Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

martes, 26 de marzo de 2013

¿Es posible el pluralismo con partido único?




Observábamos hace poco, aquí, un avance cuidadoso del debate sobre el partido único en la periferia académica e intelectual de varias instituciones cubanas, incluidos el propio Partido Comunista y la Iglesia Católica. Algunas figuras públicas de la isla, que en los últimos años han declarado que estarían de acuerdo con la existencia de otras organizaciones políticas, si se deroga el embargo y se normalizan las relaciones con Estados Unidos, han retomado el tema, aunque dejando en claro que rechazan o no concuerdan plenamente con el multipartidismo.
Como señalábamos en un post anterior, la única alternativa al unipartidismo que existe no es el multipartidismo. La identificación con este último, a la usanza de la mayoría de los países occidentales, casi siempre funciona en el discurso oficial cubano como una descalificación a priori de la democracia misma. En las zonas más intransigentes de ese discurso, no basta con la consagración de esa única alternativa y es preciso recurrir a la falacia de que sin unipartidismo Cuba cambiaría “de sistema”, es decir, pasaría “del socialismo al capitalismo”.
Esta última fórmula es un modo de retrotraer el debate cubano a las antinomias tradicionales de revolución/contrarrevolución y socialismo/capitalismo, en una suerte de inmovilismo del lenguaje, que permite negar la capitalización que viven la economía y la sociedad cubana desde los 90 y, a la vez, confundir deliberadamente los conceptos de régimen político y sistema social. La falacia de que sin un régimen de partido comunista único el país iría al sistema capitalista se ve refutada, en la práctica, por la existencia de capitalismos con un solo partido, como China o Viet Nam.
A diferencia de la vieja y agotada estrategia discursiva de afirmar que, antes de permitir la formación de diversos partidos en Cuba, debe democratizarse el partido único, el grupo Laboratorio Casa Cuba ha formulado, en su proyecto Cuba soñada-Cuba posible-Cuba futura, la más clara propuesta de transición del partido único al partido hegemónico en la isla. Aunque esta propuesta no es incompatible con cualquier intento de pluralización interna del Partido Comunista o la Asamblea Nacional, su objetivo inmediato no es ese sino la ampliación de derechos civiles y políticos de la ciudadanía.
En ningún momento, los autores del documento (Julio César Guanche, Julio Antonio Fernández, Dmitri Prieto, Miriam Herrera, Mario Castillo, Roberto Veiga y Lenier González) proponen explícitamente la creación de un sistema de partidos en Cuba. Sin embargo, abren la puerta a la necesaria aprobación de una nueva Ley de Asociaciones que remueva los dispositivos que limitan y penalizan, a través de la Constitución y sus códigos, la libertad de asociación y expresión. El punto cuarto del documento dice:

“Garantizar a la multiplicidad social y política de la nación el derecho de escoger diversas formas para auto-organizarse con el propósito de promover sus metas, influir en la opinión y en la acción de la sociedad, así como participar en la gestión pública”.

De una Ley de Asociaciones que facilite esos derechos a la organización libre de la ciudadanía no se deriva automáticamente la formación de un sistema de partidos. Pero sí se derivaría una ampliación y pluralización de la red de sociabilidad autónoma del país, que limitaría el control del Partido Comunista, haciendo de éste, ya no un partido único sino un partido hegemónico. De producirse esto último, además de la elección directa, la reelección inmediata -no indefinida- y otras de las medidas sugeridas por el Laboratorio Casa-Cuba, estaríamos en presencia del inicio de un cambio de régimen político en Cuba. No de un cambio del sistema social, que ya cambió.
Ese cambio de régimen permitiría la consolidación del pluralismo bajo o con un partido comunista único. El uso preciso de la preposición es clave, ya que durante décadas el reformismo cubano sólo contempló el avance del pluralismo dentro del partido. La pluralidad fuera, bajo o con esa entidad rectora de la vida política del país produciría, en cualquiera de sus variantes, una inevitable acotación de su poder.


sábado, 23 de marzo de 2013

Todos menos Granma


Todos los periódicos de la izquierda iberoamericana dedicaron, hoy, al amanecer, páginas enteras a lamentar la muerte del gran músico que fue -que es- Bebo Valdés. Todos los periódicos y cientos de páginas electrónicas en Iberoamérica reconocen la grandeza de este pianista, como compositor, arreglista, orquestador o intérprete. La nota del mexicano La Jornada, por ejemplo, en la que se habla de Bebo Valdés como "raíz cubana del jazz latino", no podría ser más justa. Todos, menos la versión electrónica de Granma, desde luego, que amaneció sin esta noticia. Este periódico del gobernante Partido Comunista de Cuba, el principal medio de información con que cuentan los ciudadanos de esa isla del Caribe, se demoró veinticuatro horas en dar la noticia de la muerte de este gran cubano, nacido en Quivicán en 1918. La escueta nota de Granma reproduce la información generada por medios europeos y americanos y la que publicó, ayer, Cubadebate, se limita a copiar un cable de Efe.

miércoles, 20 de marzo de 2013

El pasado de Hitchcock



 “No hay que recrearse en el pasado”, es la frase que le dice Norman Bates al personaje de Janet Leigh, cuando ésta llega al motel de Psicosis. Bates se refiere a que, a pesar de que el motel ya no recibe clientes por un desvío en la carretera, él, su dueño, ha decidido continuar administrándolo como si todo siguiera igual. La frase podría servir como clave del tratamiento del pasado en la filmografía de Alfred Hitchcock.
Todas las tramas y todos los personajes del mejor Hitchcock cargan con un pasado traumático. Janet Leigh ha robado 40 mil dólares. Norman Bates conserva a su madre disecada en el sótano de su lúgubre mansión y asume intermitentemente su personalidad. El protagonista de Rear Window ha sido un fotógrafo de guerra, que libera el tedio de la paz espiando los secretos de sus vecinos.
El personaje de Cary Grant en To Catch a Thief es un ladrón de joyas de la Riviera francesa que formó parte de la resistencia contra el fascismo, durante el régimen de Vichy, pero que no siempre fue leal a sus compañeros. Ben, el médico de The Man Who Knew Too Much es también un veterano de guerra, que asistió a las tropas norteamericanas y británicas en Marruecos.
Scottie, el personaje también interpretado por James Stewart en Vértigo, es un detective traumado por una persecución en unas azoteas de San Francisco, que le dejó un miedo incontenible a las alturas. Melanie Daniels, el personaje interpretado por Tippi Hedren en The Birds, es hija de un magnate de la prensa de San Francisco que, el verano anterior, protagonizó un escándalo en Roma, cuando se bañó desnuda en una fuente.
Hitchcock, como dice su personaje Bates, no se “recrea en el pasado”. El espectador apenas se entera del origen del trauma: la historia lo transporta desde un inicio al presente. El pasado no es para Hitchcock algo completamente oculto ni algo demasiado visible. Tampoco es una pátina o una epidermis, la manida punta del iceberg o la espuma de los días: es, nada más y nada menos, que un momento del presente.

domingo, 17 de marzo de 2013

Lennon, un marxista contra el culto a la personalidad




La entrevista que los teóricos marxistas, Robin Blackburn y Tariq Alí, hicieron a John Lennon y Yoko Ono, en 1971, y que Alí incluyó en su libro Street Fighting Years (2005), presenta a un Lennon familiarizado con el marxismo y el psicoanálisis, que rechaza el culto a la personalidad, por la opresiva sublimación de la figura paterna que el mismo produce.
Blackburn y Alí, ellos mismos marxistas antiestalinistas, que renovaron la historia y la teoría social desde las páginas de The New Left Review, lograron que Lennon hablara la lengua del 68. Pocos documentos dibujan con tanta fidelidad la imagen de ese Lennon libertario que, como en sus canciones “Revolution” o “Working Class Hero”, propone mirar de frente el dolor de los obreros, sin dejar de cuestionar las burocracias revolucionarias.

En un momento de la conversación, a propósito del experimento de Tito en Yugoslavia, se establece este diálogo entre Blackburn, Alí, Lennon y Yoko:


“Blackburn: Supongo que el control de los trabajadores tiene que ver con esto.

Lennon: ¿No intentaron asumir el control los trabajadores en Yugoslavia? Ellos se liberaron de los rusos. Me gustaría ir allá y ver cómo funciona.

Alí: Bueno, se liberaron, e intentaron romper con la tendencia estalinista. Pero en vez de permitir una autogestión obrera desinhibida, le añadieron una fuerte dosis de burocracia política. Esto tendió a sofocar la iniciativa de los trabajadores, al tiempo de regular todo el sistema con mecanismos de mercado que alimentaron nuevas desigualdades entre una región y otra.

Lennon: Parecería que todas las revoluciones terminan rindiéndole culto a la personalidad. Aún los chinos parecen necesitar una figura paterna. Supongo que esto pasará también en Cuba, con el Che y Fidel. En un comunismo estilo occidental tendríamos que crear una figura imaginaria, de los trabajadores mismos, que sustituyera la figura paterna.

Blackburn: Esa idea estaría muy bien. Que la clase obrera se volviera su propia figura heroica. Mientras no sea una nueva ilusión reconfortante, mientras contenga un poder obrero real. Si te manejan la vida los capitalistas o los burócratas, hay la tentación de compensar con ilusiones.

Ono: La gente tiene que confiar en sí misma.”  

viernes, 15 de marzo de 2013

El loro del patio del Hotel de Cortés

Hoy es un "hotel boutique", terriblemente modernizado, pero así debió lucir el patio del Hotel de Cortés en la Ciudad de México, cuando el poeta beat Lawrence Ferlinghetti, el legendario fundador de la librería City Lights de San Francisco, pernoctaba en el DF, allá por los años 60. En La Noche Mexicana (2012), un volumen que recoge diarios y poemas escritos durante aquellos viajes, el patio del Cortés aparece como un remanso, en medio de las guerras culturales de los 60.
El Cortés, ubicado en la avenida Hidalgo, casi llegando a Reforma, frente a una de las esquinas de la Alameda Central, fue desde el siglo XVII refugio de viajeros. Allí los frailes agustinos construyeron una de las primeras hosterías del Virreinato de la Nueva España, con el fin de albergar a los misioneros que partían a la evangelización de las Filipinas. Hoy, el hotel conserva la fachada, pero los interiores han perdido la magia que Ferlinghetti sintió en los 60.
Mientras las grandes potencias mundiales estaban a punto de irse a la guerra nuclear, mientras el Che Guevara era ejecutado en Bolivia y los jóvenes norteamericanos, "adictos y consumidores de narcóticos", eran arrestados en la frontera, el patio del Cortés estaba ahí para recordar que la paz no era imposible. Así lo dejó escrito Ferlinghetti en un poema de las Navidades de 2002, en el que recordó la fuente y el loro de aquel patio, que ya no existen:

En el hotel de Cortés
no todo está perdido
mientras exista
un loro en el patio
y una fuente en el medio
con mazos de flores
y gente que desayuna
como si no pasara nada

jueves, 14 de marzo de 2013

La Jornada reescribe a AFP


¿Cuál es la diferencia entre este cable de AFP y la nota de hoy en La Jornada? Los derechos de autor, por lo visto, son de la agencia francesa. Pero la ontología mediática, la potestad autoconcedida e inapelable de decidir quién es quién en el debate y quién interviene en el mismo, se impone: el periódico mexicano reescribe la noticia, borrando a uno de los académicos consultados.

miércoles, 13 de marzo de 2013

El sueño del dealer


En el volumen Tradición, disfrute y prohibición. La cultura de las drogas en México (2010), compilado por Carlos Martínez Rentería y Leopoldo Rivera Rivera, se inserta un cuento enigmático de Guillermo Fadanelli, titulado "¿Has estado frente a un escritor?" A simple vista, el personaje central pareciera ser el escritor narcómano, que en una noche de drogas trastoca su memoria. Pero un personaje lateral se roba el vórtice de la escena. Ese personaje, el dealer dormido, ofrece el punctum del relato, como diría Barthes. La nota al margen que, sin conexión directa o justificada con la trama, da sentido a toda la historia.


"Llamamos a un díler que tocó a la puerta justo a las dos de la mañana. Compramos dos gramos. El díler se fue a un rincón donde se acomodó a sus anchas. Enseguida sus ronquidos colmaron la recámara. Alguien le puso encima una cobija. Lo despertamos para que volviera a pertrecharnos. Lo hizo y de inmediato volvió a sumirse en sus sueños indeseables. Comenzaba a amanecer, pero las cortinas estaban de nuestra parte. Hurgamos en nuestros bolsillos. Reunimos ochenta pesos con cincuenta centavos. Cuando nuestro huésped se dio cuenta de que no teníamos más dinero se levantó, nos tendió la mano, miró las paredes tratando de valuar los cuadros y se marchó. No encontró una sola pintura que valiera lo que un gramo. ¿Entonces qué hago yo ahora con un papel en la bolsa? Los recuerdos han vuelto a cambiar los platos de la mesa. Busco un celular, lo he perdido, como siempre en las madrugadas cuando uno quiere tirar todo a la basura, aligerarse, correr detrás de todas las mujeres que, como si nada, esbozan una de sus sonrisas insensatas. Abandono mi mesa para ir en busca de un teléfono. Llamo a Amanda".

viernes, 8 de marzo de 2013

Realismo y morfina

Las cartas en las que el poeta cubano Rubén Martínez Villena lamenta haber "literaturizado" su correspondencia con su esposa, desde la URSS, por medio de detalles sobre su tuberculosis, los síntomas de la enfermedad y la sublimaciones oníricas provocadas por la morfina, relacionan la estética realista con las drogas y el sexo en la época del primer comunismo. La historiadora Helen Rappaport ha sostenido que Lenin contrajo sífilis en los prostíbulos de París a principios del siglo XX y que desde entonces se acostumbró a calmar sus dolores con morfina.
Esta droga opiácea, utilizada como analgésico, tiene como uno de sus efectos distintivos la clarificación de los sueños y las fantasías. El sueño del morfinómano es realista y sensual, como puede leerse en las cartas de Martínez Villena a su esposa Chela, desde los sanatorios del Mar Negro. No estaría de más incorporar la morfina al campo referencial de la teoría y la práctica del realismo socialista entre los años 20 y 40. El famoso cuadro del pintor catalán Santiago Rusiñol capta muy bien aquel sustrato erótico del realismo, tan apreciado por los primeros comunistas.
El realismo, que los neohegelianos y Lukács, específicamente, imaginaban como emanación del racionalismo, no era ajeno a los resortes alucinatorios de la morfina. Esta última era pensada, de hecho, como la droga del realismo por la transparencia que concedía al cuerpo en medio de los afanes espirituales de la Revolución. Cuando Martínez Villena advierte, no sin culpa, que su epistolario, escrito bajo los efectos de la morfina, es literatura, y no simplemente la "información precisa sobre el expediente médico de un compañero" -él mismo-, estamos en presencia del autocercioramiento de la estética del realismo socialista por uno de sus artífices.    

martes, 5 de marzo de 2013

Morfina y Revolución

En su ensayo La enfermedad y sus metáforas, Susan Sontag hace un conocido paralelo entre las representaciones culturales producidas por la tuberculosis y el cáncer. A diferencia de este último, que es invisible y personifica la muerte progresiva y la certeza del fin, la tuberculosis, dice Sontag, es intermitente, “vuelve transparente el cuerpo”, produce “rachas de euforia, aumento del apetito y un deseo sexual exacerbado”.
Dado que la tuberculosis afecta un órgano, los pulmones, y todavía en las primeras décadas del siglo XX era tratada a base de morfina, sus síntomas producían un vaivén anímico. Los tísicos, como Chopin, la “dama de las Camelias”, Kafka o los habitantes del sanatorio de La montaña mágica de Thomas Mann –que "andaban con sus radiografías en el bolsillo"-, mostraban un conocimiento exhaustivo de la dolencia, que los reconciliaba con su cuerpo.
En las cartas de Rubén Martínez Villena a su esposa Chela, se confirman las observaciones de Sontag sobre la tuberculosis. El poeta escribe el 17 de septiembre de 1930, desde Moscú, pronosticando serenamente su muerte. Habla de sus radiografías pulmonares, de los esputos y la tos, las flemas y la sangre. Dice tener “la seguridad de que mi tuberculosis se ha extendido al intestino” y que eso “significa la muerte”.
Poco después, desde el sanatorio de Sajum ha recuperado el ánimo y el humor, a pesar de que su compañero en el largo viaje hacia el Mar Negro trabaja en la morgue de un manicomio moscovita: es un “especialista en cadáveres”. Cuenta sueños, todos, felices, en los que el poeta y el político ejercen a plenitud sus virtudes. Sueños en los que lo anormal –la dictadura de Machado, la condena a muerte, el exilio- se vuelve normal: escenas apacibles en su casa del Vedado, donde habla sobre la Conferencia de los Partidos o charla amenamente con su percutor, el Jefe de la Policía machadista Alfonso L. Fors.
Martínez Villena recuerda a su esposa “las puestas de sol de las tardes del Vedado en los primeros días de nuestro amor”. Y recuerda, también, la estancia feliz en Nueva York, la “primera excursión al Bronx, en que yo creí vivir algún cuento encantado de la niñez”. Con lujo de detalles, va comunicando a Chela cómo aumenta de peso día con día, gracias al apetito y la buena comida del sanatorio, con “olor a burguesía”. En algún momento, intenta racionalizar su euforia: “es una característica de los enfermos de tuberculosis hacer proyectos de felicidad: no sé si es por eso que todavía espero gozar contigo ratos de felicidad colectiva y personal”.
Al final de la estancia en la URSS, ese periodo de su vida, bajo el cielo estrellado del Mar Negro, reaparece críticamente, desde el extrañamiento de la moral comunista. Se reprocha haber “literaturizado” sus cartas y envidia la “frescura limpia del estilo” de su esposa. Se ha recuperado, regresa a Moscú y concluyen las dosis de morfina. El sueño ha pasado y vuelve a la realidad. La literatura deja de estar asegurada como experiencia de sublimación: “yo no sé si lo que escribo es literatura o no: es verdad”. El realismo no sólo es la estética de la Revolución: es también el despertar del sueño de la morfina.    
     

lunes, 4 de marzo de 2013

Martínez Villena, la felicidad y lo soviético en Occidente



En estos días que, entre cubanos, se leen libros como Caviar with Rum de Jacqueline Loss y José Manuel Prieto y el extraordinario ensayo de Damaris Puñales-Alpízar, Escrito en cirílico. El ideal soviético en la cultura cubana posnoventa (Editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2012), vale la pena regresar a los antecedentes de la conexión soviética en Cuba. La correspondencia del poeta y político comunista cubano, Rubén Martínez Villena, es interesante al respecto.
Entre la primavera de 1930 y el invierno de 1932, Martínez Villena se carteó con su esposa Asela Jiménez y sus hermanos David, Esther y Judith, relatando impresiones de una travesía que lo llevó de La Habana a Key West, a Jacksonville, a Nueva York, al Báltico –vía Southampton, Cherburgo y Hamburgo-, a Moscú, al balneario de Sochi, en el Mar Negro, y luego de vuelta a La Habana. Se trataba del primer viaje de Martínez Villena, quien desde 1928 era miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, a Moscú, donde se incorporaría a los trabajos de la Sección Latinoamericana del Comintern.
Martínez Villena habla de la URSS como “nuestra patria” o “el único lugar seguro sobre la tierra para mí” e intenta convencer a su esposa y a sus hermanos de que ese lugar exótico, la nueva Rusia, es más cercano y familiar de lo que imaginan. El propio Martínez Villena, aunque decidido a llegar a Moscú, vacila durante el viaje. La esposa, Chela, quiere que permanezcan en Jacksonville, hasta que caiga Machado, que lo ha condenado a muerte, pero él considera en algún momento pasar su exilio en Nueva York, donde su amigo Jorge A. Vivó ha prometido ofrecerle un trabajo como funcionario de la Trade Union Unity League.
Lo que lo decide a seguir camino a Moscú –además del hecho de haber tramitado una visa temporal en Estados Unidos, como le revela a su hermano David, pidiéndole discreción- es el compromiso que ha hecho de participar como delegado en el Congreso de la Internacional Sindical Roja. Durante el trayecto, de ida y vuelta, Martínez Villena intenta acercar a la cultura rusa a su esposa, por medio de constantes alusiones al cine, la literatura, el arte y la música. Pero si nos fijamos bien, observaremos que se trata, no de alusiones directas a la cultura soviética, sino de alusiones a lo soviético o lo ruso en Occidente. Sobre todo, a lo soviético, tal y como circulaba en ciudades atlánticas como La Habana y Nueva York, el único lugar en el que, según confesaría, fue feliz:

“Todo el grupo de los marineros presentes, acompañados al piano, cantaron cinco o seis canciones rusas formidables. ¡Cómo me acordé de tí anoche! Me parecía absurdo estar asistiendo a aquello sin que tú participaras de lo mismo, sin que tú estuvieras a mi lado sintiendo como yo. Una de las cosas que oí en el fonógrafo y en el piano es la música que siempre tocaban en los cines de Nueva York cuando ponían una película rusa, y que tú aprendiste. ¿Te acuerdas? Según me informó un marinero (varios hablan inglés), es una danza ucraniana. La primera vez que oímos esa música estábamos en el cine Prado, viendo Volga, Volga o Los esclavos del Volga. La tocaban cuando el antiguo cosaco, rebelado y convertido en pirata, después de perder al muchachito que adoptó y haberse matado su amada, hace bailar a toda la tripulación. Después la oímos muchas veces en Nueva York. ¿Cuándo volveremos a oírla juntos?”

Martínez Villena se refiere a Die Leibeigenen o Los esclavos del Volga, una película alemana, dirigida por Richard Eichberg y producida en 1928, que se estrenó en La Habana antes de su partida a principios de 1930. También le recuerda a su esposa otra película que vieron en Nueva York, Turksib, un documental sobre la construcción del ferrocarril de Turkestan a Siberia, dirigido por Víctor A. Turin. La música que menciona es la famosa danza ucraniana o casatchok, pero en la versión tabernera, a piano y acordeón, de los bares de Nueva York. En los meses siguientes, cuando la tuberculosis arrecia y lo someten a altas dosis de morfina en el sanatorio de Sujum, Martínez Villena recordará los días que pasó con su esposa en Nueva York como los más parecidos a la felicidad. Algunas de esas cartas, escritas bajo los efectos de la morfina, son prolijas en sueños y focos delirantes, casi todos asociados a la música y el sexo.

“La otra noche algunos enfermos, que pasean por el jardín hasta las nueve y media, cantaron acompañados por una mandolina. Una de las canciones era como un estribillo que oímos juntos en Nueva York la noche que Beatriz nos invitó al pequeño party en casa de unos compañeros. ¿Te acuerdas? Apenas hablamos después respecto a aquella reunión, cuyos asistentes tengo tan presentes ahora; veo sus caras risueñas, sobre todo la del tocador de la guitarra, a quien tanto llamaste la atención; la de aquella fea, flaca y sin embargo no desagradable muchacha, con muy buena voz, que cantó el Ave María de Gounod; la “del cuento” de Vivó y la del buen mozo de su compañero; la del Chino Li cantando gravemente la Internacional… Nuestra vida en Nueva York –a pesar de las estrecheces, las incomodidades, mi enfermedad- se me presenta ahora como una época feliz de luna de miel”.