Habría, según este joven conservador, que ya pasó por el horror de la Primera Guerra Mundial, una matriz en el pasado que fecundaría un tiempo nuevo en el que serán vengados los crímenes de la modernidad. Aunque en otro momento de Semmelweis cita elogiosamente a Romain Rolland -"la noche del mundo está iluminada por luces divinas"- los orígenes del Céline fascista y antisemita se leen aquí.
viernes, 6 de febrero de 2015
La poesía después de Darwin
La influyente línea de pensamiento de la biopolítica que va de Michel Foucault a Giorgio Agamben y a Roberto Esposito, ha producido un efecto, digamos genealógico, en la historia intelectual y la crítica cultural que, en muchos casos, hace del archivo darwinista una preparación espiritual para el fascismo. Con frecuencia leemos estudios que colocan las distintas variantes del darwinismo social, entre fines del siglo XIX y principios del XX, en una secuencia ideológica fatal, que culmina en Auschwitz. Esta versión vulgar de la "genealogía del racismo" es muy parecida al viejo enfoque de Georg Lukács en El asalto a la razón (1954), que colocaba mecánicamente toda la filosofía idealista, de Nietzsche en adelante, en el camino del nazismo. Partiendo de Foucault, que a su vez partía Nietzsche, se termina suscribiendo tesis muy parecidas a las del peor materialismo histórico.
Más allá de su amenidad o su belleza, el libro de prosas Animal que escribe. El arca de José Martí (Madrid, Vaso Roto, 2014), del poeta cubano Orlando González Esteva, es lectura pertinente para indagar los dilemas analógicos de la poesía después de Darwin. Poesía escrita en poemas, pero también en prosas de muy diversa índole por José Martí, en Nueva York, capital del naturalismo y el evolucionismo, a fines del siglo XIX. Poemas, cartas -especialmente las dirigidas a María Mantilla-, fragmentos, apuntes, diarios y crónicas de Martí están desbordados de observaciones y tropos sobre los animales. Hay un bestiario martiano, no tan perceptible como otros territorios de la poesía del cubano, que González Esteva, en secuencia con su anterior Tallar en nubes (México D.F., Aldus, 1999), quiere presentarnos como un acervo oculto que, finalmente, sale a la luz.
Elefantes, caballos, osos, lobos, tigres, leones, panteras, pulpos, águilas, palomas, peces, dragones, minotauros..., ¿qué animal no aparece en alguna prosa o poema de José Martí? Lector leal de Linneo y Darwin -"frente saliente y adoselada como la del poeta Bryant", "se ve la garra de Darwin en la política, en la historia y en la poesía...", "donde Darwin puso la ciencia ya nadie la quita", "a los hombres se les ha de dar a la vez a leer a Darwin y a Plutarco"...- Martí abrió la poesía al mundo animal desde la certeza de que el hombre pertenecía a ese y no a otro reino, como predicaban todas las religiones, de las que desconfiaba. En la vida de los animales buscó siempre el poeta el devenir paralelo de su propia vida y la de sus semejantes. Martí, tan dado al autorretrato, en la escritura o el dibujo -arte que siempre practicó- se pintaba, a veces, como águila, a veces, como gusano.
Entre todos los animales que encuentra González Esteva en Martí abundan los insectos: mariposas, abejas, hormigas, gusanos. Desde los bichos lumínicos que acompañan a Edison en su hallazgo de la iluminación incandescente, hasta la araña con la que juega el paraguas de Martí, sobre una roca, los insectos son los que más acaparan su mirada. En esa tribu invertebrada -el término latín, insectum, significa cortado a la mitad- Martí, como Mandeville o Marx, encuentra la gran analogía del género humano y, acaso, de la propia persona humana: criaturas escindidas y, a la vez, resistentes, preparadas para la vida en comunidad y para sobrevivir al holocausto. Los más molestos o repulsivos, una mosca o un gusano, son para Martí tipos heroicos:
"Cuentan que un oso quiso quitar una mosca de la nariz de su dueño dormido, e intentó sacudirla con la garra, con lo que dejó la nariz de su dueño mal parada".
Y al final de su Cuaderno de apuntes, se inserta toda una apología del gusano, al descubrir la especie del "Tardigrade", la "última novedad en gusanos", dice, como si hablara de coches o iPhones. La oda al gusano de José Martí debería hacernos repensar las analogías políticas al uso, como recomienda González Esteva, pero también, la metáfora del gusano, la rosa o la entraña del monstruo (Estados Unidos), que recorre buena parte de su poesía y su prosa:
"Yo he observado que los gusanos son cautos, pero no miedosos. Los gusanos son elásticos. ¿Quién se ase mejor que los gusanos? ¿Quién con menos punto de apoyo busca en el aire su camino? Se asen por la cola, por la boca, por el vientre. Magníficos acróbatas los gusanos".
La imaginación biológica o naturalista de Martí, como nos recuerda González Esteva, no era únicamente un recurso lírico. El poeta y político cubano se identificó con Henry Bergh, el creador de la Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad contra los Animales (ASPCA), a quien dedicó un obituario en sus Escenas norteamericanas. El maltrato a los animales, escribía Martí, "abestia al hombre". La vida de los animales debía preservarse como si se tratara de la vida de los tripulantes originarios del arca de Noé. Un arca que, en este otro Martí de González Esteva, se dispone como legado literario, contra el diluvio de la desmemoria y las malas lecturas: "la calamidad, la indiferencia de varias generaciones de lectores a quienes solo ha interesado el patriota y el hombre de ideas, y no el escritor sensible e imaginativo capaz de ver en el globo terráqueo un hombre toro que orbita en un laberinto estelar, se desdobla en insecto volador y ávido de luz expira, quizás abrasado".
Más allá de su amenidad o su belleza, el libro de prosas Animal que escribe. El arca de José Martí (Madrid, Vaso Roto, 2014), del poeta cubano Orlando González Esteva, es lectura pertinente para indagar los dilemas analógicos de la poesía después de Darwin. Poesía escrita en poemas, pero también en prosas de muy diversa índole por José Martí, en Nueva York, capital del naturalismo y el evolucionismo, a fines del siglo XIX. Poemas, cartas -especialmente las dirigidas a María Mantilla-, fragmentos, apuntes, diarios y crónicas de Martí están desbordados de observaciones y tropos sobre los animales. Hay un bestiario martiano, no tan perceptible como otros territorios de la poesía del cubano, que González Esteva, en secuencia con su anterior Tallar en nubes (México D.F., Aldus, 1999), quiere presentarnos como un acervo oculto que, finalmente, sale a la luz.
Elefantes, caballos, osos, lobos, tigres, leones, panteras, pulpos, águilas, palomas, peces, dragones, minotauros..., ¿qué animal no aparece en alguna prosa o poema de José Martí? Lector leal de Linneo y Darwin -"frente saliente y adoselada como la del poeta Bryant", "se ve la garra de Darwin en la política, en la historia y en la poesía...", "donde Darwin puso la ciencia ya nadie la quita", "a los hombres se les ha de dar a la vez a leer a Darwin y a Plutarco"...- Martí abrió la poesía al mundo animal desde la certeza de que el hombre pertenecía a ese y no a otro reino, como predicaban todas las religiones, de las que desconfiaba. En la vida de los animales buscó siempre el poeta el devenir paralelo de su propia vida y la de sus semejantes. Martí, tan dado al autorretrato, en la escritura o el dibujo -arte que siempre practicó- se pintaba, a veces, como águila, a veces, como gusano.
Entre todos los animales que encuentra González Esteva en Martí abundan los insectos: mariposas, abejas, hormigas, gusanos. Desde los bichos lumínicos que acompañan a Edison en su hallazgo de la iluminación incandescente, hasta la araña con la que juega el paraguas de Martí, sobre una roca, los insectos son los que más acaparan su mirada. En esa tribu invertebrada -el término latín, insectum, significa cortado a la mitad- Martí, como Mandeville o Marx, encuentra la gran analogía del género humano y, acaso, de la propia persona humana: criaturas escindidas y, a la vez, resistentes, preparadas para la vida en comunidad y para sobrevivir al holocausto. Los más molestos o repulsivos, una mosca o un gusano, son para Martí tipos heroicos:
"Cuentan que un oso quiso quitar una mosca de la nariz de su dueño dormido, e intentó sacudirla con la garra, con lo que dejó la nariz de su dueño mal parada".
Y al final de su Cuaderno de apuntes, se inserta toda una apología del gusano, al descubrir la especie del "Tardigrade", la "última novedad en gusanos", dice, como si hablara de coches o iPhones. La oda al gusano de José Martí debería hacernos repensar las analogías políticas al uso, como recomienda González Esteva, pero también, la metáfora del gusano, la rosa o la entraña del monstruo (Estados Unidos), que recorre buena parte de su poesía y su prosa:
"Yo he observado que los gusanos son cautos, pero no miedosos. Los gusanos son elásticos. ¿Quién se ase mejor que los gusanos? ¿Quién con menos punto de apoyo busca en el aire su camino? Se asen por la cola, por la boca, por el vientre. Magníficos acróbatas los gusanos".
La imaginación biológica o naturalista de Martí, como nos recuerda González Esteva, no era únicamente un recurso lírico. El poeta y político cubano se identificó con Henry Bergh, el creador de la Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad contra los Animales (ASPCA), a quien dedicó un obituario en sus Escenas norteamericanas. El maltrato a los animales, escribía Martí, "abestia al hombre". La vida de los animales debía preservarse como si se tratara de la vida de los tripulantes originarios del arca de Noé. Un arca que, en este otro Martí de González Esteva, se dispone como legado literario, contra el diluvio de la desmemoria y las malas lecturas: "la calamidad, la indiferencia de varias generaciones de lectores a quienes solo ha interesado el patriota y el hombre de ideas, y no el escritor sensible e imaginativo capaz de ver en el globo terráqueo un hombre toro que orbita en un laberinto estelar, se desdobla en insecto volador y ávido de luz expira, quizás abrasado".
miércoles, 4 de febrero de 2015
Martí, la eugenesia y los migrantes
La asociación entre textos de José Martí y la antropología criminalística de Cesare Lombroso o la eugenesia racial de Francis Galton, que sugieren Francisco Morán y Jorge L. Camacho en sus últimos libros, parte por momentos de una idea corriente, y no histórica o teóricamente documentada, de lo "lombrosiano" o lo "eugenésico". De acuerdo con esa idea, lo primero sería la identificación entre ciertos rasgos físicos o fenotípicos con los delitos y los crímenes y lo segundo sería la distinción y jerarquización entre razas. Si eso fuera lo lombrosiano y lo eugenésico, entonces dichas ideas habrían existido desde mucho antes del siglo XIX, tal vez, desde la antigüedad esclavista.
La literatura está llena de descripciones físicas de bandidos y criminales, desde el Maese Pedro y Roque Guinart en el Quijote de Cervantes hasta la población penal o delincuencial que desfila por las novelas de Balzac, Dickens o Dostoievski, que no suscriben las bases teóricas del fenotipo del criminal nato, degenerado o demencial de Lombroso. Lo mismo podría decirse de la distinción entre razas, que acompaña todo el pensamiento renacentista, neoclásico y, especialmente, la historia natural ilustrada (Montesquieu, Buffon, Robertson, de Pauw...) y que tampoco converge con las ideas eugenésicas que Galton desarrolló a partir del traslado de las tesis darwinistas a la sociedad.
Como en el caso de la criminalística lombrosiana, la teoría eugenésica de Galton fue creada en época de Martí, pero difundida e institucionalizada después de la muerte del poeta y político cubano. La palabra misma, "eugenics" en inglés o "eugenesia" en español, se socializó en los últimos años del siglo XIX y, sobre todo, las dos primeras décadas del siglo XX, cuando se creó y funcionó la Sociedad Eugenésica, que encabezó Charles Galton Darwin, descendiente de ambos pensadores. Con diferentes matices, la tesis del determinismo genético de las razas y su posible corrección o mejoramiento por diversos medios -control de natalidad, inmigración, mestizaje, estirilización e, incluso, exterminio- fue compartida por etnógrafos y divulgadores de teorías racistas entre fines del siglo XIX y principios del XX, como Joseph Arthur de Gobineau, Georges Vacher de Lapouge y Houston Stewart Chamberlain.
¿Hay evidencias de que Martí leyó a Galton, Gobineau, Lapouge o Chamberlain o que simpatizara explícitamente con sus ideas? No creo que las haya, pero, como en el que caso de la antropología criminalística italiana, podría establecerse la conexión si es que encontramos en la obra del poeta o político cubano alguna suscripción explícita de las ideas centrales de Galton o Gobineau: los caracteres étnicamente heredables, la desigualdad natural entre las razas, el mejoramiento de la raza por medio de la regulación de la natalidad y otras vías de "selección artificial" o la preeminencia del determinismo étnico sobre la perfectibilidad moral. En los primeros Cuadernos de apuntes de Martí, a principios de los años 70 en España, las críticas frontales al determinismo parecen llevarnos por el camino inverso.
La relación entre las teorías eugenésicas y las políticas migratorias en Estados Unidos y América Latina, en tiempos de Martí, fue compleja y no siempre explícita, por la escasa difusión que tuvo esa corriente hasta la primera mitad de los 90. Sin embargo, es posible detectar elementos eugenésicos en políticas restrictivas de la inmigración china, irlandesa, polaca e italiana en Estados Unidos e, inversamente, en los proyectos de fomento a la inmigración y la colonización de europeos que emprendieron algunos gobiernos latinoamericanos, como el brasileño, el argentino, el uruguayo, el chileno, el peruano y, en menor medida, el mexicano y el venezolano.
¿Cual es la posición de Martí frente a la inmigración en Estados Unidos y América Latina? El tema abunda en las Escenas norteamericanas y, aunque como observa Morán, hay momentos en que Martí rechaza algunos tipos de inmigrantes, son evidentes sus simpatías por una política migratoria abierta. En varias crónicas de abril de 1882 para La Opinión Nacional de Caracas, por ejemplo, critica el intento de la Cámara de Representantes de cerrar las puertas a la inmigración china y elogia al presidente Chester Arthur, "sensatísimo" que, con su veto, "niega su firma al acuerdo loco". Uno de los personajes centrales de las crónicas newyorkinas de Martí, es el padre Edward McGlynn, un cura liberal, que apoyó a las comunidades de inmigrantes católicos irlandeses, polacos e italianos, a quien Martí celebra constantemente.
No faltan, sin embargo, como señala Morán, los pasajes en los que Martí intenta mantener una suerte de equidistancia en el debate entre nativistas y pro-inmigrantes en Nueva York, ofreciendo argumentos a unos y otros. Escojo entre varios pasajes similares, uno que no veo discutido en Martí, la justicia infinita (2014) -aunque puede que esté-, y que me parece pertinente porque se refiere a Castle Garden, el lugar por donde entra Martí a Nueva York, en 1875, cuando viajaba a bordo del Celtic en tercera clase, haciéndose pasar por un músico italiano, episodio que motiva algunas de las mejores páginas del libro de Morán. Martí está comentando, favorablemente, la iniciativa de admitir mujeres en las universidades, y agrega:
"Nueva York, que quiere abrir su Universidad a las mujeres, no gusta de tener abierta su bolsa a todos los menesteres de los inmigrantes europeos, que llegan a las veces con hambre, y sin dineros, ni ropa, ni salud, todo lo cual acarrea gastos que Nueva York paga, porque a Nueva York llegan aunque luego se salen del estado, y fincan en otras comarcas que se benefician de ello, sin tener parte en sus costos. Ya fue en otro tiempo que cada inmigrante pagara un peso al erario, a modo de derecho de entrada, porque el estado de Nueva York había de reenviar a sus tierras a los pordioseros y los criminales, de los que venían muchos, y esos pesos se empleaban en los costos del reenvío. Pero se dijo que era inconstitucional la ley, como se dijo también de otra semejante que la sustituyó, por lo que ahora trátase de que sea ley de la nación, y no de un estado, y que cada atezado hebreo de Rusia, o fornido alemán, o irlandés belfudo, o francés bullicioso, o sueco de cabellos rojos que a estas playas lleguen, pague unos cuantos dineros, que se pondrán en caja, para pagar con ellos a los que vienen enfermos o a medio vestir, o en incapacidad de hallar rápido empleo. Y ésa va a ser la ley nueva para Castle Garden, que será nombre famoso en tiempos venideros, en que parecerá esta tierra maravilloso monstruo, y esa casa de emigrantes, con su ancha puerta abierta, será temida por su fauce enorme".
Junto con la descripción rigurosamente física de los inmigrantes, que tanto abunda en sus crónicas y que se acerca al tono de una pastoral migratoria de la diversidad civil de Estados Unidos, parecida a la de Sarmiento, Martí está diciendo que la inmigración "beneficia" al país receptor, pero también está diciendo que concuerda con que se cobre un impuesto aduanal al inmigrante, no sólo para cubrir los servicios de los más pobres y enfermos sino para costear la repatriación de "pordioseros" y "criminales". Las últimas frases sobre Castle Garden captan la ambivalencia de Martí: la "casa de emigrantes" será "nombre famoso en tiempos venideros", por su "ancha puerta abierta", pero también "temida" por su "fauce enorme".
En relación con la inmigración europea a América Latina, promovida por los gobiernos latinoamericanos, Martí sostiene una posición, mayormente, favorable, que tiene que ver con la identificación, explorada por Camacho en su libro, del poeta y político cubano con el programa liberal modernizador de las repúblicas de "orden y progreso". Sin embargo, como recuerda Morán, no siempre defendió Martí la inmigración abierta de europeos en naciones latinoamericanas, lo cual iría, precisamente, contra el argumento eugenésico del "blanquemiento" o el "mejoramiento" de la raza. En el fragmento "Venezuela", Martí, por ejemplo, se queja de que la promoción de la inmigración europea durante los tres gobiernos de Guzmán Blanco estaba llenando el país de "alemanes que tienen el arte de vender bien lo que laboran mal", "italianos que comercian con frutas, tocan el órgano, viven hacinados en un miserable apartamento y limpian zapatos". Y concluye severo: "es, pues, imposible la unión entre esta tierra y esos hombres". Algo similar dirá en el artículo "Honduras y los extranjeros", un texto publicado en Patria: "de tiempo atrás venía apenando a los observadores americanos la imprudente facilidad con que Honduras, por sinrazón visible más confiada en los extraños que en los propios, se abrió a la gente rubia que con la fama de progreso le iba del Norte a obtener allí, a todo por nada, las empresas pingües que en su tierra les escasean o se les cierran".
Martí que, como hemos visto aquí, ha criticado el nacionalismo prusiano de la época de Bismarck porque intenta retener la emigración de los jóvenes en edad militar, apela al nacionalismo hondureño para que ponga frenos a la inmigración del Norte. Pero, ¿es esto eugenesia? Difícilmente. El discurso eugenésico en América Latina, que como señala Nancy L. Stepan en su clásico The Hour of Eugenics (1991), se instaló definitivamente entre la segunda y la tercera década del siglo XX, se caracterizó, en sus orígenes decimonónicos, precisamente por lo contrario: por alentar la inmigración europea blanca para "regenerar" étnica y moralmente a las sociedades latinoamericanas y diluir o disciplinar sus componentes africanos e indígenas.
La literatura está llena de descripciones físicas de bandidos y criminales, desde el Maese Pedro y Roque Guinart en el Quijote de Cervantes hasta la población penal o delincuencial que desfila por las novelas de Balzac, Dickens o Dostoievski, que no suscriben las bases teóricas del fenotipo del criminal nato, degenerado o demencial de Lombroso. Lo mismo podría decirse de la distinción entre razas, que acompaña todo el pensamiento renacentista, neoclásico y, especialmente, la historia natural ilustrada (Montesquieu, Buffon, Robertson, de Pauw...) y que tampoco converge con las ideas eugenésicas que Galton desarrolló a partir del traslado de las tesis darwinistas a la sociedad.
Como en el caso de la criminalística lombrosiana, la teoría eugenésica de Galton fue creada en época de Martí, pero difundida e institucionalizada después de la muerte del poeta y político cubano. La palabra misma, "eugenics" en inglés o "eugenesia" en español, se socializó en los últimos años del siglo XIX y, sobre todo, las dos primeras décadas del siglo XX, cuando se creó y funcionó la Sociedad Eugenésica, que encabezó Charles Galton Darwin, descendiente de ambos pensadores. Con diferentes matices, la tesis del determinismo genético de las razas y su posible corrección o mejoramiento por diversos medios -control de natalidad, inmigración, mestizaje, estirilización e, incluso, exterminio- fue compartida por etnógrafos y divulgadores de teorías racistas entre fines del siglo XIX y principios del XX, como Joseph Arthur de Gobineau, Georges Vacher de Lapouge y Houston Stewart Chamberlain.
¿Hay evidencias de que Martí leyó a Galton, Gobineau, Lapouge o Chamberlain o que simpatizara explícitamente con sus ideas? No creo que las haya, pero, como en el que caso de la antropología criminalística italiana, podría establecerse la conexión si es que encontramos en la obra del poeta o político cubano alguna suscripción explícita de las ideas centrales de Galton o Gobineau: los caracteres étnicamente heredables, la desigualdad natural entre las razas, el mejoramiento de la raza por medio de la regulación de la natalidad y otras vías de "selección artificial" o la preeminencia del determinismo étnico sobre la perfectibilidad moral. En los primeros Cuadernos de apuntes de Martí, a principios de los años 70 en España, las críticas frontales al determinismo parecen llevarnos por el camino inverso.
La relación entre las teorías eugenésicas y las políticas migratorias en Estados Unidos y América Latina, en tiempos de Martí, fue compleja y no siempre explícita, por la escasa difusión que tuvo esa corriente hasta la primera mitad de los 90. Sin embargo, es posible detectar elementos eugenésicos en políticas restrictivas de la inmigración china, irlandesa, polaca e italiana en Estados Unidos e, inversamente, en los proyectos de fomento a la inmigración y la colonización de europeos que emprendieron algunos gobiernos latinoamericanos, como el brasileño, el argentino, el uruguayo, el chileno, el peruano y, en menor medida, el mexicano y el venezolano.
¿Cual es la posición de Martí frente a la inmigración en Estados Unidos y América Latina? El tema abunda en las Escenas norteamericanas y, aunque como observa Morán, hay momentos en que Martí rechaza algunos tipos de inmigrantes, son evidentes sus simpatías por una política migratoria abierta. En varias crónicas de abril de 1882 para La Opinión Nacional de Caracas, por ejemplo, critica el intento de la Cámara de Representantes de cerrar las puertas a la inmigración china y elogia al presidente Chester Arthur, "sensatísimo" que, con su veto, "niega su firma al acuerdo loco". Uno de los personajes centrales de las crónicas newyorkinas de Martí, es el padre Edward McGlynn, un cura liberal, que apoyó a las comunidades de inmigrantes católicos irlandeses, polacos e italianos, a quien Martí celebra constantemente.
No faltan, sin embargo, como señala Morán, los pasajes en los que Martí intenta mantener una suerte de equidistancia en el debate entre nativistas y pro-inmigrantes en Nueva York, ofreciendo argumentos a unos y otros. Escojo entre varios pasajes similares, uno que no veo discutido en Martí, la justicia infinita (2014) -aunque puede que esté-, y que me parece pertinente porque se refiere a Castle Garden, el lugar por donde entra Martí a Nueva York, en 1875, cuando viajaba a bordo del Celtic en tercera clase, haciéndose pasar por un músico italiano, episodio que motiva algunas de las mejores páginas del libro de Morán. Martí está comentando, favorablemente, la iniciativa de admitir mujeres en las universidades, y agrega:
"Nueva York, que quiere abrir su Universidad a las mujeres, no gusta de tener abierta su bolsa a todos los menesteres de los inmigrantes europeos, que llegan a las veces con hambre, y sin dineros, ni ropa, ni salud, todo lo cual acarrea gastos que Nueva York paga, porque a Nueva York llegan aunque luego se salen del estado, y fincan en otras comarcas que se benefician de ello, sin tener parte en sus costos. Ya fue en otro tiempo que cada inmigrante pagara un peso al erario, a modo de derecho de entrada, porque el estado de Nueva York había de reenviar a sus tierras a los pordioseros y los criminales, de los que venían muchos, y esos pesos se empleaban en los costos del reenvío. Pero se dijo que era inconstitucional la ley, como se dijo también de otra semejante que la sustituyó, por lo que ahora trátase de que sea ley de la nación, y no de un estado, y que cada atezado hebreo de Rusia, o fornido alemán, o irlandés belfudo, o francés bullicioso, o sueco de cabellos rojos que a estas playas lleguen, pague unos cuantos dineros, que se pondrán en caja, para pagar con ellos a los que vienen enfermos o a medio vestir, o en incapacidad de hallar rápido empleo. Y ésa va a ser la ley nueva para Castle Garden, que será nombre famoso en tiempos venideros, en que parecerá esta tierra maravilloso monstruo, y esa casa de emigrantes, con su ancha puerta abierta, será temida por su fauce enorme".
Junto con la descripción rigurosamente física de los inmigrantes, que tanto abunda en sus crónicas y que se acerca al tono de una pastoral migratoria de la diversidad civil de Estados Unidos, parecida a la de Sarmiento, Martí está diciendo que la inmigración "beneficia" al país receptor, pero también está diciendo que concuerda con que se cobre un impuesto aduanal al inmigrante, no sólo para cubrir los servicios de los más pobres y enfermos sino para costear la repatriación de "pordioseros" y "criminales". Las últimas frases sobre Castle Garden captan la ambivalencia de Martí: la "casa de emigrantes" será "nombre famoso en tiempos venideros", por su "ancha puerta abierta", pero también "temida" por su "fauce enorme".
En relación con la inmigración europea a América Latina, promovida por los gobiernos latinoamericanos, Martí sostiene una posición, mayormente, favorable, que tiene que ver con la identificación, explorada por Camacho en su libro, del poeta y político cubano con el programa liberal modernizador de las repúblicas de "orden y progreso". Sin embargo, como recuerda Morán, no siempre defendió Martí la inmigración abierta de europeos en naciones latinoamericanas, lo cual iría, precisamente, contra el argumento eugenésico del "blanquemiento" o el "mejoramiento" de la raza. En el fragmento "Venezuela", Martí, por ejemplo, se queja de que la promoción de la inmigración europea durante los tres gobiernos de Guzmán Blanco estaba llenando el país de "alemanes que tienen el arte de vender bien lo que laboran mal", "italianos que comercian con frutas, tocan el órgano, viven hacinados en un miserable apartamento y limpian zapatos". Y concluye severo: "es, pues, imposible la unión entre esta tierra y esos hombres". Algo similar dirá en el artículo "Honduras y los extranjeros", un texto publicado en Patria: "de tiempo atrás venía apenando a los observadores americanos la imprudente facilidad con que Honduras, por sinrazón visible más confiada en los extraños que en los propios, se abrió a la gente rubia que con la fama de progreso le iba del Norte a obtener allí, a todo por nada, las empresas pingües que en su tierra les escasean o se les cierran".
Martí que, como hemos visto aquí, ha criticado el nacionalismo prusiano de la época de Bismarck porque intenta retener la emigración de los jóvenes en edad militar, apela al nacionalismo hondureño para que ponga frenos a la inmigración del Norte. Pero, ¿es esto eugenesia? Difícilmente. El discurso eugenésico en América Latina, que como señala Nancy L. Stepan en su clásico The Hour of Eugenics (1991), se instaló definitivamente entre la segunda y la tercera década del siglo XX, se caracterizó, en sus orígenes decimonónicos, precisamente por lo contrario: por alentar la inmigración europea blanca para "regenerar" étnica y moralmente a las sociedades latinoamericanas y diluir o disciplinar sus componentes africanos e indígenas.
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