Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

viernes, 29 de diciembre de 2023

Dos historiadores se despiden






Quien revise títulos recientes de historia de las revoluciones modernas en América Latina y el Caribe, encontrará dos nombres de autores repetidos en las bibliografías: el británico J. G. A. Pocock y el estadounidense Arno J. Mayer. Ambos acaban de fallecer, con días de diferencia, y dejan una obra ineludible para el estudio de las revoluciones atlánticas. 

 Nacido en Londres en 1924, hace casi cien años, Pocock enmarcó su obra en el estudio de las ideas y los lenguajes políticos entre los siglos XVI y XVIII. Sus investigaciones lo llevaron a reconstruir el pensamiento de Locke y Burke, Maquiavelo y Gibbon, Harrington y Montesquieu. Tan sólo esta breve lista de filósofos permite advertir la gran capacidad de desplazamiento de Pocock, que lo llevó a desandar los orígenes del republicanismo, el liberalismo y el conservadurismo modernos. 

 Entre los muchos estudios de Pocock, fundador de una corriente de historia intelectual conocida como Escuela de Cambridge, hay dos que destacan por su impronta en la historiografía latinoamericana contemporánea: Virtud y comercio en el siglo XVII (1972) y El momento maquiavélico (1975). Entre ambos, Pocock propuso discernir una tradición republicana en el pensamiento político moderno, que iría de Maquiavelo a Harrington y a las revoluciones de fines del siglo XVIII, para la cual resultaba fundamental la contraposición entre virtud y comercio. 

 Hasta Pocock, la historia de las ideas mostraba comodidad con el predominio del liberalismo dentro de las fuentes doctrinales de las revoluciones atlánticas modernas. A partir de sus estudios comenzó a prestarse mayor atención a las otras dos tradiciones, la republicana y la conservadora, donde es posible localizar diversos énfasis, más allá de la concordancia básica con el gobierno representativo. 

 Aunque nació en Luxemburgo, dos años después que Pocock, la carrera académica de Arno J. Mayer se produjo fundamentalmente en Estados Unidos. Como tantos otros grandes historiadores de su generación, exiliados tras el ascenso del nazismo, se formó en Nueva York, luego en Yale y terminó enseñando en Harvard y Princeton. Proveniente de la historia social, la obra de Mayer es un perfecto complemento de la de Pocock, por lo que a la experiencia de las revoluciones modernas se refiere. 

 Un primer título de Mayer que circuló ampliamente en español, gracias a la traducción y edición de Alianza, en Madrid, fue La persistencia del antiguo régimen (1981). Aquí Mayer sostenía que la Europa que emergió del crepúsculo de las revoluciones atlánticas de 1789 a 1848, mantuvo muchos elementos del antiguo régimen, como los privilegios, la estratificación y el despotismo, que explican, en buena medida, la militarización y el choque imperial de la Gran Guerra. 

 Otro libro importante de Mayer, de considerable difusión en medios iberoamericanos, fue Las furias. Violencia y terror en las revoluciones francesa y rusa (2000), que editó en español la Universidad de Zaragoza. El punto de partida era una reacción contra la historiografía crítica o contraria al legado de las revoluciones modernas, que se difundió a fines del siglo XX, en sintonía con la caída del Muro de Berlín y las equivocadas tesis sobre “el fin de la historia”. 

 Por medio de la vulgarización de ideas de Francois Furet y otros historiadores, se estableció un signo de igualdad entre la revolución y la dictadura y se atribuyó esta última a un único tipo de violencia: la del terror jacobino. El libro de Mayer vino a recordar algo elemental: gran parte de la violencia, en las revoluciones modernas, fue generada por sus enemigos, dentro y fuera de Francia y Rusia. 

 Pocock y Mayer nacieron casi al mismo tiempo y se han ido a la vez. Entre ambos dejan todo un estante de la biblioteca de historia moderna sobre las revoluciones de los siglos XVIII, XIX y XX. Habrá que regresar a ellos una y otra vez en estos tiempos de desmemoria.

domingo, 24 de diciembre de 2023

Bonifaz Nuño y el clasicismo americano






Este fue el año del centenario del poeta veracruzano Rubén Bonifaz Nuño. La editorial El Equilibrista, en coedición con la Universidad Veracruzana y otras instituciones, reunió sus poemas y ensayos más representativos. En prólogo al volumen, que lleva por título Rubén por nosotros (2023), Vicente Quirarte dice algo que no por conocido merece ser pensado a fondo: la obra poética y ensayística de Bonifaz Nuño está signada por un clasicismo que se nutrió de su trabajo como traductor de griegos y latinos. 

 Se dice fácil, pero aquel poeta, hijo de telegrafista, nacido en la misma casa donde Agustín de Iturbide y Juan O’Donojú firmaron los Tratados de Córdoba, en 1821, tradujo al castellano escrito y hablado en México a Homero, Virgilio, César, Eurípides, Cicerón, Catulo, Propercio, Ovidio, Lucano y Píndaro. De algunos de ellos, como los poetas latinos Catulo y Propercio, dejó escritas páginas reveladoras que se reúnen en este libro. 

 Catulo encarna, para su traductor mexicano, el sufrimiento juvenil: la pasión y el odio por la amada o el amigo, el dolor por la muerte del hermano, la rabia y la impotencia frente a los desmanes de la república romana. Ese Catulo rabioso, según Bonifaz, era la “iluminación de una ponzoña”, que afirmaba una fuerte personalidad en la literatura latina. Casi como subversión del orden virtuoso de la república, Catulo sacaba a la luz los vicios de los romanos. 

 Propercio, en cambio, era el poeta lírico y elegiaco por excelencia, entregado al testimonio del amor por Cintia. No encuentra en él las típicas fluctuaciones pasionales de Catulo sino el sentimiento amoroso como batalla contra la muerte. A la vez, hay en Propercio una tendencia a la humillación, al conformismo con la imperfección de la amada, muy distante de aquella rebeldía de Catulo. 

 Atento a las traducciones de la poesía nahua de Miguel León-Portilla y Ángel María Garibay, Bonifaz intentó hacer lecturas paralelas del clasicismo mexicano y el greco-latino. Sus discursos de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua en 1963 y a El Colegio Nacional en 1972 contienen pasajes que se internan en esa ruta. Pero más que una helenización de mexicas y mayas, lo que Bonifaz proponía era una revelación de las confluencias entre aquellas antigüedades. 

 En el primero de los discursos anotaba que mientras Homero decía “ni la piedad dará demora, a la instante senectud y a la indomada muerte”, en uno de los Cantares mexicanos, un poeta de este lado advertía: “no para siempre estamos en la tierra; sólo un poco aquí”. En el Códice matritense y en Los romances de los señores de la Nueva España encontraba, no ecos sino atisbos similares a los de las Odas de Horacio, las Geórgicas de Virgilio y las Elegías de Propercio. 

 En el segundo discurso, el de El Colegio Nacional, titulado “La fundación de la ciudad”, se aventuraba en una interpretación comparada de la Eneida de Virgilio y el Chilam Balam de Chumayel. En ambos se narraban guerras y éxodos, dioses actuantes y héroes melancólicos, juegos fúnebres y ciudades incendiadas. Las fundaciones de Roma y Chichén adquieren en los textos antiguos una representación equivalente. 

 Lo más sorprendente, sin embargo, del clasicismo de Bonifaz Nuño, es que no deja de ser profundamente americano. Existe en la crítica literaria latinoamericana una desproporcionada tendencia a asociar la identidad regional con el barroco. Pero en este escritor mexicano, como antes en Alfonso Reyes o el uruguayo José Enrique Rodó, helenismo, latinismo y americanismo van de la mano. 

 Para el poeta veracruzano, la fundación misma de una cultura es un descubrimiento: “la ciudad existe por siempre; existió, existe y existirá en la eternidad”. Más que una génesis, su fundación es un develamiento. De ahí que el nacimiento de Roma o el de Chichén produzcan “una coincidencia, en un instante dado, entre el plano del tiempo y el de la eternidad, entre la labor del hombre y el trabajo universal”.