Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

jueves, 29 de septiembre de 2011

Martí, crítico del nacionalismo alemán


Recepción tras recepción, uso tras uso, en el último siglo José Martí se ha convertido en un símbolo nacional más de los cubanos. Como la bandera o el himno, a este poeta y político del siglo XIX se le adjudican los contenidos de un nacionalismo que, sin embargo, no es legible en su obra. Martí fue, desde luego, un partidario de la soberanía nacional de la isla y un crítico del expansionismo norteamericano, pero, por su relación distante con el positivismo y el arraigo de su visión republicana de la cultura, no fue un nacionalista romántico o esencialista.
Una nota que envió a La Nación de Buenos Aires, en junio de 1885, da cuenta del rechazo de Martí por el nacionalismo romántico a la alemana que desde fines del XVIII y , sobre todo, mediados del XIX, se desarrollaba en la antigua Prusia. El punto culminante de ese nacionalismo, según Martí, podía encontrarse en las políticas impulsadas por el canciller Otto von Bismarck desde los años previos a la guerra franco-prusiana de 1871. Además del proteccionismo comercial, una de esas políticas fue la no admisión de la doble nacionalidad que, unida a una aplicación rigurosa de la leva militar, provocó que muchos jóvenes de padres alemanes emigrantes, nacidos fuera de Alemania, fueran retenidos en territorio alemán durante viajes familiares y estancias temporales en la tierra de sus antepasados.
En el pasaje que reproduzco a continuación, Martí critica tanto el proteccionismo comercial como el control, por parte del Estado prusiano, de la emigración alemana:

“¿Los alemanes naturalizados, y sus hijos en los Estados Unidos, caen de nuevo en la ciudadanía alemana? Parece que sí caen: y que tan oscuro anda el asunto, que Alemania ha sostenido como soldado a un joven hijo de alemán, nacido y educado en San Luis (Saint Louis, Misuri), que por la Constitución americana pudiera ser elegido a la Presidencia de los Estados Unidos. Bismarck gruñe, y da con la bota de hierro en el suelo, cada vez que los vapores de inmigrantes se le llevan a América, con sus gabanes de lana y sus cachuchas, la pipa en los labios, y en la mano la jarra de cerveza, a una barcada de soldados futuros, y de espaldas anchas y corazón bueno. Bismarck aborrece a los Estados Unidos. Ayer, cerraba a la carne de cerdo americana sus mercados, so pretexto de que iba enferma y dañina, cuando era la verdad que los que de comer cerdo morían, morían de haber comido el mal cerdo alemán; hoy, ya trabaja por cerrar la Alemania a los granos y el petróleo de los Estados Unidos. Y como ve con ojos hondos, y muy en las entrañas de los pueblos, desafía al norteamericano sin ningún embarazo, y vuelve a desafiarlo al día siguiente, siendo raro que, si puso la mano en un alemán, naturalizado en los Estados Unidos, o en su hijo, ablande el modo huraño y consienta en devolver a los cautivos: antes parece que se goza en negarlo de una manera brusca”.

Esta crónica de Martí debió ser leída con entusiasmo en la Argentina de Sarmiento, Mitre y Roca, donde vivían tantos inmigrantes europeos. La crítica al nacionalismo conectaba a Martí, además, con los primeros socialistas latinoamericanos (Juan B. Justo, Plotino C. Rhodakanaty, Diego Vicente Tejera…), los de fines del XIX, que rechazaron, a la vez, las formulaciones nacionalistas que provenían, tanto, de la eugenesia o el evolucionismo positivista como del espiritualismo o el modernismo hispanoamericano. Una vez más, en aquella Babel ideológica finisecular, Martí aparece como un republicano neoclásico.

martes, 27 de septiembre de 2011

What if I take my problem to United Nations?




El líder palestino Mahmud Abbas y la Organización para la Liberación de Palestina han colocado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y al gobierno de Barack Obama frente a un verdadero dilema. Si el Departamento de Estado o la Casa Blanca no previeron que Abbas pediría el reconocimiento de Palestina, como la nación 194, ante la pasada sesión de la Asamblea General, el estado de la inteligencia y la diplomacia norteamericana deja mucho que desear.
La única manera de explicar que una demanda así no haya sucedido antes es que la diplomacia norteamericana era lo suficientemente hábil como para convencer a los palestinos de su genuino deseo de que la nación árabe alcanzara condición de estado y soberanía plena. Washington logró, sobre todo desde los años de Bill Clinton, sostener un rol mediador entre Israel y Palestina que le permitió administrar el conflicto de acuerdo con sus tiempos y sus intereses. Ese rol, como ha reconocido Thomas L. Friedman en el New York Times, ha hecho crisis.
¿Por qué? No sólo por el descuido diplomático con que la administración Obama ha tratado el Medio Oriente o por su comprensible apuesta por el efecto democratizador de la “primavera árabe”. También, o ante todo, por el ascenso de la intransigencia en Tel Aviv, el desenfreno del proyecto colonizador y el incremento de la presión del lobby judío norteamericano sobre un presidente que debía defenderse de los prejuicios raciales de la derecha de su país y del estigma musulmán que esta última le impuso. En la misma línea de Friedman, Mario Vargas Llosa lo ha expresado con claridad, el pasado domingo, en El País:


“El avance y la multiplicación de los asentamientos de colonos en territorio palestino, tanto en Cisjordania como en Jerusalén oriental, que no ha cesado en ningún momento, hace que sean muy poco convincentes las declaraciones de los actuales dirigentes israelíes de que están dispuestos a aceptar una solución negociada del conflicto. ¿Cómo puede haber una negociación seria y equitativa al mismo tiempo que los colonos, armados hasta los dientes y protegidos por el Ejército, prosiguen imperturbables su conquista del Gran Israel?”



Ahora Barack Obama y su gobierno deberán sumar una nueva incongruencia a su deseo de una política exterior multilateral. Presionarán al Consejo de Seguridad para que no apruebe la solicitud de Abbas o ejercerán su derecho al veto en caso de que se apruebe. Si el pleno de la Asamblea reconoce a Palestina como miembro observador, Estados Unidos e Israel se quedarán solos en su rechazo a que esa pequeña nación árabe sea legítimamente reconocida en un foro clave de la comunidad internacional.
El argumento de Obama es válido: la paz entre Israel y Palestina no se logra por medio de resoluciones de Naciones Unidas. Mañana puede Palestina ocupar su lugar en la ONU y los asentamientos en la franja de Gaza no tienen por qué detenerse ni el terrorismo islámico de Hamás tiene por qué mermar. Pero el contra-argumento de Friedman y Vargas Llosa también es válido: el reconocimiento de Palestina como estado-nación en la ONU tampoco obstruye el proceso de paz y, de hecho, puede acelerarlo.
Barack Obama queda en una posición terriblemente incómoda, ya que él mismo y su gobierno sí creen en la solución negociada del conflicto y en la legitimidad del Estado nacional palestino. ¿Cuántos votos le regalará la comunidad judía de Estados Unidos al presidente por su oposición al asiento de Palestina en la ONU? Muy pocos, seguramente. Por donde quiera que se mire, y para satisfacción de sus más retrógrados enemigos, el líder demócrata no sale bien librado de esta encrucijada.



domingo, 25 de septiembre de 2011

Martí, Dana y la prensa newyorkina




Hace unos días mencionábamos aquí a Charles Anderson Dana, el gran periodista newyorkino del siglo XIX, amigo de Marx y de Martí. Reproduzco a continuación un par de juicios de Martí sobre el editor de The New York Sun, donde el poeta y político cubano publicó sus primeros textos en inglés. El primero proviene de una crónica para La Opinión Nacional de Caracas, de febrero de 1882, en la que Martí describe, con entusiasmo, la diversidad de periódicos que se editan en Nueva York. El segundo, de la conocida crónica sobre la Exposición Universal de Nueva York de 1892 -idea, según Martí, del propio Dana-, para La Nación de Buenos Aires, en la que hay algunas ideas útiles sobre el periodismo:

“Fue el incendio en la mañana, en casa de numerosos pisos, llena toda de oficinas de periódicos, porque, como evocados por la estatua de Franklin que preside la plaza cercana, afluyen en aquellos contornos todos los soldados de la Prensa. Por allí está el Sun, con Carlos Dana, su jefe hidalgo, romántico y benevolente; por allí el Tribune, donde escribió Greeley (Horace Greeley, editor del Tribune), que supo sembrar fresas y verdades, y escribe Whitelaw Reid (también editor del Tribune), que sabe hablar y odiar; por allí está el Times, diario severo cuyo jefe joven es honrado y brusco (James Gordon Bennett Jr.). Allí estuvo el World, hoy vendido a un negociante (Joseph Pulitzer); allí había aún periódicos notables que enseñan a sembrar, a comprar y vender, a trabajar en artes, a preservar cosechas, a criar ganados”.

“Dana, el hombre del Sun, palpa en lo vivo del país, y sabe por donde peca y por donde se le puede llevar del ronzal: sabe el del Sun lo que se apetece entre la gente acaudalada, en que entra él y cree, como diarista, que el buen diario ha de ser como el juglar, que siempre tiene una pelota por el aire. Y toma siempre la pelota del cesto de las preocupaciones populares. Por el del Sun se puede ver por donde viene aquí el juicio público, porque fuera de lo político, en que el odio personal le enturbia los espejuelos, es hombre que ve con singular claridad por donde se va hinchando la opinión, y no se le pone en frente, aunque crea que viene mal, sino se le monta en la cresta, para llegar con ella”.

jueves, 22 de septiembre de 2011

El estilo partisano



Quien haya leído a Marx en serio habrá notado que una de las dificultades de su lectura como teórico reside en que constantemente la exposición de la teoría se ve interrumpida, cuando no aderezada, por la diatriba. En el Marx escritor el teórico va siempre de la mano del polemista. Y este último aspecto, el del combate de todo tipo de rivales, que lo llevó por momentos al abuso del sarcasmo y la ironía, pasó a Lenin y otros de sus discípulos del siglo XX.
Ese estilo se convirtió en marxistas menos brillantes y más acartonados en algo más que un estilo: se convirtió en un tipo de pensamiento querellante, en el que la argumentación no avanza si no se encuentra en estado de disputa. Las mentes de esos querellantes no alcanzan nunca la paz, la serenidad analítica, que distinguimos, por ejemplo, en pensadores tan disímiles como Alexis de Tocqueville, Max Weber o Martin Heidegger.
Quien mejor bautizó el estilo de Marx fue el editor norteamericano Charles Anderson Dana (1819-1897), fundador de dos célebres periódicos newyorkinos, The New York Daily Tribune y The Sun y editor, también, de José Martí. Dana era un liberal de simpatías socialistas, que comenzó su carrera admirando a Proudhon y la terminó oponiéndose al Secretario de Estado, James G. Blaine, aunque por el camino estuvo cerca del General Grant. La admiración por Grant y el rechazo a Blaine unieron a Dana y a Martí.
Dana fue también el creador, junto a George Ripley, de The New American Cyclopaedia, entre 1857 y 1863, en la que Marx fue contratado para escribir la entrada sobre Simón Bolívar. El artículo de Marx, titulado “Bolívar y Ponte”, era un buen resumen de las ideas prejuiciadas que el padre del comunismo tuvo sobre América Latina. A Dana no le gustó el artículo de Marx sobre Bolívar y le escribió sugiriéndole algunas correcciones. En febrero de 1858, Marx comenta a Engels:

“Además Dana me pone reparos a causa de un artículo más largo sobre “Bolívar”, porque estaría escrito en un partisan style, y exige mis authorities. Estas se las puedo proporcionar, naturalmente, aunque la exigencia es extraña. En lo que toca al partisan style, ciertamente me he salido algo del tono enciclopédico. Hubiera sido pasarse de la raya querer presentar como Napoleón I al canalla más cobarde, brutal y miserable. Bolívar es el verdadero Soulouque”.

Soulouque!, el líder de los jacobinos negros haitianos, presidente vitalicio y luego coronado como emperador Faustino I. En algo, sin embargo, no estaba totalmente desencaminada la lectura de Marx, quien probablemente leyó la polémica entre Constant y De Pradt sobre Bolívar: este último era un fervoroso admirador de la Constitución de Haití, un modelo republicano con presidente vitalicio y senado hereditario que transcribió en la Constitución de Bolivia.
Pero los estereotipos de Marx sobre Bolívar, heredados de muchos autores liberales europeos de mediados del siglo XIX, estaban, por lo visto, bastante arraigados, ya que dos años después, en ese derroche de partisan style que es Herr Vogt (1860), vuelve contra el caraqueño: “la fuerza creadora de mitos, característica de la fantasía popular, en todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo más notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar”.
Dana entendía el partisan style como estilo partidista, en el sentido norteamericano de la frase, no como estilo partisano, en el sentido que podría tener en Europa. Sin embargo, el partidismo de Marx estaba más cerca de un partisanismo, en términos de Carl Schmitt: una visión dicotómica del mundo en el que la vieja batalla teológica entre el Bien y el Mal se transmutaba en un combate secular entre oprimidos y opresores. Curiosamente, Bolívar, según Marx, estaba en el bando de los opresores.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

¿Por qué Marx suscribió a Cairnes y refutó a Wakefield?




Es fascinante recorrer el campo referencial de El Capital y comprobar lo mucho que Marx compartió con el evolucionismo o, específicamente, el darwinismo social de su época. En esa obra de madurez, con mayor transparencia que en otras, Marx se vuelve contra su propia teoría y a veces pone a descansar la maquinaria retórica del partidismo filosófico que dio personalidad a su estilo, en textos anteriores como La sagrada familia (1845), La ideología alemana (1845), La miseria de la filosofía (1847) o su poco conocido Herr Vogt (1860), una farragosa catilinaria contra el evolucionista y parlamentario de Frankfurt, Carl Vogt.
En el pasaje citado en el post anterior, donde se menciona a Cuba, por ejemplo, Marx suscribe, sin sus habituales sarcasmos o diatribas irónicas, varias frases de vulgar evolucionismo de Cairnes sobre la “influencia de los campos de arroz de Georgia y los pantanos del Missisipi sobre la constitución humana” de los negros esclavos del Sur de Estados Unidos. Si Marx no compartía todas las observaciones de Cairnes –lo cual es objetable dado sus muchos momentos darwinistas- las dejaba pasar, tal vez, porque Cairnes era irlandés, abolicionista, con simpatías por la independencia de Irlanda, uno de los pocos procesos de independencia nacional con los que el autor de El Capital se identificó.
Sin embargo, a Edward Gibbon Wakefield (1796-1862), el “padre de Nueva Zelanda”, el londinense autor de A View of the Art of Colonization (1849), no le deja pasar una. Marx es implacable con Wakefield, en el capítulo XXV titulado “La moderna teoría de la colonización”, a pesar de que para refutar a este defensor de la industrialización de las colonias británicas en Australia, Canadá y Nueva Zelanda, tenga que defender las viejas economías agrarias de los colonos norteamericanos. Es por ello que la visión de los Estados Unidos originarios que trasmite Marx en las páginas finales del primer tomo de El Capital es tan positiva.
En Estados Unidos, como en otras colonias, “territorios vírgenes colonizados por inmigrantes libres”, dice Marx, “el régimen capitalista tropieza por todas partes con el obstáculo del productor que, hallándose en posesión de sus condiciones de trabajo, prefiere enriquecerse él mismo con su trabajo a enriquecer al capitalista”. Habla entonces de un antagonismo entre “dos sistemas de producción”, uno capitalista, en la metrópoli, y otro “precapitalista”, en la colonia, todavía ajeno al concepto de “riqueza nacional”, que no estaría reñido con la “riqueza popular”. A Marx le molesta que Wakefield quiera destruir ese mundo que, según su propia teoría, sería más atrasado e, incluso, esclavista.

martes, 20 de septiembre de 2011

Cuba en Das Kapital



Al historiador cubano Manuel Moreno Fraginals, autor de un estudio clásico sobre el sistema de plantación azucarera esclavista en el Caribe hispánico, le gustaba recordar la única mención a Cuba que aparece en El Capital (1867) de Karl Marx. La misma se encuentra en el capítulo octavo, “La jornada de trabajo”, de la tercera sección del primer tomo, “La producción de la plusvalía absoluta”, en un acápite titulado “La lucha por la jornada normal de trabajo. Leyes haciendo obligatoria la prolongación de la jornada de trabajo, desde mediados del siglo XIV hasta fines del siglo XVII”.
Marx comienza caracterizando el trabajo esclavo en el sistema colonial de las Indias occidentales, en aquellos siglos, pero rápidamente, desde la segunda página del acápite, se traslada a fines del siglo XVIII y principios del XIX, con el propósito de describir la explotación del trabajo esclavo en las plantaciones del Sur de Estados Unidos y en Cuba. Del pasaje, que reproduzco a continuación, llaman la atención dos cosas: la ubicación de la isla en un entorno norteamericano y el elogio del rendimiento de la producción azucarera insular, cuya base, a su entender, era el trabajo esclavo de los negros:

“En los países tropicales, en que las ganancias anuales igualan con frecuencia al capital global de las plantaciones, es precisamente donde en forma más despiadada se sacrifica la vida de los negros. La agricultura de la India occidental, cuna de riquezas fabulosas desde hace varios siglos, ha devorado millones de hombres de la raza africana, y hoy es en Cuba, cuyas rentas se cuentan por millones y cuyos plantadores son verdaderos príncipes, donde vemos a la clase esclava sometida a la alimentación más rudimentaria y a los trabajos más agotadores e incesantes, y donde vemos también cómo se destruyen lisa y llanamente todos los años una buena parte de esclavos, víctimas de esa lenta tortura del exceso de trabajo y de la falta de descanso y de sueño”.

Este apunte cubano, incluido ya en la primera edición de Hamburgo de 1867, tiene en la traducción del alemán de Wenceslao Roces, aparecida en el Fondo de Cultura Económica, dos peculiaridades: Marx no se refiere a la “India occidental” sino a las “Indias occidentales” de Gran Bretaña en el Caribe (Jamaica, Trinidad, Barbados), es decir, las sugar islands que, junto con Haití, sirvieron de modelo a la plantación azucarera cubana entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Esta observación conecta a Marx no sólo con Manuel Moreno Fraginals sino con José Antonio Saco y Ramiro Guerra, quienes también se ocuparon del tema.
Pero en la traducción de Roces hay otra peculiaridad y es que luego de la última frase en itálicas aparecen unas comillas, que señalan una cita textual del libro The Slave Power (1862) del economista irlandés John Elliot Cairnes (1823-75), no Cairness, como dice la Bibliografía de la traducción de Roces. Cairnes, quien era profesor en el University College de London, había escrito en 1857 un libro titulado Character and Logical Method of Political Economy, que fue elogiado por John Stuart Mill como la primera aplicación de un método científico a la economía política clásica, desarrollada por Smith, Ricardo, Mill, Malthus y otros economistas británicos. Un mérito que Engels, Lenin y buena parte del marxismo soviético atribuyeron a Marx.
En las páginas 110 y 111 de The Slave Power de Cairnes es difícil ubicar cuándo comienza y cuándo termina la referencia textual de Marx. Cairnes no sólo habla de las torturas del exceso de trabajo, de la falta de sueño y de la mala alimentación de los esclavos sino de los sacarócratas cubanos como “princes of the tropics”. De manera que lo que Marx cita del economista y abolicionista irlandés no es sólo lo comprendido en la oración en itálicas. Los estudiosos de Marx no han reparado lo suficiente en la deuda que este contrajo con la gran tradición del abolicionismo británico del siglo XIX. Cairnes, por cierto, fue también una fuente de José Antonio Saco, quien a partir de 1875 comenzaría a publicar su monumental Historia de la esclavitud desde los tiempos más remotos hasta nuestros días (1875-77).

viernes, 16 de septiembre de 2011

Secreto real



Las agencias han reportado el hallazgo de un poema erótico, escrito en francés, de Federico el Grande (1712-1786) de Prusia. La noticia, sin embargo, pareciera ser el hallazgo mismo y no el poema. Muchos se preguntan cómo es posible que un manuscrito de 1740, de una personalidad tan visible, como el emperador ilustrado de los prusianos, haya permanecido en la penumbra de la historia por 270 años. Pregunta comprensible, sobre todo, si se advierte que el manuscrito fue encontrado en la Fundación del Patrimonio Cultural Prusiano, en el corazón de Berlín.
El poema tal vez permita a los biógrafos comprender mejor la debatida sexualidad del autor de El Anti-Maquiavelo. Por siglos, muchos admiradores del emperador se han resistido a aceptar los comentarios de su admirado y protegido Voltaire sobre la homosexualidad de Federico el Grande y sus amores con Hans Hermann von Katte. En todo caso, si hay pasajes homosexuales en el poema tal vez se explique mejor el ocultamiento del manuscrito que, esperemos, pronto dé a conocer Die Zeit. El secreto real de aquel emperador, masón, afrancesado, enemigo de la tortura y dado a los secretos, habría sido revelado.

martes, 13 de septiembre de 2011

Un socialista olvidado






El historiador mexicano, Carlos Illades, autor del valioso volumen, Las otras ideas. El primer socialismo en México, 1850-1935 (2007), ha dedicado buena parte de los últimos años a estudiar la figura de Plotino C. Rhodakanaty. Este hijo de un médico y escritor griego, de madre austriaca, nacido en Atenas en 1824, llegó a México en 1861, en medio de los conflictos del gobierno de Benito Juárez con las potencias europeas, que desembocaría en la invasión francesa y el breve imperio de Maximiliano.
Rhodakanaty desarrolló en México una extraordinaria obra, como pensador y escritor socialista, seguidor de las ideas de Charles Fourier, pero también como filántropo, conferencista, defensor del divorcio y los derechos de la mujer, ajedrecista y líder obrero y campesino. Durante su estancia en México, entre 1861 y 1886, Rhodakanaty publicó, entre otras obras, la Cartilla Socialista (1876), uno de los primeros manifiestos del socialismo latinoamericano, cuyas líneas de arranque reproduzco a continuación:

“¿Cuál es el objeto más elevado y razonable a que pueda consagrarse la inteligencia humana?
La realización de la Asociación Universal de individuos y de pueblos, para el cumplimiento de los destinos terrestres de la humanidad.
¿De qué manera puede alcanzarse la realización de la Asociación Universal de individuos y de pueblos?
Por medio de un sistema que enseñe el conocimiento del objeto, los medios adecuados a su realización y principios en que se funde el objeto y los medios.
¿Y para qué se requieren todas esas circunstancias?
Porque donde no hay objeto determinado, no puede haber política, en el sentido racional de la palabra”.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Derecho a la pereza


En un viejo libro cubano, Tres vidas y una época: Pablo Lafargue, Diego Vicente Tejera, Enrique Lluria (La Habana, Índice, 1940), de Francisco Domenech Vinajeras, prologado por Juan Clemente Zamora, encuentro una de esas rutas arqueológicas que facilitan la renovación de la historia intelectual. Hubo, entre estos tres intelectuales de fines del XIX y principios del XX, más de una conexión: los tres se aproximaron al positivismo y al socialismo y desarrollaron una visión cosmopolita de los problemas de la sociedad moderna, que los mantuvo alejados del nacionalismo predominante de sus contemporáneos.
A esa convergencia habría que agregar otras más tangibles, como que Lafargue y Tejera nacieron en la misma ciudad, Santiago de Cuba, donde también nació otro socialista ya mencionado en este blog, Fernando Tarrida del Mármol, que podría agregarse al trío biografiado por Domenech, mientras que el médico Lluria, de familia catalana, nació en Cienfuegos. Ninguno fue, por tanto, habanero, y todos viajaron más por Europa que por Estados Unidos. Sus formaciones intelectuales debieron más al liberalismo y el socialismo europeos que al republicanismo norteamericano, referente decisivo de un José Martí o un Enrique José Varona.
Pero la más sugerente coincidencia entre Lafargue, Tejera, Lluria y Tarrida es que los cuatro destacaron en sus obras la facultad redentora del ocio o la pereza en la vida moderna. Como los socialistas que fueron, estos intelectuales se opusieron al poder del capital por medio de una defensa del derecho al trabajo y al descanso, que se colocaba en las antípodas del discurso liberal sobre la vagancia desarrollado por José Antonio Saco y otros reformistas criollos. Lafargue, el yerno mulato de Marx, dedicó al tema su ensayo "El derecho a la pereza" (1880), Lluria lo trató también en su "Humanidad del porvenir" (1906) y Tarrida en varios de sus artículos en la prensa anarquista española.
El caso de Tejera tal vez sea menos conocido porque no abordó la cuestión de la vagancia o la pereza en alguno de sus ensayos sino en un poema, “En la hamaca” (1870), donde se establecía una contraposición entre el ocio de los sultanes turcos y el reposo rural de los trópicos, el descanso del campesino que “vive en calma consigo mismo” y la decadencia de los serrallos del despotismo otomano. Hay en algunos versos del poema, escrito durante la segunda estancia de Tejera en Puerto Rico, un orientalismo al revés, que trasladaba el lugar de lo exótico de Estambul a Ponce:

En la hamaca la existencia
Dulcemente resbalando
Se desliza.
Culpable o no de mi indolencia,
Mi acento su influjo blando
Solemniza

Goce el sultán en reposo
Los infinitos placeres
Del harén,
Y éxtasis voluptuoso
Fínjase entre sus mujeres
Un Edén.

No su fabulosa tierra
Envidio, ni su radiante
Cielo azul,
Ni los primores que encierra
El serrallo deslumbrante
De Estambul.

Y su poder no ambiciono,
Ni lo temo cuando estalla
Su furor,
Y humilla, desde su trono,
Al pueblo que tiembla y calla
De pavor…

Que es tan vívido el sol mío,
Tan espléndido mi suelo
Tropical,
Y en mi rústico bohío
Bríndame próvido el cielo
Dicha tal...,