Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

jueves, 25 de noviembre de 2021

Un periplo latinoamericano




El escritor mexicano Federico Guzmán Rubio (Ciudad de México, 1977) ha escrito un libro que revive y honra una noble tradición literaria: la del viaje latinoamericano. El miembro fantasma (2021), título de este volumen que publica la editorial Los Libros del Perro, es una mezcla de bitácora viajera y cuaderno de lecturas. A los tres países que viajó su autor, Argentina, Uruguay y El Salvador, lo hizo cargando un estante imaginario y un archivo portátil de la memoria intelectual y política de esas naciones. 

 El primer viaje, a Buenos Aires, que en el guion retrospectivo del libro es el último, incluye, a su vez, un viaje interior por tren, entre las históricas estaciones de Retiro y Rivadavia, con destino a Beccar, Tigre y otras ciudades de las provincias bonaerenses. Este viaje dentro del otro anuncia su deuda con la memoria de la Guerra Fría por medio de siluetas del sacerdote revolucionario Carlos Múgica, asesinado por un comando anticomunista en 1974, y del Che Guevara y Rodolfo Walsh, otros dos íconos de la izquierda latinoamericana. 

 El paso de una estación a otra es narrado con la precisión de los viejos relojes y silbatos que capitaneaban los andenes. Sobre los rieles, las evocaciones de Guzmán Rubio repasan la gran literatura argentina, de Borges, Bioy y Cortázar a Viñas, Piglia y Caparrós, el rock de Sui Generis y Charly García, pero también el tenebroso espacio de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), donde más de cinco mil inocentes fueron torturados y asesinados en la última dictadura. Como emblemas de la perenne pugna entre la verdad y el derecho, hoy se erigen ahí el Museo de la Memoria y el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. 

 El segundo viaje, a Montevideo, es más fijo o más centrado en ese otro puerto rioplatense. El viajero deja ver al lector desde que en las primeras páginas, Guzmán Rubio declara preferir, al Ariel (1900) de José Enrique Rodó, El camino de Paros (1919), las andanzas y meditaciones del escritor uruguayo por Portugal, España e Italia a principios del siglo XX. También relee Guzmán Rubio a grandes narradores uruguayos como Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti y hojea la legendaria revista Marcha, el semanario fundado y dirigido por Carlos Quijano, cuya página cultural haría brillar a dos de los grandes críticos del boom, Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama. 

 La Guerra Fría, el terrible legado de las últimas dictaduras y los desvelos de la Nueva Izquierda reaparecen en el viaje a Montevideo por medio de la rememoración de las polémicas entre Casa de las Américas, Mundo Nuevo y Marcha. Tanto en este tramo como en el de Buenos Aires, la literatura se perfila como el registro documental de una resistencia al autoritarismo latinoamericano cuyo saldo debe ser replanteado a la luz de la historia reciente. Las dictaduras de derecha desaparecieron pero algunas de la izquierda siguen en pie. 

 En la última estación del periplo, El Salvador, ese cruce de la memoria literaria y el duelo político alcanza su máxima tensión. La pequeña nación centroamericana que hace cuarenta años estuvo al borde de un triunfo revolucionario como el sandinista y que hace treinta logró un acuerdo de paz que puso fin a un sangriento conflicto, es ahora un enorme suburbio lleno de iglesias evangélicas y gobernado por un presidente millennial que propone el olvido de la revolución y la guerra. 

 Otra vez, con su estante imaginario a cuestas (poemas de Roque Dalton, novelas de Claudia Hernández y Horacio Castellanos Moya, crónicas de Óscar Martínez y la banda sonora de Radio Venceremos y Carlos Henríquez Consalvi), Guzmán Rubio evoca el pasado inmediato de Centroamérica. Como el Caribe, una región intervenida, donde el ideal de la guerrilla contó con sus últimos y más fieles defensores, y que hoy se enfrenta a un temible ascenso del conservadurismo y el militarismo, en medio de la pobreza, la desigualdad y la recurrencia de la diáspora.

martes, 23 de noviembre de 2021

La poeta y el PlayStation





En la película Let Them All Talk (2020), de Steven Soderbergh, se cuenta la historia de una veterana escritora de Nueva York, interpretada por Meryl Streep, que aquejada de una enfermedad terminal, decide irse en crucero a Londres a recibir un importante premio literario. Para la aventura, que podría ser la última, escoge de compañía a dos viejas amigas y un sobrino millennial, que no oculta una morbosa curiosidad por las generaciones anteriores. 

 El sobrino, que interpreta el actor Lucas Hedges, pregunta a una de las amigas de la escritora por la vida antes de los dispositivos electrónicos y las redes sociales. Una de ellas, el personaje de Dianne Wiest, le dice para su asombro que no hay mayor diferencia entre el mundo de la radio y la televisión y el de los iPhones, Facebook o Twitter. No hay mayor diferencia, dice, porque la naturaleza humana sigue siendo la misma, tan depredadora entonces como ahora. 

 He recordado la escena al conocer la noticia del Premio Cervantes a la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi. Desde su temprano libro de relatos, Viviendo (1963), se hizo notable en ella la búsqueda de una familiaridad bajo el orden moderno, que anunciaba una poderosa resistencia en medio del cambio. Cuando Peri Rossi se exilió, vísperas de la dictadura uruguaya, aquella resistencia se encauzó a favor de la adaptación a la “diáspora”, concepto que ganó presencia en su poesía. 

 En Los museos abandonados (1969), otro libro de relatos, se hablaba de “extraños objetos voladores”, y en antologías de cuentos posteriores, que admiró Julio Cortázar, se interesó en temas que de diversas maneras glosaban la supervivencia tras todo tipo de cataclismos: geológicos, biológicos o políticos. Como tantos exiliados que huyeron de dictaduras, no para volver sino para sumar un éxodo a otro, Peri Rossi desarrolló una poética del exilio que ofrece muchas lecciones para una época de tantos desplazamientos como el siglo XXI. 

 Esa poética se condensa en Estado de exilio (2003), la antología que publicó Visor, y que reúne su obra lírica desde 1972. Allí relaciona el exilio, una vez más, con la cultura material del escenario tecnológico de fines del XX y el cambio de siglo. El exilio se dirime en una cabina telefónica, donde el aparato se traga las monedas, o en una “dialéctica de viajes” que hace de cada partida una pérdida y de cada llegada un recomienzo. 

 En la conversación entre Dianne Wiest y Lucas Hedges, ambos concuerdan que aquellas mujeres de fines del siglo XX son como dinosaurios replicantes. Nessies de goma, como el que hemos visto flotando en el lago de Glasgow, que han traspasado el umbral del cambio de siglo, con toda su sabiduría analógica y el recuerdo intacto de viejas batallas emancipatorias. No hay melancolía en esa mirada sino exposición de una permanencia en el cambio. 

 Pero tal vez sea Playstation (2009), cuaderno también publicado por Visor, la obra de Cristina Peri Rossi donde leemos de manera más compacta ese arte de sobrevivir. En el poemario, los sueños, como en El benefactor (1963), la primera novela de Susan Sontag, se repiten una y otra vez, con el paso de los años, aunque sean siempre igual de perturbadores. Una canción de Ricardo Cocciante se escucha década tras década aunque cambie el escenario y el medio: Montevideo o Barcelona, un viejo televisor en blanco y negro, una reproductora de casetes o el canal de YouTube en la computadora. 

 Entre las tantas cosas que se repiten en aquel poemario están las bibliotecas, que se reinventan casi exactas en cada permuta, los espejos ovalados o las viejas voces patriarcales que, desde la infancia, llamaban a “formar una familia”. También se repiten los televisores, los radios y los tocadiscos, aunque a veces irrumpe un nuevo artefacto, como la consola del PlayStation, que los desplaza. La imagen de la poeta convaleciente, jugando con su PlayStation, capta la conmovedora personalidad de esta escritora.