Una
editorial española, de nombre tan exótico como Reino de Cordelia, ha rescatado
un librito de León Trotski, titulado Mis
peripecias en España (1929), traducido y editado por su amigo y discípulo
catalán, Andreu Nin, también asesinado por órdenes de Stalin. El libro recoge
las impresiones sobre España que Trotski anotó en su diario durante las varias
semanas de 1916 que vivió en la península.
Trotski
llegó a España por el País Vasco, expulsado de Francia por germanófilo, luego de haber sido expulsado, a su vez, de Alemania por francófilo. Como Lenin,
Trotski era un crítico de los nacionalismos enfrentados en la Primera Guerra
Mundial e intentaba movilizar a los obreros europeos a favor de una revolución
socialista.
La
idea de Trotski era pasar un breve tiempo en España, antes de trasladarse a
Nueva York, donde veía con interés el auge del movimiento sindical. Intentó
establecerse en Madrid, pero el gobierno de Romanones comenzó a vigilarlo luego
de recibir informes sobre la peligrosidad del socialista ruso.
En
sus apuntes, Trotski elogia la modernidad de Madrid, la iluminación y el gas,
las juergas y fiestas de sus plazas y cafés, la magnificencia del Museo del
Prado, pero advierte que la capital de España, "a pesar de su electricidad y sus bancos", es una metrópoli provinciana. Le
molesta no ver mujeres en los cafés, el arcaísmo de los teatros, la visibilidad
del poder de la Iglesia católica:
“El
Madrid viejo es sombrío, con edificios horribles por su incomodidad y el
descuido en que se hallan. Todo sigue absolutamente igual que en los tiempos de
Dulcinea del Toboso y hasta de sus lejanos bisabuelos”.
Trotski
lee la realidad española en clave cervantina o, específicamente, quijotesca.
Cuando la policía secreta lo detiene temporalmente en la Cárcel Modelo le
encuentra parecidos físicos a los presos con Sancho Panza y otros personajes
del Quijote. Uno de sus compañeros de
celda es un cubano, “afeitado, vestido de negro, de pelo brillante,
cuidadosamente peinado. Nada de particular. Mató o hirió a una mujer”.
Intentando
deshacerse de él, la policía madrileña decide enviarlo a Cádiz para que
se embarque cuanto antes a Nueva York. En las semanas que pasó en esa ciudad de
Andalucía, visitó bibliotecas en las que leyó sobre la historia de España.
Especialmente, le interesó la revolución de los españoles contra Napoleón Bonaparte
y el proceso constitucional de las Cortes de Cádiz. Las observaciones de
Trotski sobre ese proceso demuestran una simpatía por el liberalismo hispánico,
que contrasta con las críticas al mismo de Marx.
En
una estación de policía de Cádiz, le dicen a Trotski que en las próximas
semanas no zarpará ningún barco rumbo a Nueva York. Le sugieren, entonces, que
tome uno a La Habana:
“
- ¿A La Habana?, pregunta el socialista
ruso.
- ¡A
La Habana!, le dice el policía.
- Voluntariamente
no me marcharé, dice Trotski.
- Entonces
nos veremos obligados a encerrarle a usted en las bodegas”.
Trotski
anota en su diario que ante la disyuntiva, prefirió permanecer en la cárcel de
Cádiz, para no tener que embarcarse a La Habana. Aunque agrega, “de todos modos, será
preciso leer algo para saber qué es eso de marcharse a La Habana”. Aquellas
semanas en España lo habían puesto en contacto con un país desconocido del
Caribe: compartió celda con un matón cubano y el hotel donde se alojó en Cádiz
se llamaba, curiosamente, “Hotel de Cuba”.
Resuelto
a no embarcarse a La Habana, Trotski decide trasladarse a Barcelona, desde
donde salen más barcos con destino a Nueva York. En lo que aguarda por la nave,
piensa, puede conocer el movimiento obrero de esa ciudad, que le parece el más
desarrollado de la península. Trotski viaja en tren a Barcelona, vía Zaragoza,
y pasa algunos días en ese puerto, antes de seguir viaje a Nueva York. En esa
Barcelona de 1916, por cierto, vivía un niño de tres años llamado José Ramón
Mercader del Río.