Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

sábado, 27 de febrero de 2010

Sexenio y reelección

Comentábamos en el post anterior que la fórmula autoritaria de sexenio más reelección, introducida en la Rusia de Putin, fue ideada por Porfirio Díaz, en México, en los últimos años de su larga dictadura (1876-1910). Díaz y sus defensores intelectuales argumentaban que cuatro años era un periodo demasiado corto para llevar adelante políticas públicas eficaces. Lo curioso es que al aumentar en dos años el tiempo de gobierno y agregarle la reelección, que en el caso de Díaz era indefinida, se lograba, en dos periodos, el equivalente de tres cuatrienios, es decir, doce años.
Tal vez sea más que una curiosidad histórica, el hecho de que aquella fórmula ideada hace cien años en México reaparezca en Rusia a principios del siglo XXI. Rusia y México produjeron las dos grandes revoluciones de la primera mitad del siglo XX. La rusa desembocó en un régimen político totalitario, de partido comunista único, ideología marxista-leninista, economía de Estado y control de la sociedad civil. La mexicana, en un régimen autoritario de partido hegemónico, oposición limitada, ideología nacionalista revolucionaria y relativas libertades públicas.
Ambos países comparten, hoy, la modalidad del sexenio presidencial: en México sin reelección y en Rusia con derecho a una reelección consecutiva. La propuesta de reforma política presentada recientemente por el presidente mexicano Felipe Calderón, y respaldada por un grupo importante de intelectuales, empresarios y políticos del país, incluye la introducción de la reelección para alcaldes y legisladores. La no reelección presidencial, sin embargo, creada por la Constitución mexicana de 1917, como antídoto jurídico de la dictadura personal, sigue generando consenso en México.

viernes, 26 de febrero de 2010

¿Forever Putin?

En el último número de The New York Review of Books, Amy Knight reseña dos libros sobre la Rusia actual: Without Putin: Political Dialogues with Yevgeny Kiselev (Moscú, Novaya Gazeta, 2010) de Mijaíl Kasyanov y Soviet Fates and Lost Alternatives: From Stalinism to New Cold War (New York, Columbia University, 2010) de Stefen F. Cohen. Kasyanov, autor del primer libro, fue el Primer Ministro de Vladímir Putin entre 2000 y 2004, y Cohen, autor del segundo, uno de los grandes conocedores de la Rusia postsoviética en el mundo.
De la lectura de ambos volúmenes, Amy Knight desprende la posibilidad, cuando no el vaticinio, de que Putin se reelija como presidente en el 2012, cuando concluya el periodo presidencial de Dimitri Medvedev. Gracias a una reforma constitucional que ha extendido el mandato de los presidentes rusos de cuatro a seis años –el sexenio, invención mexicana o, más específicamente, del antiguo régimen porfirista, adoptada por la Revolución- Putin podría gobernar Rusia entre 2012 y 2018 y reelegirse ese año hasta 2024, cuando dejaría el poder con más de 70 años.
Como Chávez, caudillo que también asciende al poder en el último año del siglo XX, Putin se presenta como el dictador arquetípico del siglo XXI. Un dictador postcomunista, que respeta zonas de la economía de mercado y de los derechos civiles y políticos, que defiende un orden constitucional y una estabilidad social, que combina una diplomacia pragmática y pluralista con una afirmación geopolítica, de hegemonía acotada, y, a cambio, hace de su persona el eje del poder y la garantía del equilibrio nacional.

miércoles, 24 de febrero de 2010

El antimarxismo de Marx

El antintelectualismo, provenga de Burke o de Marx, de la derecha o de la izquierda, se vuelve con frecuencia contra algunos de sus principales defensores. Como advertía Richard Hofstadter, en su clásico estudio Anti-Intellectualism in American Life (1963), las protestas contra académicos, escritores, artistas o periodistas, que atribuyen a la “esencia ideológica” de esas actividades autoría de crímenes políticos o complicidad con los mismos, provienen, por lo general, de “otros” intelectuales, muchos de ellos exprofesores o literatos fracasados, que estigmatizan su antigua profesión.
Uno de los peores hábitos del antintelectualismo es la demanda de “perfecta coherencia” en el intelectual al que se critica. Dicha demanda está asociada con la creación de rígidos arquetipos doctrinales en torno a la obra de algún pensador importante. Edmund Burke y Karl Marx, dos intelectuales que se quejaron del abstraccionismo y de la cobardía de la intelectualidad de sus épocas, han terminado siendo víctimas de su propio antintelectualismo.
Es frecuente que el tópico de Burke como “padre del conservadurismo” transfiera al autor de Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790) un carácter contrailustrado y reaccionario que el mismo no tuvo. Burke criticó algunos aspectos de la Revolución Francesa y aborreció a Rousseau, pero, como el whig irlandés que era, siempre defendió la tradición ilustrada de Locke y Montesquieu, el gobierno representativo y hasta la autonomía de los colonos americanos.
En el otro polo del espectro ideológico, esta fabricación de coherencia sin fisuras se aplica también a Karl Marx. El autor de El Capital fue un escritor y, como todo escritor, recurrió a figuras literarias que relativizaban o contrariaban algunos principios de su teoría. Son conocidos los pasajes de los Manuscritos económicos filosóficos (1844) en que Marx utiliza obras de Goethe y Shakespeare para hablar del dinero como “Dios visible”, que logra el “milagro” de que las “contradicciones se besen” y las “imposibilidades se hermanen”.
La típica objeción althusseriana sería que ese joven Marx no había descubierto aún la “ciencia”, pero, como ha visto Francis Wheen, también en El Capital aparece, en más de una ocasión, una idea mística del capitalismo. Cuando Marx mezcla referencias de las literaturas antigua y moderna para ilustrar los poderes milagrosos del dinero pasa por alto, deliberadamente, su propia teoría de los modos de producción históricos.
Más conocido es el abandono de algunas premisas del “materialismo histórico” en ensayos como los que dedicó a la Revolución Francesa de 1848, a Rusia o a América Latina. El 18 Brumario comenzaba con una conocida cita de Hegel que negaba una de las ideas centrales de El Manifiesto Comunista y La lucha de clases en Francia, esto es, que cada revolución es única e irrepetible porque responde a los conflictos de clases de una sociedad en un momento concreto. Y en los textos sobre Rusia y América Latina, Marx sugiere que esas regiones son incapaces de producir el capitalismo por sí mismas.
Los guardianes de la “coherencia”, desde la izquierda o desde la derecha, dirán que muchos de los pasajes antimarxistas de Marx no eran “ciencia” sino “ideología”, es decir, historia, literatura, periodismo, propaganda ¿Realmente es así? En sus estudios sobre El Capital, Francis Wheen ha demostrado que las ideas no marxistas e, incluso, antimarxistas de Marx recorren los momentos más cercanos a la economía política y más distantes de la literatura o la historia.

martes, 23 de febrero de 2010

¿Cabe un reportaje en un blog?

En el último número de Babelia, donde la defensa del periodismo clásico llega hasta la vindicación, por Carlos Fuentes, no del Albert Camus novelista o filósofo sino del autor de reportajes y columnas en Combat, Jon Lee Anderson, el gran reportero de The New Yorker, concede entrevista a Guillermo Altares. Asegura el autor de la biografía del Che Guevara y de El dictador, los demonios y otras crónicas (Anagrama, 2010), que los blogs, por su velocidad, no permiten el desarrollo holgado de narrativas y que el medio natural de una crónica es el periódico o, preferiblemente, el semanario.
Sin miedo a ser catalogado como “dinosaurio” de la “estirpe reporteril”, Anderson sostiene que la crónica y el reportaje no desaparecerán, ya que son la fuente primordial de la historia moderna. Antes de que se escribieran los primeros tratados sobre la colonización americana, ya había crónicas y reportajes sobre aquel hito: “los primeros periodistas eran frailes que acompañaban a los expedicionarios, son las crónicas, los diarios ¿Qué sabemos de la conquista de las Américas? Nos fascinan por su instantaneidad, nos llevan a un momento que ya no existe, como las cartas de Roger Casement desde el Congo”.
Confiesa Anderson que intentó reportear el terremoto de Haití por medio de un blog y que nunca llegó a sentirse a sus anchas: “no sé si llegué a adquirir el gusto, pero no conseguí quitarme la impresión de que me estaba serruchando el suelo de la narrativa”. Un suelo que tiene que ver más con el tiempo que con el espacio. Anderson piensa que el reportaje o la crónica requieren tiempo: tiempo para ser escritos, tiempo para ser leídos y tiempo, también, para que la inmediatez de los hechos sea procesada por el periodista y el lector.

sábado, 20 de febrero de 2010

Oficio de tinieblas

En el último número de Letras Libres, el joven historiador mexicano Carlos Bravo Regidor (1977) relee el clásico ensayo de Gabriel Zaid, Adiós al PRI (1995). Uno hubiera esperado que la relectura fuera una confirmación más de la lucidez con que Zaid retrató la crisis del sistema político mexicano durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Sin embargo, Bravo Regidor observa que, a pesar de que a la larga el diagnóstico de Zaid fue correcto, la manera en que se produjo la transición mexicana no fue exactamente como la imaginó el autor de El progreso improductivo: el PRI perdió la presidencia en el 2000, pero no todo el poder.
Bravo Regidor no entiende esa imprecisión o esa inexactitud como defecto sino como virtud. El pensamiento, dice, es por naturaleza impreciso o inexacto. Aspirar a la profecía realizada o al vaticinio perfecto tiene muy poco que ver con la práctica intelectual. Lo que hizo acertado el pronóstico de Zaid sobre la caída del autoritarismo del partido hegemónico y el presidente omnímodo, en México, fue, precisamente, su aproximación, no su llegada. Una cita de Cornelius Castoriadis le sirve para entender el acto de pensar como un oficio de tinieblas:
“Pensar no es salir de la caverna, ni reemplazar la incertidumbre de las sombras con el nítido perfil de las cosas mismas, el titubeante resplandor de una llama con la luz del verdadero Sol. Pensar es entrar en el laberinto… Es perderse en galerías que sólo existen porque las cavamos incansablemente, dar vueltas en el fondo de un callejón sin salida cuyo acceso se ha cerrado tras nuestros pasos –hasta que ese girar abre, inexplicablemente, fisuras transitables en el muro que nos rodea”.

viernes, 19 de febrero de 2010

Los nuevos ingleses

En pocas narrativas del mundo se produjo una renovación generacional como la que protagonizaron los escritores británicos, nacidos en la segunda postguerra, entre mediados de los 80 y toda la década del 90 del pasado siglo. Un puñado de novelas, que podrían enmarcarse entre Money (1984) de Martin Amis y Atonement (2001) de Ian McEwan, revolucionó las formas de narrar en la Gran Bretaña y se volvió referencial para buena parte de la literatura de fines del siglo XX.
Esas novelas se tradujeron a la mayoría de los idiomas del mundo y fueron leídas como ficciones paradigmáticas por escritores de las más remotas latitudes. Algunas de ellas fueron llevadas exitosamente al cine, con lo cual esa generación ganó ventaja frente a sus contemporáneas en Europa continental, Estados Unidos y América Latina. A pesar de las diferencias entre sus escrituras, había un aire de semejanza entre aquellos novelistas que, primero, Jonathan Cape y Faber and Faber, los editores londinenses, y luego Jorge Herralde, que los incorporó al catálogo de Anagrama, supieron detectar.
El mismo año de Money apareció Flaubert’s Parrot (1984) de Julian Barnes; en 1989, The Remains of the Day de Kazuo Ishiguro, London Fields de Amis y Sexing the Cherry de Jeannette Winterson; en 1990, El buda de los suburbios de Hanif Kureishi; en 1992, Arcadia de Jim Crace y Escrito en el cuerpo de Winterson; en 1995, Los inconsolables de Ishiguro; en 1998, England, England de Barnes… Para cuando acababa la década, aquella generación había acumulado algunas de las mejores novelas de fines del siglo XX.
Nacidos entre mediados de los 40 y fines de los 50 –Barnes y Crace nacieron en el 46, Amis y McEwan en el 49, Ishiguro y Kureishi en el 54, Winterson en el 59- estos escritores vivieron en su juventud el 68 y en su adultez el 89, con el vértigo de los 70 por el medio. Ese sello biográfico, de sujetos que vivieron cambios culturales profundos o experiencias límites, es legible en sus ficciones. Todos son escritores anticuados y, a la vez, modernos, muy ingleses y, a la vez, cosmopolitas, eruditos y frívolos, capaces de moverse, con una facilidad sorprendente, entre una novela de época y un relato punk.
Hay personajes de esas novelas –pienso, por ejemplo, en Jamal, el psicoanalista de Algo que contarte (2009) de Kureishi o en los sombríos protagonistas de Yellow Dog (2003) de Amis- que son arquetipos generacionales. Hombres y mujeres de clase media alta europea, exhippies que bordean los 60, que abusaron del alcohol y las drogas en los 70, que se volvieron yuppies o escritores o ambas cosas en los 80, que se psicoanalizaron o se normalizaron y, finalmente, desembarcaron en el fin de siglo con nihilismo y lucidez.

miércoles, 17 de febrero de 2010

La vieja novela y la nueva historia


Son cada vez más los escritores que buscan tender un puente entre ensayo y narración. El mutuo acercamiento desde los bordes de uno y otro género tiene que ver, naturalmente, con el agotamiento de formas tradicionales de narrar y ensayar. Pero también con las posibilidades que la novela ofrece como género literario mediático. No necesariamente quienes se acercan a las ficciones ensayísticas son autores que pagan tributo a la tradición de alta literatura como Claudio Magris, Javier Marías o Enrique Vila Matas.
Entre las nuevas generaciones de escritores occidentales, hay algunos, como Jorge Volpi (1968), en México, o Daniel Kehlmann (1975), en Alemania, que han incorporado elementos de no ficción en sus relatos. Dichos elementos no provienen del ensayo, la filosofía, la crítica o la memoria, como en Magris, Marías y Vila Matas, sino de la historia. Pero tampoco de la historia que resulta de la historiografía clásica del siglo XIX y la primera mitad del XX, sino de la historia y la ciencia divulgativas de las últimas décadas, especialmente, de las narradas por la televisión y el cine.
En busca de Klingsor (1999) de Volpi y La medición del mundo (2005) de Kehlmann no son novelas históricas en el sentido descrito por Gyorgy Lukács en su célebre estudio sobre un género, como tantas otras cosas, también en crisis a principios del siglo XXI. Esas son novelas que procesan el material que la historia divulgativa y mediática de las últimas décadas dedicó a fenómenos como la relación entre el nazismo y la ciencia, en el caso de Volpi, o como las vidas paralelas de dos ilustrados alemanes del siglo XVIII, el naturalista Alexander von Humboldt y el matemático Carl F. Gauss.
Volpi y Kehlmann escribieron sus respectivas novelas y fueron internacionalmente reconocidos por ellas, siendo muy jóvenes. Si sus escrituras se comparan con las de otros novelistas de la misma generación se observará que ninguno de los dos corresponde al tipo de narrador hipervanguardista, que trastoca el formato de la novela moderna, o de narrador erudito, que incorpora elementos del ensayo clásico. Lo que distingue a ambos es una mezcla eficaz de novela tradicional e historia mediática, vieja novela y nueva historia. Mezcla de estos tiempos.

domingo, 14 de febrero de 2010

Cartas a Stalin

Vitali Shentalinski lleva años investigando, en los archivos de la KGB, el tema de las turbulentas relaciones de los escritores soviéticos con el poder totalitario. En esas pesquisas aparecieron las cartas que Yevgeni Zamiatin y Mijaíl Bulgakov, dos de los grandes escritores rusos de la primera mitad del siglo XX, escribieron a Stalin en los años 20 y 30.
Una de esas cartas, la de Bulgakov, del 28 de marzo de 1930, pidiéndole al dictador que le permita abandonar el país con su esposa, ya que “para él no poder escribir es lo mismo que ser enterrado vivo”, era conocida por el efecto que tuvo. En abril de ese mismo año, semanas después de aquella carta, Stalin llamó por teléfono a Bulgakov y le ofreció trabajo en el Teatro Artístico de Moscú.
La mayoría de la correspondencia del propio Bulgakov y de Zamiatin aparece, ahora, por vez primera, en castellano, en el volumen Cartas a Stalin (Editorial Veintisiete Letras). Ambos escritores, condenados al ostracismo –Zamiatin, luego de la prohibición de Nosotros (1921), la primera gran novela antiutópica sobre el comunismo ruso, y Bulgakov, tras la publicación de los relatos de Corazón de perro y Morfina, a mediados de los 20- escribieron a Stalin, pidiéndole, fundamentalmente, permiso para emigrar.
A diferencia de Pasternak o Nabokov, Zamiatin y Bulgakov habían sido burgueses bolcheviques. El primero había participado en la revolución de 1905 y había sido encarcelado y deportado varias veces por el régimen zarista. El segundo rompió con sus hermanos, que se sumaron a la oposición blanca, e intervino como médico y periodista en el bando rojo de la guerra civil. La novela La guardia blanca, a pesar de las críticas y presiones que le generaron, y varias obras de teatro de Bulgakov, fueron admiradas por Lunacharski, Gorki y el propio Stalin.
Ese bolchevismo aparece en las cartas que Zamiatin y Bulgakov escriben a Stalin. Pero el mismo no oculta, tampoco, la profunda decepción que ambos sufrieron con el régimen soviético y el estado de desesperación con que se dirigen al dictador, en busca de clemencia. Aunque no hay respuestas de Stalin es fácil imaginar el disfrute del poder sobre los otros que debió sentir el dictador, al saberse dueño de aquellas vidas al límite.
A pesar de que Nosotros era un libro mucho más subversivo que cualquiera de los escritos por Bulgakov, a Zamiatin se le concedió la autorización para emigrar y se exilió en París, donde murió en 1937. Como él mismo pronosticara en una de las cartas a Stalin, los émigrés parisinos lo recibieron con desprecio, por su pasado bolchevique. Bulgakov, en cambio, murió en Moscú, en 1940, luego de terminar su gran novela El maestro y Margarita.




Dirijo al gobierno de la URSS la siguiente carta: Desde el momento en que se prohibieron todos mis trabajos literarios, comenzaron a alzarse voces, entre muchas de las personas que me conocen por mi oficio de escritor, para darme un solo consejo: escribir "una obra comunista" (pongo la cita entre comillas).

Además, debía dirigir al Gobierno de la URSS una carta de arrepentimiento por la que renunciara a mis anteriores ideas, expuestas en mis trabajos literarios; y en la que asegurara que en el futuro trabajaría como un leal compañero de viaje por la idea del comunismo; el objetivo de esa actuación sería escapar a las persecuciones, a la miseria y a un desenlace final inevitable.

No he seguido ese consejo. Es poco probable que consiguiera aparecer ante el gobierno de la URSS bajo un aspecto favorable escribiendo una carta carente de sinceridad, que se presentaría como una sucia e indecorosa extravagancia política, por lo demás ingenua. En cuanto a escribir una obra comunista, ni siquiera lo intento; ya que sé a ciencia cierta que no seré capaz de componer un escrito semejante.

Madurado en mí el deseo de poner fin a mis tribulaciones literarias, me siento obligado a dirigir al Gobierno de la URSS una carta veraz.

***

Repasando mis álbumes de recortes de periódicos, he contabilizado trescientas una reseñas aparecidas sobre mí en la prensa de la URSS durante mis diez años dedicados a la literatura. De ellas, tres eran laudatorias, doscientas noventa y ocho hostiles e injuriosas.

Esas últimas doscientas noventa y ocho muestran, como el reflejo de un espejo, mi vida de escritor.

A Aleksei Turbín, el héroe de mi obra de teatro, Los días de los Turbín, se le llamó HIJO DE PUTA en unos versos publicados en la prensa; y al autor de la obra se le calificaba como "afligido por una CHOCHEZ DE PERRO VIEJO": se me ha descrito como un BARRENDERO de la literatura, ocupado en recoger las sobras de una mesa después de HABER VOMITADO en ella una docena de invitados.

También han escrito lo siguiente: "El MISHKA ese, Bulgákov, TAMBIÉN ES, PERDÓN POR LA EXPRESIÓN, UN ESCRITOR que rebusca en la NAUSEABUNDA BASURA... Me pregunto cómo tienes tanto MORRO... Soy una persona delicada, pero si le agarro le ARRANCO EL PESCUEZO... Para las personas como nosotros, los Turbín son tan necesarios como UNOS SOSTENES A UN PERRO. Topamos con UN HIJO DE PUTA, TOPAMOS CON TURBÍN, AL CUAL NO LE DESEO NI INGRESOS DE TAQUILLA NI ÉXITO ALGUNO..." (La Vida del Arte, nº 44, año 1927).

También se ha dicho que Bulgákov estaba condenado a ser lo que siempre había sido, UN DESCENDIENTE NEOBURGUÉS, que lanza escupitajos emponzoñados pero impotentes sobre la clase trabajadora y sus ideales comunistas (Komsomolskaia Pravda, 14 del X, año 1926).

También señalaban que me gustaba "la atmósfera perruna que emanaba de cierta pelirroja, esposa de un amigo" (A. Lunacharski, Izvestia, 8 del X de 1926). Y que mi obra Los días de los Turbín hedía (estenograma de una reunión de la Agit-prop en mayo de 1927), y etc., etc.

Me apresuro a aclarar que de ningún modo he citado esos ejemplos para quejarme de la crítica o entrar en cualquier tipo de polémica. Mi objetivo es mucho más serio.

Puedo probar con documentos en la mano que, en el curso de todos esos años de trabajo literario, la prensa soviética, y junto con ella todas las instituciones que están encargadas del control del repertorio, se han dedicado, unánimemente y CON EXTRAORDINARIA CÓLERA, a demostrar que las obras de Mijail Bulgákov no pueden existir en la Unión Soviética.

Y tengo que declarar que la prensa soviética tiene absolutamente toda la razón.

***

El punto de partida de esta carta lo constituye mi panfleto La isla púrpura.

Toda la crítica soviética, sin excepción, consideró esa obra "mediocre, mezquina, sin gancho", y declaró que constituía "un libelo contra la revolución".

La unanimidad fue total, pero se vio súbitamente rota de forma asombrosa, inmediata e inesperada.

En el número 12 del Boletín del Repertorio (año 1928) apareció una reseña de P. Novitski, donde se decía que La isla púrpura era "una parodia interesante e ingeniosa", en la que "se alza la sombra siniestra de un Gran Inquisidor, que destruye la creación artística, cultiva TÓPICOS DRAMÁTICOS, SERVILES, ABSURDOS y aniquila la personalidad del actor y del escritor"; que "el tema de La isla púrpura es la fuerza siniestra, sombría que hace nacer ILOTAS, ADULADORES Y PANEGIRISTAS...".

Se decía que "si existía semejante fuerza siniestra, LA INDIGNACIÓN Y EL CORROSIVO INGENIO DE ESTE DRAMATURGO, ENCUMBRADO POR LA BURGUESÍA, ESTABAN PLENAMENTE JUSTIFICADOS".

Cabe preguntarse: ¿dónde está la verdad? ¿Qué es finalmente La isla púrpura? ¿"Una obra mezquina, mediocre" o "un panfleto ingenioso"?

La verdad se halla en la reseña de Novitski. No me propongo juzgar hasta qué punto mi obra es ingeniosa, pero reconozco que en ella se alza realmente una sombra siniestra y esa sombra es el Comité Central del Repertorio. Es el que hace surgir ilotas, panegiristas y personas atemorizadas y serviles. Es el que asesina el espíritu creativo. Es el que se empeña en destruir la dramaturgia soviética; y la destruirá.

No manifesté tales pensamientos cuchicheando en una esquina. Los plasmé en mi panfleto dramático y puse en escena ese panfleto. La prensa soviética, interviniendo a favor del Comité Central del Repertorio, escribió que La isla púrpura era un libelo contra la revolución. No hay libelos contra la revolución en la obra por muchos motivos, de los cuales por falta de espacio tan sólo expondré uno: escribir un libelo contra la revolución es IMPOSIBLE debido a su extraordinaria grandeza. El panfleto no es un libelo y el Comité Central del Repertorio no es la revolución.

Pero cuando la prensa germana escribió que La isla púrpura es "la primera llamada a la libertad de expresión que tiene lugar en la Unión Soviética (Molodaia Gvardia, nº 1, año 1929), decía la verdad. Lo reconozco. La lucha contra la censura, cualquiera que sea, y cualquiera que sea el poder que la detente, representa mi deber de escritor, así como la exigencia de una prensa libre. Soy un ferviente admirador de esa libertad y creo que si algún escritor intentara demostrar que la libertad no es necesaria se asemejaría a un pez que asegurara públicamente que el agua no le es imprescindible.

***

Ese es uno de los rasgos esenciales de mi obra, lo suficientemente importante como para que mis libros no sobrevivan en la URSS. Con ese primer rasgo están relacionados todos los demás que aparecen en mis obras satíricas: los negros y místicos tintes (SOY UN ESCRITOR MÍSTICO) con los que suelo destacar las innumerables monstruosidades de nuestra vida cotidiana, el veneno que impregna mi lengua, mi profundo excepticismo [sic] respecto del proceso revolucionario que tiene lugar en mi atrasado país y al que opongo mi preferencia por el concepto de Gran Evolución; y lo más importante: la representación de los terribles rasgos de mi pueblo (...).

No hay ni que decir que la prensa soviética no pensó seriamente en resaltar todo eso, sino que se ocupó en demostrar de forma poco convincente que la sátira de M. Bulgákov era "UNA DIFAMACIÓN".

Sólo una vez, cuando mi nombre empezaba a ser conocido, mi producción literaria fue descrita con un matiz como de altivo asombro: "M. Bulgákov quiere llegar a convertirse en el autor satírico de nuestra época" (Kingonosha, nº 6, año 1925).

El verbo "querer" es utilizado erróneamente en presente. Habría que trasladar el tiempo al pasado: M. Bulgákov se HA CONVERTIDO EN UN AUTOR SATÍRICO, y precisamente en un momento en que cualquier sátira auténtica (me refiero a aquella que penetra en zonas prohibidas) resultaba absolutamente inconcebible en la URSS.

No tuve el honor de expresar en la prensa esa idea criminal. Idea que se expuso con absoluta claridad en un artículo de B. Blium, cuyo significado se pone de manifiesto de forma brillante y precisa en la siguiente fórmula: EN LA URSS, TODO AUTOR SATÍRICO ATENTA CONTRA EL RÉGIMEN SOVIÉTICO.

¿Es posible imaginar en la URSS a una persona como yo?

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Y, finalmente, los últimos rasgos aparecen en mis obras destruidas, Los días de los Turbín, La huida, y en mi novela La guardia blanca: se trata de mi obstinación en representar a la intelligentsia rusa como el mejor estamento del país. Y en particular, la representación según la tradición de Guerra y paz de una familia noble de la intelligentsia, que por voluntad de un destino histórico irrevocable es arrojada al campamento de la guardia blanca durante los años de la guerra civil. Esa representación es algo completamente natural para un escritor profundamente comprometido con la intelligentsia.

Pero representaciones de ese tipo conducen a que su autor reciba en la URSS (a pesar de sus grandes esfuerzos PARA SITUARSE INDIFERENTE POR ENCIMA DE LOS ROJOS Y DE LOS BLANCOS), al mismo tiempo que sus héroes el calificativo de guardia blanco, y, en consecuencia, pudiéndose considerar una persona acabada en la URSS, como cualquiera comprenderá fácilmente.

***

Mi retrato literario está terminado; también es un retrato político. No puedo valorar el grado de criminalidad que subyace tras él, pero sólo pido una cosa: no buscar nada fuera de sus límites. Ha sido hecho con absoluta buena fe.

***

En este momento estoy aniquilado.

Ese aniquilamiento ha sido recibido por la opinión pública soviética con absoluta felicidad y ha sido considerado como un "LOGRO".

R. Pikel, para definir mi aniquilamiento, ha enunciado un pensamiento liberal (Izvestia, 15 del IX del año 1929): "No queremos decir con esto que el nombre de Bulgákov haya sido borrado de la lista de los dramaturgos soviéticos".

Y daba esperanzas al escritor acabado asegurándole: "Que el comentario se refiere a sus obras dramáticas antiguas".

Sin embargo, la vida, personificada en el Repertkom Central, ha demostrado que el liberalismo de P. Pikel carece de todo fundamento.

El 18 de marzo de 1930 recibí un oficio del Comité Central del Repertorio, en el que se comunicaba lacónicamente que, no una de mis obras antiguas, sino mi nueva obra, La cábala de los devotos (Molière), NO HABÍA OBTENIDO EL PERMISO DE PUBLICACIÓN.

Seré breve: en un par de renglones escritos en papel oficial quedaban sepultados mi trabajo de biblioteca, mi fantasía y mi obra; que había sido calificada de brillante en innumerables opiniones expresadas por especialistas teatrales cualificados.

R. Pinkel estaba equivocado. No sólo están condenadas mis obras anteriores sino también las actuales, al igual que todas las que escriba en el futuro. Y yo personalmente, con mis propias manos, he arrojado al fuego el borrador de una novela sobre el diablo, el borrador de una comedia y el comienzo de una segunda novela: Teatro.

Todas las cosas que he escrito se encuentran en una situación desesperada.

***

Le pido al gobierno soviético que preste atención al hecho de que yo no soy un hombre político sino un literato y que he entregado toda mi producción teatral a la escena soviética.

(...)

Le pido que considere que, para mí, el no poder escribir es lo mismo que ser enterrado vivo.

***

LE PIDO AL GOBIERNO SOVIÉTICO QUE ME AUTORICE URGENTEMENTE A ABANDONAR LA URSS EN COMPAÑÍA DE MI ESPOSA LIUBOV EVGUÉNIEVNA BULGÁKOVA.

***

Apelo al humanitarismo de las autoridades soviéticas y les pido que actúen magnánimamente conmigo, un escritor que no puede ser de ninguna utilidad a su patria, y me concedan la libertad.

***

Si lo que acabo de escribir no resulta convincente, y estoy condenado a guardar silencio para siempre en la URSS, le pido al gobierno soviético que me dé un trabajo de mi especialidad y me encomiende un puesto de teatro en calidad de director de escena titular.

Pido precisamente una ORDEN CATEGÓRICA, LO PIDO COMO ÚLTIMA INSTANCIA, ya que todos mis intentos por encontrar un trabajo dentro del único campo en el que puedo ser útil a la URSS, esto es, como un especialista extraordinariamente cualificado, se han saldado con un completo fiasco. Mi nombre se ha hecho tan odioso que las solicitudes de trabajo realizadas por mi parte han sido acogidas con ESPANTO (...).

Me ofrezco a la URSS con absoluta honradez, sin sombra alguna de sabotaje, como actor y realizador especializado (...).

Pido que se me nombre realizador auxiliar del primer Teatro Artístico (...).

Si no soy nombrado realizador, pido un puesto titular de figurante. Si tampoco es posible ser nombrado figurante, pido un puesto de tramoyista.
Si eso tampoco es posible, pido al gobierno soviético que proceda conmigo como crea más conveniente, pero que proceda de alguna manera; porque yo, un dramaturgo que ha escrito cinco obras, suficientemente conocido tanto en la URSS como en el extranjero, EN EL MOMENTO ACTUAL me encuentro abocado a la miseria, a la calle y a la muerte.


M. BULGÁKOV,
Moscú, 28 de marzo del año 1930.

sábado, 13 de febrero de 2010

Habermas criticado


En uno de los capítulos del libro El desacuerdo. Política y filosofía (Buenos Aires, Nueva Visión, 2007), el específicamente dedicado a la racionalidad del disenso, Jacques Rancière formula su crítica central a Jürgen Habermas. Dice el neomarxista francés que el filósofo frankfurtiano, con su defensa de una esfera pública transparente y de una acción comunicativa basada en el diálogo y la deliberación, deja fuera formas más radicales de litigio o desacuerdo.
Rancière sintetiza su crítica en una pregunta: “¿por qué hay que elegir entre las luces de la racionalidad comunicativa y las tinieblas de la violencia originaria o la diferencia irreductible?”. Aunque no creo que Habermas plantee dicha alternativa de un modo tan maniqueo, Rancière tiene razón al abrir un espacio para la interpelación. Aún para aquellas interpelaciones que parten de una contradicción conceptual insalvable.
Por ejemplo, la contradicción que habría entre dos personas que debaten sobre la “revolución”, el “socialismo” o la “democracia”, entendiendo por estos tres conceptos cosas distintas. Habría en ese litigio, una “diferencia irreductible” que, sin embargo, es muy frecuente en los espacios deliberativos creados por el internet. Constantemente, las discusiones electrónicas reflejan fracturas semánticas no racionalizadas, en las que los interlocutores ni siquiera formulan la pregunta “¿me comprendes?”.
Cuando los interlocutores se dan por comprendidos, sin comprenderse realmente, se manifiesta un tipo de desacuerdo más radical que el que tiene lugar en un marco deliberativo, en el que, por ejemplo, dos personas con ideologías diferentes asumen que tienen nociones contradictorias sobre la libertad o la igualdad. Sin embargo, hay un punto en que Rancière parece coincidir con Habermas y es cuando afirma que el disentimiento, por muy frontal que sea, forma parte de un “mundo común”.
“La política moderna obedece a la multiplicación de las operaciones de subjetivación que inventan mundos de comunidad que son mundos de disentimiento, y a la multiplicación de los dispositivos de demostración que son, en cada momento, al mismo tiempo argumentaciones y aperturas de mundo. Aperturas de mundos comunes –lo que no quiere decir consensuales-, mundos donde el sujeto que argumenta se cuenta siempre como argumentador”. Es decir, como sujeto autónomo, que dice lo que piensa, no como ventrílocuo.
En este último punto reside, tal vez, la principal diferencia entre el neomarxismo y el marxismo. El primero parece haber abandonado aquellas visiones estructuralistas que impedían comprender la autonomía de los sujetos. En el nuevo marxismo, cada quien es lo que es. En el viejo, cada quien era lo que ocultaba ser. Detrás de cada palabra, de cada gesto, había una entidad sumergida, una “estructura” impersonal y abstracta que hablaba por uno.

jueves, 11 de febrero de 2010

Decapitaciones

Son constantes las noticias sobre decapitaciones en México. Especialmente las que practica el cartel “La Familia”, que opera en el estado de Michoacán, aunque con frecuencia sus cadáveres aparecen en otras zonas del país. Cortar cabezas es el tipo de ejecución que ejercen los narcotraficantes sobre rivales o traidores, como ajustes de cuentas o como crímenes ejemplarizantes. El mensaje atemorizador que envían a la población civil y a los gobiernos estatales y federales surte efecto.
La decapitación también ha sido practicada en fechas recientes por el terrorismo islámico. Las imágenes de occidentales decapitados, reproducidas en videos o en canales de la televisión europea o norteamericana, proyectan un mensaje similar. No se trata, únicamente, de matar al enemigo sino de hacerlo por medio de un acto –separar la cabeza del cuerpo- que antropólogos y psicoanalistas ubican dentro de los pánicos ancestrales del subconsciente.
En la antigua Roma, la decapitación era un tipo privilegiado de ejecución, reservado a los ciudadanos del imperio. Tal vez, hoy, los narcotraficantes decapiten a otros narcotraficantes, afirmando la pertenencia de las víctimas al mismo estamento del verdugo. A San Pablo Apóstol, por ejemplo, le cortan la cabeza en el año 67, por órdenes de Nerón, porque antes del camino a Damasco y la conversión al cristianismo era un ciudadano romano, Saulo de nombre. De no haber sido romano, San Pablo habría sido crucificado como Cristo.
La decapitación fue también, desde la antigüedad, un tipo de muerte que garantizaba al verdugo el trofeo de la cabeza de su víctima. Ese es el caso, por ejemplo, de San Juan Bautista, degollado por los hombres de Herodes, a petición de Salomé, y la célebre imagen de la cabeza en la bandeja, como regalo del Rey a la joven danzante. En las decapitaciones del narcotráfico, unas veces los cráneos son escondidos y otras exhibidos.
Cuando la cabeza aparece junto al cadáver, el mensaje de los criminales busca la eficacia mediática más que la preservación de un trofeo. Desde el punto de vista simbólico, sus implicaciones son muy parecidas a las decapitaciones de reyes y “enemigos del pueblo” durante las revoluciones británicas y francesas. Es famosa la exclamación atribuida a Sieyés, durante la votación sobre la suerte de Luis XVI en la Convención, en el verano de 1793: “la mort, sans phrases”. La decapitación era y es un tipo de muerte que silencia cualquier retórica.

martes, 9 de febrero de 2010

Itinerario de un crítico

Iván de la Nuez reúne en un libro, editado por Debate, las críticas de arte que ha escrito en los últimos veinte años. Se trata, como casi toda su obra, de un ejercicio de ubicación de sí en el pensamiento contemporáneo a través de un género personal de escritura. Las críticas de De la Nuez son ensayos en los que el arte aparece como documento que debe ser leído desde el repertorio de ideas de la teoría actual. El arte como literatura de imágenes y el artista como sujeto de ese imaginario deben ser pensados.
El itinerario de este crítico comienza en 1989, con la caída del Muro de Berlín –hito todavía incómodo para buena parte de la izquierda mundial. Y termina en 2009, en Guantánamo, “base” naval y prisión “antiterrorista”, como tabú de las subsistencias de la guerra fría en el mundo posterior al derribo de las Torres Gemelas. El viaje del crítico va del 89 al 09, con una parada en el 11/9, en tanto estación de giro de la historia global. Estas críticas parecen escritas por un filósofo y pensadas por un historiador.
Por el camino De la Nuez recorre diversas topologías o fabricaciones de lugares simbólicos, en la cultura de la postguerra fría, como la de América Latina como enésima reinvención de Macondo –un exotismo que parece no tener fin, entre el bebé con cola de cerdo y los misterios telúricos de Haití-, Miami y la Habana como sitios especulares de peregrinación para artesanos de la imagen global –Christo o Spielberg- o el Berlín postcomunista como capital irónica del “hombre nuevo”.
Este itinerario da cuenta de una lealtad al estilo y de una coherencia intelectual que se echan de menos en amplias zonas de la crítica contemporánea. Siempre ha habido, en De la Nuez, una manera reconocible de escribir y pensar, un modo persistente de ejercer la crítica como práctica que desborda, y a la vez preserva, las fronteras del arte y la filosofía, de la historia y la literatura. Una práctica de veinte años, que en su ejercicio ha dejado algunos textos referenciales para la cultura cubana contemporánea.

domingo, 7 de febrero de 2010

El suicida perfecto

Carlo Michelstaedter vivió sólo 23 años. Nacido en 1887 en Gorizia, una ciudad austro-húngara ubicada, como Trieste, en el cruce de las culturas germánicas e italianas, estudió matemáticas en Viena, en una ruta paralela a la de su contemporáneo Ludwig Wittgenstein, y luego se dejó atraer por la frontera latina, matriculándose en letras, en la Universidad de Florencia.
El 16 de octubre de 1910, durante un viaje a su natal Gorizia, Michelstaedter terminó de escribir su tesis La persuasión y la retórica y la envió por correo a la universidad. Al día siguiente se pegó un tiro en la cabeza. Giovanni Papini interpretó aquella muerte como un “suicidio metafísico”, en el que el fin de la vida propia era escenificado como un acto filosófico.
La invaluable editorial mexicana Sexto Piso ha rescatado la tesis de Michelstaedter, con notas críticas de Miguel Morey, Claudio Magris, Sergio Campailla, Massino Cacciari y Paolo Magri. A riesgo de simplificar una escritura misteriosa como pocas, diríamos que Michelstaedter propone una antinomia entre la persuasión, traducida como posesión de la vida y, a la vez, como experiencia comunicativa, y la retórica, en tanto rígida codificación simbólica del mundo.
En una formulación que recuerda al Hans Blumenberg de La posibilidad de comprenderse (2002), Michelstaedter presenta la experiencia humana como una lucha del sujeto contra las lenguas y hablas cosificadas por la modernidad. La afirmación del ser, en su condición mortal, sería, a su juicio, una protesta contra la reificación del lenguaje operada por la sociedad moderna.
Pero el suicidio, en esta filosofía, a diferencia de las tradiciones estoicas y existencialistas, vendría siendo tanto un acto de voluntad como de representación. Al matarse, el sujeto afirma la posesión sobre su propia vida y, a la vez, persuade al otro de que la comprensión es posible, que la retórica, finalmente, puede ser vencida, aunque sea por medio del silenciamiento de sí. El suicidio de Michelstaedter, a diferencia, por ejemplo, del de Benjamin, no es una claudicación sino un triunfo sobre la retórica.
En el último Babelia, Manuel Cruz lo reseña: “Nos encontraríamos entonces con un pensador tumultuoso, apasionado, brillante, que, muy en la perspectiva de la época (la referencia a Wittgenstein resulta en este punto poco menos que inevitable), embiste contra los cuarteados muros del edificio de un mundo irremediablemente arruinado, reivindicando la persuasión, entendida como la posesión presente de la propia vida, frente a la retórica, constituida por todos esos saberes, instituciones, códigos, cuya única función es ocultar al hombre su más profunda condición, la de ser mortal”.

viernes, 5 de febrero de 2010

Casi todo Casey

Calvert Casey es uno de los buenos escritores cubanos peor publicados. Habanero nacido en Baltimore, en 1924, y muerto en Roma, en 1969, Casey fue un narrador y ensayista de rara modernidad en las letras cubanas. Homosexual, laico y suicida, lector de pornógrafos y psicoanalistas, de existencialistas y budistas, de José Martí y de Franz Kafka, de Virgilio Piñera y D.H. Lawrence, Casey dejó un puñado de cuentos y ensayos instalados para siempre en la mejor vanguardia literaria latinoamericana de mediados del siglo XX.
El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México (CONACULTA), ha reunido en un volumen los mejores cuentos de Casey y, lamentablemente, sólo seis ensayos. Entre estos últimos, algunos de los más conocidos, los “Diálogos de vida y muerte”, el “Kafka”, el “Miller”, las “Notas sobre pornografía” y “Memorias de una isla”. Incluye el volumen el raro texto “El centinela en el Cristo”, una premonitoria reflexión de Casey sobre la religiosidad política de la Revolución, pensada a la sombra del Cristo de la Habana, a unos metros de la Cabaña y el Che Guevara.
Entre los más de quince relatos, los mejores de Casey: “El regreso”, “El paseo”, “El amorcito”, “Mi tía Leocadia, el amor y el Paleolítico inferior”, “La dicha”, “La ejecución” o “Notas de un simulador”. El volumen ha sido pertinentemente titulado Cuentos casi completos (México D.F., CONACULTA, 2009), no sólo porque en él no están recogidos todos los relatos escritos por Casey sino porque en Casey había noción trunca o inconclusa de la literatura y de la vida.
El prólogo de Florence Olivier es uno de los mejores estudios de la obra de Casey que se han escrito hasta ahora. Un estudio con conocimiento de esa obra y, también, con la imaginación que se requiere para abordar a un autor tan espectral como Casey. Las principales obsesiones de Casey –el sexo, la muerte, el absurdo, la burguesía, la religión, el tiempo, la obra, el desamparo- están glosadas en ese prólogo, del que reproduzco sólo el último párrafo, impregnado del tono herético y, a la vez, devoto de la prosa del autor de “Piazza Morgana”

“Si en los cuentos de Casey los juegos de la ficción y del simulacro formulan conjuros que logran exorcizar lo absurdo de la muerte, la culpa, la definición sexual, la ilusión del presente como eternidad, en la vida real no hubo conjuro suficiente para proteger al amoroso viandante de la tentación suicida. “Piazza Morgana”, su último texto conocido, aborda la separación de los amantes con una audacísima variación del tema de la identificación con el otro. La ironía que encierra el rítmico relato de este viaje devorador por las suculentas entrañas del objeto del deseo celebra por fin, espantada toda culpa, la embriaguez erótica. Hasta la comunión en la muerte. Ya no hay simulacro que valga, ni nada ni nadie a quien imitar. “Yo” es el otro, la otra, la letra. Amén”.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Reyes y Jaeger


El estudioso mexicano Sergio Ugalde Quintana, autor de una magnífica tesis doctoral sobre La expresión americana, en El Colegio de México, ha rescatado la correspondencia entre Alfonso Reyes y Werner Jaeger. El mexicano y el alemán se conocieron epistolarmente en 1942, cuando Jaeger recién llegado a su exilio en Harvard, recibió un ejemplar de La crítica en la Edad Ateniense (1941), de Reyes, publicado por El Colegio de México.
La correspondencia se extendió hasta diciembre de 1958, un año antes de la muerte de Reyes, noticia que motivó una sentida necrológica de Jaeger, recogida en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica y rescatada, ahora, por Ugalde Quintana en su antología Un amigo en tierras lejanas (México D.F., El Colegio de México, 2009).
Esas cartas permiten seguir paso a paso las lecturas que hizo Reyes de las obras fundamentales de Jaeger –Paideia, La teología de los primeros filósofos griegos, Cristianismo primitivo y paideia griega, el gran estudio sobre Aristóteles-, publicados todos en el Fondo de Cultura Económica por recomendación del propio Reyes. Pero en esas cartas aparece también lo que Reyes significó, como hallazgo o revelación, para el eminente filólogo alemán.
Acostumbrado a tratar con clasicistas académicos de Europa y Estados Unidos, que dedicaban toda su vida al estudio filológico de un texto griego o romano, a Jaeger le sorprendió gratamente saber que Reyes, además de “mexicano”, era “escritor”, y qué escritor. Jaeger admiró en Reyes lo mismo que Lezama: su cosmopolitismo, su universalidad siempre a prueba del seductor nacionalismo mexicano.
“Los clasicistas y otros eruditos de muchos países (entre ellos los hispanoamericanos) suelen mandarme sus trabajos, y así leí ese libro –La crítica en la Edad Ateniense- con la suposición de que el autor era un colega mío que se había especializado en el campo de la retórica griega. ¡Cuál no sería mi sorpresa al leer, en la carta de agradecimiento con que contestó a mi elogioso juicio, que él no era un profesor ni un especialista en estudios clásicos, sino un escritor!”

lunes, 1 de febrero de 2010

Una carta de Fuentes a Lezama

Revisando la correspondencia de José Lezama Lima de mediados de los 50, encuentro varias cartas cruzadas con el escritor mexicano, Carlos Fuentes, editadas por el estudioso cubano Iván González Cruz. Fuentes era entonces director de la Revista Mexicana de Literatura y le propone a Lezama un intercambio de anuncios y colaboraciones con Orígenes.
Lezama le envía a Fuentes textos de Lorenzo García Vega y Roberto Fernández Retamar para un dossier de la revista mexicana dedicado al tema “Literatura y sociedad”. Fuentes, por su lado, le promete a Lezama el envío de textos de sus “herméticos amigos”, Juan Rulfo y Juan José Arreola, y de otros escritores más jóvenes como Emmanuel Carballo y Marco Antonio Montes de Oca.
En una carta del 3 de junio de 1956, Fuentes le asegura a Lezama que le enviará esos materiales el día 5 de ese mes, por correo aéreo ¿Llegó Fuentes a enviar las colaboraciones de Arreola y Rulfo a Lezama? ¿Logró convencer a esos amigos suyos, “que secretan sus escritos en un piedro de pecha (es la inversión exacta, cuatlicuesca)”, de que colaboraran Orígenes?
Son preguntas de archivista, de escaso valor para la historia intelectual. En el último número de Orígenes, el 40 de 1956, no apareció Rulfo o Arreola sino el propio Fuentes con el magnífico cuento “El hombre que inventó la pólvora”. La proyectada Revista Hispanoamericana de Literatura nunca surgió y las amistades intelectuales entre México y Cuba pasaron de Orígenes a Casa de las Américas.