Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

sábado, 29 de abril de 2017

El poder de la errata





En la conocida polémica entre José María Vigil y Justo Sierra, en 1878, sobre la Constitución liberal mexicana de 1857, que comentó Daniel Cosío Villegas en el clásico La Constitución del 57 y sus críticos y que ha rescatado, recientemente, nuestro colega José Antonio Aguilar en la antología La espada y la pluma. Libertad y liberalismo en México (2011), se constata lo decisiva que puede ser una errata o un error tipográfico en una polémica intelectual.
Desde las páginas de El Monitor Republicano,Vigil reprochaba a Sierra que sostuviera en el periódico La Libertad que la Constitución mexicana era defectuosa e inaplicable. "Viciosa" era, entre todos los adjetivos que utilizaba Sierra, el que más molestaba a Vigil. Pero en una de las respuestas de Sierra a Vigil, el primero sostiene que el diferendo se debía a una errata: por un "error de imprenta", la c minúscula que él escribió originalmente se cambió por una mayúscula.
De manera que, según Sierra, la que él consideraba "viciosa" era la constitución histórica y social de México, en sintonía con el evolucionismo y el organicismo del nuevo liberalismo positivista de fines del XIX, contrapuesto al liberalismo clásico de la generación de Benito Juárez, las Leyes de Reforma y la propia Constitución del 57, que defendía Vigil. Así que el malestar de éste último carecía de sustento o "no era para tanto". De todas formas, Sierra sí pensaba que aquel texto constitucional era defectuoso, aunque no totalmente inaplicable como sostendrán luego Emilio Rabasa y otros críticos del liberalismo clásico en el periodo revolucionario.

miércoles, 26 de abril de 2017

Reinhart Koselleck sobre el concepto de Revolución







En uno de los ensayos del clásico Historias de conceptos (Trotta, 2012), dice Reinhart Koselleck a propósito de la polisemia intrínseca del término revolución y de su punto máximo de metaforización, que es la identidad entre el proceso revolucionario y la persona del líder:


"La pluralidad de estratos, con significados susceptibles de interpretaciones opuestas, que posee "revolución" ha hecho de este un concepto propenso desde 1789 tanto a cargarse ideológicamente como a ser objeto de la crítica a las ideologías. En función de la perspectiva prevalecerá uno u otro de los significados. "No es honesto", escribió un coetáneo en torno a 1830, "tratar la revolución como un todo cerrado, presentarla como una persona y escribir: la revolución quiere esto o hace aquello". Detrás de un uso lingüístico como este siempre hay intenciones políticas, el fin es reafirmarse en la propia posición y propagarla. El concepto mismo pareciera obligar a una toma de partido. Desde 1789 revolución es un concepto de partido, porque entraña experiencias interpretables en sentidos opuestos. En el concepto "revolución" hay, por tanto, una gradación de estratos temporalmente diferentes que se utilizan, mezclan y dosifican de distinto modo en función del posicionamiento político".

viernes, 14 de abril de 2017

Diderot sobre el comercio de libros




En su Carta sobre el comercio de libros (1763), Denis Diderot advirtió con claridad algunos de los problemas que enfrenta el mercado editorial y, por consiguiente, la literatura en el siglo XXI. En contra de lo que cabría esperar de un precursor de la Revolución Francesa, el pensador ilustrado era partidario de preservar los privilegios de los impresores y libreros, ya que, de lo contrario, el comercio arrasaría con las jerarquías y los valores intelectuales.
Pero no había nada contradictorio en aquella posición. Diderot, como sugiere Roger Chartier en su "Estudio preliminar" a una reedición reciente del texto, a cargo de Seix Barral, pensaba en los términos republicanos del bien común y suponía que para uno de los valores básicos de la comunidad, la educación o la ilustración, era preferible mantener los fueros de la industria editorial. Él, decía Diderot de sí mismo, "que siempre estuvo convencido de que las corporaciones son injustas, funestas, y que vería en su abolición entera y absoluta un paso hacia una manera más sensata de gobernar...", pensaba que la preservación de los privilegios de editores y libreros era mejor para la cultura.
Sin privilegios, pensaba Diderot, podría darse un colapso tal de la estimativa intelectual, como consecuencia de la tiranía de la demanda, que un autor novel, que no se llamara Montesquieu, se viera imposibilitado de editar un tratado equivalente a El espíritu de las leyes. Antes que liberar totalmente el comercio de libros, sostenía el sabio francés, habría que eliminar la censura, tan onerosa para la moral pública como para la economía de las naciones. Libros censurados en Francia, como el Despotismo oriental de Boulanger o el Contrato social de Rousseau se importaban al doble o el triple de su precio del extranjero.
Lo que propone Diderot es conceder todas las demandas gremiales de los libreros franceses, incluida la de "prohibir a los libreros foráneos y extranjeros", aún cuando atenten contra la igualdad y libertad de los ciudadanos. Dicho de otra manera: si el orden republicano y democrático requiere de ilustración y ésta se logra manteniendo los privilegios de los libreros, entonces es preferible una política proteccionista a otra liberal en el comercio de libros. ¿Por qué suena tan actual esa idea de llegar a la libertad a través del privilegio?
 

sábado, 1 de abril de 2017

El padre, el hijo y la novela




La editorial Alfaguara ha publicado felizmente el inédito y póstumo libro de Eliseo Alberto, La novela de mi padre. Lichi, como le llamábamos sus amigos, escribió este texto anfibio, mezcla de biografía, memoria y novela, varios años antes de morir, aunque en algún momento archivó el manuscrito y se concentró en la redacción de su última novela, El retablo del Conde Eros (2008), y de las crónicas reunidas en el volumen La vida alcanza (2010).
         Desde fines de los 90, cuando escribió, casi a la vez, Informe contra mí mismo (1997) y Caracol Beach (1998), la escritura de Lichi vivió una bifurcación interna, entre memoria y ficción, que muchas veces se reconciliaba en la crónica, el género que más practicó desde que, siendo muy joven, se interesó en la poesía y el periodismo. Este libro, La novela de mi padre (2017), es una suerte de confluencia entre narrativa y evocación, donde se muestra de cuerpo entero la prosa emotiva y seductora de Eliseo Alberto.
         El libro abre con el relato de la muerte del padre, el inmenso poeta Eliseo Diego, en su departamento de la calle Amores, en la Colonia del Valle, Ciudad de México, en 1994. Una muerte en el sopor de una siesta, en la que los ojos del poeta se abrían y cerraban, entre el sueño, la relectura de Orlando de Virginia Woolf y vistazos a una vieja película de Charles Boyer en el canal 11.
         Luego Lichi introduce el asunto que le permitirá reescribir la historia familiar y, a la vez, articular la ficción. Su padre, Eliseo Diego, luego de dos primeros ejercicios narrativos, En las oscuras manos del olvido (1942) y Divertimentos (1946), abandonó para siempre la ficción y se dedicó a una escritura poética inconfundible, dentro de la poesía de altísima calidad que se escribía en Cuba a mediados del siglo XX. El primer cuaderno en que aquella voz se escucha, plenamente, fue el clásico En la Calzada de Jesús del Monte (1949).
         Sin embargo, un manuscrito encontrado por la hermana gemela de Lichi, Josefina de Diego (Fefé)), en la casa habanera del poeta, indica que antes de abandonar aquella narrativa juvenil, Eliseo Diego intentó probar suerte con la novela. La ficción del poeta se llamaría Narración de domingo y contaría la historia de Cayetano, un joven pueblerino –de esas misteriosas comarcas retratadas luego en Por los extraños pueblos (1958)- que mientras encuentra algún tesoro escondido en una cueva, sueña y rememora su vida y la de su familia.
          Pueblo y sueño, memoria y familia eran obsesiones que del padre, Eliseo Diego, pasaron al hijo, Eliseo Alberto. También la melancolía, que Lichi describe de manera descarnada, como nunca antes en su obra, fue un atributo que el hijo heredó del padre. En esa exploración del legado, Eliseo Alberto ubica el hallazgo del manuscrito de la novela inconclusa de su padre poeta, como un encargo secreto que el hijo novelista deberá asumir.
         En las treinta páginas de Narración de domingo que Eliseo Diego dejó escritas parecía ocultarse una invitación al hijo, para que continuara la tarea. Diego insertaba fragmentos de una conversación con un "amigo" imaginario, en la que constantemente interrogaba y hasta criticaba su propio texto. Una de aquellas glosas a la trama, decía: "esta narración de domingo fue comenzada, ¿pero cuándo será terminada? Cuándo. Nunca. Esa es mi opinión". Otras eran más explícitas: "¡Bah! !Bah!, "el destrozo es apreciable..."
        Lichi imagina que el amigo podría ser su propio padre, que dudaba del éxito de su proyecto novelístico, o él mismo, el hijo, que se convertiría entre los años 80 y 90 en un novelista profesional. Para los estudios sobre José Lezama Lima y Orígenes, este libro se vuelve pertinente por volver sobre el debate en torno a la novela dentro de aquel grupo de poetas. Mientras Cintio Vitier rechazaba el "monstruo" de la novela, Eliseo Diego, antes que el propio Lezama -de hecho, cuatro o cinco años antes de que apareciera el primer capítulo de Paradiso-, antes que Virgilio Piñera o que Lorenzo García Vega, apostaba por el género.
         Pero no hay que llamarse a engaño. No hay tal conclusión o desarrollo "a cuatro manos" de un relato trunco, en La novela de mi padre. Lo que propone Eliseo Alberto es hacer del momento en que su padre habría escrito Narración de domingo, especialmente el verano de 1946, una trama novelable, a través de las cartas que Bella García Marruz, su madre, envía a Eliseo Diego, por entonces de viaje, y a través de la remembranza del mundo familiar de Orígenes como laboratorio de la literatura moderna en Cuba.
         En la reconstrucción de La Habana de aquellos años  -de un tono similar al que aparece en Esther en alguna parte (2005)-, en el regreso a los rincones de Villa Berta, la casona de Arroyo Naranjo, y en los detalles de la amistad entre los poetas y seguidores de la revista Orígenes –José Lezama Lima, Gastón Baquero, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Agustín Pi…- se lee esta novela familiar. La memoria, tal y como querían el padre y el hijo, se vuelve al fin una ficción verdadera.