Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

sábado, 21 de abril de 2012

Williams y la paradoja soreliana

El líder afroamericano Robert F. Williams fue uno de los primeros representantes de la izquierda radical en Estados Unidos que se identificó con el socialismo cubano. Refugiado en la isla luego de la orden de arresto en su contra que circuló el FBI en 1961, Williams envió a la editorial del comunista italoamericano, Carl Marzani, el manuscrito de su libro Negroes with Guns (1962), con prólogo del historiador Truman Nelson, biógrafo del abolicionista decimonónico John Brown y discípulo del gran intelectual negro socialista W. E. B. Dubois, y epílogo del escritor beat de Nueva York, Marc Schleifer, editor de la revista Kulchur. El texto de Williams y las intervenciones de Nelson y Schleifer sobre el mismo, abrieron la ruta cubana del exilio para los futuros líderes del partido de los Black Panthers.
Fue precisamente Marc Schleifer quien introdujo el paralelo entre la defensa de la violencia racial de Williams y la teorización de la violencia por el socialista francés de principios del siglo XX, Georges Sorel. Al igual que éste, en sus conocidas Reflexiones sobre la violencia (1908), Williams, según Schleifer, estaría suscribiendo la paradoja de que una de las funciones de la violencia negra era hacer emerger la violencia blanca, que muchos liberales pacifistas intentaban esconder o maquillar. La lucha racial de Williams, como la lucha de clases de Sorel, hacía visible una confrontación real y cruel, camuflada por los discursos humanistas o comunistas. Esta interpretación soreliana de Schleifer, chocó con la visión de los anfitriones prosoviéticos de Williams en la isla, quienes pensaban que la lucha por la emancipación negra debía subordinarse a la causa del socialismo y a las reglas de la coexistencia pacífica en la Guerra Fría.

miércoles, 18 de abril de 2012

Las dos melancolías de Lars von Trier

La película Melancolía (2011) de Lars von Trier es un ejemplo magnífico del atractivo que aún ejerce la tradición ocultista sobre un mundo como el nuestro, tan expuesto a la transparencia tecnológica. Detrás de las escenas turbulentas o apacibles de una boda en una mansión o de la vida rutinaria de una pareja y su hijo, se tejen conexiones fatales, causalidades astrológicas que llevarán a los personajes a la locura, el suicidio y la muerte.
Von Trier oculta sus fuentes y despista al espectador con alusiones a Mondrian y la pintura geométrica o a maestros del flamenco, como en la escena del estudio, en la que se enfoca el cuadro "El regreso de los cazadores" de Brueghel El Viejo. Las fuentes de Melancolía son, sin embargo, las de la tradición alquímica y cabalística (Marsilio Ficino y Agrippa de Nettesheim, fundamentalmente) que leyó Durero durante la composición de su grabado Melancolía I (1514) y que sistematizó Robert Burton en el clásico Anatomía de la melancolía (1621).
Justine (Kirsten Dunst) y Claire (Charlotte Gainsbourg) sufren dos tipos de melancolías, estudiadas por  Ficino y Nettesheim: la "imaginativa" y la "racional", la utópica y la apocalíptica. Justine mira al planeta que se acerca a la Tierra con curiosidad, Claire con espanto. La hermana depresiva, que no soporta el ritual de su boda, acepta el fin del mundo con serenidad. La hermana racional, que organiza el ritual de la boda, colapsa antes del choque de los planetas.
La boda, el matrimonio, la familia, la mansión y hasta el preludio a Tristán e Isolda de Wagner, con los que Von Trier diseña el escenario de su trama, serían justificables desde esas mismas fuentes renacentistas. La última parte del extenso y divagante tratado de Burton está dedicada, precisamente, al matrimonio. La melancolía es pensada, desde entonces, como una enfermedad comunitaria. Quienes la sufren son sujetos demasiado utópicos o demasiado apocalípticos, que se sienten ahogados dentro de los pactos familiares y sociales.




miércoles, 11 de abril de 2012

Thompson no llegó a La Habana



 En una curiosa carta del sociólogo norteamericano, Charles Wright Mills (1916-1962), al historiador británico, Edward Palmer Thompson (1923-1993), del 20 de septiembre de 1960, el primero le anuncia al segundo que lo ha recomendado con Fidel Castro para que lo contrate como asesor del INRA en La Habana. Thompson esperó varios meses la invitación del gobierno revolucionario y, al no llegar ésta, le hizo saber su decepción a Wright Mills a principios de 1961.
El incidente podría servir como pretexto para trazar la recepción –o la no recepción- de este importante marxista británico en Cuba. Llama la atención que, a diferencia de otros pensadores de izquierda de su generación, como Eric Hobsbawm, Ralph Miliband, Perry Anderson o Robin Blackburn, Thompson no haya sido publicado en Pensamiento Crítico (1967-71), ni haya intervenido en el Congreso Cultural de La Habana de 1968. Hay un desencuentro entre Thompson y Cuba, tan interesante de rastrear como el de Walter Benjamin.
A principios de los 60, cuando la Revolución Cubana se instala en el imaginario de la Nueva izquierda, Thompson estaba más lejos de la Unión Soviética y el socialismo real que muchos otros de sus contemporáneos. Había salido del Partido Comunista en 1956, en rechazo a la invasión soviética a Hungría, y se había enfrentado a la ortodoxia pro-soviética en sus dos primeros libros William Morris: Romantic to Revolutionary (1955) y The Making of English Working Class (1963).
Como muchos editores de Past and Present, Thompson se sumó al proyecto de New Left Review entre fines de los 50 y principios de los 60. Pero muy pronto, como han observado sus biógrafos Brian D. Palmer y Scott Hamilton, tomó distancias de la indulgencia y el paternalismo con que la izquierda británica analizaba los problemas del Tercer Mundo. Como afirma Hamilton, Thompson fue explícitamente crítico del prólogo de Sartre a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon y de la visión, a su juicio condescendiente, de la Revolución Cubana trasmitida por su amigo Wright Mills en Listen, Yankee.
Palmer atribuye la heterodoxia de Thompson a su romanticismo. Admirador de Auden, Eliot, McNeice y otros poetas, él mismo hizo sus intentos de escritura lírica, recogidos en Colected Poems (1999). El Thompson de la economía moral y la historia del proletariado británico no era ajeno a una poética de la historia y de la vida, como se advierte en los elementos humanistas y pacifistas de su socialismo. Fue Thompson, por cierto, uno de los primeros marxistas occidentales en encontrar más coincidencias que divergencias entre el estructuralismo althusseriano y el marxismo-leninismo soviético. 

lunes, 9 de abril de 2012

Vuelta al populismo


Eric Alterman, columnista de The Nation, escribió ayer en The New York Times sobre la crisis del liberalismo en Estados Unidos y la cuesta arriba que debe remontar el Partido Demócrata de aquí a las próximas elecciones. Dice Alterman que la insistencia en la agenda progresista en materia de libertades civiles y morales -igualdad racial, derechos de la mujer, matrimonios del mismo sexo, política pro-inmigrantes...- no es suficiente porque, en parte, se ha convertido en política de Estado en las últimas décadas o porque no hará ganar más votos a Obama.
La propuesta de Alterman es más radical y debe sonar como "cura de caballo" a algunos estrategas del Partido Demócrata. Lo que, según Alterman, debe hacer Obama es lo contrario de lo que ha hecho en materia de política económica y social en los tres últimos años: abandonar las sutilezas desreguladoras y regresar al populismo. Desentenderse de todo intento de ganar el voto centrista por medio de la moderación o la etiqueta corporativa y reformular una política económica y social en favor de los pobres, los desempleados y los sectores de bajos ingresos. Volver a Roosevelt y a Keynes, sin medias tintas.
Aunque el artículo de Alterman está escrito en términos poco persuasivos, a pesar de su apelación a las facultades persuasivas del presidente, tal vez no esté desencaminado. No creo, sin embargo, que la cúpula demócrata lo escuche: lo leerán a lo sumo como un testimonio elocuente. Aunque menos que en América Latina, las élites políticas norteamericanas también han convertido el populismo en una mala palabra, a pesar de que en Estados Unidos esa tradición de izquierda tiene raíces más democráticas que en América Latina. En la argumentación de Alternan es, curiosamente, el liberalismo cultural el que se ha vuelto peyorativamente "populista", mientras que un genuino populismo, ligado a políticas redistribuidas del ingreso, seguiría siendo válido.

sábado, 7 de abril de 2012

Fábrica de enemigos

Hizo bien Kevin Baker al enmarcar su reseña de Enemies. A History of the FBI (Random House, 2012) de Tim Weiner en el debate sobre la National Defense Authorization Act, firmada por el presidente Obama en diciembre del año pasado. Como las muchas restricciones jurídicas de las libertades personales, por motivos de seguridad nacional, que conoce la historia de los Estados Unidos desde las primeras décadas de la Guerra Fría, esta ley responde a una política de Estado, que trasciende e involucra a los dos partidos hegemónicos y que establece más continuidades que rupturas entre la "lucha contra el comunismo"y la "guerra contra el terror".
La historia del FBI y la biografía de su titular por casi medio siglo, J. Edgar Hoover, contada por Weiner, está muy lejos del retrato hollywoodense de Clint Eastwood y Leonardo Di Caprio. No hay aquí, por lo visto, estetización o ennoblecimiento alguno de un personaje al que se atribuye, en buena medida, la institucionalización de la paranoia y la desconfianza en la vida pública norteamericana. Durante el largo mandato de Hoover, al frente de la seguridad nacional norteamericana, el FBI se convirtió en una institución básica de la defensa de Estados Unidos contra sus adversarios, pero, también, en una fábrica de enemigos, que abusaba de la limitación de las garantías constitucionales de los ciudadanos.
Esta historia podría inscribirse en un proyecto de documentación mayor de las impugnaciones a la democracia producidas, no por los totalitarismos fascista y comunista del siglo XX, sino por la democracia misma. Con frecuencia se asume que la negación de la democracia sólo puede proceder de regímenes e ideologías totalitarios y autoritarios. Este libro demuestra algo atisbado desde mediados del siglo XIX por Alexis Tocqueville: que un sistema político democrático puede desarrollar valores e instituciones antidemocráticas, sobre todo, si se consolida una visión nacionalista y maniquea de la seguridad pública entre sus élites económicas, militares y políticas.