Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

lunes, 28 de septiembre de 2020

Rossana Rossanda, el 68 y el marxismo feminista






En 1968 una intelectual italiana publicó un ensayo, titulado El año de los estudiantes, que supuso una importante renovación teórica dentro de la izquierda europea. Su autora, Rossana Rossanda, era una conocida militante del Partido Comunista Italiano desde los años de la lucha contra el fascismo. A pesar de haber sido una consistente defensora de la lucha sindical y la autogestión obrera, la escritora llamaba a los comunistas a abrazarlas causas de las mujeres y los jóvenes, para dar con alternativas al nuevo liberalismo hegemónico europeo. 
 A principios de 1969, Rossanda y un grupo de intelectuales del PCI (Lucio Magri, Luigi Pintor, Aldo Natoli, Valentino Parlato) decidieron lanzar una publicación titulada Il Manifesto, donde tomaron posiciones afines a la Nueva Izquierda y en creciente contradicción con la línea prosoviética del comunismo europeo. En Italia esa línea se iba debilitando gradualmente bajo el liderazgo de Luigi Longo y, sobre todo, Enrico Berlinger, uno de los principales impulsores, junto con el francés Georges Marchais y el español Santiago Carrillo, del eurocomunismo en los años 70. 
 En los primeros números de Il Manifesto aparecieron ensayos a favor de la Revolución cultural maoísta de K. S. Karol, socialista polaco-francés, compañero de Rossanda, y una crítica frontal a la invasión soviética a Checoslovaquia. Sus editores fueron acusados de “faccionalismo” y “revisionismo de izquierda” y expulsados del PCI. A partir de entonces Il Manifesto y Rossanda se constituyeron, abiertamente, en una caja de resonancia de la Nueva Izquierda antiburocrática y descolonizadora en Italia.
 En el primer número de la revista Libre, editada en París por Juan Goytisolo, Jorge Semprún, Teodoro Petkoff, Adriano González de León y Mario Vargas Llosa, Rossanda aparecía entre los firmantes de dos cartas enviadas a Fidel Castro, por intelectuales latinoamericanos y europeos, en protesta por el arresto del poeta cubano Heberto Padilla en La Habana. Las cartas las firmaban también sus compatriotas Italo Calvino, Pier Paolo Pasolini y Lucio Magri. 
 En el último número de Libre, dedicado a la “liberación de la mujer”, Rossanda colaboró junto a Susan Sontag, Marta Lynch, Francoise Giroud, Jean Franco y otras feministas de la Nueva Izquierda. En su colaboración, decía que en el nuevo marxismo de la generación del 68, al aspirarse al derrocamiento paralelo del patriarcado y el capitalismo, no había contradicción entre la lucha de clases y la emancipación femenina.
  A una pregunta del editor, Mario Vargas Llosa, sobre cuál era la actitud de los hombres hacia la mujer liberada, respondía que en Il Manifesto las “mujeres (ella misma, Luciana Castellina o Giuliana Sgrena) se encontraban al mismo nivel que los hombres”. Y concluía: “afectuosamente, pienso también que en su emancipación, cuando las mujeres sean libres, la pobre vida viril de los hombres será menos siniestra”.

viernes, 25 de septiembre de 2020

Seis décadas de la editorial Era





La editorial Era cumple sesenta años de fundada y la ocasión es propicia para rememorar su aporte a la cultura impresa de la izquierda en México. En un momento de tan clara depresión del impulso teórico de la izquierda latinoamericana, vale la pena evocar aquellos años en que las ideas eran más importantes que los íconos. A esa melancolía de izquierda, estudiada por Enzo Traverso, bien puede asirse el lamento por épocas en que la izquierda hegemónica no despreciaba las ciencias sociales. 
 ERA debe su nombre a las iniciales de tres apellidos de españoles republicanos, exiliados en México tras el triunfo franquista: Espresate (Neus, Jordi y Francesc), Rojo (Vicente) y Azorín (José). Los hermanos Espresate eran hijos del socialista catalán, Tomás Espresate Pons, figura central del Frente Popular Antifascista de Aragón durante la Guerra Civil, dueño de la imprenta Madero en la Ciudad de México. En los talleres de aquella imprenta surgió la nueva editorial, a un año de la entrada de Fidel Castro en La Habana y en medio de las tensiones de la Guerra Fría en el Caribe. 
 Desde su primer libro, La batalla de Cuba (1960) de Fernando Benítez, el nuevo sello se ubicó en las coordenadas intelectuales de la Nueva Izquierda latinoamericana. El libro de Benítez era una ágil crónica de la Cuba revolucionaria, construida a partir de las visitas del periodista a la isla desde los primeros meses de 1959. Al igual que otros intelectuales mexicanos, cercanos al Movimiento de Liberación Nacional cardenista y al suplemento México en la Cultura, de la revista Siempre, como Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero y Jaime García Terrés, Benítez defendió la solidaridad con Cuba, frente a la hostilidad de Estados Unidos, como un rasgo distintivo de la radicalización de la izquierda mexicana a principios de los 60. 
 Pero ya desde aquel libro y en el ensayo muy documentado de González Pedrero, “Fisonomía de Cuba”, que le servía de epílogo, era perceptible uno de los gestos típicos de la Nueva Izquierda. El apoyo a Cuba no implicaba necesariamente el respaldo al alineamiento de la isla con la URSS ni la promoción del modelo cubano como hoja de ruta para México. Tanto en la versión de C. Wright Mills como en la de E. P. Thompson, la Nueva Izquierda de los 60 suponía el acompañamiento de los procesos de descolonización y liberación nacional en el Tercer Mundo, junto al claro distanciamiento del socialismo burocrático de Europa del Este y el marxismo-leninismo ortodoxo. 
 El acrónimo de Era, como muy pronto el nombre de otra editorial, Siglo XXI, fundada por Arnaldo Orfila en 1965, se convirtieron en formas de anunciar un nuevo tiempo en la izquierda latinoamericana. Un nuevo tiempo que desafiaba los capitalismos subdesarrollados y las dictaduras militares de derecha, a la vez que alentaba nuevas formas de lucha por un socialismo heterodoxo. Esas formas de lucha fueron lo suficientemente diversas como para incluir la guerrilla del Che Guevara en Bolivia y el socialismo democrático de Salvador Allende en Chile. En un espectro literario no menos diverso, Era hizo primeras ediciones de Lezama Lima y Pacheco, Paz y Becerra, Fuentes y García Ponce, Cardoza y Aragón y Pitol, Monterroso y Poniatowska. 
 Un estudio reciente del joven historiador mexicano José Carlos Reyes, resultado de su tesis de maestría en Historia Internacional en el CIDE, da cuenta de aquella hazaña. Ya en la antología Los marxistas (1964) de C. Wright Mills se delineaba el catálogo de teoría disidente que buscaba la editorial. No es raro que entre los autores más publicados figuraran los trotskistas Isaac Deutscher y Ernest Mandel, los marxistas heréticos franceses André Glucksmann y Pierre Klossowski, además de pensadores de la izquierda mexicana, como José Revueltas, Arnaldo Córdova, Carlos Monsiváis o Roger Bartra, tan incómodos para la ortodoxia comunista como para la nacionalista revolucionaria.

jueves, 24 de septiembre de 2020

José Vasconcelos y la autonomía cultural

          





Hace un siglo José Vasconcelos, desde el rectorado de la Universidad Nacional, se propuso el diseño de la política educativa y cultural del México moderno. En las primeras páginas de sus memorias El desastre (1937), el filósofo narró que la Ley de Educación que daría lugar al nacimiento de la Secretaría de Educación Pública fue concebida en el verano de 1920, mientras el rector organizaba misiones culturales a los estados de la federación con un grupo selecto de colaboradores. 
 Los “agentes viajeros de la cultura” eran el filósofo Antonio Caso y el escritor Ricardo Gómez Robelo, el pintor Roberto Montenegro y los poetas Carlos Pellicer y Jaime Torres Bodet. Recorrieron Querétaro, Zacatecas, Guadalajara, Colima, Aguascalientes y al final de aquel periplo, ya Vasconcelos tenía estructurado el plan de la nueva legislación educativa y cultural del México postrevolucionario. 
 En octubre de 1920 se presentó el proyecto de la SEP, con sus tres grandes áreas: una de escuelas, otra de bibliotecas y otra más de Bellas Artes. Contaba Vasconcelos que un amigo suyo le comentó del proyecto al poeta italiano Gabriele D’Annunzio, entonces retirado en su villa de Cargnacco, tras el desastre del así llamado “Estado libre de Fiume”. D’Annunzio habría dicho que el plan de Vasconcelos era una “bella ópera de acción social”. 
 Presumía Vasconcelos de que le importaba la “opinión de los poetas”, pero sabemos que tuvo muy en cuenta las tesis del Ministro de Educación Anatoli Lunacharski, uno de los primeros “ingenieros de almas” soviéticos. Siempre se recuerda la proeza de distribuir cien mil ejemplares de la Ilíada a través de aquella red de bibliotecas, y el interés de Vasconcelos en editar a Platón, Dante, Goethe y Tolstoi. Pero no se repara lo suficiente en que el plan incluyó la creación de un Departamento de Enseñanza Indígena, que hizo los primeros experimentos de instrucción pública bilingüe del México moderno. 
 Decía también Vasconcelos que al dejar el rectorado, para pasar a la Secretaría de Educación Pública, el gobierno de Adolfo de la Huerta había asignado a la Universidad Nacional un presupuesto equivalente al de un ministerio. La fundación de la SEP debía producir, necesariamente, un nuevo diseño del régimen universitario. Aunque la autonomía no fue obra de Vasconcelos, sino, en buena medida, del vasconcelismo universitario en 1929, la intuición de un autogobierno de la Universidad Nacional dentro de la SEP estaba desde 1921.
 En el siguiente volumen de sus memorias, El Proconsulado (1939), se cuenta que en medio de la huelga universitaria, que logró la concesión de una autonomía limitada parte del gobierno de Emilio Portes Gil, el presidente, a nombre del “procónsul” Dwight Morrow, ofreció a los estudiantes que Vasconcelos regresara a la rectoría y se olvidara de la campaña presidencial. A lo que los estudiantes respondieron: “a Vasconcelos lo tenemos ya designado para sucederle a usted en la presidencia”.