Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

sábado, 21 de mayo de 2016

El neoconservadurismo cultural cubano

La serie de episodios mediáticos que ha dado forma al espectáculo de la normalización -Beyoncé, Hollande, Obama, los Rolling Stones, los cruceros, Chanel, las Kardashians, Rápido y furioso...- ha provocado algo más que una reparación de daños simbólicos. Algo más que discursos continuistas en la perversa "reflexión" de Fidel Castro, "El hermano Obama", o en el informe de Raúl Castro ante el VII Congreso del Partido Comunista o en la insólita calificación de "ataque", para la visita del presidente de Estados Unidos, en boca del canciller de la isla. Lo que hemos leído en el último mes es una verdadera reacción conservadora contra el restablecimiento de relaciones entre Washington y Cuba y contra el avance del mercado en la economía y la cultura, por parte de una élite intelectual que alcanzó la hegemonía en los años 90, durante la llamada "batalla de ideas".
En textos recientes de Graziella Pogolotti, Ambrosio Fornet, Fernando Martínez Heredia, Aurelio Alonso, Silvio Rodríguez, Abel Prieto y, sobre todo, algunos conocidos libelistas electrónicos, de menor estatura intelectual, se sostiene una idea obsoleta de la identidad nacional cubana. Una idea que reitera mecánicamente el meollo de una política cultural totalitaria, donde se mezclan el nacionalismo estrecho y el marxismo ortodoxo, y que entiende la nación y su cultura diversa y cambiante, como sujetos ideológicos, moldeados por valores únicos y perpetuos, que se verían desfigurados o metamorfoseados en el contacto con el turista, el extranjero, el mercado, la democracia, el reformista, el emigrante, la "falsa" izquierda, la derecha o el centro.
En el mejor de los casos, ese neoconservadurismo cultural no se opone al turismo y al mercado, pero los considera un mal necesario -porque el "bloqueo" y no una política económica concreta, impidió el desarrollo del país-, o propone que el Estado, específicamente el Ministerio de Cultura, tome el control total de ambos para difundir los "valores" de esa identidad. ¿Qué valores son esos? ¿La soberanía, la justicia, la igualdad? Para empezar, esos valores no son "cubanos", son universales. Lo específicamente cubano son las instituciones y las leyes con que se intentan defender y promover esos valores: la Constitución vigente, el partido único, la ideología de Estado "marxista-leninista y martiana", el control gubernamental de los medios de comunicación, la penalización de las libertades públicas, la falta sistémica de autonomía cultural.
La vieja mentalidad nacionalista y comunista, de la política cultural del 71, que esos intelectuales dicen "corregida", reaparece intacta en élites reaccionarias que llaman a preservar la pureza de una supuesta mayoría moral y a combatir la contaminación de lo propio por lo foráneo, tal y como se definía el proyecto neoconservador en la obra de Irving Kristol. El otro amenazante es hoy un territorio tan poblado como hace cuarenta años, con sus propias modalidades de "revisionismo" de izquierda o de centro. El "diversionismo" de hoy es la música popular "vulgar", la clase media frívola, el "nuevo rico" de Miami que pasa sus vacaciones en la isla, los pequeños empresarios que buscan créditos en el exterior, los académicos que critican la lentitud de las reformas económicas y demandan la apertura de la mediana empresa, algunos escritores bien vendidos, los medios electrónicos alternativos y, por supuesto, los opositores.
¿Cuándo ha sido el mercado un enemigo de las identidades culturales? Grandes ciudades portuarias como Venecia, Barcelona, Nueva York o Buenos Aires, fueron construidas por el comercio y el mercado. La Habana fue eso y debería aspirar a serlo de nuevo. El viejo dilema republicano entre "comercio" y "virtud" ha sido descartado por las izquierdas contemporáneas más renovadoras y abiertas. El problema, sobre todo en países subdesarrollados como los latinoamericanos y caribeños, no es el "capitalismo", es decir, la economía de mercado, sino un tipo de capitalismo específico que se desentiende de la distribución del ingreso y de la ampliación de derechos sociales. Ni siquiera la izquierda comunitarista, que asociamos con la autonomía indígena o la defensa de las identidades culturales locales o regionales, es contraria al mercado.
La ideología oficial cubana vive un perpetuo desdoblamiento. Un sector reformista del gobierno quiere avanzar más por el camino de la ampliación del mercado y la consolidación de una política exterior realista, pero otro, más visible y demagógico, prefiere la inmovilidad y, en algunos casos, el retroceso, la vuelta a la "batalla de ideas". El campo intelectual hegemónico cubano forma parte de este segundo grupo y está cumpliendo funciones orgánicas en la promoción de la contrarreforma. Por eso, con el beneplácito de Cubadebate y Granma, se ensaña contra dos publicaciones de relativa autonomía,  Cuba Posible On Cuba, que en los últimos años han defendido las reformas -aunque también han cuestionado sus límites- y el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos.
En esto último -y en muchas otras cosas- el neoconservadurismo comunista de adentro coincide con el viejo conservadurismo anticomunista de afuera. Ambos rechazan la normalización diplomática y la apertura comercial de Cuba, pero por razones antagónicas. La élite del poder porque no quiere ceder, siquiera, pequeñas parcelas de su dominio. El exilio tradicional porque se opone a una inserción de Cuba en la comunidad internacional controlada por la nomenklatura. Sin embargo, en esas publicaciones que unos y otros descalifican, se han publicado algunas de las críticas más serias al carácter exógeno y excluyente del capitalismo que se está construyendo en Cuba.
Si el viejo conservadurismo anticomunista despreciaba a la juventud revolucionaria de los 60 y 70, por tercermundista, hippie, anticolonial y utópica, el nuevo conservadurismo comunista aborrece a otra juventud, la tecnológica, conectada, globalizada y migratoria del siglo XXI. Los gobernantes cubanos han hecho lo imposible por impedir que las tres últimas generaciones de la isla lleguen al poder. El resultado es una dirigencia máxima de octogenarios, que se volverá nonagenaria al mando del país, sin que esa obscenidad resulte escandalosa a los intelectuales oficiales. De hecho, no les parece anómalo sino natural, justo y hasta ventajoso que la jefatura del Estado, el partido y el gobierno esté en manos de las mismas personas por 60 años.
El nuevo conservadurismo cultural se dice "anticapitalista", pero confunde el capitalismo con la democracia y se opone a las reformas económicas porque éstas pueden alentar internamente una reforma política. En contra de Obama, le dan la razón a Obama. Si hubieran permitido que en Cuba se construyera una democracia soberana, desde los 90, hoy no tendrían que temer al efecto político e ideológico de la normalización. Su mayor reparo -y su mayor miedo- no es al capitalismo sino a la democracia. Si fuera al capitalismo estarían cuestionando abiertamente la modalidad privilegiada u oligárquica de economía de mercado que ya existe en Cuba. Pero no, ese capitalismo jerárquico y racista les conviene, y tan sólo por fanatismo o adoración a Fidel Castro jamás harán una crítica pública a la gran vida neoliberal que se dan los hijos del Comandante y otros jerarcas del régimen.
Se hacen llamar "socialistas" y, sin embargo, no han hecho un esfuerzo mínimo por clarificar lo que ese adjetivo significa en el siglo XXI. El rol que cumplen sólo contribuye a legitimar la exclusión económica, política y cultural de la mayoría por unos cuantos. Esos académicos e intelectuales reformistas, marxistas o católicos, que los inmovilistas se empeñan en estigmatizar, por lo menos se han tomado el trabajo de estudiar las diversas acepciones que ha tenido el socialismo en el siglo XX y proponen una reforma económica más audaz que la del gobierno y, sobre todo, una reforma política que permitiría transitar de un totalitarismo comunista a un socialismo democrático. Queda claro que si dedican decenas de libelos electrónicos a combatir esa posibilidad, temen tanto o más a ese reformismo interno que a la oposición y al exilio.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Poesía y duelo





La poesía bien pensada y bien escrita sigue siendo el género en que el duelo se expresa sin los riesgos de la demagogia. Sobre todo, si se trata del duelo de un exilio, es decir, de una pérdida que se superpone a otra. La muerte de los exiliados es la desaparición de los ausentes, la borradura de los borrados, el ocaso de las sombras. El exiliado muerto, más que un fantasma o un espectro, es un vivo que habita un cementerio sin fin. Los exiliados no reposan en cementerios de extramuros o al borde del mar, que es siempre comienzo, como decía Valéry.
El cementerio del exiliado es la ciudad misma, dice el poeta Orlando González Esteva en su cuaderno Las voces de los muertos (Ediciones de la Isla de Siltolá, Sevilla, 2016). Más bien, el cementerio abarca la ciudad, la rebasa, como si la noche encapsulara el día en una de sus estrellas. La vieja ciudad se dispone como un pequeño camposanto dentro de una urbe superpoblada de muertos. Por eso los exiliados doblemente muertos, que dejan de vivir, primero, cuando pierden su país, y, luego, cuando se mudan al cementerio, parecen tan llenos de vida.
Los muertos de Orlando González Esteva dicen que "necesitan reposo", que los "dejen vivir en paz", pero se vuelven "más joviales si habitan tras los espejos", "tienen la mala costumbre/ de conversar a la lumbre/ del ser que los domicilia", "no distinguen la vigilia/ del sueño..." y "regresan a dar palique". Son muertos parlantes que se "pasean por la casa" de los vivos, que como ya se dijo es una urbe-cementerio. Muertos que "andan en paños menores por los portales" de las casas, como en la pesadilla de un adolescente.
Por mucho que crezca y crezca la población de los muertos, más aún en el exilio, sus nombres no se pierden ni se olvidan. Los nombres de los exiliados muertos se fijan más en la memoria, se aferran al recuerdo de los exiliados vivos, que alquilan un pequeño panteón en el enorme camposanto. Los nombres de esos muertos, dice González Esteva, son "los que oímos disputarse la sala de los recién nacidos", "los de cuantos aún vivos recuerdan que una vez los mataron" y "los que tienen por tradición prometer a los vivos un pasado mejor".

viernes, 13 de mayo de 2016

El hombre pentafásico o el nuevo Prometeo





El conocido mural de José Clemente Orozco en la cúpula del paraninfo de la Universidad de Guadalajara, lleva por título "El hombre pentafásico". En los años 30, cuando el artista mexicano emprendió la obra, el arte socialista, en Estados Unidos, Europa o América Latina, estaba animado por la reflexión sobre "el humanismo" que, en buena medida, suscitó el rechazo a la Primera Guerra Mundial, el movimiento pacifista y la reacción contra el fascismo.
El pensador marxista argentino Aníbal Ponce, exiliado en México en los años 30, dio forma a una de las disquisiciones más orgánicas sobre el humanismo producidas en América Latina, en su ensayo Humanismo burgués y humanismo proletario (1938), publicada luego de su muerte, en un accidente, en la carretera de Morelia a la Ciudad de México, en 1936. Ponce sostenía que la tradición liberal del humanismo, entre Erasmo y Romain Rolland, estaba llegando a un punto de agotamiento y refundación, en el contacto con el marxismo. Gracias a ese contacto, en el siglo XX sería más fácil transitar de Marx a Shakespeare y de Shakespeare a Marx.
Ponce pensaba que tras la Revolución rusa, el humanismo liberal y el marxismo comunista estaban en condiciones de vencer a las filosofías idealistas o positivistas que sustentaban el imperialismo y el racismo. La mejor manera de entender el humanismo proletario, según Ponce, no era circunscribiéndolo a una ideología o una cultura de clase. Citaba a propósito un pasaje de Lenin en ¿Qué hacer?: "es necesario que los obreros no se encierren en el marco artificialmente restringido de la llamada literatura para obreros, sino que aprendan a dominar la literatura universal".
Orozco, que como los demás muralistas seguía de cerca aquellas discusiones teóricas, intentó desarrollar un argumento similar por medio del cual el obrero era entendido como un hombre que despliega sus facultades en cinco fases: el trabajo, la creación, el sufrimiento, la rebelión y la filosofía. No sé si alguien ha estudiado la relación entre el ensayo de Ponce y el mural de Orozco, pero me atrevería a asegurar que ambos compartieron las mismas premisas sobre el "nuevo Prometeo" que manejó el pensamiento socialista en los años 30.

viernes, 6 de mayo de 2016

Martí y los trenes

Jorge Camacho, estudioso de la vida y la obra de José Martí, ha encontrado un conjunto de crónicas inéditas del poeta y político cubano en varias publicaciones mexicanas, como El Economista Americano, El Nacional y, sobre todo, El Diario del Hogar y las ha compilado en un libro reciente, titulado El Economista Americano en México. Crónicas desconocidas de José Martí (Miami, Alexandria Library, 2016). Casi todas las colaboraciones de Martí en esos medios datan de los años 1880, cuando el cubano se integraba a la vida cultural norteamericana, a la vez que ofrecía sus servicios de traducción de aquella experiencia a algunos de los mayores periódicos latinoamericanos.
Para mediados de los 80, cuando Martí escribe, esas publicaciones eran partidarias del gobierno de Porfirio Díaz. El Diario del Hogar, del periodista Filomeno Mata, comenzará a hacer su resuelta oposición al Porfiriato a fines de la década. En 1884 Díaz se había reelegido por primera vez, tras el interregno de Manuel González, quien había aplicado una eficaz Ley Mordaza a la prensa. Durante su segundo mandato, a partir de aquel año, Díaz agregó a esa sujeción una astuta política de subvenciones a la prensa que favoreció a los editores del viejo y el nuevo liberalismo, amigos de Martí. En buena medida, podría sostenerse que los ingresos de Martí por sus colaboraciones periodísticas en México provenían del propio régimen porfirista.
Los textos de Martí, rescatados por Camacho, tienen el interés de describir el cambio de percepción del cubano sobre la república mexicana de "Orden y Progreso", en las últimas décadas del XIX. Como es sabido, Martí, que por entonces vivía en México, se había opuesto en 1876 a la revuelta de Tuxtepec contra Sebastián Lerdo de Tejada, encabezada por Porfirio Díaz. En las notas que leemos en el volumen de Camacho, la crítica de Martí al Porfiriato ha desaparecido y cuando cuestiona la dependencia de México con respecto a Estados Unidos no lo hace impugnando al gobierno sino dando por descontado que la política de Don Porfirio busca afirmar la soberanía mexicana.
Un tema central en la nueva valoración positiva del México porfirista es el crecimiento de la red ferroviaria del país. Martí, que ha defendido la construcción del tren elevado de Manhattan, a pesar de la "fealdad" de la estructura y de los accidentes que provoca y las vidas que cobra, como la de una pobre inmigrante italiana ,"cortada en dos por la máquina ciega", que relata en una crónica para La Nación de Buenos Aires en 1888, celebra la expansión del ferrocarril en México. Luego de describir las nuevas vías de trenes instaladas en Pátzcuaro y Valladolid (Michoacán), Mérida y Progreso (Yucatán), Texcoco y Cuautla (Morelos), Martí suscribe la consigna porfirista del "México crece a los ojos vistos".