Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

miércoles, 23 de noviembre de 2022

La última estación de Luis Villoro





La historia de las ideas en México es uno de los campos más disputados dentro de las ciencias sociales latinoamericanas y caribeñas. No sólo por ser vastamente nutrido y variado, desde los tiempos de José Gaos y Leopoldo Zea, sino por haber acompañado la transformación histórica del país desde los años del cardenismo y el postcardernismo hasta los de la más reciente transición democrática. 

 El filósofo e historiador Luis Villoro, cuyo centenario se cumple en estos días, es uno de los casos más representativos de lo arriesgado y cambiante que puede y debe ser la vocación de pensar México. Sus orígenes, como los de todos los filósofos del Grupo Hiperión (Uranga, Zea, Guerra, Macgregor, Vega, Portillo, Reyes Narváez) se confunden con la recepción del existencialismo y la indagación sobre el “ser de México”. 

Pero aquella temprana localización en el nacionalismo muy pronto daría giros reveladores de un largo proceso de auto-revisión. En libros iniciales como Los grandes momentos del indigenismo en México (1950) y El proceso ideológico de la revolución de independencia (1953), Villoro destacó por su gran capacidad de historización. El centro de su argumentación, en ambos textos, era el alcance de un estadio nacional del desarrollo cultural, en México, entre la Independencia y la Revolución, en que, tanto con la superación del dominio colonial como con la plena inclusión del indio, la nación ya no se afirmaba frente al otro metropolitano o subalterno, sino frente a sus propias exclusiones. 

 Había en aquel empeño dos rasgos que distinguirían a Villoro dentro de su generación: una mayor atención a la diversidad de fuentes ideológicas del proceso emancipatorio mexicano –algunas provenientes de la propia tradición peninsular, que generalmente se subvaloraban bajo el peso de la Ilustración francesa- y un distanciamiento de la mestizofilia hegemónica en el periodo postrevolucionario, especialmente cuando se refería a “lo indígena como presente y futuro propios”. 

 Podría sostenerse que, en los años 80, cuando publica sus estudios sobre el “concepto de ideología” y el ensayo Estado plural, pluralidad de culturas (1988), Villoro había adelantado, por la vía de la investigación histórica, muchas de sus orientaciones teóricas. A diferencia de varios de sus colegas, fue de la historia a la teoría, para luego, al final de su trayectoria, volver a desandar el camino y poner en tela de juicio su propia plataforma intelectual. 

 Es sabido el enorme impacto que causó en la vida y la obra de Luis Villoro la rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, en 1994. El radical autonomismo de aquel proyecto, expuesto en los comunicados del movimiento y en los escritos del Subcomandante Marcos, era una confirmación de las tesis de Villoro, pero también un desafío a cualquier modalidad de “Estado plural” dentro de democracias liberales canónicas, como las que se reproducían a fines del siglo XX. 

 Fue aleccionador ver al octogenario filósofo poner al día sus ideas, en los primeros años de este siglo, con lecturas de Michael Walzer, John Rawls, Will Kymlicka, Roberto Gargarella y otros autores, que lo acercaron a visiones comunitarias, multiculturales y republicanas de la democracia. Los ensayos de su libro, Los retos de la sociedad por venir (2007), se asomaron a una manera de entender la justicia, que rebasaba su propio indigenismo juvenil. 

 Otra idea de la justicia que, sin embargo, tampoco renegó de un liberalismo que llamaba “radical” ni de una democracia, que entendió como articulación de principios representativos y participativos, comunitarios y republicanos. México, decía Villoro, “no era ajeno a un giro” global y en “nuestra América”, que aspiraba a dejar atrás “regímenes totalitarios, sanguinarias dictaduras militares, la corrupción de gobiernos autoritarios y el Estado asistencial populista”.

viernes, 11 de noviembre de 2022

Mujeres intelectuales en América Latina





A pesar de que la disciplina académica de la “historia intelectual”, que renueva desde hace décadas la vieja historia de las ideas, se desenvuelve en contextos de avance de los derechos de las mujeres y difusión del feminismo, su objeto de estudio siguen siendo, en lo fundamental, los intelectuales hombres. Un libro reciente, coordinado por la historiadora argentina Silvina Cormick, busca desplazar el enfoque a las mujeres intelectuales, aunque preservando la misma metodología. 

 El libro, justamente titulado Mujeres intelectuales en América Latina y que edita en Buenos Aires la editorial Sb, incluye estudios sobre algunas figuras conocidas de las artes, la literatura y el pensamiento, en el siglo pasado, como la chilena Gabriela Mistral, la argentina Victoria Ocampo, la mexicana Nahui Olin, la cubana Mirta Aguirre o la brasileña Gilda de Mello e Souza. Otras mujeres estudiadas, como la doctora en medicina, maestra y feminista argentina Cecilia Grierson, la también doctora, higienista y activista por los derechos de las mujeres Paulina Luisi o la política mexicana Amalia de Castillo Ledón, raras veces aparecen dentro de las historias del pensamiento femenino en América Latina, que excluyen, por lo general, a las científicas y las políticas profesionales. 

El volumen restablece y amplía la respuesta a la pregunta de quiénes fueron los intelectuales del siglo XX. También se estudian escritoras con una posición lateral en el canon de las propias letras femeninas, como la narradora de literatura infantil costarricense Carmen Lyra, la poeta y periodista uruguaya Blanca Luz Brum, pareja de David Alfaro Siqueiros, y la también poeta, traductora y feminista argentina Nydia Lamarque. El libro es un cuestionamiento paralelo de la historia intelectual predominante, centrada en los “hombres de letras”, y de la historia literaria de las mujeres en América Latina. 

 En el prólogo, el historiador Claudio Lomnitz habla de un efecto revelador: las biografías de mujeres que se incluyen muestran a sus protagonistas bajo una nueva luz. Incluso las más famosas, como Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura, “nos es en el fondo desconocida”, dice Lomnitz, ya que en el estudio que le dedica Silvina Cormick la poeta chilena aparece autogestionando su condición de “voz y conciencia de América Latina”, en un gesto de autorización que repite y reta al de sus colegas latinoamericanistas hombres: Vasconcelos, Reyes o Henríquez Ureña. 

 Las doce autoras y autores convocados por Cormick en el volumen tienen larga experiencia acumulada en la historia intelectual y la trasladan al estudio de aquellas mujeres. En algunos casos, cuentan con archivos personales, en otros, se adentran en la vasta información hemerográfica, todavía inexplorada, sobre esas escritoras, traductoras, editoras, artistas, científicas y políticas del siglo XX latinoamericano. 

 El libro es apenas una muestra de lo que podría lograr un proyecto más abarcador y exhaustivo sobre mujeres intelectuales del siglo XX. Serían incontables los nombres y apellidos que, desde cada tradición cultural nacional, podrían postularse para reproducir a mayor escala: Juana de Ibarbourou en Uruguay, María Luisa Bombal en Chile, Alfonsina Storni en Argentina, Rosario Castellanos y Nellie Campobello en México, Magda Portal en Perú, Lydia Cabrera y Dulce María Loynaz en Cuba. 

 Tema que recorre el volumen, y al que las autoras y autores reunidos dan diversas respuestas, es la relación de aquellas mujeres con los feminismos. Por lo general, se observa una apuesta clarísima por el sufragio femenino, pero también una subordinación de la causa de las mujeres a proyectos ideológicos provenientes de los nacionalismos y comunismos de la primera mitad del siglo XX y la Guerra Fría. Habría que esperar a las últimas décadas del siglo XX para que el feminismo latinoamericano adquiriese una dimensión autorreferencial.