Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

martes, 24 de diciembre de 2024

Sobre el discurso de odio



La editorial Grano de Sal, que dirige Tomás Granados, ha traducido y editado el libro Odio público. Uso y abuso del discurso intolerante (2024), del filósofo italiano Corrado Fumagalli, profesor de la Universidad de Génova. Se trata de un ensayo de urgente lectura en cualquier país, pero sobre todo en aquellos gobernados por líderes o partidos convencidos de que una hegemonía se edifica sobre la destrucción del prestigio de sus rivales. 
 Fumagalli propone una tipología genérica del discurso de odio, que incluiría la concepción legalista, la ordinaria y la política. La primera tiene que ver con la delimitación de aquellas incitaciones públicas al odio que deberían ser penalizadas y las que no. La segunda corresponde a la visión más generalizada que pertenece al ámbito de lo tolerable o lo intolerable en la moralidad pública. La tercera, en cambio, es la que se refiere específicamente a los usos y abusos de la descalificación y la estigmatización en la lucha política. 
 En la primera acepción, Fumagalli destaca el aumento de mecanismos punitivos para coaccionar las expresiones de racismo, machismo, homofobia o xenofobia que se reproducen en el mundo como consecuencia, en buena medida, del ascenso de agrupaciones y liderazgos que basan sus programas de gobierno en la exclusión de sujetos con identidades marginalizadas o discriminadas. La segunda acepción, sostiene el filósofo italiano, es la que se encuentra en una situación más precaria en términos de normatividad global, regional o nacional, ya que implica cualquier posicionamiento en contra de otros en la esfera pública. 
Una esfera pública radicalmente pluralizada y diseminada por la revolución tecnológica y digital del siglo XXI. Cómo normar y penalizar el odio en las redes sociales, por ejemplo, sería una pregunta básica en ese segundo nivel del fenómeno. La concepción propiamente política del discurso del odio, la más peligrosa potencialmente, por poder desembocar en exclusiones fatales, como la cárcel, el éxodo o la ejecución, es la que tiene que ver con el conflicto político. 
Fumagalli es autor de algunas páginas clarísimas sobre la diferencia sustancial entre un grafiti, una caricatura, una crítica en las redes sociales o un artículo de opinión y un llamado a la limitación de derechos de ciudadanos desde un gobierno o una oposición. En contextos democráticos, esta última modalidad tiende a ser mejor identificada en los gobiernos que en las oposiciones, ya que se atribuye a las segundas una desfavorable condición subalterna. En contextos autocráticos, sin embargo, se llega a producir el fenómeno contrario: muchas veces los mandatarios o los partidos gobernantes se presentan como víctimas del odio opositor. 
 No es algo que estudia, ni tendría por qué estudiar Fumagalli, pero en países donde un mismo grupo controla el poder por décadas o un presidente puede reelegirse indefinidamente, como Cuba, Venezuela o Nicaragua, se ha vuelto habitual que el discurso oficial llame “odiadores” a los opositores, sean estos militantes de partidos políticos, intelectuales, artistas o activistas cívicos. En algunos gobiernos antidemocráticos, como el ruso, se han llegado a tipificar las diversas formas en que una crítica pública al régimen de Vladimir Putin llegaría a constituir un crimen de odio contra Rusia, la religión ortodoxa o el Kremlin. 
Allí la intolerancia del poder se desdobla en una victimización oficial frente a la crítica opositora. Se trata de un fenómeno cada vez más frecuente, a todos los niveles de la sociedad, también en sólidos sistemas políticos democráticos. Sobran los actores sociales con suficiente poder, en una empresa, una iglesia o una universidad, para presentarse como víctimas de un discurso de odio. Cuando eso sucede, nos dice Corrado Fumagalli, asistimos a una situación de intolerancia tolerada o, lo que es lo mismo, a una normalización del odio.

domingo, 22 de diciembre de 2024

Bloch contra todas las derrotas




El presidente de Francia, Emmanuel Macron, anunció el ingreso al Panteón nacional, del historiador Marc Bloch, fundador de la escuela de los Anales y autor de algunos títulos de la mejor historiografía del siglo XX. En un acto de conmemoración por los 80 años de la liberación de Estrasburgo, Macron habló de la “lucidez vigente” del historiador judío-francés, torturado y asesinado por la Gestapo en las afueras de Lyon en 1944. 

 Con Lucien Febvre, Bloch fue fundador de una historiografía que estudiaba las mentalidades en la larga duración del periodo medieval y moderno. Libros suyos como Los reyes taumaturgos (1924), publicado hace un siglo exactamente, cuando Bloch era profesor en la Universidad de Estrasburgo, son muestras de la renovadora visión de la historia de aquel pensador, convencido de que las mentalidades se sustentaban en estructuras sociales y demográficas con una capacidad de reproducción duradera. 

 Aquel libro, traducido y editado por el Fondo de Cultura Económica en 1988, explicaba las razones por las que se atribuía poderes mágicos, de curación o redención, a los reyes ingleses y franceses desde la Edad Media. El hecho de que se hubiera transferido a los monarcas poderes sagrados, que eran atributos de Cristo, se explicaba por el profundo arraigo de mentalidades milagreras entre la población rural de Europa, durante el largo periodo feudal. 

 Después de su estudio de la taumaturgia monárquica medieval, Bloch se interesó en el trasfondo social de aquellas mentalidades. Estudió las estructuras agrarias de la sociedad francesa en el periodo medieval y trazó un cuadro de la sociedad feudal europea, que sigue siendo de gran utilidad para identificar y reconocer los principales aspectos del antiguo régimen europeo, en la víspera de las revoluciones atlánticas de los siglos XVIII y XIX. 

 Tan importante como su carrera académica, como investigador y profesor, fue el involucramiento de Bloch en las dos guerras mundiales, como soldado y oficial del ejército francés. En la Primera Guerra Mundial, alcanzó el grado de capitán y recibió la orden de la Gran Cruz del Mérito Militar. Sin embargo, la mayor parte del conflicto la pasó como sargento de infantería en la primera línea del frente. Su papel en la Segunda Guerra Mundial es más conocido, gracias a su propia narración en las memorias La extraña derrota (1940), un manuscrito que milagrosamente sobrevivió a la ocupación nazi de Francia, y que es hoy un clásico del testimonio sobre el avance del fascismo en Europa durante los años 30 del siglo pasado. 

 En aquel libro, Bloch recordaba que era “judío por nacimiento, no por religión”, pero que su identidad era indudablemente francesa. Como francés se había enfrentado a los alemanes en 1914 y volvería a enfrentarse en 1939, aunque en esa segunda ocasión, el enemigo alemán se presentaba bajo una forma brutalmente antisemita. Ese segundo enfrentamiento reafirmaría su voluntad antifascista, en el sentido de que defender su patria era también defender el legado de sus padres. 

 Recordaba Bloch que su bisabuelo había sido soldado revolucionario francés en 1793 y que su padre también había peleado contra los alemanes en Estrasburgo, en 1870, cuando la guerra franco-prusiana. El historiador reclamaba pertenecer a un linaje de judíos-franceses que habían arriesgado sus vidas por Francia. Desde esa legitimidad, cuestionaba los errores de la Tercera República frente a Hitler, el Tercer Reich y la avalancha fascista. 

 Decía Bloch algo, que recuerda a Hannah Arendt y a Primo Levi, y que se resume en el carácter burocrático de los fascismos. Lo que condujo a la experiencia de Vichy y el colaboracionismo, frente a los cuales aquel historiador de 60 años reaccionaría sumándose a la resistencia, no fueron las desventajas técnicas o numéricas del ejército francés sino la mentalidad rancia y administrativa con que se enfrentó el peligro nazi.