Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

miércoles, 29 de junio de 2022

Retrato de Fina




A punto de cumplir un siglo, ha fallecido en La Habana la poeta y ensayista Fina García Marruz (1923-2022). Premio Pablo Neruda en 2007 y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2011, la poeta era la última sobreviviente del grupo Orígenes, como acabara conociéndose a la generación de brillantes escritores que acompañó a José Lezama Lima en la revista del mismo nombre a partir de 1944. 

 García Marruz, junto a su esposo Cintio Vitier y su cuñado Eliseo Diego, casado con su hermana Bella, llegaron a Orígenes desde la revista Clavileño (1942-43), publicación en la que no intervino Lezama y que tenía como figura rectora a Gastón Baquero, otro gran poeta cubano, nacido en 1914. Amigo cercano de Lezama, Baquero se distinguió por una poesía poderosamente visual y fluidamente conversacional, como se lee en “Testamento del pez” (1941), su inmortal homenaje a La Habana, aparecido en el cuarto número de Clavileño

 La poesía de García Marruz, como la de Diego, surge, en los años 40, más endeudada con Baquero que con Lezama. Sus primeros cuadernos, Poemas (1942), Transfiguración de Jesús en el Monte (1947) y Las miradas perdidas (1951), registran una serie entrañable de figuras y escenas, sello personal de su producción lírica posterior: el niño en el parque, la demente en la puerta de la iglesia, el incandescente mediodía habanero. 

 Fueron constantes aquellos retratos de personajes en la poesía de García Marruz: la muchacha de paseo, las damas decrépitas, las campesinas, los millonarios, Laurita regañando a las flores o Marta de compras. Están también los héroes: Antonio Maceo, Antonio Guiteras, Roque Dalton, el Che Guevara, en una intimidad muy parecida, otra vez, a la de la poesía antiépica de Diego.

En la lista de los héroes que rescataron a Maceo, la poesía de García Marruz se interesó en los anónimos y los pseudónimos, los sin historia, uno que llamaban "Cayuco", otro que llamaban "El Loco". A Guiteras lo imaginó en La Habana de "dril cien" de los 20 y 30 con Capablanca y Kid Chocolate, Abela y Massager. En su poema "Historia" glosaba el himno protestante "Un nítido rayo", que ponía en boca de Frank y Josué País.

Su libro Nociones elementales y algunas elegías, como El diario que a diario de Nicolás Guillén o Muestrario del mundo o libro de las maravillas de Boloña de Eliseo Diego, fue un ejercicio de trabajo poético con el arte de la edición y la hemerografía. A partir de la revista El Educador Popular, que editaba el anexionista Néstor Ponce de León, amigo de José Martí, en Nueva York, García Marruz convirtió lecciones de gramática inglesa, de física y anatomía del siglo XIX en indicios de escritura poética.  

 Tan visual llegó a ser la poesía de García Marruz que se volvió cinematográfica, como se observa en sus poemas a Josephine Baker, Isadora Duncan y Lilian Harvey o en su experimental libro Créditos de Charlot, dedicado a Charles Chaplin. Retratos son también Los Rembrandt de L’ Hermitage o sus “versos amigos” o poemas de amistad, como aquel dedicado a Virgilio Piñera, como un “niño-viejo, sentado solito, en el muro del Malecón”. 
 
La ensayística de García Marruz también está hecha de escenas y retratos, para los cuales se requería una especial concentración de la mirada. Ahí están sus grandes estudios sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Alicia Alonso y María Zambrano, que parecen escritos por una pintora. O sus más sesudas lecturas de Cervantes, Góngora y Quevedo; Gracián y Bécquer; Martí, Juan Ramón Jiménez y Lezama. 

 En dos textos ineludibles, “Lo exterior en la poesía” (1947) y “Hablar de la poesía” (1986), dijo su verdad sobre la escritura: rechazó la pretensión de alcanzar una “poética”, sostuvo que no había realidad sin sueño y cuestionó que “señalar fines a la poesía, no importa su bondad intrínseca, era pretender conocer de antemano los límites y contenidos de un impulso necesariamente oscuro en su raíz”. 

 En esos ensayos, García Marruz criticó también varias formulaciones exaltadas de políticas literarias, como las de poesía retórica o "palabrera", "pura" o "maldita", "moralista" o "comprometida". Sostuvo que la mejor poesía "vive de silencios" y que, en su caso, sería impensable sin la dimensión católica de la revelación. Una revelación, sin embargo, que como Cristo frente a los discípulos de Emaús, "sólo es reconocible a precio de desaparecer".

viernes, 17 de junio de 2022

José Martí y la cumbre de Los Ángeles





La novena Cumbre de las Américas de Los Ángeles ofrecía a los presidentes latinoamericanos la oportunidad de entrelazar dos realidades cada vez más imbricadas en sus vínculos con Estados Unidos: la de los propios países de la región y la de la creciente comunidad latina en la nación norteamericana 

 Mucho se han debatido, en años recientes, los encuentros y desencuentros entre la tradición intelectual latinoamericana, que se remonta al siglo XIX, y las identidades culturales desarrolladas por esa población mal llamada “hispana”, que incluye a brasileños y antillanos de diversa ascendencia étnica y demográfica en Europa y África y que sobrepasa los 60 millones de habitantes. La cita de Los Ángeles, ciudad donde el 45% de la población forma parte de esa comunidad, parecía ser el lugar ideal para establecer puentes entre las dos realidades.
   
  Esas identidades “latino-americanas” en Estados Unidos, en el siglo XXI, refutan día con día la representación de las dos Américas como universos radicalmente contrapuestos, incomunicados o enemistados. Ciertas lecturas ontológicas o identitarias de la tradición intelectual latinoamericanista, especialmente inspiradas en ensayos como Ariel (1900) del uruguayo José Enrique Rodó o La raza cósmica (1925) del mexicano José Vasconcelos, y refundidas por el antimperialismo de la Guerra Fría, nutrieron esa visión falsamente antinómica. 

  Para avanzar en una comprensión de la posibilidades de diálogo que culturalmente ofrece la vecindad continental entre Estados Unidos y América Latina valdría la pena regresar a algunas lecturas del poeta y político cubano, José Martí, quien residió 15 años en Nueva York. A fines del siglo XIX, Martí fue uno de los grandes conocedores y, en buena medida, traductores de la realidad norteamericana al lenguaje de América Latina y el Caribe. 

  No sólo leyó, glosó y tradujo a poetas, narradores y filósofos como Walt Whitman, Nathaniel Hawthorne y Ralph Waldo Emerson. También narró la construcción del puente Brooklyn, las ferias de Coney Island y cada una de las cinco elecciones presidenciales que tuvieron lugar en Estados Unidos, entre la de Rutherford Hayes en 1881 y la de Benjamin Harrison en 1893. 

  No siempre se recuerda que, entre los muchos trabajos que desempeñó Martí en Estados Unidos, mayormente dentro del periodismo y la conspiración política a favor de la independencia de Cuba, estuvieron sus misiones como cónsul, en Nueva York, de algunas naciones latinoamericanas: Uruguay a partir de 1887, Paraguay en 1890 y Argentina desde este mismo año. 

  A la vez de su labor diplomática a favor de aquellas naciones latinoamericanas en Nueva York, Martí se convirtió en el principal corresponsal de temas estadounidenses para importantes periódicos de la región como La Nación de Buenos Aires, La Opinión Pública de Montevideo y El Partido Liberal de México. En estos diarios, contó con lujo de detalles los debates de la primera Conferencia Internacional Americana, que tuvo lugar entre octubre de 1889 y abril de 1890, en Washington. 

  Antecedente lejana de las cumbres interamericanas de hoy, a aquella conferencia, diseñada desde la perspectiva panamericanista imperial que le imprimió el Secretario de Estado, James G. Blaine, fueron invitados representantes de Brasil, México, Centroamérica, Suramérica, Haití y Santo Domingo, aunque los de estos últimos países no llegaron por conflictos con Estados Unidos. 

  En vez de regodearse en las ausencias, Martí se centró en las demandas de los representantes “juiciosos” Alberto Nin de Uruguay, Amaral Valente de Brasil, Emilio C. Varas de Chile, Matías Romero, José Yves Limantour y Juan Navarro de México y Manuel Quintana y Roque Sáenz Peña de Argentina. El poeta cubano celebró con elocuencia, sobre todo en intervenciones de mexicanos, chilenos, uruguayos y argentinos, el rechazo al hegemonismo de Blaine, quien intentaba monopolizar un “concierto de naciones soberanas”.

  Al final, la cumbre de Los Ángeles sirvió de poco para avanzar en ese diálogo cultural que recorre la obra escrita de José Martí sobre Estados Unidos. Un diálogo que, en la tercera década del siglo XXI, no puede eludir el crecimiento demográfico de la inmigración latinoamericana en territorio norteamericano. La migración es y seguirá siendo en los próximos años la gran tarea común de todos los estados americanos.