Libros del crepúsculo
sábado, 26 de marzo de 2016
Martí, constitucionalista
Repasando las múltiples y elogiosas referencias de José Martí a historiadores norteamericanos del siglo XIX, como George Bancroft y John Lothrop Motley, me encuentro un pasaje modernísimo sobre la Constitución de Estados Unidos de 1787, la que más admiró el poeta y político cubano entre todas las constituciones occidentales. A propósito de History of the Formation of the Constitution of the United States of America (1882) de Bancroft, dice Martí:
"Por eso dura esta Constitución: porque, inspirada en las doctrinas esenciales de la naturaleza humana, se ajustó a las condiciones especiales de la existencia del país a que había de acomodarse, y surgió de ellas. Y si os preguntan por un buen texto de Derecho Constitucional señalad la obra nueva de Bancroft. Una constitución es una ley viva y práctica que no puede construirse con elementos ideológicos. En ese libro combaten diversas necesidades, ideas y hechos, en ese libro se ve cómo los más puros legisladores hubieron de sacrificar una buena parte de su idea pura, para no perderla toda".
viernes, 18 de marzo de 2016
El Allende de Lezama y la "vía chilena"
En 1974, el poeta cubano José Lezama Lima escribió un artículo sobre la muerte de Salvador Allende, tras el golpe de Estado de Augusto Pinochet contra el gobierno de Unidad Popular, en Chile, en septiembre del año anterior. En aquel tiempo no estaba muy difundida la tesis de que Allende se había suicidado antes de que los golpistas llegaran a la oficina presidencial de La Moneda y lo ultimaran. Fidel Castro había sostenido, en un conocido discurso que circuló como "verdad histórica" dentro de la izquierda revolucionaria latinoamericana, que Allende había muerto en combate. Lezama, en cambio, interpretó la muerte de Allende como una inmolación o casi un suicidio, a partir de la filosofía pitagórica de la desaparición física como "logro de la totalidad de la persona".
Lezama, por lo visto, estaba enterado de la masonería de Allende, ya que en otro momento del ensayo habla de la vida del socialista chileno como una "gran construcción donde el número de oro (de los pitagóricos) da las proporciones de la armonía" y "traza la melodía de la arquitectura". La muerte de Allende, pensaba Lezama, era una parábola pitagórica y masónica en la que la "varonía" se realizaba por medio de un "secreto canon que le daba su misterio y su cumplimiento". No había sorpresa o azar en aquella muerte: Allende avanzó hacia ella con la misma elegancia y resolución con que había "entrado en la ciudad".
Pero no sólo en la interpretación de la muerte de Allende sino en su lectura de la política del socialista chileno, Lezama procedía en sentido contrario a Fidel Castro en su famoso discurso. Tradicionalmente, este ensayo de Lezama, como otro más conocido a la muerte del Che Guevara, se han interpretado como suscripciones de la ideología oficial castrista. Una lectura más sutil, sin embargo, podría encontrar que, cuando Lezama se refiere a la "delicadeza" de Allende, está recurriendo a la clásica contraposición entre fidelismo y allendismo o entre socialismo totalitario y socialismo democrático, que manejaron muchos escritores latinoamericanos -Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Jorge Edwards, entre otros-, partidarios de la "vía chilena" y críticos de la "stalinización" de Cuba, tras el caso Padilla:
"La delicadeza de Salvador Allende lo
convertirá siempre en un arquetipo de victoria americana. Con esa delicadeza
llegó a la polis como triunfador, con ella supo morir. Este noble tipo humano
buscaba la poesía, sabe de su presencia por la gravedad de su ausencia y de su
ausencia por una mayor sutileza de las dos densidades que como balanzas rodean
al hombre. Tuvo siempre extremo cuidado, en el riesgo del poder, de no irritar,
de no desconcertar, de no zarandear. Y como tenía esos cuidados que revelaban
la firmeza de su varonía, no pudo ser sorprendido. Asumió la rectitud de su
destino, desde su primera vocación hasta la arribada de la muerte. La parábola
de su vida se hizo evidente y de una claridad diamantina, despertar una nueva
alegría en la ciudad y enseñar que la muerte es la gran definición de la
persona, la que la completa, como pensaban los pitagóricos. Ellos creían que
hasta que un hombre no moría, la totalidad de la persona no estaba lograda. El
que ha entrado triunfante en la ciudad, sólo puede salir de ella por la evidencia
del contorno que traza la muerte".
í﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽nuevo territorio para el
brçiaructuralista. En su ensayo " Roland Barthes y el grupo de la revista
o la risa de los hi
domingo, 13 de marzo de 2016
El arte teológico de Julian Schnabel
Hay en la pintura de Julian Schnabel de los 80 un interés por España que, en buena medida, pasa por una reflexión sobre la experiencia religiosa del cristianismo. Sus grandes telas sobre San Ignacio de Loyola, Pío IX, Baruch Spinoza, La Mácula o Clemente de Roma, son ensayos teológicos en los que la santidad se ve remitida al diálogo místico y la soledad en espacios vacíos. Incluso en aquellos retratos sin temática religiosa, como los rostros armados como mosaicos o las niñas sin ojos, el discurso teológico reaparece por medio del trabajo con el formato de los íconos del cristianismo ortodoxo o la alusión a la ceguera del mal.
El arte teológico de Schnabel es una buena muestra del momento postmoderno de las últimas décadas del siglo XX. Había entonces una suerte de vuelta a la escolástica, que adoptaba las formas irónicas de una "nueva Edad Media", como la pensada por Umberto Eco. No era una vuelta antimoderna, como la de Nicolai Berdiaev, sino una estetización de lo medieval, desde la mínima melancolía que es dada al artista secularizado de fines del milenio. El Spinoza de Schnabel, reducido a puro texto sobre la tela negra, operaba esa teología conceptual a través de la invención de un espectador solitario, cautivo en una habitación desalojada.
La ceguera teológica de la niña sin ojos propone la alegoría de la sustancia invisible del pecado o del mal, que explora los límites del concepto de "extensión" en Spinoza. La desustanciación del mal sería otra manera de argüir ese desencantamiento del mundo que llegó a su apogeo a fines del siglo XX y que se expone en la escena de La escafandra y la mariposa, en la que Jean Dominique Bauby se encuentra solo, en una calle desierta del santuario de Lourdes. La mancha, la mácula lograba su mayor ocultamiento y se constituía en el subsuelo oscuro de una modernidad rodeada de santos y vírgenes de plástico. El arte de Schnabel buscaba evidenciar aquel misticismo interferido y disperso, que hablaba al hombre del siglo XX con el lenguaje monástico de la Edad Media.
El arte teológico de Schnabel es una buena muestra del momento postmoderno de las últimas décadas del siglo XX. Había entonces una suerte de vuelta a la escolástica, que adoptaba las formas irónicas de una "nueva Edad Media", como la pensada por Umberto Eco. No era una vuelta antimoderna, como la de Nicolai Berdiaev, sino una estetización de lo medieval, desde la mínima melancolía que es dada al artista secularizado de fines del milenio. El Spinoza de Schnabel, reducido a puro texto sobre la tela negra, operaba esa teología conceptual a través de la invención de un espectador solitario, cautivo en una habitación desalojada.
La ceguera teológica de la niña sin ojos propone la alegoría de la sustancia invisible del pecado o del mal, que explora los límites del concepto de "extensión" en Spinoza. La desustanciación del mal sería otra manera de argüir ese desencantamiento del mundo que llegó a su apogeo a fines del siglo XX y que se expone en la escena de La escafandra y la mariposa, en la que Jean Dominique Bauby se encuentra solo, en una calle desierta del santuario de Lourdes. La mancha, la mácula lograba su mayor ocultamiento y se constituía en el subsuelo oscuro de una modernidad rodeada de santos y vírgenes de plástico. El arte de Schnabel buscaba evidenciar aquel misticismo interferido y disperso, que hablaba al hombre del siglo XX con el lenguaje monástico de la Edad Media.
viernes, 11 de marzo de 2016
Sarduy, Lezama y Donoso
A través del cubano Severo Sarduy, quien escribió un elogio extraordinario de El lugar sin límites en la revista del boom, Mundo Nuevo, el novelista chileno José Donoso entró en contacto con José Lezama Lima. A mediados de diciembre de 1967, por los mismos días en que Sarduy escribía a Lezama para ultimar detalles de la traducción al francés de Paradiso, en Seuil, Donoso se carteó con el poeta habanero. Donoso, desde Mallorca, trasmitía a Lezama su "mayor estima y admiración por una obra que lo había dejado francamente boquiabierto" y lo invitaba a colaborar en la revista Tri Quaterly de la Universidad de Northwestern.
Aquella conexión fue fugaz y de poca trascendencia, como todas las de Lezama con los muchos escritores que lo admiraban fuera de Cuba, en los años en que se fraguaba el octracismo contra el autor de Paradiso. Lo interesante es que Lezama desplazó a Sarduy en el interés de Donoso en la literatura cubana. A pesar de que ambos, Donoso y Sarduy, coinciden en la lista de colaboradores de Libre, entre 1971 y 1972, el vínculo parece debilitarse en esos años, que son también los de la entusiasta recepción de El obsceno pájaro de la noche (1970). En el ensayo de Donoso, Historia personal del boom (1972), Sarduy tiene una presencia borrosa. A diferencia de Lezama y Guillermo Cabrera Infante, que Donoso, siguiendo al Fuentes de La nueva novela hispanoamericana (1969), coloca en el centro de la emergencia de un "nuevo lenguaje", Sarduy aparece mencionado de pasada.
En una suerte de apostilla a ese ensayo, que Donoso escribió diez años después, el chileno intentó corregir aquel desinterés en Sarduy. Pero la corrección resultó peor que el desinterés, ya que Sarduy quedaba incluido en una suerte de boom junior o petit boom, que suponía un estatuto frágil o subalterno dentro de la nueva novela latinoamericana, contrario a la percepción del mayor crítico de entonces, Emir Rodríguez Monegal. El ensayo de Sarduy sobre El lugar sin límites en Mundo Nuevo fue, como sugirió alguna vez el crítico uruguayo, fundamental para la construcción de la poética definitiva de Donoso, que se lee en El obsceno pájaro de la noche, aunque el chileno nunca lo reconociera plenamente.
Aquella conexión fue fugaz y de poca trascendencia, como todas las de Lezama con los muchos escritores que lo admiraban fuera de Cuba, en los años en que se fraguaba el octracismo contra el autor de Paradiso. Lo interesante es que Lezama desplazó a Sarduy en el interés de Donoso en la literatura cubana. A pesar de que ambos, Donoso y Sarduy, coinciden en la lista de colaboradores de Libre, entre 1971 y 1972, el vínculo parece debilitarse en esos años, que son también los de la entusiasta recepción de El obsceno pájaro de la noche (1970). En el ensayo de Donoso, Historia personal del boom (1972), Sarduy tiene una presencia borrosa. A diferencia de Lezama y Guillermo Cabrera Infante, que Donoso, siguiendo al Fuentes de La nueva novela hispanoamericana (1969), coloca en el centro de la emergencia de un "nuevo lenguaje", Sarduy aparece mencionado de pasada.
En una suerte de apostilla a ese ensayo, que Donoso escribió diez años después, el chileno intentó corregir aquel desinterés en Sarduy. Pero la corrección resultó peor que el desinterés, ya que Sarduy quedaba incluido en una suerte de boom junior o petit boom, que suponía un estatuto frágil o subalterno dentro de la nueva novela latinoamericana, contrario a la percepción del mayor crítico de entonces, Emir Rodríguez Monegal. El ensayo de Sarduy sobre El lugar sin límites en Mundo Nuevo fue, como sugirió alguna vez el crítico uruguayo, fundamental para la construcción de la poética definitiva de Donoso, que se lee en El obsceno pájaro de la noche, aunque el chileno nunca lo reconociera plenamente.
miércoles, 2 de marzo de 2016
José Donoso contra la interpretación marxista de sus novelas
Cuando en 1970 Carlos Barral publicó la novela El obsceno pájaro de la noche, del escritor chileno José Donoso, la crítica latinoamericana entró en trance. En un momento álgido del debate entre Mundo Nuevo y Casa de las Américas, quienes querían acercar a Donoso a la izquierda militante y alejarlo del post-estructuralismo que, vía Sarduy, lo cortejaba desde París, intentaron lecturas marxistas de esa novela y de la anterior, El lugar sin límites, que presentaban al chileno como cronista de una burguesía chilena en vías de extinción o de un ancien régime que sería enterrado por Unidad Popular. En el primer número de la revista Libre, en el que apareció, por cierto, el dossier completo del caso Padilla y se celebró el triunfo de Salvador Allende en Chile, los editores preguntaban a Donoso:
"Algunos críticos observan que sus novelas se ocupan de manera preferencial de una clase y de un mundo que tiende a desaparecer dentro del panorama social chileno. Si esto le parece exacto, ¿cómo podría explicar dicha inclinación?"
A lo que respondió el escritor:
"Nada me irrita tanto como los críticos que reducen mis novelas a sus elementos sociales, esos que quieren que yo haya escrito “el canto de cisne” de las clases sociales chilenas. Las clases sociales desaparecieron en Chile hace muchísimo tiempo. En mis novelas utilizo las colas que alcancé a atisbar, pero las utilizo como un arquitecto utiliza hormigón, hierro, vidrio: quinientos sacos de cemento apilados en un almacén es muy distinto a un edificio construido. Las clases sociales, tal como las dibujo en mis libros, son imaginarias. Me explico: nací en una familia de posición social ambigua, con un pie en la oligarquía y otro en la clase media, pero desterrada de ambas; y crecí en una época en que las clases sociales iban perdiendo importancia, los matices se confundían, y quedaban sólo pintorescos residuos. Por razones psicológicas personales, neurosis juvenil o lo que se quiera llamarla, ese mínimo matriz de destierro al que ya nadie daba importancia más que yo, se fue hinchando en mi como un absceso, se hizo doloroso, cruel, obsesivo, y durante mucho tiempo este desface subjetivísimo -además de otros desfaces subjetivos que se hicieron absceso y deformaron otras áreas de mi personalidad- me sirvió para mirar el mundo, magnificando algo insignificante"
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