Libros del crepúsculo

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miércoles, 17 de marzo de 2021

El bicentenario griego



Atrapados en efemérides de naciones que no existían hace dos siglos, y que fueron construidas bajo la persistente hegemonía de los grandes imperios atlánticos del siglo XIX, no volteamos a ver otras independencias, como la centroamericana, indisolublemente ligada a la de México, o la griega, que tuvo un efecto discernible en la primera generación de republicanos de Hispanoamérica. 
    Simón Bolívar, José María Heredia, Bernardino Rivadavia, José Fernández Madrid, José María Salazar y otros políticos e intelectuales de esos años dejaron rastros de notable interés en la independencia de Grecia. La estudiosa Eva Latorre Broto ha investigado esas conexiones y ha explorado el peso del ejemplo de los griegos, en su lucha contra el imperio otomano, para los líderes de la independencia hispanoamericana. 
    Más o menos por estos mismos meses, hace dos siglos, estallaron en Constantinopla, el Peloponeso y los principados del Danubio una serie de revueltas comandadas por Theodoros Kolokotronis, Alexandros Mavrokordatos, Georgios Karaiskakis y otros patriotas griegos. La lucha griega movilizó a potencias europeas, como Gran Bretaña, Francia y Rusia, que intentaban desplazar al imperio otomano en sus proyectos de colonización. Pero la lucha independentista griega despertó sentimientos de solidaridad que iban más allá de los intereses geopolíticos de aquellas potencias. Muchos intelectuales europeos sintieron una simpatía derivada de la gran admiración que profesaban a la cultura helénica clásica. 
    Caso emblemático de esa corriente fue el poeta romántico inglés Lord Byron, muy admirado por Heredia y los poetas hispanoamericanos de su generación, y él mismo seguidor de la gesta de Bolívar y San Martín en Suramérica. Byron se involucró muy seriamente en la independencia griega y murió en Missolonghi después de un ataque de epilepsia y fiebres espasmódicas en abril de 1824. La muerte de Byron en Grecia no fue en combate, pero los poetas y políticos de la generación de Bolívar y Heredia la asumieron como tal. El poeta inglés, que había contado las peregrinaciones de Childe Harold y las seducciones de Don Juan, había terminado como un mártir de la independencia de Grecia. 
     El proceso separatista de Hispanoamérica también contó con apoyo de la Gran Bretaña, aunque no de Francia y Rusia, que pertenecían a la Santa Alianza. Pero para los independentistas hispanoamericanos la lucha de los griegos contra el imperio otomano estaba hermanada con la suya contra el imperio borbónico español. José María Heredia lo dejaría claro en su “Oda a la insurrección de la Grecia en 1820”, escrito en 1823, y luego retitulado, en 1825, “Al alzamiento de los griegos contra los turcos en 1821”. 
     Cuando Heredia hablaba de “tiranos” que encadenaban pueblos se refería a los “sultanes mortíferos” pero también a los “reyes de Europa”. El poema arrastraba estereotipos racistas, muy propios del orientalismo hispanoamericano del siglo XIX, como cuando se preguntaba “¡Tierra de semidioses! ,¿cómo pudo/ cargarte el musulmán la vil cadena/ que cuatro siglos mísera sufriste?/ Raza degenerada,/ ¿no el nombre de Leónidas oíste?” Pero a la vez trasmitía un republicanismo americano que denunciaba el despotismo de las monarquías europeas. 
    Según Heredia, Europa y, específicamente, España debían aprender la lección de la lucha griega: “¡Lección terrible/ que aprovechar debéis! Europa entera/ Y de la noble América los hijos/ guirnaldas tejen de laurel y rosas/ que os adornen las frentes generosas”. Grecia representaba para aquellos independentistas hispanoamericanos la cuna de Occidente, sometida por un imperio “bárbaro”: el turco. Lo mismo que América, donde habían florecido las grandes civilizaciones mayas, mexicas e incaicas, y luego sería sometida por otro imperio “bárbaro”: el católico español. En ambos casos la independencia era una vuelta al esplendor perdido.

martes, 9 de marzo de 2021

Ferlinghetti y Fidel




Ha muerto el poeta y editor Lawrence Ferlinghetti, fundador de la mítica editorial City Lights en San Francisco, que publicó a los poetas de la Beat Generation. Tras la aparición de Howl and other poems (1956) de Allen Ginsberg, con prólogo de William Carlos Williams, la editorial fue sometida a juicio por “material obsceno”. Ferlinghetti, con ayuda de la American Civil Liberties Union y del abogado Jake Ehrlich, logró ser absuelto. 
     Aquel juicio disparó la fama del poeta y editor, nacido en 1919 en los Yonkers, Nueva York, de padre italiano y madre judía. Junto a Ginsberg, Amiri Baraka y Marc Schleifer, Ferlinghetti sería una de las figuras centrales de la nueva poesía estadounidense entre los años 50 y 70. Como otros escritores de la Beat Generation, el poeta se interesó en América Latina, especialmente, en México y Cuba. Sus noches salvajes en el Distrito Federal y sus estancias en el Hotel de Cortés son todavía recordadas en los suplementos literarios mexicanos. En Cuba, en cambio, se le recuerda poco, pero es innegable que Ferlinghetti fue muy importante en las corrientes de solidaridad con la Revolución Cubana a principios de los años 60. 
     En Fighting Over Fidel (2016) hemos contado que el fundador de City Lights, al igual que Ginsberg, Baraka y Schleifer, formó parte del Fair Play for Cuba Committee, una asociación creada en 1960, inicialmente, para defender una política respetuosa de Estados Unidos hacia la isla, pero que a partir de 1961 se convertiría en una plataforma de promoción del nuevo socialismo cubano. Desde San Francisco, Ferlinghetti vivió aquella vertiginosa transformación de la Revolución Cubana, entre 1959 y 1961, que, en buena medida, abrió un nuevo frente de la Guerra Fría en América Latina y el Caribe. 
    Sus viajes a Cuba y sus propias ambivalencias frente al desplazamiento de la dirigencia cubana al marxismo-leninismo se reflejan en su temprano poema “One Thousand Fearful Words for Fidel Castro” (1961). El poema resumía la conexión de las poéticas de la Beat Generation y la ideología revolucionaria cubana, pero también los eventuales desencuentros entre una visión del mundo sexualmente liberada y abierta a la experiencia con las drogas y el nuevo puritanismo fidelista. Antes que Ginsberg y otros poetas y escritores de aquella generación, Ferlinghetti trasmitió su admiración por Castro, entendiendo al líder cubano como una presencia que desestabilizaba a la derecha anticomunista estadounidense. 
     El poema daba por hecho el asesinato de Fidel Castro a manos de la CIA: “van a liquidarte Fidel/ con tu enorme cigarro cubano/ que nos robaste/ y tu sombrero de guerra/ que tú también robaste/ y tu barba beat”. Pero aquella animosidad de Estados Unidos contra Fidel Castro, según Ferlinghetti, a principios de 1961, se basaba en un equívoco: la derecha americana veía a Cuba avanzando hacia la dictadura porque no sabía distinguir entre el comunismo soviético, “con C mayúscula, que hizo a los esclavos, eslavos”, y un comunismo caribeño con c minúscula. 
     Conforme evolucionó el socialismo cubano en los 60, Ferlinghetti, lo mismo que Ginsberg que llegó a decirlo con su habitual desparpajo, se percató de que las diferencias entre un socialismo y el otro se acortaban. Especialmente, en tres aspectos centrales para los poetas beat, la homosexualidad, las drogas y la censura, el régimen cubano trasplantó las peores prácticas de los totalitarismos soviéticos. 
     Un atisbo de aquella desilusión pudo leerse en el propio poema de 1961, cuando Ferlinghetti dice no haber podido encontrar a Fidel mientras caminaba la isla “de arriba a abajo”. No lo encontró, dice Ferlinghetti, no porque ya estuviera “disuelto” –la historia absolvería a Fidel, pero los Estados Unidos iban a “disolverlo”, según el poeta- sino porque no había terminado de leer El hombre rebelde de Albert Camus. Es sabido que la Revolución Cubana siempre prefirió a Sartre.