Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

sábado, 30 de abril de 2011

Sábato o el ingenio

Ha muerto el gran escritor argentino Ernesto Sábato (1911-2011), poco antes de cumplir un siglo. El novelista de El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974). El ensayista provocador, por momentos irritante, de Uno y el universo (1945), Hombres y engranajes (1951), Heterodoxia (1953) y El escritor y sus fantasmas (1963). Si hubiera que condensar en una virtud la siempre disfrutable literatura de Sábato, utilizaría la palabra ingenio.
No en el sentido artificioso o forzado del término, que rechazó su admirado Kierkegaard y refutó José Antonio Marina en su Elogio y refutación del ingenio (1992), sino en la acepción espontánea, innata de lo ingenioso. El ingenio era en Sábato un mecanismo de sublimación literaria de la ocurrencia, un procesamiento intelectual del humor por medio de la escritura, que lograba una argumentación veloz y, a la vez, suave, que seducía al lector desde la distancia.
En Sábato, ficción y ensayo se mezclaban con intermitencia –a veces, con impertinencia- haciendo que lo distintivo de su prosa fuera esa explosión de lucidez que estallaba en el cruce de la narración y el pensamiento, como se lee en el inolvidable “Informe sobre ciegos” de Sobre héroes y tumbas. Reproduzco algunas de aquellas viñetas ensayísticas, recogidas en el volumen Ensayos (Sexis Barral, 1996), que dieron sello estilístico a este clásico de la literatura argentina y latinoamericana del siglo XX.







Sobre Güiraldes
Un argentino que pretende utilizar a Marx como maestro sostiene que el Don Segundo Sombra de Güiraldes no existe, que es apenas la visión que un estanciero tiene del antiguo gaucho de la provincia de Buenos Aires. Lo que es más o menos como acusar a Homero de falsificador porque exhaustivos registros llevados a cabo en las montañas calabresas y sicilianas no han dado con un sólo cíclope. Con este mismo criterio de naturalista habría que rechazar a Modigliani por su manía de pintar mujeres con gargantas inexistentes. Pero ¿"inexistentes" dónde? No desde luego en el espíritu del pintor. La diferencia entre Modigliani y una máquina fotográfica es que el arte no es una copia de la mera realidad externa sino un acto ontocreador, más cercano al sueño que al espejo.
Por ahí andaba todavía el modelo que empleó Güiraldes para inventar su personaje. Creo que se llamaba Segundo Ramírez. Los astutos administradores de la fama lo exhibían a los turistas extranjeros. Evité la tristeza de conocerlo, pero aún así puedo asegurar que era un mistificador, porque el auténtico Don Segundo es el mito imaginado por Güiraldes, que misteriosamente reveló un secreto de la condición pampeana. Inmortal, como todos los mitos. Que los sociólogos de la literatura y los profesores de folklore no pierdan el tiempo tratando de desautorizarlo.




Los granos de un montón
Un vicerrector de la universidad de Cambridge, llamado Lightfoot, en época menos inclinada a la incredulidad, mediante un minucioso estudio del Génesis, probó que Adán fue creado el 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo, a las 9 de la mañana. Ahora me entero de que en 1978 se cumplió el milenario de la lengua castellana. Sorprendido por la exactitud, traté de averiguar cómo era la cosa, y la cosa era así: en cierto momento del año 978, un monje de San Millán de la Cogolla, en el margen de un manuscrito en latín, escribió anotaciones en una disparatada jerga románica, ignorando que acababa de inaugurar el castellano. Se me dirá que estoy bromeando, pero no hago sino parafrasear los argumentos que se ofrecen para esta celebración. Porque si no, ¿de qué fecha estamos hablando? No tratándose del esperanto sino de una lengua viva, debemos suponer que el buen hombre no inventó el nuevo idioma, formado durante siglos, poco a poco, torpe y balbuceantemente, por analfabetos que para criar cerdos, enfurecerse con la mujer, pedir la comida y amenazar a los chiquilines no iba a aprender a Cicerón.
Nunca se sabrá cuánto duró este proceso, que algún purista llamaría de corrupción del latín; primero, porque no aduvimos cerca de ese durante algunos cientos de años, y, segundo, porque tampoco puede establecerse cuándo se alcanza la categoría de montón agregando granos de trigo.



Calma, estructuralistas
Hay un tipo de beato del estructuralismo que con gusto aboliría la historia, lo que me parece un poco exagerado, cuando advertimos cómo pasa todo, no sólo el Imperio Romano sino la propia moda del estructuralismo. Esa gente enarbola la sincronía como un garrote y al que sale con antigüedades como ésta, un golpe en la cabeza, mientras se profieren palabras como reaccionario, subdesarrollo y oscurantista.
Pero sí, hombre, ya lo sabemos, desde la época en que estudiábamos matemáticas, en la década del 30, mucho antes de que se nos viniera la moda desde París. ¿Cómo no íbamos a saber que "La pasión según San Mateo" o un gusano son estructuras? Tampoco ignorábamos que era una saludable reacción contra los atomistas, los positivistas y los fanáticos del historicismo. Pero se les fue la mano. Vean con la lengua: una realidad en perpetuo cambio, en la que, tarde o temprano -¡oh, diacronía de las ideas!- hay que aceptar el modesto pero demoledor hecho de la transformación de las estructuras, aunque sea como una sucesión de estados sincrónicos; tarde o temprano hay que admitir que en todo estado de una lengua está oscuramente la energía que conducirá a una nueva estructura.
Bueno, por favor, no es tan deshonroso. En suma, que el estructuralismo es válido haste el momento en que deja de serlo.



Las vulgaridades de la novela
Cuenta Gide en su Journal que Valéry no se decidía a escribir una frase como "La marquise sortit a cinq heures". ¿Y qué prueba eso? Una novela, y hasta una gran novela, está llena de frases tan triviales como ésa, como la vida misma: Hegel también se desayunaba. Además, una ficción es como un continente, en que para llegar a lugares que han de fascinarnos deben atravesarse estúpidas llanuras sin otros atributos que el polvo, el cansancio y la monotonía.
Muchas veces me he preguntado si Valéry no consideró sus impotencias como virtudes. Apuesto a que habría querido escribir el Quijote, que está plagado de marquesas que salen a las cinco. Se pasó la vida hablando de las matemáticas y usando giros de su idioma, que los profanos admiran tanto más cuanto más los ignoran; y sin embargo no pudo aprobar el ingreso a no sé qué escuela por culpa de esas matemáticas. Pascal abandonó a los trece años a esa mujer por la que Valéry suspiró sin poder poseerla. Como para que no escribiera aquella frase rencorosa: "Pascal perdió la oportunidad de darle a Francia la gloria del cálculo infinitesimal".



Y a propósito de Pascal
Es característico que ni él, ni Kierkegaard, ni Nietzsche fuesen filósofos sistemáticos: fueron irregulares, fragmentarios; y tal vez porque en ellos la vida y el misterio son más importantes que la explicación y el sistema. Los tres son emocionales, místicos, atormentados. Devolvieron el pathos al pensamiento, y fueron grandes escritores. Si es cierto que el Absoluto no se alcanza como pretendía Hegel sino por arrebatos y éxtasis, de modo parcial, por pedazos, ellos revelaron vastas regiones de ese misterioso continente.



Psicología con p
Al corregir las pruebas de galera de un libro mio me sorprendí al advertir la grafía "sicológico", donde yo habia puesto "psicológico". Porque aun cuando una editorial se haya jurado una determinada política lingüística, no puede imponérsela a los escritores, que generalmente tienen sus propias ideas sobre el idioma. No ya la dirección de una editorial sino tampoco la propia Real Academia de Madrid tiene derecho a hacerlo, pues al fin de cuentas las normas de ese cuerpo son la consagración de las modalidades impuestas por el pueblo y los escritores.
¿Qué argumentos se pueden oponer a la grafía psi? No, por supuesto, la fonética, ya que la gente culta generalmente la pronuncia así. Y en el caso de que no se la pronunciase, tampoco es un argumento, porque si fuéramos a caer en la locura de escribir las palabras tal como se pronuncian tendríamos que poner payasadas como sológico, asaña y rebolusión, al menos en Buenos Aires.
Por lo demás, que en ningún idioma hay correspondencia entre el lenguaje hablado y el escrito, puesto que el escrito esta fijado por los textos y aquél va cambiando en el espacio y en el tiempo. En alguna parte y en alguna época se pronunciaba o pronuncia "bosque", pero hoy aquí en Buenos Aires decimos "bojque"; del mismo modo, supongo, que en algún tiempo en Francia se decía "mesme", para luego derivar hacia "mejme", y luego a "mehme", para terminar escribiéndose "meme" donde el acento circunflejo indica que allí hubo alguna vez una perecedera ese. Si el lenguaje escrito fuese alterado cada vez que el pueblo y las costumbres fonéticas cambian, sería cosa de no acabar, y una forma más demencial de dividir el territorio lingüístico en parcelas liliputienses: ya que habría que usar una forma para Buenos Aires, con sus "bojques" y "yubias", y otra para Santiago del Estero, con sus "bosques" y "iubias". Pero qué digo, habría que establecer una lengua para el Barrio Norte de Buenos Aires y otra para La Boca.
Todo idioma se aleja de lo escrito. Y algunos, como el inglés, que allí donde escriben Londres pronuncian Constantinopla. Esos investigadores que andan con grabadores han contado no menos de veinte formas de pronunciar la letra o, entre las cuales la más sorprendente es la que figura en la palabra women.
La lengua oral es tan voluble que a veces hasta imita a la escrita, lo que ya es el colmo de vuelta. Así, antes del Renacimiento se escribia y se pronunciaba "oscuro"; pero los eruditos de la época, por escrúpulo etimológico, apuntalaron la palabra con una b. Podría haberse mantenido muda, como corresponde a una momia o un fósil. Pero las enérgicas educadoras lograron que los chicos pronunciaran finalmente "obscuro". Lo que, por supuesto, y si se dejan de lado los golpes, nada tiene de dramático; hay que tomarlo ahora como una costumbre más y no hacer tanto escándalo. De modo que si a un escritor se le da la real gana de escribirlo sin b, hay que respetarlo. Y si no se lo respeta, hay que protestar. Que es exactamente lo que le pasó a Unamuno cuando un pedante corrector le puso en una de sus pruebas: "¡Ojo! ¡Obscuro!", corrigiendo lo que había escrito don Miguel. A lo que, tachando enérgicamente la insolencia, contestó, también al margen: "¡Oreja! ¡Oscuro!"



Vanguardia y progreso en el arte
La palabra "vanguardia" se la vincula al progreso. Pero en el arte no lo hay (cf. Collingwood), como lo revela el auge que en el París de comienzos de siglo tuvo el arte de los negros y polinesios. En el arte hay acciones y reacciones. Corsi y ricorsi. Hay dialécticas de escuelas, ciclos, sempiterna lucha entre lo apolíneo y lo dionisíaco, entre bizantinismo y vitalismo entre complicación y simplificación, entre artificio y naturalidad, entre claro y oscuro, entre violencia y serenidad, entre romántico y clásico. Y no sólo hay sucesión sino contraposición de tendencias o escuelas (Quevedo y Góngora).
Piénsese, dicho sea de paso, qué "avanzado" resultó de pronto el arte hierático de Ramsés II frente al mero naturalismo europeo. Pero esto del progreso es una manía invencible. ¿Cuál era el personaje de Proust que suponía mejor a Wagner que a Beethoven, nada más que porque vine después? Pero no estoy seguro ni del personaje (una mujer, me parece) ni de los músicos.

viernes, 29 de abril de 2011

Fina, ensayista

El Premio Reina Sofía a la poeta Fina García Marruz honra el género más conocido de esta escritora cubana. Género, como ha observado su mejor estudioso –Jorge Luis Arcos-, practicado con una mezcla de virtuosismo y movilidad, de rara persistencia en la poesía cubana e hispanoamericana. Quisiera, sin embargo, recordar, en medio del agasajo a la poeta de Transfiguraciones de Jesús del Monte (1947), Las miradas perdidas (1951) y Habana del centro (1997), a la ensayista habanera.
Son muchos los ensayos admirables de Fina García Marruz, incluidos en volúmenes que hay que tener a la mano como Hablar de la poesía (1986) o Ensayos (2003). Ahí están, como pruebas de su peculiar ejercicio de la prosa -caracterizada por el salto de una referencia a otra, de una analogía a otra, sin perder el horizonte de la mirada- sus textos sobre Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, José Martí o Samuel Feijóo o las especulaciones poéticas de “Lo exterior en la poesía” o “La poesía es un caracol nocturno”.
Hoy quisiera recordar, sin embargo, el magnífico ensayo sobre Francisco de Quevedo , editado en 2003 por el Fondo de Cultura Económica, en México. Como en sus estudios y los de su esposo, Cintio Vitier, sobre José Martí, el tema central de ese ensayo de Fina García Marruz es la tensión entre poesía, moral y política en Quevedo. Pero al tratar el viejo tema del desencuentro entre poética y política, García Marruz procede de manera contraria a sus estudios sobre Martí, es decir, afirmando dicho desencuentro y abandonando todo intento de solución integradora.
El “sentido” más misterioso y perdurable de la obra de Quevedo no se encuentra en sus “desvelos de político” o en sus “esfuerzos de moralista”, sino en su poesía o, más específicamente, en sus versos más conocidos como “mi cuerpo dejarán, no mi cuidado” o “serán ceniza, mas tendrá sentido” o “polvo serán, mas polvo enamorado”. García Marruz se las arregla, sin embargo, para desagregar los roles públicos y secretos de Quevedo, reconciliando a éste con quien, a su juicio, sería una de sus antípodas: José Martí



“Lo que selló Quevedo fue este encontrar un sentido a lo que parecía no tenerlo, que ya no pregunta a la vida -¡Ah de la vida!- que nada le responde, sino que sólo va a encontrar respuesta en esta final alianza del amor y la muerte. Saber que no abdica ni mendiga ante el final anonadamiento. Saber ya no proveniente de la gloria prometida, de la fe que la asegura, ni de la esperanza en que se funda, sino de la videncia y vivencia desvalida del amor mismo. Sentido éste más misterioso que el que pudo atisbar con sus desvelos el político, con sus esfuerzos el moralista, con sus cárceles el predicador. Atisbo ya incomunicable que sólo alcanza a vislumbrar el moribundo –esa mirada de la que dijo José Martí que era “cita y no despedida”-.

jueves, 28 de abril de 2011

Riesgo de la contrahistoria

No siempre aquella seductora propuesta de Walter Benjamin de “pasar el cepillo a la historia a contrapelo” es bien entendida. Para Benjamin, lo mismo que para Tocqueville o Marx, había tramas invisibles en el pasado que debían ser iluminadas por medio de la desmitificación y la crítica. Algunos han interpretado el proyecto benjaminiano como un superficial revisionismo en el que, en vez de complejizar los relatos hegemónicos sobre el pasado, simplemente se les invierte, se les pone de cabeza, preservando las líneas maestras de la narrativa que se cuestiona.
Es el caso, por ejemplo, del reciente libro, Liberalism. A Counterhistory (New York, Verso, 2011), del filósofo italiano, profesor de la Universidad de Urbino, Domenico Losurdo. A partir de relecturas de clásicos del pensamiento liberal (Locke, Burke, Tocqueville, Constant, Bentham, Sieyés…) y de visitas a documentos de algunos estadistas del siglo XIX, sobre todo, norteamericanos y británicos, como Calhoun, Jefferson, Lord Acton o Gladstone, Losurdo llega a la conclusión –nada nueva, por ejemplo, para el marxismo latinoamericano- de que el liberalismo no fue una doctrina de la libertad sino de la esclavitud y el colonialismo.
Es evidente que muchos pensadores liberales de los siglos XVIII y XIX –no todos- defendieron los regímenes coloniales y esclavistas de Europa en las dos Américas y el Caribe. Pero tan evidente como eso es que las ideas liberales impulsaron los movimientos independentistas y abolicionistas en esas mismas regiones, desde la Revolución Haitiana, en 1791, hasta la consumación de las independencias hispanoamericanas, en 1823. Una historia del liberalismo occidental que excluya la tradición liberal latinoamericana del siglo XIX no es, no puede ser, una contrahistoria.
Con el fin de identificar liberalismo, colonialismo y esclavitud, Losurdo borra la gran corriente abolicionista y anticolonial del propio liberalismo europeo, que va desde Thomas Clarkson en Gran Bretaña hasta Víctor Hugo en Francia. Y junto con esta última, desconoce el pensamiento de republicanos latinoamericanos como Simón Bolívar, a quien comenta de pasada, Fray Servando Teresa de Mier o José Martí, y de liberales como José María Luis Mora o Domingo Faustino Sarmiento, a quienes ni siquiera menciona.

martes, 26 de abril de 2011

Jefferson, Hardt y la transición

La editorial Akal, en Madrid, ha rescatado la edición que hace algunos años hizo el neomarxista –más bien, neoleninista- norteamericano, Michael Hardt, de La Declaración de Independencia y otros textos de Thomas Jefferson, para la editorial Verso de Nueva York. Hardt, coautor con Tony Negri de dos best sellers de la izquierda teórica actual, Empire y Multitude, vindica a uno de los padres fundadores de Estados Unidos, referencia acendrada del republicanismo y el liberalismo occidentales, como fuente del pensamiento “revolucionario” contemporáneo. Más aún, como lectura obligada a la hora de desarrollar cualquier enfoque socialista sobre la “transición”.
A partir de la defensa que Jefferson hizo de la revuelta del granjero Daniel Shays, en 1786, en medio del proceso constitucional que culminaría al año siguiente, cuando era representante diplomático en Francia, Hardt encuentra el raro caso de un constitucionalista liberal y republicano que, a la vez, no reniega del derecho a la rebelión contra poderes constituidos. Lo distintivo de Jefferson, según el leninista Hardt –quien no parece dar demasiada importancia al hecho de que el patriota norteamericano fuera dueño de esclavos y no respaldara la abolición- es que fue capaz de defender, a la vez, las leyes y la revuelta.

“Hoy en día, cuando los revolucionarios empiezan a hablar sobre una transición, es mejor tener cuidado: posiblemente estén intentando engañarte. No obstante, el pensamiento de Jefferson plantea una nueva concepción de la transición que puede ayudar al pensamiento revolucionario a superar los obstáculos que afronta en la actualidad. De un modo provocativo, une la Constitución y la rebelión, por un lado, con la transición y la democracia, por otro. En otras palabras, para Jefferson la acción revolucionaria debe desarrollarse sin cesar, reabriendo periódicamente el proceso constitucional, y la población debe ser formada en la democracia mediante la práctica de la democracia”.

lunes, 25 de abril de 2011

Gonzalo Rojas contra la muerte

CONTRA LA MUERTE
Gonzalo Rojas
(Lebu, 1917-Santiago de Chile, 2011)

Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa.
No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día.
Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y siniestra con tal de prosperar en mi negocio.

No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad
en mitad de la calle y hacia todos los vientos:
la verdad de estar vivo, únicamente vivo,
con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo.

¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?

Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme
de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo.

No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
pero no puedo ver cajones y cajones
pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto
llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
todavía caliente la sangre en los cajones.

Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro
la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy una cabeza inútil
lista para cortar, pero no entender qué es eso
de esperar otro mundo de este mundo.

Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.

miércoles, 20 de abril de 2011

Choque de generaciones

El cambio tecnológico introducido por la cultura digital en las dos últimas décadas está generando un choque generacional tan o más intenso que el que se produjo entre los años 50 y 70, cuando la gran reproducción de la sociedad de consumo que siguió a la segunda postguerra, enfrentó a jóvenes y viejos. Entonces lo que enfrentaba era el rock and roll, las drogas, el amor libre, el pacifismo, Ginsberg y Kerouac, Warhol y The Beatles… Nuevos usos y costumbres culturales, que propiciaban una tensión, fundamentalmente, moral.
En algunas películas de la época, como Rebelde sin causa (1955) de Nicholas Ray, protagonizada por James Dean y Natalie Wood, o Al este del paraíso (1954) de Elia Kazan, también estelarizada por Dean y basada en la novela homónima de John Steinbeck, o, más claramente, en The Wild One (1953) de Laszlo Benedek, actuada por Marlon Brando y Lee Marvin, adaptación de un relato de Frank Rooney, se escenifica aquel choque generacional. El pueblo al que llega Brando con su ejército de motociclistas y rockandrolleros parecía habitado, sólo, por ancianos y muchachas. Las leyes que desafiaban los jóvenes, en el cortejo de las muchachas, eran patrimonio de los viejos.
Hoy el choque generacional es tecnológico, pero tampoco deja de tener implicaciones morales. En el film Red Social (2010), de David Fincher, se observa el momento de la nueva fractura durante la escena en la que Mark Zuckerberg se enfrenta a profesores y funcionarios de Harvard con el argumento de que él, sin recursos y desde su pequeña habitación en el campus, ha violado el sistema de seguridad electrónica de la universidad y ha revolucionado el mundo de la comunicación digital. La dimensión moral del desafío tiene, a su vez, un elemento histórico: la superioridad de Zuckerberg parte del hecho de reconocerse como una criatura de la era digital, mientras que sus profesores pertenecen al viejo mundo de la palabra impresa.

domingo, 17 de abril de 2011

Mala sangre


Leo en El País Semanal de hoy un reportaje de Jacinto Antón a propósito de Katrin Himmler, la sobrina nieta de Heinrich Himmler, el genocida nazi, quien acaba de publicar una biografía de la familia de su abuelo, titulada Los hermanos Himmler. Biografía de una familia alemana (2011). Katrin estudió Ciencias Políticas, vive en Berlín, se casó con un judío de Israel, descendiente de sobrevivientes del gueto de Varsovia, tiene muy claro que su abuelo y su hermano fueron dos de los grandes genocidas del siglo XX, viaja con frecuencia a Tel Aviv y colabora con varias instituciones internacionales encargadas de registrar la memoria del holocausto.

Cuando Antón le pregunta si se ha relacionado con otros nietos de jerarcas del nacionalsocialismo alemán, Katrin responde: “Conocí a Bettina Goering, la sobrina nieta del mariscal; ella y su hermano decidieron esterilizarse para no pasar a otra generación la sangre del adlátere de Hitler. No lo entiendo, es tan parecido a lo de los propios nazis, la idea de la mala sangre, la teoría de la herencia racial. Me aterra”.