Entre 1962 y 1966, John William Cooke, representante del peronismo ante la juventud argentina radicalizada por la Revolución Cubana, pidió en varias ocasiones a Perón que abandonara el Madrid de Franco y pusiera residencia en La Habana, nueva "meca revolucionaria". La última vez que hizo aquella solicitud, Cooke a su jefe, fue en enero de 1966, cuando el joven peronista participaba en la Primera Conferencia Tricontinental de La Habana. Según Cooke, la causa revolucionaria en América Latina, a pesar de la reproducción de las guerrillas, estaba estancada, sobre todo, por las diferencias entre la izquierda populista y la comunista. "El único hecho que puede volcar las condiciones -decía- es que Ud. abandone España y se vaya a Cuba. A vivir sería lo ideal; en todo caso, por un tiempo, para luego fijar residencia en algún otro país liberado".
Entre las múltiples razones que Cooke exponía a Perón, para justificar su insistente propuesta, había una, que no debió agradar del todo a sus anfitriones cubanos. A pesar de admirar profundamente a la Revolución Cubana y a sus líderes, especialmente al Che Guevara y a Fidel Castro, el joven argentino no consideraba a ninguno de estos capaces de unificar a todas las fuerzas revolucionarias latinoamericanas por su falta de experiencia, la pequeñez de la isla caribeña o por su necesaria relación de entendimiento con la Unión Soviética. En el noveno punto de su larga propuesta, decía quien hablaba como la voz de Perón ante los diversos grupos de la izquierda populista, nacionalista y socialista, reunidos en La Habana en 1966:
"Fidel Castro es el líder revolucionario que más despierta el sentido antimperialista en el continente. Pero su fuerza se reduce, en términos concretos de efectivos humanos, a una isla poco habitada. No hay ningún movimiento en el continente comparable al peronismo en cuanto a número, ni otro líder que pueda jugar el papel que Ud. debe jugar. Cárdenas está viejo y el engranaje del partido oficial de la Revolución Mexicana lo tiene anulado. Brizola es demasiado nuevo y sus fuerzas son todavía escasas, sin cohesión. Juliao es un líder regional, con fuerza solamente en la zona norteña, y sin organización ni siquiera allí. En otras palabras: hay un liderazgo continental que Fidel no puede desempeñar por sí solo, desde que le falta base en el territorio continental, y que Ud. es el único que puede compartir aportando base numérica en tierra firme y despejando los equívocos de la propaganda imperialista: tanto la que desnaturaliza el peronismo desconociendo su entraña revolucionaria como la que reduce a la Revolución Cubana a sus formas comunistas. Su presencia retemplaría los ánimos del peronismo y sería un estremecimiento en toda América Latina, con nosotros y los cubanos uniendo las fuerzas respectivas compensándonos mutuamente las debilidades".
Libros del crepúsculo
jueves, 26 de abril de 2018
martes, 17 de abril de 2018
La "revolución", según peronistas y guevaristas
Las tensiones y fracturas entre una idea populista y otra marxista de la Revolución, en América Latina, durante la Guerra Fría, tienen en la correspondencia entre Juan Domingo Perón, desde el exilio, primero en Ciudad Trujillo y luego Madrid, y su agente en La Habana, John William Cooke, uno de sus documentos fundamentales. Aunque Perón era para entonces inquilino de dictadores amigos de Fulgencio Batista, como Marcos Pérez Jiménez, Rafael Leónidas Trujillo y Francisco Franco, las primeras declaraciones del líder argentino sobre la Revolución Cubana fueron favorables. A su lugarteniente y discípulo Cooke le gustaba citar una frase peronista de 1959: "la Revolución Cubana tiene nuestro mismo signo".
Cooke escribe varias cartas a Perón desde La Habana, entre 1960 y 1962, que trasmiten claramente la radicalización socialista de la juventud peronista. Primero le dice que La Habana es la "meca revolucionaria", iniciando un plan de traslado del dirigente argentino a la isla que nunca llegó a concretarse. Cuando comienzan las nacionalizaciones y confiscaciones de medios de prensa, en la primera mitad de 1960, Cooke dice algo muy revelador. Sin autodenominarse todavía "socialista", la Revolución Cubana estaba planteando una renovación de la izquierda que daba la razón a Perón, frente a sus enemigos en la izquierda moderada o democrática latinoamericana:
Tal vez Cooke tuviera en mente a alguien muy concreto como su compatriota Ezequiel Martínez Estrada, crítico severo del peronismo, quien también por entonces vivía en La Habana y se aproximaba a Cuba por la vía socialista. Perón responde positivamente al entusiasmo de Cooke con la Revolución Cubana, pero hasta un punto. Cuando se produce la declaración oficial del marxismo-leninismo como ideología del gobierno cubano, comienzan las reservas del dirigente argentino. El propio Cooke, involucrado en los proyectos guerrilleros del Che Guevara y Jorge Ricardo Masetti, para 1962, teme, ante un Perón cada vez más receloso, que el control de "los cubanos" sobre las nuevas guerrillas argentinas desvirtúe el proyecto originario del "justicialismo peronista",
jueves, 12 de abril de 2018
Lecturas de Guiteras
Por una entrevista con Delia Echeverría, militante de la Joven Cuba, amiga y pareja de Antonio Guiteras, y por los estudios clásicos de José Tabares del Real y Olga Cabrera, sabemos cuáles eran algunas de la lecturas preferidas del joven revolucionario cubano en los años 20 y 30. En poesía, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Charles Baudelaire, José Asunción Silva, y en prosa, Henri Barbusse y, sobre todo, José Enrique Rodó. No tanto el Rodó de Ariel (1900) sino el de Motivos de Proteo (1909), texto con el que, por lo visto, Guiteras llegó a desarrollar cierta familiaridad.
El único de aquellos escritores que podría ser considerado revolucionario e, incluso, comunista, era Barbusse, un narrador naturalista francés, que en novelas como El fuego (1916) había cuestionado el militarismo y el imperialismo de la Primera Guerra Mundial. Barbusse, junto a Romain Rolland, jugaría un papel central en las redes de la Segunda Internacional y en el movimiento antimperialista europeo, durante los años 20, siendo uno de los principales anfitriones de los encuentros de París en 1924 y Bruselas en 1927.
Para mediados de los 30, cuando algunos defensores europeos de la URSS, como André Gide, comenzaron a criticar el estalinismo, Barbusse se les enfrentó por medio de ditirambos del gran jefe comunista como su biografía Stalin. Un mundo nuevo a través de un hombre (1935). Pero Barbusse, lo mismo que Rolland, proyectaba su simpatía por el estalinismo por medio de un humanismo europeo progresista y, sobre todo, un latinoamericanismo de izquierda, claramente plasmado en sus colaboraciones en revistas como Amauta, dirigida por el marxista peruano José Carlos Mariátegui. Era esto último lo que más interesaba al joven Guiteras.
La poesía y la prosa de Poe, Baudelaire y Wilde, por su lado, formaba parte del archivo literario del modernismo hispanoamericano de fines del siglo XIX. De niño, Guiteras tuvo contacto directo con el inglés y el francés, ya que había nacido y vivido hasta los siete años en Filadelfia. Su madre era norteamericana, de ascendencia irlandesa, y su padre un cubano-catalán, que fue profesor de francés en Pinar del Río y Matanzas. Según el testimonio de Echeverría, Guiteras fue un devoto lector de Poe, Wilde y Baudelaire, en sus lenguas originales, y recitaba de memoria Las flores del mal. No es raro, entonces, que entre los poetas malditos hispanoamericanos, su preferido fuera el suicida Silva.
Puestos a localizar temas de atracción, en todas aquellas lecturas, me inclinaría por uno que atraviesa el poemario de Baudelaire y el ensayo de Rodó: la mutación y el cambio. Lo que en Baudelaire aparecía como "spleen" o "crepúsculo", en Rodó es planteado como una tipología precisa de la renovación social, que debió dejar una marca profunda en Guiteras. Hay en todos los programas políticos elaborados por el socialista cubano, desde los del Directorio Estudiantil en los 20 hasta el de la Joven Cuba en los 30, una dialéctica entre revolución y reforma que desafía cualquier ortodoxia ideológica, sea reformista o revolucionaria, liberal o marxista.
viernes, 6 de abril de 2018
El primer Guiteras y los límites democráticos del nacionalismo
En abril de 1927, cuando era todavía miembro del Directorio Estudiantil Universitario, Antonio Guiteras redactó y firmó un manifiesto en el que se oponía a la prórroga de poderes que impulsaba Gerardo Machado por medio de una serie de reformas a la Constitución de 1901. El documento revela ese constitucionalismo inicial de toda revolución, cuando el cambio es anunciado por medio de la lealtad a un código originario. Según Guiteras, Machado intentaba quebrar el orden constitucional en que se sustentaba la democracia republicana en Cuba.
De acuerdo con aquel primer Guiteras, en 1927 no había necesidad de cambiar la Constitución de 1901, mucho menos para perpetrar "un atentado a las libertades y a la soberanía del pueblo cubano". El joven revolucionario pensaba que la prórroga de poderes estaba siendo negociada con Estados Unidos, para asegurar la continuidad de un gobierno afín a los intereses de una oligarquía entreguista. Si se reformaba la Constitución para perpetuar a Machado, suponía Guiteras, habría menos posibilidades de llegar al poder por la vía electoral en 1928 o en 1932
El momento más interesante del documento llega cuando Guiteras alerta contra el recurso discursivo de Machado y los machadistas de que la prórroga de poderes podría servir para negociar con el gobierno de Estados Unidos la abrogación de la Enmienda Platt. Machado había viajado a Washington y había pedido al presidente Calvin Coolidge el fin del plattismo. Guiteras se adelanta a decir que, aún en ese caso, el autoritarismo es inadmisible. Dicho de otra manera: puestos a elegir entre la democracia constitucional de 1901 y el machadato sin Enmienda Platt, el joven Guiteras se decantaba por la primera opción.
La elección ilustra los límites democráticos del nacionalismo en ciertos momentos de la historia de las revoluciones latinoamericanas. No ha habido una sola revolución en el continente en que no se haya planteado el dilema entre nacionalismo y democracia. En la mayoría o en todos los casos, desde México en 1910 hasta Cuba en 1959, el dilema se resolvió por la vía autoritaria, es decir, subordinando la plenitud de la soberanía nacional a formas restringidas de acceso a los derechos políticos. Guiteras y el Directorio, en abril de 1927, atisban la posibilidad de poner límites democráticos al nacionalismo: hacen de la democracia condición de la soberanía. Al revés de la mayoría de los revolucionarios latinoamericanos del siglo XX.
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