Libros del crepúsculo

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martes, 12 de marzo de 2024

El romance de la revista Life con la Cuba revolucionaria





La revista Life fue uno de los medios fundamentales de la cultura visual global producida desde Estados Unidos en el siglo XX. Tras su adquisición por el magnate Henry Luce, dueño de Time y Fortune, en 1936, la publicación apostó por el foto-reportaje y su uso como instrumento de representación de realidades políticas regionales, distantes o cercanas a Estados Unidos. 

 Luce, nacido en China, hijo de un pastor protestante en misión evangélica en Asia, se interesó mucho en la Revolución de Mao Tse Tung. Su enfoque de la guerra civil china fue siempre más favorable a los nacionalistas de Chiang Kai Shek, pero habría que recordar que Life, donde publicó Ernest Hemingway y donde apareció la foto emblemática de Robert Capa del soldado republicano español, también tuvo simpatías antifascistas. 

 Un estudio reciente, editado por el Centro de Investigaciones de América Latina y el Caribe (CIALC) de la UNAM, y realizado por los historiadores Enrique Camacho y Fernando Corona, reconstruye la cobertura que dio Life a Cuba entre los años 30 y 60. Se trata de cuatro décadas enmarcadas entre dos revoluciones, la nacionalista contra la dictadura de Gerardo Machado, y la también nacionalista, primero, y socialista después, de Fidel Castro. 

 En la primera etapa, los historiadores encuentran un marcado interés de Life en líderes inicialmente revolucionarios, como Fulgencio Batista, y en la estabilidad constitucional cubana posterior a 1940. Cada gobernante, Batista, Ramón Grau San Martín o Carlos Prío Socarrás, de aquel periodo republicano, y algunos de sus opositores como Eduardo Chibás y Roberto Agramonte, fueron debidamente retratados, en público o en familia, por los fotógrafos de Life

 En los años 50 la publicación contribuyó, como pocas, a la construcción del mito del Montecarlo caribeño. Entonces puso su atención en el desarrollo urbano de la isla, en su alta sociedad, su boom inmobiliario, sus calles atestadas de coches y anuncios lumínicos, su pujante industria turística y no faltó el tratamiento apologético de Batista como patriarca familiar, con su esposa Marta Fernández Miranda y sus hijos, en el lujoso Palacio Presidencial de La Habana. 

Lo sorprendente, en una revista ya tan orientada hacia el macartismo, no sería esa representación sino la que muy pronto haría del movimiento revolucionario de la Sierra Maestra desde el año 1957. Life destacó a dos de sus fotorreporteros estrella, Andrew Saint George y Joe Scherschel, en la isla, en los años de la guerrilla fidelista. Los periodistas subieron a la Sierra Maestra, entrevistaron a los comandantes rebeldes y dieron seguimiento exhaustivo al secuestro de ciudadanos norteamericanos por las tropas de Raúl Castro y a la amistosa negociación de éste con el cónsul y el vicecónsul de Estados Unidos.

  Life siguió paso a paso la marcha de las columnas invasoras del Che Guevara y Camilo Cienfuegos hacia la capital de la isla. Captó al Che con el brazo enyesado en las calles de Santa Clara y a Camilo en el Palacio Presidencial, hablando por teléfono, mientras pisa uno de los retratos de la Sra. Fernández de Batista. La revista también siguió muy de cerca a Fidel Castro en su primer viaje a Estados Unidos, en abril de 1959, invitado por la American Society of Newspapers. Lo siguió y él se dejó seguir, llegando a ser retratado y entrevistado en pijamas. La boda de Raúl Castro y Vilma Espín apareció en Life como ceremonia de la nueva etiqueta social de la Cuba revolucionaria. 
   
   Como otros medios estadounidenses, la revista comenzaría a tomar distancia a raíz de los fusilamientos de batistianos, desafectos u opositores, algunos, líderes de la propia Revolución, como los comandantes Humberto Sorí Marín y William Morgan. También rechazaría las primeras muestras de avance hacia a un sistema político más cerrado que el prometido en la documentación programática revolucionaria. 

 A inicios de los 60, Life acabaría sumándose al gran aparato de publicidad anticomunista contra la Revolución cubana y otros movimientos de izquierda en América Latina. En esos años de la publicación, todavía en vida Luce, quien moriría en 1967, era difícil comprender aquel romance de Life con la guerrilla fidelista. La agresividad con que reflejó el giro comunista de los barbudos de la Sierra Maestra trasmitía un sentimiento de íntima traición. 

viernes, 1 de marzo de 2024

Prometeos de la Guerra Fría






Una película y una novela se han internado en la epopeya científica que desembocó en la bomba atómica en 1945. La película es Oppenheimer del británico Christopher Nolan y la novela es Maniac del chileno Benjamín Labatut. Entre las dos narran complementariamente un mismo drama, cuyas lecciones para el presente son inocultables. 

 Oppenheimer, basada en la biografía del líder del proyecto Manhattan, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, cuenta paso a paso la trayectoria de los hallazgos, dilemas y trifulcas de la física cuántica desde la teoría de la relatividad de Albert Einstein. Vamos al joven J. Robert Oppenheimer recorriendo las grandes universidades europeas y asimilando ideas de Max Born, Niels Bohr y Werner Heisenberg. 

 La travesía, que académicamente corre paralela a la de sus estudios en Harvard y Cambridge y su contratación final en Berkeley y Caltech, es también una síntesis del paso firme de la ciencia en la primera mitad del siglo XX. Oppenheimer, que tuvo simpatías por la izquierda antifascista en los años 30, gracias, en buena medida, a su relación con la activista feminista y comunista Jean Tatlock, acaba al frente del proyecto insignia de la industria militar estadounidense en la Segunda Guerra Mundial. 

 Parte considerable de la motivación de Oppenheimer y su brillante equipo de científicos en Los Álamos (Richard Feynman, María Mayer, Hans Bethe, Enrico Fermi, John von Neumann…) era desarrollar la bomba antes que los nazis. El origen judío de muchos de aquellos físicos acicateaba su entrega en cuerpo y alma a una carrera por la fisión atómica, que permitiera acabar con el poder fascista en Europa. 

 Los imponderables comenzaron desde el momento en que las primeras bombas estuvieron listas después del suicidio de Hitler y su primera gran prueba sería en Hiroshima y Nagasaki, dos pueblos japoneses, donde habrían muerto más de 240 000 personas. La película de Nolan se centra mucho en la persecución que sufrieron Oppenheimer y otros científicos durante el macartismo, pero, tal vez, no explora lo suficiente el peso de la culpa, en aquella comunidad, luego de las detonaciones de Little Boy y Fat Man en Japón. 

 En la novela de Labatut, aunque menos atenta a los detalles del proyecto Manhattan, es posible encontrar esa exploración por otra vía. Armada como una biografía coral de dos científicos del centro de Europa, que rondaron aquellos proyectos, el austríaco Paul Ehrenfest y el húngaro Johannes con Neumann, esta ficción encara los brotes de irracionalidad que acompañaron la carrera de la física nuclear en la Guerra Fría. 

 No siempre, las derivas psicóticas o místicas de aquellos científicos fueron detonadas por la culpa de Hiroshima -Ehrenfest mató a su hijo y se suicidó en 1933 y otro austríaco, Kurt Gödel, también personaje de la novela, comenzó con sus obsesiones teológicas, que lo llevarían a intentar una comprobación ontológica de la existencia de Dios, mucho antes de su contratación en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton-, pero difícilmente podrían desligarse del vértigo nuclear de la Guerra Fría. 

 El caso de von Neumann aparece aquí como la variante extrema de aquellos Prometeos del mundo bipolar. En los días del proyecto Manhattan, von Neumann había llamado a abandonar cualquier escrúpulo y recordaba la famosa carta del pacifista Einstein al presidente Roosevelt, en 1939, exhortándolo a impulsar el programa nuclear. 

Cuando Hiroshima, el físico húngaro también defendió la utilidad de la hecatombe y ya en plena Guerra Fría se involucró en el proyecto de una “destrucción mutua asegurada”. El colapso psicológico del científico, antes de su muerte en 1957, escapa a cualquier tipología de la sinrazón o la locura. El Prometeo moriría convencido de que no sólo era plausible una prueba ontológica de la existencia de Dios sino una reconstrucción biológica de la divinidad por medio de las máquinas computacionales.