Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

martes, 30 de agosto de 2022

Coronel Urtecho y los nuevos dictadores




Un rasgo característico de aquellos dictadores latinoamericanos, que fueron revolucionarios en la Guerra Fría, es envolver actos represivos (encarcelamientos, deportaciones, acosos mediáticos y judiciales, confiscaciones) en un discurso de reafirmación ideológica. Esos dictadores, colocados en la cima de nuevas oligarquías económicas y políticas, caricaturizan a sus opositores, cada más desprovistos de derechos y recursos, como viejas burguesías redivivas. 

 El último acto represivo del gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, en Nicaragua, expone todos los ardides simbólicos de los ex revolucionarios despóticos. La sede del memorable diario La Prensa, dirigido por Pedro Joaquín Chamorro, tan importante en la lucha contra la dinastía somocista, luego de ser confiscada, ha sido convertida en un Centro Cultural, que lleva por nombre José Coronel Urtecho (1906-1994), en honor al gran poeta y traductor nicaragüense del siglo XX. 

 Coronel Urtecho, junto a Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos y otros escritores de la primera generación intelectual nicaragüense del siglo XX, fue una figura central del vanguardismo latinoamericano. No sólo por su propia poesía sino por su gran proyecto de traducción al español de los grandes autores del “american modernism” (T. S. Eliot, Ezra Pound, Wiliam Carlos Williams, Wallace Stevens, Robert Frost), que se adentró también en poetas del siglo XIX, como Edgar Allan Poe y Walt Whitman, y en posteriores como los de la Beat Generation: Ginsberg, Ferlinghetti, Corso, Snyder, Frankl… 

 Ernesto Cardenal, sobrino y discípulo de Coronel Urtecho, que firmó con él una segunda antología de la poesía estadounidense en 1963 –la primera se editó en 1948-, aseguraba que, después de Rubén Darío, probablemente no exista otro referente más poderoso en la poesía nicaragüense. Tanto la visión de la literatura como la de la historia de Nicaragua de Coronel Urtecho, reflejada en ensayos como Reflexiones sobre la historia de Nicaragua. De Gaínza a Somoza (1962) o La familia Zavala y la política del comercio en Centroamérica (1971), se inscribía en un liberalismo social, reñido con los regímenes dictatoriales tan frecuentes en la región centroamericana y caribeña. 

 Eso explica que tras un respaldo juvenil a Anastasio Somoza García evolucionara, en los 70, a una clara oposición a la autocracia de su hijo Anastasio Somoza Debayle. En su poema “No volverá el pasado”, Coronel Urtecho decía que después del triunfo sandinista, en 1979, la “historia cambiaba de nombre”, era “otra historia”, ya que por primera vez “todo era sentido”, “la verdad era la verdad, la mentira mentira, la patria Patria y Nicaragua Nicaragua”. 

 Colaborador de La Prensa, Coronel Urtecho, lo mismo que Ernesto Cardenal o Pablo Antonio Cuadra, suscribía las tesis de Pedro Joaquín Chamorro y lo mejor de la intelectualidad antisomocista, plasmadas en libros como Estirpe sangrienta: los Somoza (1959) y Diario de un preso (1963) del director de aquel periódico, asesinado en 1978 por esbirros de la dictadura en el centro de Managua. Ahora Daniel Ortega, autocoronado como nuevo déspota perpetuo de Nicaragua, bautiza el viejo recinto de La Prensa con el nombre de José Coronel Urtecho. La operación retrata a la perfección el ejercicio despiadado de una tiranía sobre el pasado y el presente de esa nación centroamericana: un intento de control paralelo y perenne del país y su historia. 
 
  La historia ha contrariado aquel poema de Coronel Urtecho: hay una nueva dictadura en el tiempo de Nicaragua y habrá que dotar nuevamente de sentido la trama de ese país. No acabó la historia con el sandinismo en Nicaragua, como tampoco acabó con el castrismo en Cuba o con el chavismo en Venezuela. La vuelta al despotismo, agenciada por aquellos líderes socialistas, en su vejez, delata la costosa falta de aprendizaje en la política latinoamericana.

martes, 23 de agosto de 2022

Zelenski y el dolor de los demás




Las fotos de Volodímir Zelenski y su esposa, Olena Zelenska, para la revista Vogue, captadas por Annie Leibovitz, llevan la explotación del duelo a un nivel de espectacularidad incómoda. Susan Sontag, quien fuera pareja de Leibovitz, habría dicho, de acuerdo con las tesis de Ante el dolor de los demás (2003), que las fotos de la pareja presidencial entre soldados y ruinas de Kiev son obscenas. 

 Vale la pena recordar en estos días que aquel libro, el último que Sontag publicó en vida, fue un desarrollo ulterior de su gran ensayo Sobre la fotografía (1977), en que sostenía una posición ambivalente sobre el poder de la imagen en la sociedad post-industrial. Después de su experiencia cercana en la guerra de los Balcanes, contexto del proyecto “Rostros de la ciudad” (1993), un conjunto de retratos de Leibovitz en las ruinas de Sarajevo, para la revista Vanity Fair, Sontag se movió a una visión más crítica sobre el papel de la fotografía en los conflictos bélicos. 

 Comenzaba Sontag recordando Tres guineas (1938), la famosa carta de Virginia Woolf sobre la guerra, que partía justamente de una reflexión sobre las fotos de los bombardeos franquistas en ciudades españolas gobernadas por la República. A diferencia de Woolf, aunque respaldando su tesis de que la recepción femenina de la imagen era especialmente empática, Sontag pensaba que las fotos de las ruinas y los muertos de la aviación franquista, no necesariamente eran documentos que llamaban a la solidaridad con la España republicana. 

 Había un morbo, un exhibicionismo en la fotografía bélica, que también producía un efecto paralizante, ligado a la presentación de la guerra como espectáculo. Los grandes consumidores de esas fotos eran personas que, resguardados en sitios de relativa paz, disfrutaban visualmente la masacre. La pregunta básica, que hacía Sontag a Woolf, podría repetirse frente a los retratos de Zelenski y su esposa, tomados por el lente de Leibovitz: ¿despiertan esas fotos solidaridad con Ucrania? Sí y no. 

 Las ruinas y los soldados de Kiev, detrás de los rostros iluminados de Volodímir y Olena, son el escenario de una naturalización del presidente ucraniano en la clase política occidental. Más que imágenes de víctimas del imperialismo ruso, las fotos trasmiten seguridad y confort. El gesto de Leibovitz podría ser contraproducente: las fotos no hablan de la destrucción y la muerte en las ciudades ucranianas sino de la legitimidad de Zelenski en Occidente. 

 Ese mensaje, definitivamente, es favorable a Putin y a su proyecto de “borrar a Ucrania del mapa”, como dijo no hace mucho Dmitri Medvedev. Ni la incorporación de Ucrania a la OTAN, ni su ingreso a la Unión Europea eran eventos tangibles antes del 24 de febrero de 2022. Lo que decidió la invasión, desde mucho antes de aquel día, fue el gran obstáculo que interpuso el gobierno de Zelenski al control de esa nación desde el Kremlin, que siempre la ha considerado “suya”, “de Rusia”. 

 Zelenski ha encabezado una resistencia más sólida de la esperada, en buena medida, porque inicialmente combinó la solicitud de ayuda a Occidente con cierta autonomía exterior y una disposición al diálogo para poner fin a la guerra. El respaldo de los países nórdicos, la incorporación de Suecia y Finlandia a la OTAN y la difícil concertación de posiciones en la Unión Europea avanzaron gracias a esa actitud inicial, que concitó apoyos muy diversos. Ahora el caricaturesco pro-occidentalismo del liderazgo ucraniano conspira en su contra. 

 La guerra de desgaste continúa, se intensifica y Putin está apostando, justamente, a que merme el crédito internacional de Zelenski. Algunas señales de concentración del poder en Kiev son utilizadas, cínicamente, desde el Kremlin, para avanzar en ese descrédito. Estas fotos caen en el terreno fértil de la maquinaria propagandística rusa, que precisamente busca que el dolor de los demás no gire a favor de Ucrania.