
Los comunismos que aún subsisten en el planeta -y uso aquí el concepto de comunismo como se maneja en la teoría política no en la filosofía neomarxista- describen una marcada tendencia a su reconstitución como regímenes híbridos. China y Viet Nam serían los casos más evidentes, por el avance que ha tenido en esos países la economía de mercado y por la incipiente, casi imperceptible, incorporación de mecanismos electorales, parlamentarios o de gobernanza democrática, como ha observado el estudioso catalán Marc Selgas. No sería extraño que en los próximos años, esa tendencia, que se advierte más claramente en Viet Nam, comience a manifestarse en Cuba. Naturalmente, el avance hacia un régimen híbrido es más lento en los pocos países comunistas que quedan en el mundo, que en los que provienen de una democracia o un autoritarismo.
Un régimen híbrido, como sostiene Levitsky, es una mezcla terrible de corrupción, impunidad, despotismo, creciente disparidad social, represión sistemática, más elecciones regulares y pluralismo acotado. Pero es un régimen que, por lo menos, permite a las oposiciones, a la sociedad civil y a la esfera pública comenzar a movilizar sus demandas, de cara a la ciudadanía, en busca de consensos que conduzcan a una transición democrática. Por supuesto que Cuba está muy lejos de eso, pero las mutaciones que está viviendo su régimen en los últimos tres años podrían encaminarse en esa dirección, como sostenemos en el ensayo "La democracia postergada", incluido en el volumen Cuba. ¿Ajuste o transición? (2015), coordinado por Velia Cecilia Bobes en Flacso, México. Pensar que el régimen cubano actual es el mismo que hace cuarenta años, cuando concluyó su constitución, o que hace 55 años cuando comenzó a construirse, es un error teórico y político. Un error que puede servir para procesar el duelo, escribir literatura, realizar protestas locales o hacer una oposición testimonial, pero no para intervenir directamente en la reforma de ese régimen o en su democratización.