Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

jueves, 7 de septiembre de 2023

El tortuoso camino de la justicia transicional






Los investigadores Mónica Serrano y Juan Espíndola, de El Colegio de México y el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, han compilado un libro tan necesario como perturbador. Se titula Verdad, justicia y memoria: derechos humanos y justicia transicional en México (Colmex, 2023) y da cuenta de las dificultades de ese concepto, justicia transicional, para avanzar en las instituciones y leyes del país. 

 El volumen parte de la certeza estadística del aumento de la violencia, la criminalidad y su saldo tangible de muertes y desapariciones. Hace ya más de un año que México superó la cifra de 100 000 desaparecidos. Según datos oficiales, en lo que va del gobierno actual, desde diciembre de 2018, más de 150 000 personas habrían sido asesinadas. 

 Esta estadística infernal, que ilustra sin ambages una situación de crisis humanitaria, demanda mecanismos de memoria, justicia y verdad como los que se han intentado en países cuyas democracias surgieron de dictaduras militares o guerras civiles como las del Cono Sur o Centroamérica, a fines del siglo XX. Una zona lateral del volumen está, justamente, dedicada a cotejar esas experiencias, en Argentina, Chile, El Salvador, Guatemala y Colombia, con el México actual. 

 Varios de los autores y autoras, como Daniel Vázquez, Ezequiel González Ocantos, María Paula Saffon, Pablo Gómez Pinilla, Diana Isabel Güiza Gómez, Rodrigo Uprimny Yépez, Karina Ansolabehere y Leigh A. Payne, destacan el cúmulo de obstáculos que se ha interpuesto a la justicia transicional en México. Desde la negativa a crear una Comisión de la Verdad y el mediocre desempeño de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado en el sexenio de Vicente Fox, hasta el desentendimiento de esta administración del proyecto elaborado por la CNDH y el CIDE, en 2019, todo parece evidenciar una falta de voluntad política para hacer frente a las masacres y sus víctimas. 

 Las y los colaboradores del libro reiteran que las diferencias ideológicas o políticas entre los crímenes del pasado, bajo un régimen autoritario u otro democrático, exigen por igual dispositivos de esclarecimiento de la verdad y de justicia restaurativa. A la tendencia a la opacidad en esos temas, en un gobierno como el actual, muy dado a la reafirmación plebiscitaria cotidiana, se suma una cultura extendida de la impunidad en la que confluyen los grupos criminales, la clase política, las instituciones de seguridad y las autoridades judiciales. 

 Algunos autores, como Carlos A. Pérez Ricart, Claudio Frausto, Luis Alfonso Herrera Robles, José María Ramos García y María de Vecchi Gerli, tratan casos concretos como el asesinato de los 43 normalistas de Ayotzinapa, los feminicidios de Ciudad Juárez, el papel de la DEA en la guerra contra el narco o la violencia criminal en Tijuana y otras ciudades fronterizas. En cada caso observan esa perversa colusión entre criminales, policías, funcionarios locales, estatales y federales y agentes del orden y la seguridad. 

 El libro coordinado por Espíndola y Serrano cierra con un ensayo revelador de Benjamin Nienass y Alexandra Délano Alonso sobre los debates, protestas e intervenciones que ha generado el Memorial a las Víctimas de la Violencia, construido en Chapultepec durante el sexenio de Felipe Calderón. Varias organizaciones de derechos humanos y víctimas de la “guerra sucia” y la “guerra contra el narco”, en los últimos años, han rebautizado el monumento como “Memorial a las Víctimas de la Violencia del Estado”. 

 El libro trasmite con eficacia la idea de que también en México, en democracia y con un gobierno de izquierda, no sólo sigue habiendo muertes y desapariciones sino una disputa por la memoria de los crímenes. También aquí se repite la escena vergonzosa de un Estado que no escucha a las madres buscadoras y a los familiares de las víctimas y escamotea el número de muertos.

viernes, 1 de septiembre de 2023

La Habana de Fina





La editorial El Equilibrista y la Universidad Veracruzana publicaron este año un manuscrito inédito de la poeta cubana, Fina García Marruz (1923-2022), prologado por la escritora Josefina de Diego, hija del poeta Eliseo Diego y sobrina de la autora, y cuidado por la traductora e investigadora cubana Lourdes Cairo Montero. 

El libro se titula Pequeñas memorias y es una evidencia más del espléndido catálogo que ha reunido Diego García Elío en su colección Pértiga. El texto viene a confirmar el peso de la memoria en el grupo de escritores cubanos que conformaron la revista Orígenes entre 1944 y 1956. 

Sin el arte de la memoria no serían concebibles las novelas de José Lezama Lima, Paradiso y Oppiano Licario, los poemas de En la Calzada de Jesús del Monte o Por los extraños pueblos de Eliseo Diego, la Poética de Cintio Vitier, que no por gusto lleva un acápite titulado “Mnemosyne”, y buena parte de la propia poesía de García Marruz, especialmente sus cuadernos Visitaciones y Habana del centro

El género mismo de la memoria fue practicado por varios de aquellos poetas y narradores: Lorenzo García Vega en Los años de Orígenes, Rostros del reverso o El oficio de perder y Cintio Vitier en De peña pobre. A diferencia de éstas, las memorias de García Marruz, humildemente adjetivadas como “pequeñas”, se colocan en la prehistoria de Orígenes, en La Habana anterior a la revista y a las primeras obras de sus miembros. 

 La familia no es aquí la “familia de Orígenes”, como en otro título conocido de García Marruz, sino la estrictamente filial, la de los Badía, los Baeza, los Pagés y los García Marruz, ramas que se describen, como en Homero, con sus respectivos aretés o virtudes. Fina, la poeta y ensayista consagrada de fines del XX, asoma a veces, muy sutilmente, cuando la escritora habla de sus lecturas o preocupaciones futuras. 

Por estas memorias nos enteramos que, al igual que Eliseo Diego, tal y como ha contado su hijo Lichi, en La novela de mi padre, García Marruz comenzó escribiendo narrativa. Su cuento “La venganza”, con su personaje Nathaniel, tiene resonancias bíblicas, pero también de disquisición teológica sobre la soledad. El texto no especifica cuándo fue escrito, pero probablemente haya sido antes de la publicación de su “Carta a Vallejo”, en el tercer número de Orígenes

El tránsito de las casas espaciosas de la Víbora a los segundos pisos de Centro Habana, en las calles Lealtad, Manrique o Neptuno, se narra como el descubrimiento de un mundo sonoro, donde se voceaban los periódicos republicanos, El Mundo, el Diario de la Marina, El País, se escuchaba el piano de Cervantes, Saumell y Lecuona y se cruzaba el Paseo del Prado, para internarse en la vieja ciudad y recorrer las librerías de Obispo. 

A fines los 30, en medio de la guerra civil en España y la reconstrucción de la república en Cuba, que siguió a la Revolución contra Machado, la joven conocerá, junto a Cintio Vitier y Eliseo Diego, a dos poetas centrales en su formación: el español Juan Ramón Jiménez, en su breve exilio habanero, y el cubano Gastón Baquero. Son estos, y no Lezama todavía, los primeros maestros de la joven escritora. 

García Marruz tomó clases de filosofía con Jorge Mañach y Joaquín Xirau, leyó a Plotino, San Agustín y Bergson, pero nada parece haberla marcado más que escuchar al poeta español en la Institución Hispano-Cubana de Cultura y en el Lyceum de la Habana. Llega a conocerlo, junto a su madre, en el Hotel Vedado, y el poeta le dedica el poemario Canción, que ya sabía de memoria. 

Baquero, por su parte, emerge como una presencia entrañable. No sólo era, desde entonces, ese gran lector de poesía, que dominaba la mística española del Siglo de Oro, sino un melómano solícito, que introduce a García Marruz en la música de Debussy, Ravel y Stravinski. Baquero parece haber sido muy importante, también, en la conversión juvenil de la poeta al catolicismo, una fe indisociable de su obra poética y ensayística.