Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

sábado, 31 de octubre de 2009

¿Usted es de izquierda o de derecha?

Decía Umberto Eco que Italia es un país de malos estadistas, pero con una eminente tradición de filosofía política. De Maquiavelo a Bobbio, los italianos han producido varias escuelas de pensamiento del derecho y la política, en las que hoy se instruye buena parte de las ciencias sociales contemporáneas. Esa tradición tiene, además, la virtud de la buena escritura: la filosofía política italiana, en la que Giovanni Sartori (Florencia, 1924) ocupa un lugar protagónico, tiene a su favor una prosa heredera de Guicciardini y Vico.
La democracia en 30 lecciones (Taurus, 2009) de Sartori es una excelente introducción a la teoría de la democracia. De Aristóteles a Tocqueville, de Marx a Shumpeter, de Locke a Hayek la democracia ha sido pensada de múltiples formas. Unos la han identificado con el concepto de igualdad, otros con el de libertad. Unos la han asociado a la participación, otros al pluralismo. Sartori recorre las diversas maneras de comprensión de la democracia, desde la antigüedad hasta el postmodernismo, y hace distinciones pertinentes, que chocan con la fuerte tendencia a la simplificación intelectual de la política.
Las distinciones de Sartori cuestionan clichés de izquierda y derecha: "participación" es un concepto republicano, no únicamente “socialista”; socialismo no es sinónimo de comunismo; la democracia electoral no es toda la democracia, pero sin elecciones competidas no hay democracia; no existe uno sino varios tipos de regímenes no democráticos, desde el autoritarismo más flexible hasta el totalitarismo más rígido; multiculturalismo no es pluralismo; sí existe un choque de civilizaciones entre Occidente y el Islam; el mercado y los medios poseen elementos autoritarios; la democracia sí es exportable; la democracia está en peligro.

Las múltiples direcciones en que Sartori dirige su crítica abren la interrogante sobre dónde está parado el filósofo florentino. La periodista Lorenza Foschini le estampa la pregunta: “pero profesor, usted es de derechas o de izquierdas”. “Buena pregunta -sonríe Sartori-, yo también estoy tratando de averiguarlo desde hace mucho tiempo, pero todavía no lo logro”. A diferencia de Bobbio, Sartori piensa que ambos términos están en crisis desde que la “derecha” comenzó a ser equivocadamente identificada con el liberalismo y, sobre todo, desde que buena parte de la izquierda abandonó el marxismo:

“Una izquierda que carece ya del anclaje del marxismo puede ser una izquierda que nos haga echarlo de menos. Por erróneo que fuese, el marxismo era en todo caso un instrumental doctrinario de respeto. Contra el marxismo se podía discutir, contra la nada o contra la hipocresía se discute malamente”.

jueves, 29 de octubre de 2009

Reyes y Carranza


Buena prueba de la vitalidad de una historiografía académica y de la memoria intelectual de un país es la pluralidad de su panteón heroico. A pesar de que en México son fuertes los cultos a Juárez, Zapata o Villa -figuras que, sin tener demasiadas conexiones, se mezclan con frecuencia en algunas simbologías políticas-, la literatura biográfica mexicana da cuenta de una relación diversa de los sujetos del presente con los héroes del pasado. El panteón heroico mexicano, como el francés, es republicano.
En la excelente colección Centenarios de la editorial Tusquets (México), han aparecido un par de biografías que ilustran ese republicanismo historiográfico. Luego del libro de Mauricio Tenorio, ya comentado en este blog, y de Recordatorio de Federico Gamboa, la bien escrita biografía del escritor y político porfirista de Álvaro Uribe, aparecen ahora Carranza. El último reformista porfiriano (2009), del historiador Luis Barrón, alumno de Friedrich Katz en Chicago y profesor de la División de Historia del CIDE, y Bernardo Reyes. Un liberal porfirista (2009), del historiador neoleonés Artemio Benavides Hinojosa.
Barrón rastrea el itinerario ideológico y político de Carranza desde sus años como gobernador del estado de Coahuila, bajo el Porfiriato, hasta la presidencia de 1917 a 1920, la primera del período postrevolucionario. El historiador se detiene en las complejas relaciones de Carranza con Madero y Reyes, en las pugnas con Zapata y Villa, en la impresionante creación del Ejército Constitucionalista y en su extraordinario esfuerzo por dotar a la Revolución de un nuevo orden constitucional.
Aunque con una metodología un poco más tradicional, desde el punto de vista de la historia política, la biografía del padre de Alfonso Reyes de Benavides Hinojosa sigue un guión similar. Aquí se repasa la trayectoria de Reyes como gobernador de Nuevo León, en las dos últimas décadas del Porfiriato, su paso breve por la Secretaría de Guerra y Marina, su papel como contendiente de Madero en las primeras elecciones democráticas de la historia de México y, finalmente, su oposición a Madero y luego a Huerta. La inmolación de Reyes, a caballo, en el Zácalo, frente a Palacio Nacional, es narrada con el dramatismo que demanda la escena.
Estas dos biografías estudian a personajes del antiguo régimen –“reformista porfiriano”, le llama Barrón, “liberal porfirista”, según Benavides- arrastrados por el torbellino de la Revolución. El papel de ambos en el proceso revolucionario no es comparable: Carranza sí se convirtió en un arquitecto del nuevo orden, Reyes no. Pero ambos historiadores tienen la virtud, tal vez aprendida en lecturas de norteamericanas y francesas, de no entender de manera rígida la frontera entre el antiguo régimen y la Revolución. Una frontera que fue atravesada por Reyes, Carranza y muchos liberales y reformistas mexicanos.

martes, 27 de octubre de 2009

Voluntad de escritura


En post anterior mencionamos al escritor hispano-mexicano, Max Aub (1903-1972), como uno de los socialistas españoles rehabilitados póstumamente por el PSOE. Desde el pasado centenario de Aub varias editoriales mexicanas y españolas se han propuesto rescatar la extensa obra de este exiliado perpetuo. Aub nació en París, de padre alemán y madre francesa, vivió su adolescencia y juventud en España y su adultez, como exiliado republicano, en México, donde murió.
Poeta, dramaturgo, novelista, ensayista, pintor y cineasta, Aub hizo de su exilio en México una entrega febril a la escritura. En los treinta años que van de su llegada a Veracruz a su muerte, escribió, aparte de las siete novelas que conforman la serie El laberinto mágico, sobre la Guerra Civil, cuatro novelas más, siete libros de cuento, seis de teatro, cinco de poemas, cuatro de ensayo y dos diarios, además de la autobiografía La gallina ciega (1971). La suma de los libros de Aub da a más de uno por año, lo que convierte su exilio en la sobrevida de quien rinde testimonio.
La vida de Aub fue tan intensa y cambiante –tal vez las tres décadas del exilio mexicano fueron el periodo más estable- que sus libros parecen escritos por diferentes autores. Poco tiene que ver el mundo plácido y doméstico de Los poemas cotidianos (1925), que apareció en la imprenta Omega de Barcelona, prologado por Enrique Díez Canedo, con los versos angustiosos y turbios del Diario de Djelfa (1944), donde narró su estancia de dos años en un campo de concentración argelino.
Al primero de esos cuadernos, que lo colocaron de cuerpo entero en la generación del 27, pertenecen los versos de un poema en que Aub contrapone, a la lluvia de la intemperie, el calor del hogar valenciano. No es difícil imaginar la vida de Aub como la permanente búsqueda de ese hogar perdido, como el forcejeo con una intemperie lluviosa, de “eterno luto”, que mojaba al soldado en la guerra, al desterrado en la cubierta de los barcos y al prisionero en el campo de concentración:


Y fíjate y escucha

cómo Mamá arregla

tu cuarto, oye el ruido

de un armario, mira

… rumor de telas

crujir de sayas;

¿oyes en la cocina

el repiqueteo?

la vajilla, la loza

la porcelana.

Y ronronea el gato,

le acompaña el fuego.

lunes, 26 de octubre de 2009

La reivindicación de Negrín

El 37° Congreso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), celebrado el año pasado, rehabilitó a Juan Negrín López (1896-1956), Presidente del Consejo de Ministros de la República, entre 1937 y 1939, y a otros 35 socialistas españoles, entre los que figura el escritor exiliado en México, Max Aub (1903-1972), que habían sido expulsados de dicho partido en 1946. Hace unos días, en una ceremonia encabezada por el ex vicepresidente, Alfonso Guerra, la nieta de Negrín recibió el carné del PSOE a nombre del último jefe de gobierno de la II República.
Negrín, como es sabido, es uno de los personajes más controversiales de la Guerra Civil española. Como Ministro de Hacienda del gobierno de Francisco Largo Caballero, fue el máximo responsable del traslado a Moscú de más de la mitad de las reservas de oro del banco de España. Bajo su jefatura de gobierno se produjeron los asesinatos de Andreu Nin y varios líderes del POUM y se tomaron decisiones militares, como la retirada de las Brigadas Internacionales y la creación de un cuerpo de carabineros, muy criticadas por diversas corrientes republicanas.
Luego de la caída de la República, Negrín, como presidente del Consejo en el Exilio, tomó medidas no siempre del agrado de otros dirigentes exiliados, llegando a la ruptura con Indalecio Prieto, quien lo había respaldado desde su ingreso al PSOE en 1929. El PSOE, sin embargo, luego de décadas de debate y de consultas con algunos de los mejores historiadores sobre el tema ha llegado a la conclusión de que los errores de Negrín fueron, en todo caso, las equivocaciones naturales de un líder que buscaba apoyo de la Unión Soviética y, eventualmente, de los aliados en la Segunda Guerra Mundial para vencer en la lucha contra los nacionalistas.
Lo curioso es, como se lee en Yo fui un ministro de Stalin (1953), el viejo libro publicado por la Editorial América en México, de Jesús Hernández, que Negrín no era comunista ni tenía mayores simpatías por Stalin. Hernández, que sí fue comunista y formó parte del gobierno de la República, relata cómo Stalin a través de sus agentes en España (Kulik, Togliatti, Codovila, Orlof…) maniobró para reemplazar a Largo Caballero con Negrín y aprovechar la moderación de este último para sus fines.
Más allá de que el papel de Negrín siga siendo tema de debate entre los historiadores, es inteligente que el PSOE maneje con pragmatismo la memoria de su legado. El vínculo de Franco con Mussolini y Hitler parecería, desde esta perspectiva, tan natural como el de la República con Stalin. Algo similar hace el PRI en México cuando vindica como fundador, no sólo al general Lázaro Cárdenas, símbolo de la izquierda mexicana, sino a Plutarco Elías Calles, cuyo autoritarismo ha sido severamente juzgado por más de un historiador.

domingo, 25 de octubre de 2009

Un periodista cubano



Cuba es un país de buenos periodistas, con la prensa amordazada. La segunda mitad de la paradoja tiene una explicación simple: en el artículo 53° de la Constitución Socialista se establece que todos los medios de comunicación “son propiedad estatal y no pueden ser objeto, en ningún caso, de propiedad privada”. La primera mitad requiere de una explicación más sofisticada.
Cuba fue un país con una esfera pública, moderna y plural, desde fines del siglo XVIII. A pesar del régimen colonial y esclavista, durante el siglo XIX la isla contó con publicaciones independientes y críticas. A pesar de la soberanía limitada y de dos breves gobiernos autoritarios, el de Machado y el de Batista, la prensa, la radio y la televisión cubanas, en la primera mitad del siglo XX, fueron de las más profesionales y avanzadas de América Latina.
Cuando el Estado cerró o intervino los principales medios de la isla, entre 1960 y 1965, muchos de aquellos buenos periodistas se exiliaron. Los que se quedaron, que también eran buenos, se insertaron en los medios oficiales y crearon las nuevas instituciones educativas del periodismo “revolucionario”. Por esas instituciones y por esos medios pasaron algunos de los escritores cubanos más conocidos de las últimas generaciones: Raúl Rivero, Norberto Fuentes, Manuel Pereira, Eliseo Alberto, Leonardo Padura, Senel Paz, Pedro Juan Gutiérrez…
El periodista cubano Rubén Cortés, exiliado en México desde 1995, proviene de esa tradición de buen periodismo en un país sin libertad de expresión. Su libro ¡Cuba, Cuba! Nueve historias verídicas de la vida en la isla (2009), publicado en México por Cal y Arena, la editorial del grupo Nexos, es una buena muestra de ambas cosas: de la alta calidad de los periodistas cubanos y del cierre de la esfera pública insular.
Cortés realizó varios viajes a La Habana entre el 2006 y el 2008, los tres primeros años de la sucesión encabezada por Raúl Castro, tras la convalecencia de su hermano, y armó nueve reportajes con una mirada desde abajo, desde la vida cotidiana del ciudadano común. Cortés ha hecho una intervención parecida a la de los antropólogos: se ha puesto en la piel de los cubanos de la isla, siendo, no un reportero extranjero, sino un periodista exiliado.
En cada uno de los reportajes de Cortés se reconstruye, con cuidado exquisito, la vida cotidiana en la isla. Leyendo este libro se aprende a vivir esa vida que el exiliado abandonó y a recordar la complejidad de ese mundo sometido a los estereotipos y las caricaturas de la prensa oficial. La visión de Cuba que trasmite Cortés es sumamente amplia, ya que no excluye de esa “realidad cubana” a Miami. La “isla” entera de que habla Cortés es el archipiélago más todos sus exilios.

La mejor reseña de este libro tal vez sea la nota de contraportada “Una Cuba reveladora”, escrita por Pedro Juan Gutiérrez:

“En estas historias cubanas uno se entera de todo (cuando digo de todo, es todo), desde por qué hay quienes no desean emigrar hasta cuántos años van a la cárcel por matar una vaca, pasando por cómo les va a los búfalos que le regalaron los vietnamitas a Fidel Castro, qué ha sido del hombre nuevo, a quién dedicaron Pedro Junco Nosotros y Polo Montañez Un montón de estrellas, cómo son los cubanos de Miami, del policía que le puso una multa a Silvio Rodríguez, cómo era Hemingway en Key West y en La Habana, o la hermosa historia de justicia del pelotero Rey Vicente Anglada”.

viernes, 23 de octubre de 2009

En una librería de París



Son conocidas las diferencias de Marcel Proust con el modelo de crítica literaria predominante en Francia, en el siglo XIX, y personificado por Sainte-Beuve. Mientras concebía el proyecto de En busca del tiempo perdido, Proust llevó unos cuadernos de apuntes, organizados en forma de conversaciones con su madre, donde recogía sus reparos al gran crítico decimonónico, y que en 2005 Tusquets publicó bajo el título de Contra Sainte-Beuve.
Para Proust la literatura era obra de una subjetividad estética no explicable desde la biografía, las ideas, virtudes, vicios, amores o amistades de un escritor. El yo “escribiente” de un autor, según Proust, era distinto a su yo “intelectual”. Las claves para la comprensión de ese sujeto que escribe eran ininteligibles y sólo se manifestaban plenamente en el acto solitario de sentarse, pluma en mano, frente a la página en blanco.
Christopher Domínguez Michael (1962), tal vez el crítico de mayor prestigio y obra en México, pertenece a la estirpe de Sainte-Beuve. Él sigue creyendo que es posible pensar las literaturas a partir de sí mismas, pero, también, a partir del mundo cultural que constituye a sus autores. En sus estudios sobre los grandes escritores mexicanos del siglo XX, reunidos en Tiros en el concierto (1997), o en su monumental Vida de fray Servando (2004), la más completa biografía de Fray Servando Teresa de Mier con que contamos, Domínguez hace de la crítica un género ensayístico y, a la vez, biográfico e histórico.
Christopher Domínguez tiene, además, la virtud de eludir la parcelación y el provincianismo que caracterizan a buena parte de los estudios literarios académicos. Su imponente libro La sabiduría sin promesa, editado primero en México, en 2001, y recuperado ahora, en versión ampliada, por la editorial Lumen, es la mejor prueba del raro cosmopolitismo que lo distingue dentro de la crítica latinoamericana. Aquí se leen los mejores poetas, novelistas y ensayistas del siglo XX, de todos los continentes. Tan sólo bajo la inicial B encontramos a Bashevis Singer, Benda, Benjamin, Bioy Casares, Bloom, Bolaño, Borges, Broch y Bulgakov.
¿De dónde proviene esa idea de la crítica como cosmovisión literaria o como archivo personal de la gran literatura occidental? Enrique Vila Matas cree encontrar su origen en las visitas que Christopher Domínguez Michael hace a la librería parisina José Corti, en la Rue de Médicis, frente a los Jardines de Luxemburgo. La “pasión crítica” de Domínguez tendría que ver con el contacto con ese “hogar parisino del romanticismo alemán y antigua casa editorial de los surrealistas”.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Mansión y literatura




Absortos en el estudio de la relación entre literatura y ciudad, hemos olvidado otro vínculo primordial y documentable: el de la literatura y las casas. Los grandes novelistas del siglo XIX (Balzac, Tolstoi, Dickens…) hacían de las mansiones de la aristocracia y la burguesía un escenario habitual de las tramas de sus libros. La elección del recinto respondía al deliberado propósito de ubicar a los personajes en una clase social y explotar las tensiones que generaba el status de unos y otros.

En la narrativa del siglo XX, bajo el efecto de la democratización social, las mansiones adquieren un hechizo propio, como el de los monumentos antiguos. En Proust, en James, en Faulkner, en Mann es posible leer siempre un relato paralelo, que cuenta la historia de algún palacete en decadencia. Caso emblemático de esa nostalgia por la mansión perdida sería Brideshead Revisited (1945) de Evelyn Waugh, que rememoraba los sueños de ascenso social del pintor, ateo y capitán Charles Ryder y su triángulo amoroso con Sebastian y Julia Flyte, aristócratas católicos británicos, venidos a menos.

En una sociedad, ya no democratizada, sino totalizada como la rusa, las mansiones literarias se representan de otra manera. El tema recurrente, allí, es el de la casa tomada por el Estado, fragmentada y repartida por nuevos inquilinos obreros y revolucionarios. Son conocidos los pasajes de Doctor Zhivago (1957) de Boris Pasternak, en los que la residencia del joven médico Yuri es intervenida por el Estado bolchevique y transformada en una cuartería.

El tema es constante en la literatura rusa del siglo XX y, probablemente, también en buena parte de la literatura de Europa del Este, entre 1945 y 1989. En Días malditos (2007), los diarios de Iván Bunin, que tradujo el escritor cubano Jorge Ferrer, los lujosos apartamentos de la calle Povarskaya de Moscú son convertidos en oficinas gubernamentales “¿Cómo pueden estar seguros los bolcheviques de que les espera una existencia prolongada y estable?”, se preguntaba Bunin, poco antes de huir a Odessa y perder su propio apartamento en la misma calle.

En Corazón de perro (1986) de Mijaíl Bulgakov reaparece el asunto. Un día, después de la Revolución, llega un grupo de camaradas al apartamento del científico Filip Filipovich y le incautan el comedor y la sala de observaciones para convertirlos en vivienda de otros camaradas. Como a Bunin o a Pasternak, a Bulgakov le parecía especialmente criminal que el Estado confiscara las alfombras de los edificios privados y luego las utilizara para adornar las escaleras de las instituciones gubernamentales. El científico, enfrascado en la transformación genética de su perro Sharik en el camarada Sharikov, protesta en vano:

“¿Por qué quitaron la alfombra de la escalera de la entrada? ¿Acaso Carlos Marx prohíbe cubrir con alfombras las escaleras? ¿Acaso en alguna parte de sus obras Carlos Marx dijo que la segunda entrada del edificio de Kalabujov en la Prechistenka debía ser clavada con tablas, para que la gente entrara sólo por la puerta de servicio, que da al patio? ¿Quién necesita esas cosas?”

martes, 20 de octubre de 2009

La Habana de los Austrias


En los primeros capítulos de Cuba/ España. España/ Cuba. Historia común (1995), Manuel Moreno Fraginals afirmaba que el personaje principal de La Habana del siglo XVI, en sus inicios llamada no San Cristóbal sino Puerto Carenas, era el mar. Cuando reinaron los dos primeros monarcas de la dinastía de Habsburgo, Carlos V y Felipe II, la cultura habanera era marinera, portuaria, militar y financiera.
A esa Habana, que desapareció casi sin dejar rastro en el siglo XVIII, con la introducción del sistema de plantación azucarera y esclavista, ha dedicado el historiador cubano Alejandro de la Fuente su último libro: Havana and the Atlantic in the Sixteenth Century (Chapel Hill, The University of North Carolina, 2008). El libro aparece en la importante colección “Envisioning Cuba” que dirige, en esa universidad, Louis A. Pérez Jr., y está merecidamente dedicado a Moreno Fraginals, maestro de De la Fuente.
La imagen de la ciudad que ofrece la investigación parece perdida en el pasado, desconectada de la propia tradición atlántica en la que ocurrirá su historia a partir del XVIII. Entonces la colonización y el poblamiento no habían rebasado las fronteras del puerto y buena parte de los ingresos de la ciudad provenían de los situados o sumas anuales que enviaban las cajas reales del virreinato de la Nueva España. El financiamiento novohispano contribuyó a la creación del temprano sistema de fortificación del puerto y al mantenimiento de la naciente ciudad como una plaza militar del imperio.
A pesar de los constantes asaltos piratas, como el de Jacques de Sores en 1555, el movimiento de los barcos en las últimas décadas del siglo XVI apunta a un incremento del comercio transoceánico e intercolonial. Entonces la Habana recibía considerables importaciones de seda, paño, damasco y tafetán provenientes de China, Italia e Inglaterra, con lo cual, aquella confluencia de los océanos, bajo la hegemonía del Mediterráneo, que estudiara Fernand Braudel, tenía su capítulo habanero. Entre tantos otros, también hay un pasado Austria en la historia de Cuba.

lunes, 19 de octubre de 2009

Disolver al pueblo



Ahora que se acerca el aniversario 20° de la caída del Muro de Berlín, a celebrarse el próximo 9 de noviembre, algunos suplementos  –The New York Review of Books, El País Semanal…- comienzan a repasar la historia berlinesa entre 1945 y 1989. En dicha historia figura, como evento importante de la resistencia a la hegemonía soviética en Europa del Este, la huelga de los albañiles berlineses que, en junio de 1953, construían la avenida Stalin. Los obreros dejaron caer sus brazos, en protesta contra el alza de precios, impuestos y jornada laboral, sin mejora salarial.
La huelga del 17 de junio de 1953, reprimida por el ejército soviético y la naciente policía de Alemania oriental e investigada por la Stasi, se considera un antecedente del levantamiento de Hungría en 1956, de la Primavera de Praga en 1968 y de la fundación del sindicato Solidaridad en Gdansk, en 1980. Esos eventos demuestran que la realidad del bloque soviético, afirmada con todos los recursos metafísicos y militares del marxismo leninismo y la OTAN, nunca careció de objeción, dentro de la propia clase obrera de aquellos países, en los 45 años que duró.
Bertolt Brecht, que había regresado de su exilio a Alemania del Este, huyendo, en buena medida, del macarthysmo norteamericano, reaccionó contra la stalinización del socialismo alemán. A partir de declaraciones de Erich Mielke, el fundador de la Stasi, algunos historiadores y críticos han sugerido que el infarto que mató a Brecht, en 1956, fue inducido por la policía secreta alemana. Aunque nunca dejó de ser venerado por Moscú, en vida y póstumamente, durante sus tres últimos años Brecht tuvo dificultades con la burocracia cultural de Berlín oriental. Su compañía, el Berliner Ensemble, fue atacada por el montaje de “Santa Juana de los Mataderos” y su filme Kuhle Wampe fue censurado.
Varios poemas de su último cuaderno, las Elegías de Buckow (1953), reflejan el malestar de Brecht con el stalinismo alemán. En uno de aquellos poemas confesaba “no me gusta el lugar de donde vengo/ no me gusta el lugar a donde voy”, versos que han sido interpretados como el balance de una vida entre el nazismo y el comunismo. Otro era una valiente defensa de los albañiles de Berlín que, en 1953, se negaron a construir una avenida en honor a Stalin. El irónico poema, titulado “La solución”, capta ese momento en que las élites de un totalitarismo, incapaces de asumir responsabilidad alguna por el desastre del país, culpan al pueblo por no “estar a la altura de las circunstancias”.


La Solución


Tras la sublevación del 17 de junio,

La Secretaría de la Unión de Escritores

Hizo repartir folletos en la Stalinalle

Indicando que el pueblo

Había perdido la confianza del gobierno

Y podía ganarla de nuevo solamente

Con esfuerzos redoblados ¿No sería más simple

En ese caso para el gobierno

Disolver el pueblo

Y elegir otro?

domingo, 18 de octubre de 2009

Exhumación de Lorca

Mañana lunes, 19 de octubre, comenzarán las excavaciones en el barranco de Viznar en busca del cadáver de Federico García Lorca. Un georradar de Alfacar localizó varias fosas comunes en la zona: en una de ellas estaría enterrado el poeta, junto con los banderilleros anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, el inspector de tributos Fermín Roldán y el restaurador Miguel Cobo. La Junta de Andalucía ha respaldado la identificación forense de los restos de García Lorca, en contra de la voluntad de una parte de la familia del poeta.
Los forenses podrían confirmar lo que la tradición oral de algunas aldeas granadinas ha sostenido por más de 70 años. En el barranco de Viznar hay, de hecho, una placa con estos versos de García Lorca: “asesinado por el cielo,/ entre las formas que van hacia la sierpe”. Se trata de las primeras líneas del poema “Vuelta de paseo”, el primero, a su vez, del cuaderno Poeta en Nueva York (1930), escrito durante la temporada que García Lorca pasó como estudiante de la Universidad de Columbia.
Poco tenía que ver con la muerte aquel poema. A García Lorca le interesaba trasmitir, más bien, la mutación de la vida. Prometía: “entre las formas que van hacia la sierpe/ y las formas que buscan el cristal/ dejaré crecer mi cabello”. Los versos finales eran una afirmación de la vida cambiante: “tropezando con mi rostro distinto de cada día/ ¡asesinado por el cielo!”. Más muerte había en el poema siguiente, el titulado “1910. Intermedio”, donde García Lorca se recordaba como un niño andaluz cuyos “ojos no vieron enterrar a los muertos”.
Ahora García Lorca comienza a vivir como cadáver, como los muertos que abundan en su propia poesía. Se ha insistido, con razón, en el tono profético de la lírica del Romancero gitano (1927) y el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935). ¿Cómo no ver un retrato, intrigantemente piadoso, de sus propios verdugos en el “Romance de la Guardia Civil española”? Allí se hablaba de la “vaga astronomía de pistolas inconcretas”, de “un rumor de siemprevivas que invade las cartucheras” y de un ejército que “avanza sembrando hogueras,/ donde joven y desnuda/ la imaginación se quema”.

sábado, 17 de octubre de 2009

Desheredados

Cuando en México se habla de “exilio” casi siempre se alude a los republicanos españoles que recibieron asilo durante el sexenio del general Lázaro Cárdenas (1934-1940). La noble tradición diplomática del asilo, en México, sin embargo, no comenzó ni terminó con Cárdenas. Han sido muchos los hispanoamericanos que desde el siglo XIX han encontrado refugio en México, cuando en sus propios países son tratados como extranjeros.
Tampoco el único exilio que registra la historia de España es el de los republicanos que huyeron de la dictadura de Francisco Franco. Desde 1492 hasta 1975 el exilio fue una constante de la historia española. Lo demuestra el historiador británico Henry Kamen, en su libro The Desinherited. Exile and the Making of Spanish Culture (2007), vertido al castellano por Aguilar. Kamen es uno de esos historiadores británicos que, como Hugh Thomas o Ian Gibson, el biógrafo de Lorca y Dalí, ha dedicado su vida al estudio del pasado español. Antes de esta monumental historia del exilio hispánico, Kamen estudió el reinado de Felipe II, el gran imperio donde “no se ponía el sol” y la Inquisición.

Kamen relata el drama de todos los exilios españoles: desde los judíos de la Baja Edad Media hasta la peregrinación de Manuel Azaña, el presidente de la última República. Llama la atención, sin embargo, que en el capítulo “Hispanic Identity and the Permanence of Exile” desarrolle ampliamente, como parte de la historia de España, el caso de Puerto Rico y los exiliados separatistas de esa isla a fines del siglo XIX. El personaje de ese capítulo es Eugenio María de Hostos y no José Martí
¿Por qué? Tal vez porque Kamen, equivocadamente, aplica un enfoque teleológico, similar al del personaje que, en famoso drama, se despedía de su amada con el parlamento de “adiós vida mía, me voy a la guerra de los treinta años”.Probablemente Kamen imagina la historia de Puerto Rico como más española que la cubana porque en la isla pequeña no se produjo una guerra separatista a fines del siglo XIX. La idea, por supuesto, es falsa, pero se agradece que, por una vez, Puerto Rico sea más importante que Cuba en una investigación histórica que repasa el devenir del Caribe hispánico.

jueves, 15 de octubre de 2009

Blog y consolación




Mencionábamos en el post anterior un texto de Umberto Eco sobre José Saramago, aparecido en El País (6/ 10/ 09), que merece comentario. Se trata del prólogo que el gran crítico y novelista italiano antepuso al libro El Cuaderno (Alfaguara, 2009), de José Saramago, en el que se reproducen las entradas que el Nobel portugués publicó en su blog durante la primavera de 2009.

Tiene razón Eco en señalar la diferencia entre la prosa del Saramago novelista –fantasiosa, alegórica, metafórica, poética, como un “tejido de parábolas”, dice- y la del Saramago bloguero: enfático, tajante, inflexible, por momentos, caricaturesco, por momentos, endemoniadamente lúcido.

Saramago arremete sin piedad contra Washington e Israel, contra Bush y Ratzinger, contra derechas e izquierdas. Que un comunista critique a Estados Unidos no es novedad, pero que critique abiertamente a las izquierdas, por “no tener ni la más mísera idea del mundo en que viven”, podría ser leído como sacrilegio entre tantos lectores doctrinarios, interesados en reciclar los viejos comunismos bajo las nuevas izquierdas.

Eco se detiene en el ateísmo de Saramago y pondera algunas de sus afirmaciones -por ejemplo, aquella en que el autor del Ensayo sobre la lucidez escribe que “Dios es el silencio del universo y el hombre el grito que da sentido a ese silencio”, o aquella otra, más contundente aún, en que señala que “si todos fuéramos ateos, viviríamos en una sociedad más pacífica”.

No es raro que Eco mencione a Lenin y a Stalin como “descreídos” y acto seguido recuerde a Ratzinger que muchos nazis, fascistas y falangistas fueron católicos fervorosos. En unos y otros se produjo esa dañina religiosidad política que transforma la ideología en fe, el pensamiento en dogma, la literatura en propaganda y la política en terror.

Tampoco es raro que Eco encuentre en los momentos de mayor beligerancia atea de Saramago el maniqueísmo de las filípicas. El maniqueísmo era, por cierto, uno de los elementos distintivos de la novela de folletín del siglo XIX –y de las telenovelas actuales- que Eco teorizó en su temprano estudio sobre Los misterios de París de Eugene Sue.

En aquel ensayito, Socialismo y consolación (Barcelona, Tusquets, 1970), Eco, de la mano de Marx y Engels, sostenía que la depurada técnica de comunicación literaria con un público masivo, concebida por Sue, descansaba sobre una “estructura de la consolación” que aliviaba el sufrimiento de la población pobre europea. La agresividad de los blogs podría cumplir, hoy, una función similar a la del opio de las religiones y la consolación del folletín.

martes, 13 de octubre de 2009

Crítica y biografía



Hace algunos años el historiador colombiano Eduardo Posada Carbó, profesor de la Universidad de Oxford, escribió para la Revista de Occidente un inteligente artículo sobre el entramado de ficción y realidad que había en las memorias de Gabriel García Márquez, Vivir para contarla (2002). Demostraba entonces Posada Carbó las múltiples inexactitudes o exageraciones históricas sobre el mundo de las compañías bananeras en el Caribe colombiano, o sobre su propia trayectoria personal y familiar, que abundan en las novelas y en las memorias de García Márquez.
Como bien reconocía entonces el historiador colombiano, poco sentido tiene demandarle a García Márquez la precisión de un historiador. A lo que podría agregarse que poco sentido tiene, también, reclamarle apego a una verdad a la propia historiografía, ya que, como advirtiera Roland Barthes en su gran estudio sobre Jules Michelet, la historia, por su infinitud de datos, es inconcebible sin la pifia o el lapsus. La hipermnesia, o capacidad de recordarlo todo, que Borges atribuía a su personaje Funes, el “memorioso”, no son recomendables al historiador. El olvido e, incluso, el error, como decía Renan, son elementos constitutivos de la cultura.
En la biografía que Gerald Martin ha escrito sobre García Márquez es posible encontrar algunos “recuerdos falsos” de su principal fuente: el propio Gabo. Eso no sería cuestionable si admitimos que el universo de García Márquez es siempre la mezcla de realidad y ficción que distingue su ingenio de prosista. El problema comienza cuando la memoria y la literatura del autor de Cien años de soledad operan, ya no como una poética literaria, sino como “la” ideología latinoamericana. Lo que Enrique Krauze critica, en su ensayo “A la sombra del patriarca” (Letras Libres, Año XI, Núm. 130), no es la gran literatura de García Márquez sino su rol como intelectual público latinoamericano. Un rol que no puede ser asumido y, al mismo tiempo, encubierto tras la magia de una poética, ya que el drama de la historia, a diferencia del de la literatura, es real.
El caso de García Márquez presenta al biógrafo un dilema diferente al de Pablo Neruda, Alejo Carpentier y otros escritores comunistas del pasado. Como bien ha escrito recientemente Umberto Eco, a propósito de José Saramago, sólo desde viejos purismos macarthystas se puede condenar a un buen escritor del siglo XX por haber sido comunista. Curiosamente, muchos de quienes no le perdonan a Neruda o a Carpentier su comunismo son los que “comprenden” el fascismo de Pound o el nazismo de Jünger. Pero el caso de Gabo es diferente porque él no ha sido ni es comunista y sus posiciones políticas, dentro de la izquierda latinoamericana, se han caracterizado, más bien, por la heterodoxia.
Krauze es un excelente biógrafo y cuestiona la biografía de Martin en su propio terreno: lo que está en discusión no es la grandeza literaria de García Márquez sino su función como intelectual público. Si García Márquez ha sido y es un crítico de la hegemonía de Estados Unidos en América Latina y, a la vez, un defensor de la democracia –gobierno representativo, pluripartidismo, división de poderes, elecciones competitivas regulares, libertad de asociación y expresión, estado de derecho…- en todos los países de la región, por qué se cuida de no hacer nunca una crítica pública al socialismo cubano. Él mismo confiesa a Martin que comparte esas críticas, pero no las da a conocer por una mezcla de “amistad” con Fidel Castro e instinto de protección del símbolo cubano.
En varios capítulos de su monumental biografía, Martin sostiene que las amistades políticas de García Márquez en América Latina no se han limitado al Panamá de Torrijos, la Nicaragua de los sandinistas o la Cuba de Fidel y Raúl. García Márquez ha tenido buenas relaciones con varios presidentes de Acción Democrática en Venezuela, el PRI en México y con líderes de izquierda y derecha de su natal Colombia. Esas amistades no le han impedido, sin embargo, hacer críticas públicas a las democracias de la región, en las dos últimas décadas, por su evidente incapacidad para construir políticas de Estado que reviertan la pobreza y la injusticia. Las democracias están acostumbradas a que las critiquen, mientras que las dictaduras confunden la crítica con la deslealtad.
Como bien señala Krauze, la relación de García Márquez con un sistema político no democrático como el cubano –partido único, dos líderes perpetuos, economía de Estado, ideología marxista-leninista, control de la sociedad civil y los medios de comunicación- tiene que ver más con el afecto que con la ideología. La pregunta se desplaza, entonces, a si es propio de un intelectual moderno, como García Márquez, que los juicios sobre un país latinoamericano estén subordinados a la amistad con sus gobernantes. La mentalidad “patriarcal”, en la que tanto Krauze como Martin enmarcan la amistad entre Fidel y Gabo, parecería una herencia más del pasado autoritario de la región. Una herencia de caudillos otoñales que tiene poco que ver con la tradición de literatura crítica fundada por Cervantes.

lunes, 12 de octubre de 2009

Luz de Paz


El crítico cubano Enrico Mario Santí, autor de estudios ineludibles sobre José Martí, Pablo Neruda, Fernando Ortiz, José Lezama Lima y otros grandes intelectuales hispanoamericanos, ha reunido en un volumen más de 60 críticas sobre Octavio Paz. La antología recorre cuatro dimensiones fundamentales de la obra de Paz: el poeta, el crítico de arte, el intelectual público y el hombre.
Estas críticas, escritas en el último medio siglo, por autoridades de la literatura occidental, como María Zambrano, Harold Bloom, Nadine Gordimer e Irving Howe, o escritores iberoamericanos de la talla de Mario Vargas Llosa, Juan Goytisolo, Julio Cortázar, Rodolfo Usigli, Juan Gil Albert, Blas Matamoro, José Miguel Oviedo, Pere Gimferrer, Andrés Sánchez Robayna, Juan Malpartida y Guillermo Sucre, juntan un archivo irremplazable sobre la recepción de la obra poética y ensayística de Paz.
Una buena zona de dicha recepción corre a cargo, naturalmente, de los compatriotas del poeta: José Vasconcelos, Jorge Cuesta, Gabriel Zaid, Carlos Monsiváis, José Luis Martínez, Miguel León Portilla, Leopoldo Zea, José Emilio Pacheco, Fernando del Paso, Alejandro Rossi, Alberto Ruy Sánchez, Elena Poniatowska, Christopher Domínguez Michael… La lista, incompleta, alude a una diversidad generacional, ideológica y estética que deshace la imagen de Paz como escritor controversial, sectario o polarizante, creada por cierta opinión de izquierda radical.
Paz aparece aquí como un clásico contemporáneo, leído por muchos y desde muchas perspectivas. Pero no como una figura reverenciada, a la manera de algunos poetas modernistas de fines del XIX o escritores “comprometidos” de mediados del XX. Tampoco responde esa recepción heterogénea a la “dialéctica de la tradición poética” o a la “ansiedad de influencias”, formuladas por el joven Bloom a partir de Shakespeare. Paz no es leído como “maestro” por sus “discípulos” sino como un par, como un semejante, lo cual habla de la gran capacidad dialógica del autor de El laberinto de la soledad.
Entre los críticos de Paz, Santí incluye a cuatro cubanos, uno por cada una de las cuatro secciones del libro: Guillermo Cabrera Infante, José Lezama Lima, Severo Sarduy y el propio Santí. Los cuatro ensayos dicen mucho de la marca que dejó Paz en la vida intelectual cubana, a pesar de su escasa difusión en la isla. El misterio de un legado tan diverso y, a la vez, perdurable, tal vez resida en el tipo de luz que proyecta la obra de Paz: una luz, como dice Santí, “espejeante”.

La luz de la crítica. En uno de los textos que cierra el libro, titulado “De la revolución a la crítica”, Enrique Krauze describe de manera cabal esa luminosidad:

“Heidegger dice en algún lugar que el hombre no puede saltar sobre su propia sombra. Paz fue, en muchos sentidos, un profeta, pero se movió dentro de los paradigmas vigentes durante su larga y fructífera existencia. Fiel a la estirpe orteguiana (derivada en parte del historicismo alemán), se empeñó en buscar la “naturaleza histórica” de los países y, dentro de ella, la significación o el “ser” de cada etapa, de cada movimiento. La historia como un libreto que no sólo admite una indagación de significados últimos, sino que, de hecho, la reclama para liberarse de sus fantasmas, para ser libre, para salvarse. Esa visión de la historia (y de la visión en la historia) convoca naturalmente a la poesía: sin “visión poética”, decía Paz, “no hay visión histórica”.

domingo, 11 de octubre de 2009

Libros no leídos




El comentario de un lector de este blog me hizo volver a hojear un libro leído el año pasado: Cómo hablar de los libros que no se han leído (Anagrama, 2008), de Pierre Bayard. Este psicoanalista y profesor de literatura francesa de la Universidad de París VII sostiene que, contrario a lo que podría imaginarse, el mundo editorial, de la crítica literaria y de las academias filológicas y humanistas está lleno de personas que hablan de libros que no han leído.
Bayard clasifica los libros no leídos en diversas categorías: “desconocidos”, “hojeados”, “evocados”, “olvidados”, “citados” o “de los que se ha oído hablar”. En las primeras páginas de su ensayo, Bayard recuerda al general Stumm, personaje de El hombre sin atributos de Robert Musil, líder del movimiento Acción Paralela, que intenta regenerar a la nación de Kakania, alegoría del imperio austro-húngaro.
Interesado en sustentar intelectualmente su proyecto político, el general Stumm hace una visita a la biblioteca de la ciudad, donde están depositados más tres de millones de volúmenes, y concluye que para leerlos todos necesitaría vivir diez mil años. Angustiado, Stumm interroga al bibliotecario, quien le ofrece la fórmula mágica: para llegar a conocer todos los libros es preciso no conocer ninguno. El bibliotecario le sugiere al general que lea libros sobre libros, catálogos, bibliografías, diccionarios, enciclopedias, revistas de reseñas, para llegar a saber sobre todos los libros sin necesidad de leerlos.
El argumento de Bayard es que la lectura archivística del bibliotecario es más frecuente que lo que los intelectuales están dispuestos a reconocer. Él mismo confiesa no haber leído nunca el Ulises de Joyce y, al mismo tiempo, haberle dedicado varias páginas de estudio. Luego se centra en varios casos célebres de bibliofilia, como Michel de Montaigne, Paul Valéry o Umberto Eco, que han confesado no haber leído o haber olvidado el contenido de ciertos libros que son materia de análisis en sus ensayos.
Valéry, por ejemplo, no leyó En busca del tiempo perdido, a pesar de que dedicó páginas a comparar a Proust con Gide y Daudet. Cuando, en 1927, lo hicieron miembro de la Academia Francesa y debió ocupar el sillón de Anatole France, pronunció un largo discurso sobre la obra de éste último sin haberlo leído. Lo mismo sucede con el “Discurso sobre Bergson” que pronunció, también, en la Academia Francesa, en 1941, donde Valéry anuncia que “no entrará en su filosofía”, cuando es la filosofía el principal aspecto de la obra de Bergson.
En el hermoso capítulo sobre Montaigne, Bayard describe el drama del olvido del contenido de obras de Cicerón, Virgilio, Guicciardini y Du Bellay, que el gran ensayista francés citaba con frecuencia. Y en el dedicado a Umberto Eco se sostiene que casi todos los tratados antiguos y medievales citados en El nombre de la rosa no fueron leídos por el novelista italiano. Con honestidad que se agradece, Bayard concluye que “el sistema coactivo de obligaciones y de prohibiciones tiene como consecuencia haber suscitado un hipocresía generalizada sobre los libros efectivamente leídos”.

sábado, 10 de octubre de 2009

Polémicas de los 60

En los últimos años ha cobrado interés el estudio sobre las polémicas intelectuales de los años 60 en Cuba. Varios estudiosos, dentro y fuera de la isla, están encontrando en aquel decenio los últimos indicios de un campo intelectual ideológicamente plural, como el que había caracterizado a la experiencia cubana desde el siglo XIX. Una de las guerras culturales más intensas de aquella década fue la sostenida entre Ediciones El Puente, proyecto editorial impulsado por el poeta José Mario entre 1961 y 1965, y la primera redacción de El Caimán Barbudo, encabezada por el narrador y filósofo Jesús Díaz. El surgimiento de esta publicación, en 1966, como suplemento del periódico Juventud Rebelde, órgano de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), se produjo en medio de una despiadada represión contra los escritores de El Puente, muchos de los cuales eran homosexuales, negros y mujeres.

Una historiadora de la Universidad de Sao Paulo, Sílvia Cezar Miskulin, acaba de publicar el mejor estudio que se ha hecho, hasta ahora, sobre aquella polémica: Os intelecuais cubanos e a política cultural de la Revolución (Sao Paulo, Alameda Casa Editorial, 2009). Miskulin reconstruye el valioso proyecto editorial de El Puente, que en cuatro años logró publicar cerca de cuarenta títulos, algunos, como De la espera y el silencio (1961) del propio Mario, Algo en la nada (1961) de Gerardo Fulleda León, Silencio (1962) de Ana Justina Cabrera, Las fábulas (1962) de Ana María Simo, El orden presentido (1962) de Manuel Granados, Santa Camila de la Habana Vieja (1963) de José R. Brene, Teatro (1963) de Nicolás Dorr, Tiempos del sol (1963) de Belkis Cuza Malé, Amor, ciudad atribuida (1964) de Nancy Morejón o Isla de güijes (1964) de Miguel Barnet, de referencia obligada para el estudio de la literatura cubana más joven de aquella época.

Miskulin retrata la agresividad con que El Caimán Barbudo reaccionó contra aquel proyecto editorial relativamente autónomo. En su polémica con Ana María Simo, Jesús Díaz caracterizó a El Puente como un “fenómeno erróneo política y estéticamente” y cuestionó la moralidad “disoluta” de sus autores, término que fue leído como declaración sexista, homófoba, elitista e, incluso, racista. La persecución y estigmatización de los escritores de El Puente, emprendida por el Estado cubano, tuvo a su favor el indudable talento y el apasionado vanguardismo de jóvenes escritores, estudiados por Miskulin, como el propio Díaz, Luis Rogelio Nogueras, Guillermo Rodríguez Rivera, Orlando Alomá, Eduardo Heras León, Raúl Rivero o Víctor Casaus.
El estudio de Miskulin no es maniqueo ni ignora que hubo víctimas del Estado cubano en ambos grupos generacionales. Pero al enmarcarse, un tanto rígidamente, entre 1961 y 1975, quedan desdibujadas las divergentes evoluciones políticas de muchos de aquellos intelectuales a partir de los años 80 y 90. Este valioso libro nos persuade de que las guerras de la memoria, que vive la cultura cubana actual, no pueden librarse por medio de la mutilación de biografías, pero, tampoco, de una interesada o involuntaria negación del carácter cambiante y, por momentos, paradójico de las posiciones políticas de los escritores, aún bajo un régimen no democrático.

jueves, 8 de octubre de 2009

Modo de producción asiático




Además de poeta cubano, entre los mejores de su generación, Emilio García Montiel es uno de los más reconocidos estudiosos de la cultura japonesa en Iberoamérica. Con una Maestría en El Colegio de México y un Doctorado en la Universidad de Tokio, García Montiel se ha ubicado en el más alto nivel de los estudios japoneses en esta parte del mundo.
Su tesis de Maestría en El Colegio de México, Muerte y resurrección de Tokio (Colmex, 1998), es un texto fundamental entre los conocedores de la historia de la arquitectura y el urbanismo contemporáneo japonés. El más reciente título de García Montiel, en colaboración con otro niponólogo cubano, Amaury A. García Rodríguez, se titula Cultura visual en Japón. Once estudios iberoamericanos (Colmex, 2009).
El libro coordinado por García Montiel y García Rodríguez reúne a los más autorizados expertos de la cultura japonesa en Iberoamérica –toda una hazaña en materia de redes intelectuales. Pero, además, se trata de un volumen que no se ciñe a la historia del urbanismo o la arquitectura de la modernidad japonesa, el tema más trabajado por García Montiel, sino que abarca el tratamiento visual, en Japón, de buena parte de los aspectos de la vida globalizada contemporánea.
Aquí se estudian la erótica y el budismo, la comedia infantil y el sincretismo religioso, la cerámica del té y el imaginario bélico, la propaganda nacionalista, la cultura mediática y el movimiento feminista bajo una sociedad machista. Un poco en la línea del texto clásico de Junichiro Tanizaki, El elogio de la sombra (1933), los autores vuelven, a veces sin querer, sobre la singularidad estética del mundo japonés. Un verdadero dolor de cabeza para la gran tradición de la filosofía del arte occidental desde Baumgarten hasta Bloom, pasando por Kant y Marx.

El escritor lector


Hay escritores que entienden la literatura como una artesanía o un oficio, cuyos misterios se develan fuera de la literatura misma. Escritores a la manera de Gabriel García Márquez, Ernest Hemingway o Roberto Bolaño, para los que el arte de la narración era, casi, un don natural, abastecido por un puñado de lecturas básicas, sobre todo, de los grandes maestros de la novela francesa y rusa del siglo XIX.
El escritor lector sería un arquetipo diferente al del escritor artesano, por muy virtuosa que pueda llegar a ser su narrativa. Los casos de Jorge Luis Borges, Claudio Magris, Ricardo Piglia o Enrique Vila Matas podrían servir para ilustrar esa idea de la literatura como práctica lectora. Escritores que leen para escribir, que escriben sus propias lecturas y que mezclan lo escrito y lo leído en un discurso referencial, signado por el comentario o la glosa.
El novelista mexicano Juan Villoro es un escritor lector. Los ensayos de Villoro, Efectos personales (Anagrama, 2000), presentaban a un contemporáneo que exponía sus deudas con los maestros del siglo XX: Nabokov, Calvino y Bernhard, Rulfo, Monterroso y Pitol. Su nuevo libro, De eso se trata (Anagrama, 2008), va más atrás: a los orígenes de la novela moderna en Cervantes y Shakespeare, en Goethe y Rousseau.
Una de las mayores virtudes de estos ensayos es, por decirlo así, su heterodoxia lectora. Villoro lee a dramaturgos como Chéjov y a poetas como Yeats, convencido de que la lectura, a diferencia de la escritura, carece de géneros. El escritor lector es omnívoro por naturaleza, ya que los textos tienen para él un valor no determinado por la ficción o la lírica, la fábula o el drama.
La desembocadura de estos ensayos de Villoro es, una vez más, la gran narrativa del siglo XX: Hemingway, Lowry y Lawrence, Onetti, Bioy Casares y Saer. El ensayo sobre Onetti, titulado “Fisonomía del desorden”, es un recorrido zigzagueante y seguro entre El pozo y Los adioses. Una frase de Villoro sobre Onetti –“la personalidad literaria de Onetti implica una entrega radical a la literatura. No hay un afuera. El mundo es el libro”- podría aplicarse también al autor de El testigo y El disparo de argón.

miércoles, 7 de octubre de 2009

La inmunidad del arte

Roman Polanski vive hoy en una cárcel de Zurich. Pasa el día en una pequeña celda, solitaria, con televisión por cable, lavabo, inodoro y una pensión de tres euros diarios. Su esposa, la actriz Emmanuelle Seigner, lo visita una vez por semana. El crimen por que se le acusa, violación de una menor, sucedió hace 32 años, pero se agranda a medida que crece la difusión de una cultura sexual igualitaria en el mundo.
Polanski ha admitido públicamente su pedofilia: “sí, me gustan las jovencitas, como a la mayoría de los hombres. Lo que ocurre es que en Estados Unidos todo aquel que tiene relaciones sexuales con menores de 18 años es un delincuente”. Samantha Geimer tenía 13 años cuando Polanski abusó de ella a cambio de la promesa de convertirla en modelo de la revista Vogue.
La comunidad cinematográfica ha reaccionado contra el arresto de Polanski. Más de 700 actores y cineastas, entre los que se encuentran los directores Martin Scorsese, Woody Allen, David Lynch y Pedro Almodóvar han demandado la liberación de su colega del gremio fílmico. Entre las razones que los mueven a la solidaridad está la idea de que la violación sucedió hace demasiado tiempo y, también, la vieja noción romántica de la inmunidad del arte y los artistas.
¿Cómo puede ser criminal el creador de películas tan perturbadoras o sublimes como El bebé de Rosemary(1968), Chinatown (1974), Tess (1980), La muerte y la doncella (1994) y El pianista (2002)? La estetización de un crimen en el arte es impune, pero su comisión en la realidad siempre puede ser punible. Hace sesenta años, las buenas conciencias europeas se escandalizaron con la pedofilia de la Lolita de Nabokov. Hoy, en cambio, la pedofilia es tolerada en el arte –la demanda contra la filmación de Memoria de mis putas tristes, la novelita de García Márquez, es un anacronismo de la derecha católica mexicana- pero perseguida en la realidad.
Si el gusto de Polanski por las ninfetas hubiera sido una obsesión liberada por medio del cine, como Balthus liberó la suya en la pintura o Lewis Carroll en sus fotografías de Alice Liddel, la musa de Alicia en el país de las maravillas, hoy el creador de Repulsión no sería un convicto, además de uno de los grandes cineastas de la segunda mitad del siglo XX. Vida atormentada la de Polanski: sus padres polacos murieron en los campos de concentración de Mathausen y Auzswitz, su primera esposa, Sharon Tate, embarazada, fue asesinada por la tribu nocturnal de Charles Manson. Él podría pasar una buena temporada en la cárcel.

martes, 6 de octubre de 2009

Biografía y crítica



Desde Vidas paralelas de Plutarco, texto clásico de la tradición republicana, las biografías de héroes fueron concebidas como equilibrios entre virtudes y vicios del biografiado. En algunos contextos y culturas esos equilibrios han sido rotos y la biografía se ha confundido con el panegírico o el vilipendio. Una biografía sin crítica es apología. Una biografía sin admiración puede ser un apóstrofe.
En estos días comienzan a circular en Iberoamérica dos biografías de grandes escritores contemporáneos: Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927) y V. S. Naipaul (Chaguana, Trinidad y Tobago, 1932). Ambos caribeños, pero con visiones muy distintas del Caribe. Ambos extraordinarios narradores, pero con prosas muy diferentes. Ambos, íconos, figuras mediáticas, Premios Nobeles, pero con ideologías y políticas discordantes.
Las biografías de Gabo y Naipaul son igualmente voluminosas: la primera, escrita por el británico Gerald Martin y editada por Debate, Barcelona, tiene 768 páginas. La segunda, también escrita por un británico, Patrick French –Inglaterra sigue siendo la mejor productora de biografías en el mundo-, editada por Duomo Ediciones, Barcelona, tiene 798. Las dos biografías se autotitulan “autorizadas”, pero tratan a sus héroes de distinta manera.
Según Alberto Manguel, en reseña reciente para Babelia, el autor de Una casa para el señor Biswas, El enigma de la llegada y Un recodo del río aparece como un prosista exquisito y meticuloso, con una visión oblicua de la realidad y una admirable fluidez en el tránsito de la ficción a la historia y viceversa. Pero el retrato moral del refinado prosista deja mucho que desear: misántropo, misógino, egoísta, engreído, caprichoso, autoritario, mezquino y hasta “imperialista”.
Los adelantos de la biografía de Martin, aparecidos en el periódico La Jornada (4/ 10/ 09) y en el número de octubre de la revista Nexos, donde se inserta, por cierto, una excelente reseña de Antonio Saborit, nos permiten advertir que, en la biografía de García Márquez, el artista y el hombre quedan retratados con igual admiración. El ingenioso e imaginativo prosista de Cien años de soledad, El otoño del patriarca y Crónica de una muerte anunciada es, a su vez, un esposo y padre modelo y un intelectual de izquierdas.

Con los libros en la mano volveremos sobre ambas biografías. Por ahora, sólo transcribimos este breve pasaje de El otoño del patriarca. Conversaciones con Gabriel García Márquez de Gerald Martin:

“El caso Padilla, como era de prever, había marcado la división de las aguas de la historia latinoamericana durante la Guerra Fría, y no tan sólo en el ámbito de los intelectuales, los artistas y los escritores. García Márquez, a pesar de las críticas de sus amigos –que iban desde acusaciones de “oportunismo” hasta entenderlo como “ingenuidad”- había sido el más coherente desde el punto de vista político de los autores latinoamericanos de primera fila. La Unión Soviética no ofrecía la clase de socialismo que él quería, pero, desde el punto de vista latinoamericano, consideraba que era esencial como baluarte contra la hegemonía y el imperialismo estadounidenses. Esto no era, en su opinión, “partidismo”, sino una apreciación racional de la realidad. Cuba, aunque planteaba un caso problemático, era más progresista que la Unión Soviética, y había de recibir el apoyo de todos los latinoamericanos antimperialistas que se preciaran de serlo, quienes en cualquier caso debían hacer todo lo posible por moderar cualquier aspecto represivo, no democrático o dictatorial del régimen”

lunes, 5 de octubre de 2009

El disidente oficial


El espléndido reportaje de Lola Galán sobre el novelista albanés Ismaíl Kadaré, Premio Príncipe de Asturias de este año, en el último Babelia (3/10/09), ayuda a comprender el extraño caso de un buen escritor de Europa del Este que, a pesar de ser cosmopolita y pro occidental, no siguió el mismo itinerario político de Solzhenitsin, Kundera, Havel y otros disidentes del comunismo.
Kadaré (Gjirokastra, 1936) nunca fue un opositor o un marginal en la Albania comunista y se exilió en 1990, después de la caída del Muro de Berlín. En los años 70 y 80, mientras vivió en Tirana, el novelista contó siempre con la protección del caudillo Enver Hoxha y de su mano derecha, la eminencia gris del comunismo albanés, Mehmet Shehu, cuyo hijo, Bashkim, también escritor, terminaría siendo el principal discípulo de Kadaré. Como se lee en El accidente (Madrid, Alianza, 2009) la crítica actual de Kadaré no se dirige, fundamentalmente, contra el pasado comunista sino contra la transición iniciada en los 90.
Algunas novelas anteriores de Kadaré, como El general del ejército muerto, una narración histórica sobre unos soldados italianos, en busca de los restos de sus compañeros, en Albania, entonces posesión italiana, habían agradado a la nomenklatura de Tirana por su mezcla de patriotismo y sofisticación. Cuando comenzó a ser editado en Francia y a ser reconocido en Occidente, Kadaré aprendió a utilizar su prestigio como protección, frente a los sectores más ortodoxos del régimen albanés, y, a la vez, como moneda de cambio, a favor de su autonomía, en la inevitable relación con los burócratas “aperturistas”, interesados en proyectar una imagen más abierta de Albania.
El novelista aprovechó ese status de “intocable” para desarrollar una literatura alegórica, llena de simbolismo y, a la vez, comunicativa con el lector occidental, en la que se hacían sutiles alusiones críticas al régimen albanés. El sucesor, El concierto, El largo invierno y, sobre todo, El palacio de los sueños, una ficción kafkiana que cuenta la historia de una dictadura que crea una institución gubernamental para vigilar y castigar los sueños de libertad de sus ciudadanos, reprimiéndolos de acuerdo con su mayor o menor peligrosidad, son novelas que ejercen ese tipo de crítica simbólica, tan frecuente en sistemas políticos cerrados.
El caso del Kadaré que residía en Tirana, no tanto el que se exilia en París a partir de los 90, viene a confirmar la tendencia de los regímenes del “socialismo real” a tolerar e, incluso, constituir disidencias oficiales. En su polémico libro Contra la censura (2007), J.M. Coetzee observa esa tendencia, aún, en los casos más dramáticos de Mandelshtam y Solzhenitsin, quienes, a diferencia de Kadaré, sufrieron cárcel y estigmatización por sus ideas.

domingo, 4 de octubre de 2009

Cintio Vitier en San Juan

Arcadio Díaz Quiñones, el importante estudioso de la literatura hispanoamericana, profesor de la Universidad de Princeton, recibió a Cintio Vitier y Fina García Marruz en San Juan, Puerto Rico, en 1979. Autor de títulos imprescindibles sobre la historia intelectual del Caribe e Hispanoamérica, como La memoria rota: ensayos de cultura y política (1993), El arte de bregar (2000) y Sobre los principios. Los intelectuales caribeños y la tradición (2006), Díaz Quiñones escribió, además, una interesante entrevista con Vitier, a propósito de aquella visita, y un ensayo muy pertinente sobre la obra del autor de Lo cubano en la poesía, bajo el título de Cintio Vitier: la memoria integradora (1987). A continuación reproduzco la nota que Díaz Quiñones envió a este blog cuando supo la noticia del fallecimiento de Vitier en La Habana:






Cintio Vitier en San Juan

Es correcta la afirmación de que Vitier elevó la crítica de la poesía al nivel intelectual de la historia o la filosofía. Fue un gran ensayista, sobresaliente por su profundidad, y hay que verlo en la gran tradición de los poetas-críticos. En efecto, en su caso se trata de la palabra poética como el develamiento de la verdad del Ser, ligado a la influencia de Heidegger y de María Zambrano.

Tuve el privilegio de comprobarlo en los días en que lo conocí personalmente, y que ahora deseo recordar. Lo conocí en julio de 1979, en un modesto hotel de Isla Verde, en su primera visita a Puerto Rico. Él y Fina García Marruz formaban parte de la delegación cultural cubana a los Juegos Panamericanos. Tan pronto pude, pasé a saludarlos. Su presencia en la isla fue una feliz sorpresa para muchos de los que admirábamos al autor de Lo cubano en la poesía. Algunos de nosotros lamentábamos el misterio que durante aquellos años parecía rodear al poeta católico. La inesperada visita me permitió ver a Cintio y a Fina casi diariamente durante unas dos semanas. Organizamos lecturas en la Universidad de Puerto Rico, y tertulias en la casa de Nilita Vientós (quien mucho antes había publicado textos de ambos y de Lezama en la revista Asomante). Asimismo tuvimos un encuentro de poetas, para mí inolvidable, en nuestra casa.

Cintio era una persona muy cordial, y siempre deseoso de conversar. Las entrevistas que se publicaron después como parte de mi pequeño libro sobre su obra son fieles a las conversaciones grabadas. Pero el texto impreso resulta insuficiente al evocar las pasiones literarias y políticas de aquellos diálogos, la ironía y el humor de Cintio, sus afectos, y los sabrosos relatos de relatos de Lezama y de Eliseo Diego. Tendría que hablar también de su alegría al descubrir voces puertorriqueñas reveladoras de un país mucho más complejo que los estereotipos difundidos por la propia Revolución Cubana. Por otra parte, ¿cómo contar su defensa, tan llena de rodeos, de la censura en Cuba, a la vez que defendía laboriosamente la tradición nacionalista republicana de Martí o Mañach? O ¿qué decir de otros momentos más privados y tensos, como la emoción de Cintio y Fina después de una conversación telefónica con su íntimo amigo Julián Orbón, exiliado en Nueva York?

Hay un aspecto importante que ya conocía por Lo cubano en la poesía, pero que quedó muy claro en aquellas conversaciones de 1979. Me refiero a la versión mística y esotérica de la historia, tan ligada a la religiosidad de Vitier. Su conversión al catolicismo parece clave, tanto como la dimensión filosófica de su crítica. La poesía era el fundamento de un saber sobre el mundo, y también una mística política. Ello permitía una nueva fundación de la historia. Vitier parece decir que esa versión secreta y poética tiene la posibilidad de integrar todas las diferencias.

La práctica crítica y la visión política de Vitier estuvieron atravesadas por su religiosidad. Su catolicismo incluía, según vemos en su poesía, la vacilación; pero el poeta fue siempre un fervoroso creyente. Fue creyente también – subrayo la palabra – en la Revolución. Vitier era un buen ejemplo de que cuando un escritor hace crítica, como le gusta decir a Ricardo Piglia, está metido dentro de la literatura, es decir, dentro de las tensiones y de los enfrentamientos.

Estoy seguro que la obra de Vitier será objeto de las relecturas e interpretaciones que merece. Ante su muerte, prefiero recordarlo en su visita de 1979 a la otra isla. Y, sobre todo, una noche en Loíza Aldea, donde la escena de una niña que bailaba la “bomba” afropuertorriqueña fascinó tanto a él como a Fina. De aquella “bomba” destacaron su carácter sacro, que les revelaba, para usar una de sus frases predilectas, la “esencia nacional”. Una escena secreta y marginal, que necesitaba intérpretes y descifradores, como hicieron ellos en dos bellos textos.

Arcadio Díaz Quiñones, Princeton, 2/ 10/ 09.

sábado, 3 de octubre de 2009

Juventud de Constant


En mi último viaje a Barcelona conocí, a través del escritor Iván de la Nuez, a los jóvenes editores de la colección Periférica. El ejemplar que entonces me obsequiaron fue El cuaderno rojo de Benjamin Constant (Lausana, 1767-París, 1830), un relato autobiográfico escrito en los primeros años del siglo XIX, mientras Constant redactaba las novelas prerrománticas Adolphe (1816) y Cécile, que se editó, póstumamente, en 1851.
Periférica es, como la mexicana Sexto Piso, una editorial de jóvenes que publica rarezas bibliográficas del siglo XIX. Así como los jóvenes bibliófilos mexicanos se interesan por poco conocidos escritores europeos de aquella centuria, como Walter F. Otto, Jules Barbey d’Aurevilly, William Beckford y George Brandes, estos bibliófilos extremeños publican La nieve, uno de los relatos escritos por Johanna Schopenhauer, la madre del conocido filósofo, o las notas Sobre arte y literatura del moralista francés Joseph Joubert.
El librito de Constant, traducido por Manuel Arranz, cuenta la infancia, adolescencia y juventud de este importante pensador político entre 1767 y el estallido de la Revolución Francesa en 1789. La vida itinerante de Constant, entre Lausana, Bruselas y diversas ciudades de Alemania, Suiza, Bélgica, Holanda e Inglaterra tenía el componente sedentario de los pesados baúles de libros y el melodrama de sus tortuosos romances.
En El cuaderno rojo, Constant cuenta sus amores con mujeres, casi siempre ilustradas y mayores, a quienes agradece la velocidad de su formación intelectual, como Madame Trevor, Madame Pourras o Madame de Charrièrre. Larga lista a la que luego se sumaron Minna von Cramm, su primera esposa, Madame Staël, Charlotte de Hardenberg, su segunda esposa, la actriz Julie Talma y la célebre anfitriona de salones literarios, Madame Récamier.
La lectura de este relato, profuso en viajes, reyertas, amoríos y confesiones, produce un efecto humanizador sobre la figura de Constant, quien ha sido mucho más leído como el gran tratadista del gobierno representativo, la política constitucional y la “libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”. No sería descabellado encontrar en el ejercicio de la primera persona, que caracteriza la prosa del joven Constant, un punto de partida de su retórica como parlamentario liberal bajo el reinado de Carlos X.
Una cita de Émile Faguet, transcrita por Arranz en el prólogo, perfila a Constant como el Inconstante: “liberal pesimista, escéptico dogmático, ateo obsesionado con la religión, inmoral moralista, arbitrario defensor de la ley y el orden”. A estas paradojas habría que agregar una más, relacionada con la escritura: Constant fue, a la vez, un excelente narrador, un agudo filósofo y un tratadista persuasivo.

viernes, 2 de octubre de 2009

Yago o la calumnia


En un ya viejo estudio, La calomnie. Relation humaine (1968), Michel Adam utilizaba la figura de Yago, personaje del Otelo de Shakespeare, como arquetipo. El principal impulso del calumniador, decía Adam, es el control o la posesión del calumniado. Yago, que se siente miserable, quiere a toda costa degradar a Desdémona para dominarla y, a la vez, no sentirse tan solo en su degradación. “Cuando la soledad del calumniador se vuelve agobiante, quiere poder compensar su desesperación recuperando una certidumbre: el dominio sobre el otro, probar que éste no puede ser más que un malvado”.
El libro de Adam apareció en medio del mayo francés, cuando la opinión pública aún respondía a cierto orden normativo, heredado del civismo moderno y reforzado por la polarización ideológica de la Guerra Fría. Algunos estudiosos de la prensa norteamericana han observado fenómenos de autocensura, entre los años 50 y 70 del pasado siglo, generados por leyes contra la difamación que permitían demandar a periódicos y medios por sumas extraordinarias.
En la Gran Bretaña el record se fijó en 2 millones de libras, durante el litigio entre Lord Aldington y un sobrino nieto del escritor ruso León Tolstoy. El año pasado dicho record estuvo a punto de ser batido por Robert Murat, el sospechoso de la desaparición de la niña Madelaine McCann, quien interpuso una demanda por difamación a doce medios británicos, reclamando una indemnización de 2 millones y medio de euros. Los medios demandados llegaron un arreglo con Murat por la suma de 715 000 euros.
¿Qué pasará con la calumnia en la era digital? Los medios electrónicos producen una democratización, saludable en muchos aspectos, pero incodificable desde el punto de vista moral y jurídico. El lenguaje del calumniador y el calumniado, contrario a lo que pensaba Adam, se asemejan cada vez más –ver, por ejemplo, la actual querella entre Sarkozy y Villepin en Francia. Cuando el mundo digital se mezcla con la ausencia de estado de derecho y el déficit de cultura cívica, como en tantos países latinoamericanos, la difamación se vuelve rutinaria e impune.

jueves, 1 de octubre de 2009

Un pensador de la poesía




Acaba de morir en su ciudad Cintio Vitier (Key West, 1921-La Habana, 2009), uno de los grandes intelectuales cubanos del siglo XX. Hijo del importante filósofo y educador republicano Medardo Vitier (1886-1960), Cintio fue, tal vez, quien, de manera más resuelta, elevó la crítica literaria y, especialmente, la crítica de la poesía cubana al nivel intelectual de la historia o la filosofía en la isla.

Poeta él mismo, Vitier convirtió la poesía en un documento que debe ser leído filosóficamente, como recomendaban Martin Heidegger y su admirada María Zambrano. Los ensayos de Experiencia de la poesía (1944), La luz del imposible (1957), Lo cubano en la poesía (1958), Poética (1961) y Crítica sucesiva (1971) estarán siempre ahí para cualquier cubano que, al margen de divergencias ideológicas y políticas, sea capaz de reconocer lo que es tomarse en serio la literatura y pensarla como una forma de saber y expresión del género humano.

A continuación reproduzco el soneto que, en la “Primera Glorieta de la Amistad”, dedicó José Lezama Lima a quien fuera uno de sus más cercanos amigos:


Se nos fue la vida hipostasiando,
Haciendo con los dioses un verano.
Viene el ictus a la choza cantando
El efímero y los dioses de la mano

Queríamos la carne de los dioses,
El aliento, el pneuma ya guerrero.
Estaba en el malvado mandadero
El intelligere del Bosco de los goces

Unía el río la piedra con el alma;
La estrella en la fibra de la palma
Sonríe la bisagra de dos mares.

¿Pesa el conocimiento como cae el brazo?
El aliento y el bostezo divino enlazo
Si el pez y el relámpago son pares.