Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Roberto González Echevarría sobre el modernismo del béisbol



En prólogo a El juego galante. Béisbol y sociedad en La Habana (1864-1895), La Habana, Letras Cubanas/ Ediciones Boloña, 2016, de Félix Julio Alfonso López, escribe el profesor de Yale:


"Lo atávico del béisbol se aloja precisamente en la metáfora bélica que lo constituye y que comparte con otros deportes, pero de manera muy especial. Lo que predomina en el juego es la manera en que el contacto físico es soslayado y la metáfora sublima su carácter combativo. Esa sublimación se produce mediante metáforas subordinadas de exquisita complejidad que, sorpresiva y tal vez no fortuitamente, aproximan el béisbol al modernismo, el movimiento artístico y literario que emerge precisamente en la época en que el juego llega y se implanta en Cuba. Eso, me parece, explica la convergencia del deporte con la literatura en ese momento, más allá del trasfondo político, en el que el béisbol se erige en una actividad antiespañola por ser algo moderno y extranjero, es decir, norteamericano, elemento ampliamente documentado (con loable cautela) en El juego galante.

La primera de esas metáforas accesorias la constituye el terreno de juego. En la mayoría de los deportes modernos, los juegos que llamo "de aquí p'allá y de allá p'acá", la metáfora guerrera es burda y su significado chocante por lo obvio -me refiero al fútbol en todas sus variantes, al baloncesto, al hockey, al lacrosse, y otros tantos. La cancha de estos deportes es un rectángulo en que cada equipo defiende su mitad y trata de penetrar la del contrario para anotar goles, puntos, tantos, o lo que sea. La guerra con sus invasiones, ocupaciones, cambios de frontera, asedios, bloqueos, sitios y sus barricadas, baluartes y bastiones no está muy lejos de la superficie. Si se llevara a un marciano acabado de apearse de su nave a un juego de fútbol, pienso que no sería difícil explicarle lo que pasa en el terreno. Pero llevado a un juego de béisbol, no ya un marciano sino un chileno o argentino, las palabras, los gestos, los esbozos trazados en urgentes servilletas, no alcanzan para hacerle comprender en qué consiste la actividad que tiene delante. Entre los muchos contrasentidos del béisbol está que el equipo a la defensiva ¡está en posesión de la bola! Pero la cancha misma, el terreno, es de una enigmática, poética complejidad".

viernes, 22 de septiembre de 2017

Terremoto, duelo y poesía




Dentro de la enlutada tradición mexicana de literatura y terremoto, en prosa o en verso (Rulfo, Monsiváis, Poniatowska, Huerta, Villoro...), que tanto resuena desde el último 19 de septiembre, estos cuatro momentos del arranque de Miro la piedra (1986), inspirados en el sismo del 85, de José Emilio Pacheco, uno de los mayores poetas de esta gran ciudad.
Poesía de duelo, como nunca fue su prima hermana, la poesía volcánica de Heredia, Santos Chocano o el Dr. Atl, no hay aquí rastro de esa estetización de las ruinas, tan frecuente en otros testimonios literarios. El derrumbe es el derrumbe y la muerte, la muerte. La única belleza pronunciable es la del rescate de una vida. Por eso, como apunta hoy Juan Villoro en Reforma, el gesto de estos días es el puño en alto llamando al silencio, y, luego, con suerte, la celebración de alguien salvado de los escombros.



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De aquella parte de la ciudad que por derecho
de nacimiento y crecimiento, odio y amor
puedo llamar la mía (a sabiendas
de que nada es de nadie),
no queda piedra sobre piedra.

Esta que aquí no ves, que allí no está
Ni volverá a alzarse nunca, fue en otro mundo
La casa en que abrí los ojos.
La avenida que pueblan damnificados
Me enseñó a caminar.
Jugué en el parque
Hoy repleto de tiendas de campaña.

Terminó mi pasado.
Las ruinas se desploman en mi interior.
Siempre hay más, siempre hay más.
La caída no toca fondo. 


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Ruego que me perdonen porque nunca encontraron
su rostro verdadero en el cuerpo de tantos
que ahora se desintegran en la fosa común
y dentro de nosotros siguen muriendo.

Muerto que no conozco, mujer desnuda
Sin más cara que el yeso funeral,
el sudario de los escombros, la última
cortesía del infinito desplome:
tú, el enterrado en vida; tú, mutilada;
tú que sobreviviste para sufrir
la inexpresable asfixia: perdón


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Para los que ayudaron, gratitud eterna, homenaje.
Cómo olvidar –joven desconocida, muchacho anónimo,
anciano jubilado, madre de todos, héroes sin nombre-
que ustedes fueron desde el primer minuto de espanto
a detener la muerte con la sangre
de sus manos y de sus lágrimas;
con la certeza
de que el otro soy yo, yo soy el otro,
y tu dolor, mi prójimo lejano,
es mi más hondo sufrimiento


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Jamás aprenderemos a vivir
en la epopeya del estrago.
Nunca será posible aceptar lo ocurrido
hacer un pacto con el sismo,
olvidar a los que murieron.

Con piedras de las ruinas ¿vamos a hacer
otra ciudad, otro país, otra vida?
De otra manera seguirá el derrumbe.




jueves, 14 de septiembre de 2017

Literatura y Revolución (Alfonso Reyes subraya a Bernardo Ortiz de Montellano)



Los bibliotecarios de la Capilla Alfonsina, la biblioteca residencia de Alfonso Reyes, en La Condesa, entre 1939 y 1959, aseguran que, fuera de la gran colección de novela policiaca, instalada en una esquina del recinto, y algunas revistas de la época, queda aquí muy poca cosa del acervo original del gran escritor mexicano. Juran, sin embargo, que la colección de la revista Contemporáneos, ubicada en una de las cuatro alas del segundo piso, fue la misma que Reyes recibió y leyó durante sus embajadas en Argentina y en Brasil.
He revisado todos los números de la revista, que llegaron a manos de Reyes, entre 1928 y 1932, y he reparado en algunas pocas marcas o pasajes subrayados. Una de ellas, una marca, no un subrayado, es del siguiente pasaje del artículo, "Esquema de la literatura mexicana", de Bernardo Ortiz Montellano, por entonces director de la revista, en el número 37 de junio de 1931: "En lo futuro podemos desconfiar de nuevas obras con temas de la revolución, como desconfiamos de las últimas obras anecdóticas de la guerra europea. Hay temas en la literatura que no resisten la insistencia cuando un escritor ha logrado realizarlos bien. Uno de ellos es la anécdota del hecho histórico. ¡Permanecen inéditos tantos temas descubiertos por la revolución!”.
La marca de Reyes es una línea vertical en el margen izquierdo, al final de la página 206, y que continúa en las primeras líneas de la 207. Reyes, hijo de un mártir de la contrarrevolución mexicana, primero exiliado y luego contratado por el servicio exterior de los gobiernos post-revolucionarios, tenía sobradas razones para suscribir la desconfianza de Ortiz de Montellano. Desconfianza que también sintieron algunos de los mayores escritores que vivieron revoluciones en Rusia o en Cuba, como Vladimir Nabokov o José Lezama Lima.
Pero si se lee con cuidado se observará que el pasaje de Ortiz de Montellano, interesado en registrar dentro de la literatura mexicana a narradores de la Revolución de 1910 como Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, no cancelaba la posibilidad de una inscripción del tema revolucionario en la nueva narrativa. Lo que cancelaba era lo "anecdótico", es decir, el reemplazo de la historia a través de la ficción. Al igual que Reyes, el director de Contemporáneos estaba lejos de decretar la Revolución como fenómeno inenarrable, como sí se atreverían a postular y, sobre todo, a practicar Nabokov y Lezama.

sábado, 9 de septiembre de 2017

Patti Smith, Sam Shepard y el azul de Yves Klein




Patti Smith estuvo en México, cantó en la Casa del Lago, recitó en la galería Kurimanzutto, protestó contra Trump, contra la desaparición de los 43 de Ayotzinapa y recordó a su admirado Roberto Bolaño, a quien dedicó el poema Hecatombe, que leyó en versión castellana un Juan Villoro que pronunciaba cuidadosamente "bueyes", y a Sam Shepard, su amigo y amante, actor y escritor. Hoy sábado, El Cultural de La Razón, trae una excelente (ana)crónica de Rogelio Garza sobre el concierto en la Casa del Lago y una traducción a cargo Roberto Diego Ortega de la maravillosa cronológica que Smith dedicó a Shepard en el New Yorker hace una semana, y que arranca así:

"Me podía llamar tarde en la noche desde algún punto del camino, un pueblo fantasma en Texas, una estación de descanso cerca de Pittsburgh, o desde Santa Fe, donde se estacionaba en el desierto y escuchaba el aullido de los coyotes. Pero con mayor frecuencia, me hablaría desde su casa en Kentucky, en una noche quieta y fría en la que uno podía oír la respiración de las estrellas. Sólo una llamada telefónica a media noche, surgida de un azul tan sorprendente como una tela de Yves Klein; un azul para perderse en él, un azul que podía conducir a cualquier parte. Yo despertaba feliz, me preparaba un Nescafé y platicábamos de cualquier cosa. Sobre las esmeraldas de Cortés, sobre las cruces blancas de los Campos de Flanders, sobre nuestros hijos o la historia del Derby de Kentucky. Pero sobre todo, hablábamos de escritores y sus libros. Los escritores latinos. Rudy Wurlitzer. Nabokov. Bruno Schulz..."