Libros del crepúsculo

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martes, 3 de septiembre de 2024

Dictaduras de minorías




Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores de la Universidad de Harvard, que hace seis años publicaron el bestseller de ciencia política, Cómo mueren las democracias (2018), han escrito un nuevo volumen, La dictadura de la minoría (2023), que explora una dimensión menos atendida de los brotes de autoritarismo que se observan en todo el mundo y que ha traducido al español Guillem Gómez Sesé para la editorial Ariel. 

 Como en aquel libro, que comentamos en esta columna, Levitsky y Ziblatt toman el deterioro de la democracia en Estados Unidos como síntoma del presente global. Para muchos críticos, inscritos en contextos de polarización ideológica izquierda-derecha, resultaba molesto o inaceptable que estos teóricos pusieran como ejemplos de derivas autoritarias liderazgos y gobiernos tan disímiles como los de Trump en Estados Unidos, Erdogan en Turquía, Orbán en Hungría, Putin en Rusia o Maduro en Venezuela. 

 En su nuevo libro, los académicos vuelven a ese enfoque global, con el prisma puesto en Estados Unidos o, más específicamente, en el crecimiento de tendencias antidemocráticas en el Partido Republicano, bajo la hegemonía de Trump y el trumpismo. Es curioso que todos aquellos líderes se traten nuevamente aquí, menos Nicolás Maduro, aunque habría una alusión implícita al autócrata venezolano cuando se habla del “socavamiento de la democracia” en el país suramericano. 

 Levitsky y Ziblatt recuerdan que en la tradición del pensamiento político liberal hubo siempre una fundada inquietud con la emergencia de “tiranías de las mayorías”. Todos los dispositivos de contrapesos y balances de poderes alentados por la teoría política moderna en los siglos XVIII y XIX, de Edmund Burke a John Adams y de Alexis de Tocqueville a John Stuart Mill, buscaron conjurar ese peligro. 

 En el siglo XXI, democracias como la venezolana y la húngara, de acuerdo con estos autores, se han erosionado –a diversos grados de profundidad, habría que agregar- por “mayorías en el gobierno”. Más allá de la difícil equiparación de esas mayorías en los sistemas representativos de Hungría o Venezuela, lo cierto es que en Estados Unidos el sistema preservó límites sólidos a nivel jurídico e institucional, que han impedido una autocratización irreversible. 

 Levitsky y Ziblatt observan que, actualmente, existiría el riesgo contrario en Estados Unidos: que la democracia sea destruida por un gobierno de minorías, para el cual no habría antídotos tan reconocibles en la tradición liberal. La democracia estadounidense sobrevivió a la primera administración de Trump, pero aunque no se especula sobre si sobreviviría a una segunda, se asegura que se requieren de profundas reformas de inclusión social y apertura del gobierno representativo para evitar la tiranía de la minoría. 

 Los profesores de Harvard terminaron su libro en 2023, cuando la posibilidad de un regreso de Trump no se percibía con tanta nitidez. Pero a la luz de lo que ha sucedido en Rusia y en Venezuela en los últimos años, con la perpetuación de Vladimir Putin y Nicolás Maduro en el poder, y el abandono, abierto o velado, de los marcos constitucionales mayoritistas previos, cabría la pregunta de si no son esos buenos ejemplos de lo que este libro describe como una amenaza, más que como una realidad. 

 Putin conserva amplia popularidad, dentro de las normas restrictivas rusas, pero la reelección impuesta de Maduro, luego de haber perdido las elecciones por una ventaja considerable de la oposición, sería una muestra despiadada de dictadura de una minoría. El madurismo, a diferencia del chavismo o del putinismo, no es una corriente mayoritaria, a pesar de toda la represión y todos los impedimentos que se aplican a los opositores. En Venezuela se cumplirían, por tanto, los dos peligros alertados por Levitsky y Ziblatt: el del declive democrático del mayoritismo y el de la imposición de una tiranía minoritaria.

Junín: la política y la guerra




Hace pocos días se conmemoraron doscientos años de la batalla de Junín, episodio central de las guerras de independencia de Suramérica. Se habló poco de Junín en la prensa bolivariana, absorta en la crisis política venezolana, a pesar de ser, tal vez, la gran victoria militar de Simón Bolívar y el punto de partida de la caída final del imperio español en Los Andes. 

 Tras la campaña peruana de San Martín, en 1821, el virrey José de la Serna se había refugiado en la sierra sur del viejo virreinato andino. Para quebrar los bastiones realistas de Ayacucho y Cuzco y liberar plenamente a Lima, era preciso enfrentar una batalla con el ejército español -aunque más de diez mil de sus soldados eran peruanos de nacimiento- en el terreno que dominaba en las laderas del cerro de Pasco.  

  Bolívar, siempre militar y siempre político, estadista y guerrero, conocía la composición del ejército, comandado por el general José de Canterac. También sabía que tras la nueva restauración absolutista de Fernando VII en España, a fines de 1823, una facción del ejército realista peruano, encabezada por Pedro Olañeta, se había rebelado contra La Serna y Canterac. 

 Hábilmente, Bolívar atrajo a la corriente partidaria del Trienio Liberal (1820-23) español en el Perú, ofreciéndole a militares y políticos posiciones y privilegios dentro del nuevo orden republicano. Uno de esos ex realistas, sumados a la causa bolivariana, sería José María de Pando, Secretario de Estado de la monarquía católica durante el Trienio Liberal e ideólogo del Perú republicano. 

 Consciente de la mayoría peruana en las tropas de Canterac y de las fricciones con Olañeta, Bolívar ofreció combate a los realistas en la zona lacustre y pantanosa de Junín. Hizo creer a su rival que su contingente estaba integrado por una caballería y una infantería de cientos de soldados, cuando en realidad poseía más de siete mil hombres sobre las armas. 

 Los biógrafos de Bolívar destacan el uso de tácticas de guerra, en Junín, de la mayor astucia como aparentar retiradas o dar falsas órdenes de ataque, que esparcían sus hombres entre las filas enemigas. En una tarde, con más lanzas y espadas que fusiles y cañones, y con juegos y espejismos de los legendarios “húsares” y sus leales “llaneros”, Bolívar causó a los realistas más de cuatrocientas bajas, hizo prisioneros a un centenar de enemigos y perdió menos de 50 hombres. 

 La victoria de Junín, como advirtiera el poeta ecuatoriano José Joaquín de Olmedo, antes que muchos historiadores, hizo de Bolívar “un árbitro de la paz y la guerra”. En su poema, La victoria de Junín. Canto a Bolívar, decía Olmedo que con aquel triunfo se abrían “las puertas de la opulenta Lima” y “sus pueblos numerosos” y comenzaba realmente la reconstrucción republicana del antiguo imperio incaico. 

 Bolívar incorporó a la mayoría de los peruanos alistados en el ejército realista a las nuevas fuerzas armadas republicanas. Cuatro meses después, cuando Antonio José de Sucre se enfrenta a José de la Serna en la batalla de Ayacucho, de más renombre, el ejército republicano peruano ya estaba reconstituido. Aquel ejército sería, en buena medida, el motor de la nueva república. 

 En julio de 1826, apenas año y medio después de la victoria de Ayacucho, una nueva Constitución, redactada por el propio Bolívar para Bolivia, otorgó la ciudadanía peruana a todos los libertadores, fueran argentinos, chilenos, venezolanos o colombianos. Aquella república, con su presidente vitalicio y sus cámaras de tribunos, censores y senadores, sería uno de los primeros laboratorios políticos del bolivarianismo. 

 Su fracaso, como el de la república boliviana, ha sido mayormente atribuido a las luchas intestinas entre caudillos y facciones o al autoritarismo del propio Bolívar. No siempre se repara, con el debido cuidado, en las fricciones que generó dentro del patriotismo peruano aquel experimento de ciudadanía continental.