Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

martes, 27 de diciembre de 2011

Prólogo a una novela de Gerardo Fernández Fe



Gerardo Fernández Fe (La Habana, 1971) es un escritor cubano raro. No como los raros que acumulan las arqueologías literarias, tan dadas a iluminar perfiles polvorientos, desdibujados por el olvido de las historias tradicionales. Fernández Fe es un raro vivo, un raro instalado en la dimensión más cosmopolita y de vanguardia de las poéticas literarias contemporáneas que, como otros escritores de la misma estirpe, proyecta una sombra discreta, apenas delineada por la voluntad de estilo.
                Hasta ahora la obra Fernández Fe se había caracterizado por maniobras poéticas, ficcionales o ensayísticas en las que la representación parecía atada al archivo literario. En los poemas de Las palabras pedestres (1995), en la trama de su novela La falacia (1997) o en las analogías de los ensayos de Cuerpo a diario (2007), el mundo letrado parecía desplazar o codificar el mundo real y la escritura metamorfoseaba a los personajes, las situaciones y las ideas en glosas metatextuales.
                Aquellos ejercicios adelantaron el ritmo y la cadencia, el horizonte y la latitud de la prosa de Fernández Fe. Una prosa que muestra todos sus atributos en esta, su segunda novela, El último día del estornino. Vemos visualizarse, aquí, un relato que viene de vuelta de la metaficción, que toca la ribera de lo real y de lo histórico, luego de una temporada en el archivo. Hay aquí un regreso a lo real y a lo histórico que, como todo regreso, arrastra consigo algunas evidencias de otro mundo.
                El lector entra en contacto con Luis Mota, el protagonista de esta novela, por medio de una mezcla de referentes -Hollywood y el postestructuralismo francés, Vin Diesel, Deleuze y Guattari…- que lo ubican desde las primeras páginas en el cruce entre cultura letrada y cultura popular que caracteriza la era digital. El espacio desde el que Fernández Fe da ese salto a lo real es, en buena medida, “la biblioteca”, específicamente la “Biblioteca Pública Central”, “frente al Congreso”, que podría ubicarse en cualquier capital del planeta.
                La novela mantendrá esa gravitación hacia el cruce de lo letrado y lo popular de principio a fin, filtrando todo tipo de mensajes, desde los que provienen de la televisión –la serie Los Soprano, películas de Tarantino, un match de tenis entre Rafael Nadal y algún rival de Europa del Este, la guerra de Bosnia…- hasta los más propiamente letrados, como las fugitivas glosas de La montaña mágica de Thomas Mann. Ese juego referencial funciona, por tanto, como afirmación de que la realidad a la que se regresa es, como la realidad del siglo XXI, virtual.
                Como el propio Fernández Fe, su héroe Luis Mota es un ciudadano transnacional. Su lugar de residencia se mueve entre La Habana, Barcelona, París, Caracas, Quito y varias ciudades latinoamericanas. Mota y los personajes secundarios que lo rodean, Octavio Forlán, Boris Nerén, Mariana…, podrían ser cubanos con residencias flotantes en el espacio y en el tiempo: sus vidas se mueven entre los años 50 del siglo XX y la primera década del siglo XXI, como si atravesaran la experiencia histórica del último medio siglo cubano.
                La vuelta a la historia que propone esta novela es, sin embargo, lateral. Hay momentos en que algunos personajes históricos, como los escritores de la generación de Mariel (Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, Esteban Luis Cárdenas, René Ariza, Roger Salas…) que se reunían en la cafetería de la Funeraria de Calzada y K, en El Vedado, aparecen en la ficción sin más atributos que cualquier otro personaje ficticio. Pero esos momentos son evanescentes, con suaves ataduras a la trama de la novela.
                El tránsito de la biblioteca a la calle, del tiempo de los libros y las películas al momento de la vida, del placer o del dolor, es, en El último día del estornino, un pasaje laberíntico, flanqueado por vitrinas, puertas y ventanas. Un pasaje, como los habaneros o los parisinos, como los benjaminianos en suma, donde el transeúnte –Gerardo Fernández Fe, Luis Mota, el lector…- atraviesa  simultáneamente diversas galerías. Una experiencia poliédrica que pone al sujeto en contacto con varios tiempos y espacios a la vez.
             Tan distintiva de la poética literaria de Fernández Fe es la intersección entre cultura letrada y cultura popular como el escalonamiento de distintos planos simbólicos en la representación de la realidad y de la historia. Esta novela, que anuncia un regreso a lo real y a lo histórico, es a la vez una excursión por las mixturas culturales del siglo XXI, un curioseo por la Era Digital de una criatura de la Era Gutenberg. El lector de El último día del estornino distingue, entre las páginas de una novela, las resonancias del mundo visual y electrónico que rodean al autor y a los personajes.
               No se puede leer esta novela como se lee El sobrino de Wittgenstein, El malogrado o cualquier otra novela de Thomas Bernhard, tan admirado por Fernández Fe. El lector de esta novela está obligado a leer reservando parte de su subjetividad a esos ecos del mundo digital que se infiltran en la ficción. Fernández Fe no sólo ha escrito, por tanto, una novela que es nueva en su convocación de sentidos sino que ha inventado un nuevo lector, un semejante de la ficción en el público, que sabe leer de otra manera.
         El nuevo lector, habitante del planeta donde se avecindan Deleuze y Tarantino, Mann y Tony Soprano, es, junto a la novela misma, otra hechura de Fernández Fe. Hay en El último día del estornino una invención múltiple de escritura, texto, autoría y lector, llamada a desestabilizar las tradiciones poéticas de la literatura cubana del último medio siglo. No está solo, por cierto, Fernández Fe en esa empresa –otros escritores de la isla y la diáspora como Ena Lucía Portela, José Manuel Prieto o Antonio José Ponte se mueven en la misma zona- pero ya es, acaso, uno de los que mejor personifican el arribo del siglo XXI a la literatura cubana. 

Rafael Rojas
La Condesa, México D.F.
Verano de 2011.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Malo enamorado



Del último disco de Tom Waits, Bad as me, el tema más recomendable para estos días tal vez sea "New Year´s Eve", pero todavía no está disponible en Youtube. A falta de ese, los dejo con esta baladita de viejo malo, que todavía se enamora como un perro. Se habla aquí de ese amor rabioso como una "batalla entre el azul y el gris", de la que sólo se sale derrotado, de vuelta a la multitud.

jueves, 22 de diciembre de 2011

¿Qué capitalismo está en crisis?



Durante el último año hemos leído muchos pronósticos sombríos sobre el futuro del capitalismo. Pronósticos escritos por publicistas de las más diversas ideologías, para quienes el propio concepto de “capitalismo” no significa lo mismo. Los huérfanos del viejo comunismo han hablado, por ejemplo, de una crisis terminal del capitalismo, entendiendo a éste último como sinónimo de economía de mercado, que provocará el colapso de la sociedad de clases y, de paso, de las democracias más avanzadas del planeta.
                Los economistas liberales, al estilo de Paul Krugman o Joseph Stiglitz –leídos como autoridad lo mismo por Barack Obama que por Hugo Chávez- hablan, sin embargo, de otro capitalismo en crisis. Para ellos lo que está colapsando no es toda la economía de mercado sino instituciones y prácticas específicas del capitalismo financiero global. Esos economistas serían tan malos lectores de Marx, como lo fueron Stalin o Castro, si presumieran que la actual crisis capitalista anuncia el fin del mercado y la vuelta a la planificación estatal de la economía.
                El orfanato del viejo comunismo quiere ver en esta crisis la estigmatización de toda forma de propiedad que no sea la estatal o la comunitaria. Y quiere ver, también, la enésima venganza de esa milenaria imaginación anticrematística, que hace del dinero y la mercancía metáforas del mal humano. Cuando Krugman y Stiglitz hablan de return of depression o de freefall o "sinking" de la economía mundial no están queriendo decir lo que los viejos y nuevos comunistas quisieran interpretar: que se avecina la debacle final de toda economía de mercado.
                Ese comunismo es el que, en propiedad, podría llamarse antimarxista. Un comunismo para el que el legado de Marx no es su teoría del capitalismo sino su utopía comunista. Cuando, como bien advierten Hobsbawm, Eagleton y algunos de los mejores marxistas vivos, ambas dimensiones han demostrado ser contradictorias. De la teoría del capitalismo decimonónico de Marx no se desprende mecánicamente, como pensaron los manualistas soviéticos, la “necesidad del advenimiento comunista”.  
El capitalismo financiero global puede estar en crisis, puede provocar “burbujas inmobiliarias”, “recesiones griegas” y todo tipo desaceleración económica, pero la economía de mercado, es decir, la compra y venta de bienes y servicios, o la coexistencia de múltiples formas de propiedad privada o pública, lejos de debilitarse, se arraiga en el mundo. Marx fue el primero en llamar la atención sobre la equivocada identificación entre capitalismo y mercado y sobre la, igualmente errada, suposición de un único tipo de capitalismo.
                Los huérfanos del comunismo han sido malos lectores de Karl Marx, pero también de Alexis de Tocqueville y de Max Weber. En la actual crisis del capitalismo financiero global quieren ver, además, un colapso de la democracia. Como si esta última fuera una forma política determinada por esa dimensión del capitalismo. Como si la democracia no fuera, también, una consecuencia lógica del avance de la igualdad de oportunidades generada por el mercado y de la cada vez más difundida cultura de los derechos humanos en el planeta.








miércoles, 21 de diciembre de 2011

Ruido organizado

En un momento de la magnífica entrevista que le hiciera Eduardo Lago para El País Semanal, el pasado fin de semana, Tom Waits dice que la música es "ruido organizado". A Waits se debe también la frase "the piano has been drinking", que utilizó como título de una conocida canción. Se sabe que Waits afina sus pianos de tal manera que los mismos suenen desafinados, como en las viejas grabaciones de la música sureña.
El mismo forcejeo entre ruido y música podría observarse en Glenn Gould, pero a la inversa. En la cabeza de Gould, Bach sonaba como ruido. Algunas grabaciones y filmaciones dan fe de que lo que Gould escuchaba en su interior no eran las Partitas o la Clave bien temperada. El piano le servía a Gould para organizar aquel ruido, mientras que para Waits el piano es una forma de enrarecer un sonido perfecto.

sábado, 17 de diciembre de 2011

El momento neomarxista



Así como J. G. A. Pocock, el gran historiador de la Escuela de Cambridge, habló de un momento maquiavélico en el pensamiento atlántico del siglo XVIII, hoy podría hablarse de un momento neomarxista en el pensamiento de las primeras décadas del siglo XXI. Dos marxistas británicos, el anciano historiador Eric Hobsbawm (1917) y el teórico cultural Terry Eagleton (1943), escribieron este año un par de libros que proponen una arqueología de ese momento: How to Change the World (2011) del primero y Por qué Marx tenía razón (2011) del segundo.
                Ni Hobsbawm ni Eagleton son figuras que puedan asociarse plenamente a la planta más visible del neomarxismo actual (Hardt, Negri, Zizek, Badiou, Rancière, Jameson, Buck-Morss, Butler, Laclau…). No se lee en estos pensadores británicos una marca clara del postestructuralismo o del postmodernismo, que son las fuentes fundamentales de los neomarxistas. Hobsbawm era ya mayor cuando los franceses y la última Escuela de Frankfurt, fundamentalmente, emprendieron la crítica de la Ilustración, el estructuralismo y la modernidad en los años 70 y 80. Eagleton, por su lado, compartió algo de aquella ola teórica, pero sus nociones de ideología y cultura se mantuvieron cerca de las de su maestro, Raymond Williams, marxista del Círculo de Birmingham, contemporáneo del propio Hobsbawm.
                Hobsbawm y Eagleton no citan en sus libros, prácticamente, a ninguno de los teóricos neomarxistas. El primero a ninguno y Eagleton sólo cita a Zizek para reproducir una cita de un economista contemporáneo, referida a su vez en First as Tragedy, Then as Farce (2009), y a Rancière para darle la razón en una obviedad: que hoy liberales y socialistas coinciden en que Marx había acertado cuando insistía en el carácter transnacional del capital. De manera que el repertorio teórico e ideológico de Hobsbawm y Eagleton sigue debiendo más al marxismo occidental de mediados del siglo XX que a la condición postmoderna de fines de ese mismo siglo.
                A pesar de sus notables diferencias, uno y otro coinciden en que para comprender la actual rearticulación marxista, sobre todo en las ciencias sociales, es importante estudiar mejor la plural recepción de Marx en el siglo XX. Y aunque Eagleton es menos escéptico que Hobsbawm sobre las posibilidades de producir políticas marxistas en la actualidad, ambos admiten que el terreno en el que la recepción de Marx alcanzó sus mayores logros no fue, precisamente, la política sino la cultura. En ambos libros quedan mucho mejor parados Luxemburgo, Gramsci, Korsch, Lukacs, Benjamin, Sartre o Althusser, que Lenin, Stalin, Mao, Dimitrov, Pol Pot, Kim Il Sung o Fidel Castro. La excepción sería Trotski, tal vez, el político marxista del siglo XX más vindicado por ambos. Dice Hobsbawm:

“Este libro debería haber establecido cuán amplio es el abanico de ideas y prácticas que proclaman su procedencia de –y compatibilidad con- los textos de Marx, directamente o a través de sus sucesores. Si no supiéramos que todos ellos reivindicaban esta procedencia, podríamos considerar que las diferencias existentes entre los kibbutzim sionistas y la Kampuchea de Pol Pot, entre Hilferding y Mao, entre Stalin y Gramsci, Rosa Luxemburgo y Kim Il Sung, son más acusadas que sus similitudes. No existe ninguna razón teórica por la que los regímenes marxistas debieran adoptar cierta forma, aunque hay buenas razones históricas que explican por qué aquellos que se constituyeron en el curso de un periodo históricamente breve a partir de 1917 mediante revoluciones autóctonas, imitación o conquista, en una serie de países al margen o fuera del mundo industrializado, debieron desarrollar características comunes, negativas o positivas. El argumento de que la teoría marxiana implica necesariamente el leninismo y sólo el leninismo (o cualquier otra escuela que reivindique la ortodoxia marxista) resulta por tanto insostenible”.

Hobsbawm menciona a Fidel Castro y a la Revolución Cubana como fenómenos que atizaron el conflicto entre la Unión Soviética y China en los 60 y al Che Guevara como inspirador de una “insurrección voluntarista”, cuya teoría “fracasó estrepitosamente en la práctica en los años sesenta y setenta en el continente elegido, aunque fue elegantemente formulada por Regis Debray”. Eagleton es más generoso con el socialismo cubano, el cual ubica, a la manera de Fanon y Sartre, dentro de los movimientos de descolonización del Tercer Mundo en las décadas posteriores a Segunda Guerra Mundial. Eagleton, quien fue muy crítico con el arquetipo del guerrillero en su libro Terror santo, entiende a Guevara y a Castro no como marxistas sino como nacionalistas revolucionarios que, al aliarse al marxismo, obligaron a éste a revisarse.
América Latina es una zona descuidada en ambos libros. Las observaciones más interesantes sobre la misma no están, curiosamente, en Eagleton, más dispuesto a reconocer el valor de los nacionalismos descolonizadores, sino en Hobsbawm, quien incluye a Mariátegui dentro de la gran tradición de la heterodoxia marxista occidental y hace algunos apuntes pertinentes sobre la recepción de Gramsci en América Latina. Dice, por ejemplo, aunque no lo desarrolla, que en el momento de mayor intensidad del marxismo latinoamericano, los años 60 y 70, el interés por Althusser y otros marxistas franceses conspiró contra una lectura a fondo de los Cuadernos de la cárcel y otros textos de Gramsci.
Hobsbawm dedica a Gramsci dos capítulos de su libro con el propósito de sostener que es en el marxista italiano donde podría encontrarse el legado más creativo de Marx en el siglo XX. Es en Gramsci donde aparece una reinterpretación de la sociedad civil, el Estado, la hegemonía y la democracia, que, más que con Lenin, hace avanzar al marxismo sobre una esfera que, por momentos, le resulta ajena: la política moderna. Sin embargo, el historiador británico está muy lejos de armar una nueva ortodoxia en torno a Gramsci, que reemplace el marxismo-leninismo con un marxismo-gramscianismo. Tanto Hobsbawm como Eagleton parten de la premisa de que así como la teoría de Marx es limitada y no omnicomprensiva, la obra de cualquiera de sus seguidores, incluso la de los menos ortodoxos, también lo es. 





viernes, 16 de diciembre de 2011

La ética del descreído



La muerte de Christopher Hitchens (1949-2011), aquejado desde hace años de un cáncer de esófago, obliga a sus lectores a sopesar su legado y a señalar el acento que más nos identifica de este prolífico y controvertido intelectual público británico. Hitchens fue uno de esos escritores que se entrega sin miramientos a la esfera pública, en una época, como los años posteriores a la caída del Muro de Berlín, marcada por tensiones ideológicas más complejas que la vieja polaridad de la Guerra Fría.
                En su apuesta por el posicionamiento público constante, Hitchens se alineó a orientaciones políticas contradictorias. Fue crítico de la diplomacia de Henry Kissinger y, en general, de la política exterior de Estados Unidos durante la Guerra Fría y, a la vez, un entusiasta defensor de la guerra de Irak y del intervencionismo de Estados Unidos en el Medio Oriente. Como el discípulo de Orwell que era, cuestionó toda forma de censura en el mundo, pero se opuso a quienes denunciaban limitaciones de derechos civiles en la Patriot Act.
                Como lector, admiré el arrojo con que Hitchens se posicionaba, pero más disfruté la honesta exposición de sus genealogías intelectuales. No todos los escritores públicos tienen conciencia del linaje doctrinal al que pertenecen y algunos, aunque la posean, no se atreven a exponerla con la elocuencia con que lo hizo Hitchens. Se requiere de una rara humildad, en un gremio tan dado a la vanagloria, para presentarse como descendiente o discípulo de alguna autoridad del pasado.
                Hitchens lo hizo, admirablemente, no sólo con Orwell y buena parte del trotskismo liberal europeo de los años 50 y 60, sino con Thomas Paine y Thomas Jefferson, dos fundadores del republicanismo liberal atlántico que habría que ubicar, por cierto, en la zona más radical de esta tradición ideológica. De ese gusto por aquellos ilustrados encendidos proviene, creo, el ateísmo de Hitchens: una posición ante Dios que en estos tiempos neorreligiosos también debió defender con coraje. A su crítica a las ideologías totalitarias, como reemplazos de las religiones en el siglo XX, Hitchens sumó la crítica a las nuevas religiones, como opio de las comunidades multiculturales del siglo XXI.
                A Hitchens le gustaba decir que él no era ateo sino antiteísta, diferencia más que terminológica, ya que el ateísmo supone la ausencia de religión mientras que el antiteísmo significa el rechazo de toda religión. En algunos de sus últimos libros, como God is not Great. How Religion Poinsons Everything (2007), The Portable Atheist. Essential Readings for the Non- Believer (2007) e Is Christianity Good for the World (2008), así como en el documental Collision, un debate con el pastor presbiteriano Douglas Wilson de la Iglesia de Cristo, en Moscow, Idaho, Christopher Hitchens legó uno de los cuestionamientos más incisivos de la religión que conoce la tradición liberal en los dos últimos siglos.  

jueves, 15 de diciembre de 2011

Discurso académico en La Habana



Ha aparecido en la editorial Lumen, de Barcelona, una nueva traducción al castellano del poemario Ideas of Order (1935) de Wallace Stevens (1879-1955), a cargo de Daniel Aguirre Oteiza. Fue en dicho volumen que se incluyeron aquellos poemas tropicales de este poeta de Harvard, “Adiós a Florida”, “La idea de orden en Cayo Hueso” y, sobre todo, el “Discurso académico en La Habana”, que facilitaron el diálogo de Stevens con poetas y críticos cubanos de mediados del siglo XX, como José Lezama Lima y José Rodríguez Feo.
Recuerdo haber leído otras buenas traducciones del “Discurso académico en La Habana” –por ejemplo, una reciente de Ernesto Hernández Busto en su blog Penúltimos días. Esta de Aguirre, sin embargo, me parece la más cercana al castellano que se escribe en la poesía hispanoamericana contemporánea. Por momentos pareciera que el traductor quiso que leyéramos a Stevens como un contemporáneo de la literatura hispánica y no como el clásico de la gran poesía norteamericana del siglo XX que fue.
Pese a la magnífica traducción de Aguirre Oteiza, es difícil no leer a Stevens como un contemporáneo de Auden, Eliot, Pound o, en todo caso, de Lezama o Baquero. Los versos finales del “Discurso”, por ejemplo, están llenos de temas de la vida literaria habanera de entonces: la función civil del poeta, la falta de imaginación de los políticos, el juego y el kitsch de la burguesía criolla, el sentido rítmico de la poesía afrocubana –hay un momento en que parece hablar de la poesía de Nicolás Guillén o Emilio Ballagas. En estos versos se constata lo mucho que debió la filosofía de Orígenes a Wallace Stevens.


III

….          Hombre político decretó
que la imaginación era el fatídico pecado.
Abuela con su cesta atestada de peras
tiene que ser el quid para nuestros compendios.
Tal mundo es suficiente, y más, si suma uno
sus hijas a la moza amelocotonada y marfileña
para la cual se construyen las torres. Busto a la burguesa,
y no un éter delicado de estrellas espetado,
tiene que ser el lugar para el prodigio, a menos
que tengan truco las cosas prodigiosas. No es mundo
la bagatela de quienes no duermen, ni una palabra
que deba importar universal enjundia
a Cuba. De estas lácteas materias toma nota.
Nutren a Júpiters. Su ocasional papilla
goteará igual que un dulzor en las vacías noches
cuando rapsodia demasiado grande quede anulada
y licorácea oración provoque nuevos sudores: vale, vale:
la vida es un casino antiguo en un bosque.

IV

¿Es la función del poeta aquí mero sonido,
más sutil que la más ornada profecía,
que sature el oído? Tal es la causa de que haga él
su infinita repetición y aleaciones
de ébano escogido, de escogido alción.
De refinada lógica lo carga para el remilgado.
Él, como parte de la naturaleza, es parte de nosotros.
Las rarezas de él son nuestras: que sean ellas las idóneas
y que nos reconcilien con nuestros seres en aquellas
veraces reconciliaciones, oscuras y pacíficas palabras,
y las más diestras armonías de su caída.
Clausura la cantina. Encapucha el candelabro.
No es la luz de la luna amarilla sino un blanco
que silencia a la ciudad plena de fe constante.
Cuán pálida, cuán poseída está la noche,
cuán plena de las exhalaciones de la mar…
Es todo esto más antiguo que el himno más antiguo,
no tiene más significado que el pan del día de la mañana.
Pero deja al poeta en su balcón
hablar y los durmientes, dormidos ellos, se moverán,
despertarán y observarán la luna desde sus suelos.
Que sea esto bendición, sepulcro,
y epitafio. Aunque podría ser
algún encantamiento que la luna define
con un sencillo ejemplo de opulenta claridad.
Y de igual modo podría el antiguo casino definir
un infinito encantamiento de nuestros seres
en la gran decadencia de los perecidos cisnes.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Genio del bien




Hace dos meses, poco después de la muerte de Steve Jobs (1955-2011), todas las tiendas de Apple del planeta se llenaron de mensajes de condolencia por la desaparición de su creador. Mensajes, habría que decir, cariñosos y hasta juguetones, en los que el duelo era trasmitido más en tonos de Disney que de cualquier necrológica intelectual. El fenómeno Jobs, como el Gates, está transformando la manera moderna de pensar la técnica.
La biografía de Jobs, escrita por Walter Isaacson, biógrafo también de Benjamin Franklin y Albert Einstein, busca el mismo tono. Jobs es retratado como hacedor de sueños, como artífice de fantasías, más cerca de los magos o las hadas infantiles que de cualquier científico o magnate moderno. En esta imagen de Jobs, que hoy circula en el libro más vendido por internet, se entrelazan tecnología y cariño.
El tema de la técnica aparece en esta imagen despojado ya de toda la pesadumbre de la era atómica, tal y como se esbozaba en Heidegger y otros filósofos de mediados del siglo XX, y asimilado a un universo de deseos y satisfacciones infantiles, como el que el propio Isaacson ha revelado en Franklin o en Einstein y como el que Walter Benjamin habría vislumbrado en las jugueterías finiseculares.
La tecnología no es aquí esa monstruosa descendencia del capital, que amenaza la paz humana y la vida planetaria, sino la venturosa transformación del trabajo en juego. Isaacson apuesta por una comprensible y justificada idealización de Jobs como hombre de “trabajos” y juegos. Este no sería el empresario voraz o el tycoon de Silicon Valley, tampoco el doctor Frankenstein o el científico con devaneos morales. Jobs vendría siendo, en sentido renacentista, un genio del bien.  

miércoles, 7 de diciembre de 2011

La pobreza como censura



A su llegada a la pasada Feria del Libro de Guadalajara, la escritora rumano-alemana Herta Müller, Premio Nobel de Literatura, comentó que la pobreza era una forma de censura. En un país con varias decenas de millones de pobres, como México, el comentario parecía aludir a esa realidad inmediata y tangible. Sin embargo, Müller no se refería a México sino a su natal Rumanía, durante el periodo comunista.
Hacía entonces Müller una observación ya apuntada por Edgar Morin en el capítulo sobre las “brechas sociales y económicas” bajo el comunismo, de su libro Qué es el totalitarismo: de la naturaleza de la URSS (1985). Decía la escritora que en los países del socialismo real, el hambre, la pobreza y las carencias funcionaban como un mecanismo de censura, destinado a “mantener pequeña a la gente” y a impedir que los “ciudadanos pensaran en otras cosas”.
A Müller no le cabe duda que la pobreza en el comunismo formaba parte del “plan”. Morin también decía algo parecido cuando aseguraba que aun cuando los planificadores de la economía soviética desearan satisfacer las necesidades básicas de la población, sus colegas ideológicos en el PCUS no dejaban de valorar las ventajas que, para el control social, tenía el sostenimiento de un bajo nivel de consumo en la ciudadanía.
Es interesante que estos argumentos de Morin y Müller se parezcan tanto a los de los críticos de la sociedad de consumo como una condición favorable al control social. Se trata de la misma premisa, aplicada a la explicación de dos sistemas sociales antagónicos: el comunismo y el capitalismo. La pobreza y la opulencia, planificadas en el primero y “espontáneas” en el segundo, producirían, al final, efectos similares en cualquier sociedad del planeta.

domingo, 4 de diciembre de 2011

El silencio y la lengua



En una conocida foto, Charles Darwin se lleva el índice a los labios cerrados. Su gesto no parece de meditación sino de complicidad en el silencio. Hay tanto humor en la pose de Darwin como en la lengua afuera de Albert Einstein. El escándalo de le teoría evolucionista operaba como secreto a voces, como conjura silenciosa del siglo XIX. La relatividad, en cambio, aparecía como burla o como boutade del naciente siglo XX. Ambas teorías redujeron las realidades físicas y sociales a meras ilusiones o espejismos.
Los gestos de Darwin y Einstein serían intercambiables si el primero no hubiera sido una criatura victoriana y el segundo un contemporáneo del holocausto. Sacar la lengua o invitar al secreto podrían ser actitudes también atribuibles a Karl Marx o a Sigmund Freud. Los cuatro formularon teorías develadoras de una verdad. Ese sentido de aletheia determina tanto la persuasión como el rechazo que en los dos últimos siglos han concitado el marxismo y el darwinismo, la relatividad y el psicoanálisis.


lunes, 21 de noviembre de 2011

El dictador de Casal



Uno de los lugares comunes de la crítica y la historiografía literarias cubanas que, con mejor fortuna, han sido interpelados en las tres últimas décadas es la contraposición entre José Martí, como arquetipo del poeta cívico, y Julián del Casal, como poeta nihilista. Ni Martí fue un poeta centralmente político, ni Casal careció de ideología o de posicionamientos concretos contra la Capitanía General de la Isla de Cuba y otros regímenes o gobernantes autoritarios de su época, en Europa o América.
Incluso en los momentos de mayor afrancesamiento de Casal no es imposible leer algunas notables simpatías republicanas. Por ejemplo, su conocido poema “A un dictador” (1892), si está dedicado al general francés Georges Ernest Boulanger, como aseguran casi todos los críticos casalianos, sería revelador de una ideología claramente antimonárquica. Que Casal llamara “dictador” a Boulanger es buena muestra de su rechazo por el bonapartismo y el conservadurismo que amenazaban a la Tercer República Francesa en la última década del siglo XIX.
A Casal le resultaba atractiva la primera etapa de la carrera militar de Boulanger, cuando había defendido a Francia de la agresión prusiana de 1871: “Noble y altivo, generoso y bueno/ apareciste en tu nativa tierra,/ como sobre la nieve de alta sierra/ de claro día el resplandor sereno”. Pero cuando Boulanger utiliza su prestigio militar para encabezar la oposición antirrepublicana, el heroísmo se ve rebasado por la ambición: “Torpe ambición emponzoñó tu seno/ y, en el bridón siniestro de la guerra,/ trocaste el suelo que tu polvo encierra/ en abismo de llanto, sangre y cieno”.
Al final del poema, Casal, naturalmente, se reconcilia con el personaje. El suicidio del general, de un disparo en la cabeza, ante la tumba de su amante, Madame Marguerite de Bonnemains (en la foto), en un cementerio de Bruselas, era, según el poeta cubano, un acto de “valor en la derrota”. El honor del general, mancillado por las ansias autoritarias de su antirrepublicanismo, se veía salvado por aquel suicidio de amor: “Mas si hoy execra tu memoria el hombre,/ no del futuro en la extensión remota/ tus manes han de ser escarnecidos;/ porque tuviste, paladín sin nombre,/ en la hora cruel de la derrota,/ el supremo valor de los vencidos”.


jueves, 17 de noviembre de 2011

Un nuevo catálogo para la biblioteca de Lezama



El crítico mexicano Sergio Ugalde Quintana, Doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México y actualmente profesor de la UNAM, ha escrito un deslumbrante ensayo sobre La expresión americana (1957) de José Lezama Lima. No se trata de un estudio literario tradicional de esta obra, a la manera, por ejemplo, del realizado por la estudiosa brasileña Irlemar Chiampi, que tiene muy presente. Tampoco de un ejercicio de historia intelectual, donde se recrea la irrupción del texto en La Habana de Batista. Se trata de otra cosa.
La biblioteca en la isla (2011), editada por la madrileña editorial Colibrí, es una lectura de La expresión americana a través del voluminoso y variado archivo que Lezama utilizó para la composición de los cinco ensayos de su libro. Ugalde Quintana no sólo releyó el texto de Lezama, releyó también sus fuentes, pero no para reconstruir el proceso de escritura de La expresión americana –o “deconstruirlo” -, ni para suscribir o impugnar sus argumentos. El objetivo de Ugalde Quintana fue más discreto y, a la vez, más eficaz: recatalogar la biblioteca de Lezama.
El crítico mexicano dividió esa biblioteca en cuatro estantes. En el primero reunió todo el campo referencial de la morfología de la cultura y la historia y la crítica literarias europeas que Lezama utilizó para orientarse teóricamente a mediados del siglo XX: Spengler, Curtius, Vossler, Klages, Huizinga… Toda una tratadística que le llegó al poeta cubano a través de José Ortega y Gasset y la Revista de Occidente, publicación que enseñó a pensar a buena parte de la intelectualidad hispanoamericana de la primera mitad del siglo XX.
El segundo estante tiene que ver con La Habana como lugar para la conversación literaria y la poética de la memoria. Ahí coloca Ugalde los diálogos que sobre la poesía y la historia, América y Europa, el mito y la cultura, sostuvo Lezama con María Zambrano y Cintio Vitier entre los años 40 y los 50. En esos coloquios encuentra otra fuente de las analogías de imágenes y los enunciados genealógicos que abundan en La expresión americana. La visión de Occidente como algo más que Europa y la de América como algo más que América Latina o Hispanoamérica, que distinguió a Lezama, se conformaron, como asimilación o rechazo, en esos diálogos.
Al barroco americano, a la tensión que el mismo establece con el clasicismo y el romanticismo, con la cultura prehispánica y la expresión criolla, en la obra de Lezama, dedica Ugalde el tercer estante. En este último ocupa un lugar central la relación de Lezama con México que, hasta ahora, la crítica no había tratado con tanta profundidad y sutileza. Archivero él mismo, Ugalde da a conocer, por primera vez, cartas de Lezama a Alfonso Reyes y detalles del importante viaje del autor de Paradiso a México en 1949.
El último de los estantes de esta remozada biblioteca de Lezama se consagra a José Martí. Pero no encontrará el lector, en estas “variaciones”, los pétreos estereotipos que la religión martiana ha acumulado en el último siglo. Martí aparece en La biblioteca en su isla sumado a la conversación letrada de Lezama y, a veces, como interlocutor caribeño de Friedrich Nietzsche. En las últimas páginas de su libro, Ugalde Quintana descubre, detrás de la idea lezamiana de Martí como “plenitud de la ausencia posible”, una variación en torno a la “escritura en sangre” del filósofo de Basilea.  

sábado, 12 de noviembre de 2011

Martí y los anarquistas de Chicago



Casi siempre que discutimos las relaciones del pensamiento de José Martí con el marxismo, remitimos a la nota necrológica sobre Marx enviada a La Nación  de Buenos Aires, en 1883, y al ensayo sobre La futura esclavitud de Herbert Spencer, que Martí escribió en 1884 para La América de Nueva York. Sin embargo, las más completas reflexiones de Martí sobre el movimiento obrero, que nunca entendió desde una perspectiva sectariamente marxista, se encuentran en la serie de artículos sobre las huelgas de 1886 en Estados Unidos, impulsadas por la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, una logia creada por Terence Powderly y otros republicanos católicos irlandeses en las principales ciudades del norte de la costa Este.
Llama la atención el escaso interés que los marxistas cubanos han mostrado por esos artículos de Martí para La Nación de Buenos Aires, que culminan con las crónicas sobre el proceso a los anarquistas de Chicago, entre septiembre de 1886 y noviembre de 1887. En el libro Siete enfoques marxistas sobre José Martí  (1978), por ejemplo, que reunió textos sobre Martí de Julio Antonio Mella, Juan Marinello, Raúl Roa, Blas Roca, Ernesto Guevara, Carlos Rafael Rodríguez y Armando Hart, apenas se mencionan y de pasada, en el artículo de Roca, la serie de más de cinco crónicas que el revolucionario cubano dedicó a este importante tema.
Lo primero que atrae a Martí de esa intensificación del movimiento obrero en Estados Unidos, en la primavera de 1886, es el espectáculo de la huelga. Martí describe fascinado cómo miles de obreros de Filadelfia, Nueva York, Boston y Chicago se ponen de acuerdo para dejar de trabajar y demandar, pacíficamente, aumentos salariales, jornadas de ocho horas y mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores. Martí defiende las huelgas, resueltamente, pero piensa que las mismas son sólo un mecanismo, entre otros, dentro de una metodología de lucha pacífica impulsada por la orden de los Caballeros del Trabajo. En sus orígenes, advierte Martí, ni siquiera las huelgas eran bien vistas y se asumían como una opción extrema:

“Le entró en la orden de súbito un elemento distinto del que ha contribuido a su formación y prosperidad. La orden vio desde el principio que sólo en la educación reside la fuerza definitiva y fue ejerciendo influjo entre los obreros, ya que por el secreto de sus labores, ya por el exilio desusado que la superior cultura de sus miembros lograba dar a contiendas industriales en que los obreros habían sido antes vencidos. En vez de huelga, argumentos; en vez de amenaza, exposición, examen y arbitramiento. Los fabricantes veían a un obrero nuevo, firme y conocedor de sus derechos, y cedían el derecho a la sorpresa”.

Esa simpatía por los métodos de la orden de los Caballeros del Trabajo lleva  a Martí a trasmitir una visión bastante crítica de los anarquistas de Chicago, en su primera nota del 2 de septiembre de 1886. Ahí dice Martí que los siete anarquistas, de los cuales sólo uno es norteamericano, casado con “una mulata que no llora”, “han traído de Alemania el pecho cargado de odio” y “desde que llegaron se pusieron a preparar la manera mejor de destruir”. Martí da por sentado entonces que los huelguistas hicieron mal en fabricar bombas en sus casas y en detonarlas contra la policía que los reprimió.
En otra nota, sin embargo, la titulada “Un drama terrible”, del 13 de noviembre de 1887, Martí muestra mayor aprecio por los anarquistas, cuando son condenados a muerte. Ahí sostendrá que la apelación a la violencia entre los inmigrantes anarquistas tenía que ver con que en Alemania, a diferencia de Estados Unidos, la democracia era débil y el ejercicio del sufragio, reciente e incompleto. Esa falta de cultura política democrática, que los llevó a detonar las bombas, era la importación de métodos ajenos al movimiento obrero norteamericano. El retrato que hace Martí de Spies, Lingg, Engel, Schawb, Fischer, Neebe y Parsons, casado con la “apasionada mestiza en cuyo corazón caen como puñales los dolores de la gente obrera”, es, sin dudas, ennoblecedor.
 Al republicano cubano le molesta la caricatura que hace la prensa de derecha de los anarquistas, presentándolos como reencarnaciones de los jacobinos franceses. Rechaza esa trasposición del terror a Chicago y la “pintura” de los anarquistas como salvajes europeos, con los sótanos llenos de bombas, y de sus mujeres como “furias verdaderas, que derriten el plomo, como aquellas de París que arañaban la pared para dar cal con que hacer la pólvora a sus maridos”. Al final, Martí, crítico de la pena de muerte, se opone a las condenas a la horca de los anarquistas y defiende una política obrera preventiva, que evite la confrontación violenta con la patronal, más en la línea del sindicalismo socialdemócrata que en la del movimiento comunista:

“¿Quién que castiga crímenes, aun probados, no tiene en cuenta las circunstancias que los precipitan, las pasiones que los atenúan, y el móvil con que se cometen? Los pueblos, como los médicos, han de preferir prever la enfermedad, o curarla en sus raíces, a dejar que florezca en toda su pujanza, para combatir el mal desenvuelto por su propia culpa, con medios sangrientos y desesperados”.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Yihadismo global



Ahora que la Alta Comisionada de Naciones Unidas, Navi Pillay, ha ordenado una investigación sobre el linchamiento de Muamar Gadhafi, tal vez podamos ganar mejor comprensión del daño que ha causado al derecho internacional la “guerra contra el terror” emprendida por Estados Unidos y sus aliados europeos en la última década. Pocos ponen en duda que Estados Unidos debía reaccionar a los atentados del 9/11 y actuar contra Al Qaeda, pero pocos, a la vez, comparten que esa reacción se extendiese a una guerra injustificada contra Irak y a la puesta en práctica de elusiones del derecho internacional.
Al siempre cuestionable rechazo de Washington al Estatuto de Roma y a la Corte Penal Internacional de La Haya, habría que agregar la paradoja, confirmada en los dos últimos años, de que bajo la administración de Barack Obama, líder demócrata que llegó a la presidencia criticando el unilateralismo de Bush, se hayan producido las ejecuciones, sin el menor apego a las normas del derecho internacional, de los líderes de Al Qaeda, Osama Bin Laden y Anwar Awlaki, este último, ciudadano norteamericano, ultimado en Yemén por un avión no tripulado de la CIA. En época de Bush, objetor del Estatuto de Roma, Sadam Hussein fue ejecutado luego de un proceso judicial.
Si algo identifica al terrorismo islámico y a las dictaduras del Medio Oriente, derrocadas por las recientes revoluciones árabes, es el desprecio por las normas jurídicas globales. El linchamiento de Gadhafi, tirano emblemático de esa parte del mundo, aunque a manos de rebeldes libios, fue celebrado por los altos mandos de la OTAN y por el propio gobierno de Estados Unidos. Se produce así una convergencia entre los métodos del terrorismo y el antiterrorismo, propia de rivales en una guerra irregular, que resulta contraproducente para los fines de la promoción de la democracia y el Estado de Derecho en el mundo.
Vincent Warren, director del Center for Constitutional Rights, una organización que defiende un marco jurídico global, basado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la propia Constitución de Estados Unidos, y que ha cuestionado las detenciones ilegales en Guantánamo, pero también la violencia doméstica, los feminicidios, la homofobia, el racismo y la represión de disidentes en diversos países africanos, latinoamericanos y del Oriente Medio, ha sugerido, con razón, que una ejecución extrajudicial ordenada por Washington es un aval formidable para la violación de los derechos humanos en cualquier lugar del planeta.
La sudafricana Navi Pillay, graduada como Barack Obama de la Harvard School of Law, que por años luchó contra el apartheid en su país, que ha denunciado los atropellos a los derechos femeninos en los regímenes islámicos y que trabajó en la Corte Penal Internacional de La Haya, tal vez pueda ayudar a esclarecer los daños que el antiterrorismo ocasiona al derecho internacional. Daños que, en su peor dimensión, refuerzan la tendencia a construir dictaduras subalternas, que violan derechos humanos en nombre de un estado de excepción o un yihadismo global, en regiones pobres y desiguales del mundo. 

domingo, 6 de noviembre de 2011

Razones del equivocado



En el último Babelia la figura del escritor austriaco, Peter Handke, viene envuelta en un halo trágico que deja una sensación enternecedora. En la entrevista de Cecilia Dreymüller, Handke se muestra escurridizo y zigzagueante, como sus propios libros y viajes, como sus propias divagaciones letradas por los parajes de Stendhal y Chejov, de Faulkner y Simenon. Uno de los riesgos del estilo, dice, es que cuando llega a estar muy personalizado se vuelve fácil de imitar. Y cuando eso sucede, como a su juicio le sucede a Thomas Bernhard, la escritura deja ser escritura, se convierte en artefacto.
La entrevistadora  interroga, a propósito de Preguntando entre lágrimas (2011), donde narra su involucramiento en la guerra civil yugoslava y su defensa del nacionalismo serbio, y prefiere no responder. Pregunta: “¿sigue pensando que Milósevic era una figura trágica?”. Respuesta: “ya no quiero decir nada más sobre ese tema. Cada vez que abro la boca me atribuyen palabras e intenciones que nunca he expresado. Estoy harto de esto”. En su nota “El pensador de instantes”, José Andrés Rojo parece dar en el clavo. La figura trágica no es el dictador serbio, es el propio Handke. Un escritor que tuvo razones para equivocarse:

“Handke cometió el error de decir, durante la guerra, que “los serbios son todavía más víctimas que los judíos” y, aunque se retractó inmediatamente, quedó estigmatizado. Y fue al funeral de Milíosevic, donde dijo unas palabras, como si no supiera que los gestos pesan a veces más que los mensajes. Ahí está su “irrealidad”: habló allí porque quería criticar “el lenguaje de un mundo que supuestamente sabía la verdad acerca de este “carnicero y dictador”. No lo hizo por ninguna lealtad a Slobodan Milósevic. La inmensa mayoría entendió, y seguramente con razón, que su presencia significaba su apoyo a un caudillo nacionalista. Handke y su obra tardarán aún mucho en zafarse del simbolismo de esas iniciativas. El hombre que quiso atrapar el dolor de todos los yugoslavos no debió asistir al funeral del político que gobernaba a los serbios cuando se produjo lo que el mismo Handke define como “el peor crimen contra la humanidad cometido en Europa después de la Segunda Guerra Mundial”, el de Srebrenica". 

sábado, 5 de noviembre de 2011

La crítica latinoamericana al marxismo soviético



Por lo general, cuando se intentan historiar las resistencias del marxismo latinoamericano a la ortodoxia soviética, en el siglo XX, vienen a la mente, después de José Carlos Mariátegui, quien murió en 1930, antes de que la propia teoría soviética se consolidara, una serie de discipulados filosóficos de pensadores europeos. Los marxistas latinoamericanos que descartaron la escolástica soviética vendrían siendo los pocos seguidores de Trotski y Gramsci, de Korsch y Lukács, de Sartre y Wright Mills que había a mediados del siglo XX en la región.
Apenas comenzaba a difundirse la crítica al estalinismo entre las izquierdas latinoamericanas, luego del XX Congreso del PCUS en 1956, cuando llegaron los revolucionarios cubanos y ayudaron a los soviéticos a relanzar su marxismo en América Latina. Los años 60 y 70 fueron las décadas de mayor proyección editorial y académica del marxismo soviético en la región. Fue entonces cuando más circularon los manuales de Konstantinov y Afanasiev y las propias versiones locales de los mismos, como el célebre Los conceptos elementales del materialismo histórico (1969) de Marta Harnecker, que en 2007 arribaba al record de 66 reediciones en la editorial Siglo XXI.
A veces se sugiere que el manual de Harnecker, alumna de Louis Althusser, abría un campo referencial para el marxismo latinoamericano, diferente al soviético. Lo cierto, sin embargo, es que el mismo, al igual que la propia obra de Althusser o los intentos de Adolfo Sánchez Vázquez de entender el marxismo como una “filosofía de la praxis”, derivados de una relectura de los ensayos de Karl Korsch sobre marxismo y filosofía de los 20 y de una aproximación cautelosa a la Escuela de Frankfurt, no se propusieron nunca desplazar al marxismo-leninismo soviético, sino adaptarlo a las condiciones históricas latinoamericanas. En Cuba, desde luego, se leían y se enseñaban más a los manualistas soviéticos que a Harnecker o a Sánchez Vázquez, quienes en círculos escolásticos de Moscú y La Habana eran catalogados de “revisionistas”.
Los estudios recientes del historiador mexicano Carlos Illades permiten ubicar el momento en que el marxismo latinoamericano comienza a enfrentarse más claramente a la ortodoxia soviética. Algo de esa crítica puede encontrarse en el Che Guevara –después de la crisis de los misiles del 62, ya que antes, en sus “Notas para el estudio de la ideología de la Revolución Cubana”, por ejemplo, incluía a Stalin como uno de los marxistas revolucionarios del siglo XX- y, luego, a partir de 1968, en líderes de la izquierda latinoamericana como Teodoro Petkoff y Nahuel Moreno. Sin embargo, la impugnación más clara del marxismo soviético, desde el marxismo latinoamericano, se produjo entre fines de los 60 y principios de los 80 en círculos de la Teoría de la Dependencia.
Ruy Mauro Marini, André Gunder Frank o Theotonio Dos Santos, al insistir en la función de América Latina dentro del capitalismo global, descartaron uno de los dogmas del marxismo soviético desde el periodo estalinista, que consistía en presentar las economías y sociedades latinoamericanas como semifeudales o no plenamente capitalistas. En ese diagnóstico se basó toda la política soviética hacia América Latina, que recomendaba a los comunistas de la región compartir la tarea de la industrialización. Los “dependentistas” tampoco suscribieron el sistema político soviético, que se reproducía en Cuba, aun cuando defendieran, en su mayoría, la “solidaridad” con la Revolución.  De más está decir que tampoco ellos fueron ampliamente difundidos en la isla, luego del breve y abortado intento de la revista Pensamiento Crítico por darlos a conocer.
Los teóricos de la dependencia, como es sabido, lograron mucho más diálogo con los gobiernos de Goulart en Brasil o de Allende en Chile que con los líderes cubanos. Su rechazo a la escolástica soviética los colocaba de lleno en el campo del “revisionismo de izquierda”, que, según el Partido Comunista de Cuba, debía ser combatido con tanto celo como el anticomunismo de derecha. Algunos conceptos básicos de la Teoría de la Dependencia pasaron, luego de la caída del Muro Berlín, a la obra de marxistas críticos latinoamericanos de las dos últimas décadas, como el ecuatoriano-mexicano Bolívar Echeverría, para quienes la crítica al marxismo soviético era tan necesaria como la crítica al liberalismo occidental.

   

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El excepcionalismo crítico de Noam Chomsky



Hoy La Jornada reproduce la conferencia que pronunció Noam Chomsky en el campamento Occupy Boston, en la plaza Dewey de esa ciudad, dentro de un ciclo de conferencias en honor del historiador Howard Zinn, el pasado 22 de octubre. El tono de la conferencia de Chomsky es excepcionalista, de principio a fin. Cita la conocida tesis sobre Feuerbach de Marx, pero el mundo que le interesa transformar no es todo el mundo sino el mundo norteamericano.
Arranca diciendo que “nunca había visto nada como el movimiento Occupy Wall Street, ni en tamaño ni en carácter; ni aquí ni en ninguna otra parte del mundo”. Y luego agrega: “que el movimiento Ocupemos no tenga precedentes –ni en Estados Unidos ni en el mundo- es algo apropiado, pues ésta es una era sin precedentes, no sólo en estos momentos sino desde los años 70”. Siguiendo las ideas  de Zinn en A People’s History of the United States, el movimiento Ocupemos es un hito en la “historia de Estados Unidos”.
La era a la que se refiere Chomsky, en esta conferencia y varios de sus libros recientes, es la del capitalismo financiero y especulativo, que, a su juicio, no es propiamente “postindustrial” sino “desindustrializador” y “pauperizador”.  Pero esa era,  además de claros límites temporales –de los años 70 para acá- tiene, a su vez, claros límites geográficos: su espacio es el de las tres “plutonomías” clave del orbe, Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá, dominadas, a su vez, por la primera. El resto es “periferia”
Occupy Wall Street es, por tanto, una reacción contra el capitalismo financiero y especulativo norteamericano. Nada más y nada menos. En el razonamiento de Chomsky, la excepcionalidad de ese capitalismo está determinada por su hegemonía global. De ahí que la oposición a dicha hegemonía deba ser igualmente excepcional. No es raro, entonces, que no haya en el elocuente discurso de Chomsky alusión alguna a los indignados europeos o latinoamericanos.




lunes, 31 de octubre de 2011

Weber feminista



He buscado sin fortuna un buen estudio sobre Marianne Weber (1870-1954), la esposa del importante sociólogo alemán Max Weber. Esta interesante filósofa, socióloga e historiadora –en la época en que vivió y escribió esas tres ramas del saber estaban mucho más entrelazadas que ahora- es conocida, sobre todo, por la extraordinaria biografía de su marido, Max Weber: Ein Lebensbild (1926), que ha sido leída, en buena medida, como complemento de Economía y sociedad, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, El político y el científico y otras obras de Weber.
Para no ir más lejos, Andre Gunder Frank, el pertinaz teórico de la dependencia latinoamericana, en una ingeniosa contraposición entre Smith y Marx, por un lado, y Weber y Parsons, por el otro, -que favorecía a los primeros, desde luego-, desarrollada en su libro Acumulación dependiente y subdesarrollo (1979), utilizaba a Marianne Weber como fuente para demostrar que el “objetivo principal” de la obra del autor de Economía y sociedad era “reemplazar al materialismo histórico como interpretación”. Sin embargo, hay un par de obras de Marianne Weber, poco conocidas y no traducidas al español –de hecho, poco conocidas fuera de la lengua alemana- que reflejan su pensamiento con mayor fidelidad que la biografía de su esposo.
Me refiero a Fichtes Sozialismus und sein Verhältnis zur Marxschen Doktrin (1900), un estudio sobre la influencia de las ideas de Fichte en la creación de la teoría comunista de Marx, que me encantaría leer. En sus páginas, escritas durante sus primeros años de matrimonio con Weber, tal vez podamos enterarnos mejor de lo que aquella pareja pensó sobre Marx y el marxismo. Pero la obra que más claramente la identifica es, por lo visto, Ehefrau und Mutter in der Rechtsentwicklung (1907), un tratado de derecho feminista, que resumió las ideas de Marianne Weber sobre un tema en el que estuvo involucrada toda su vida.

Arte y certidumbre



A propósito de la performancera Lauren Hartke, protagonista de su novela Body Art, editada en 2010 por Seix Barral, escribe Don DeLillo:


“Hartke es una artista del cuerpo que intenta desembarazarse del cuerpo… del suyo, al menos. Está el hombre que se pone de pie en una galería de arte y deja que uno de sus colegas le dispare balas al brazo. Eso es arte. Está el hombre esplendorosamente tatuado que se ha enfundado una corona de espinas. Eso es arte. La obra de Hartke no es ni automutilante ni autodestructiva. Está actuando, siempre ocupada en convertirse en otra persona o en explorar quién sabe que raíces de identidad. Está la mujer que pinta cuadros con la vagina. Eso es arte. Están el hombre y la mujer desnudos que se embisten repetidamente cada vez con más fuerza. Eso es arte, sexo y agresión. Está el hombre ataviado con ropa interior femenina ensangrentada que finge el coito con una montaña de carne picada. Eso es arte, sexo, agresión, crítica cultural y certidumbre. Está el hombre que se clava clavos en el pene. Eso es simplemente certidumbre” (p. 121). 

domingo, 30 de octubre de 2011

Nahuel Moreno y la crítica trotskista al socialismo cubano



El marxista argentino Hugo Miguel Bressano Capacete (1929-87), que utilizó el alias de Nahuel Moreno, fue, tal vez, el trotskista latinoamericano de mayor rango dentro de la IV Internacional Comunista, fundada por León Trotski antes de su asesinato en México. Como tantos otros dirigentes de la izquierda argentina, Moreno, afiliado desde los años 40 al trotskismo, inició su carrera política por medio de una relación ambivalente con el peronismo. Luego de rivalizar con los peronistas por el apoyo de las bases obreras, Moreno defendió una política autodenominada “entrista”, basada en la alianza con Juan Domingo Perón.
Cuando el golpe militar contra Perón, en 1955, Moreno pasa a la oposición y es en esa coyuntura que se produce el triunfo de la Revolución Cubana. La primera lectura de Moreno de este fenómeno fue muy similar a la del comunismo estalinista: a su juicio, no se tratada de una verdadera revolución sino de un golpe de Estado promovido por una pequeña burguesía populista. Cuando comienza la radicalización socialista de La Habana, a principios de los 60, Moreno cambia su percepción e involucra a su asociación, el Partido Revolucionario de los Trabajadores, en la creación de la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad), una alianza regional de izquierdas comunistas, populistas y guevaristas.
En los 70 ya Moreno es el latinoamericano mejor posicionado dentro de la IV Internacional, donde comparte el liderazgo y algunos debates con Ernest Mandel, Pierre Franck, Joseph Hansen y James Cannon. A fines de esa década, Moreno se involucra en el proyecto de creación de un contingente armado, latinoamericano, la brigada “Simón Bolívar”, que participaría en la insurrección sandinista contra la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua. En aquellos años, por lo visto, la posición de Moreno sobre el socialismo cubano dio un nuevo giro y en el mismo tal vez tuvieron algún peso las diferencias con nicaragüenses y cubanos en torno a la Revolución Sandinista, así como su rechazo a ciertos entendimientos entre el gobierno cubano y la dictadura militar argentina.
A principios de los 80, Moreno se involucra en el proceso de transición argentino por medio del MAS (Movimiento al Socialismo), organización de la cual sería uno de los principales líderes. De aquella época data el borrador de un largo ensayo histórico y teórico, titulado Las revoluciones del siglo XX (1984), en el que este trotskista argentino hace algunas de las críticas más serias que se han hecho a la Revolución Cubana desde la izquierda latinoamericana. Siguiendo las ideas centrales de Trotski, Moreno sostenía que la historia del siglo XX obligaba a considerar una etapa no prevista en la teoría marxista de la historia, que era la de las “revoluciones obreras congeladas”, en la que el capitalismo no era superado por el autogobierno obrero sino por una larga fase de “capitalismo de Estado”, encabezada por una burocracia gubernamental.
En su ensayo, Moreno se refería, fundamentalmente, a tres “revoluciones socialistas congeladas” en el siglo XX, la soviética, la china y la cubana, y a una larga lista de experiencias derivadas de las mismas. En los tres casos observaba un proceso histórico marcado por la toma del poder por parte de un “ejército-partido”, que no destruía sino que reemplazaba la vieja jerarquía social del orden burgués con una nueva jerarquía burocrática autodenominada “socialista”. En el último acápite, titulado “Los regímenes estalinistas y la revolución política”, Moreno aplicaba el concepto de totalitarismo a esos tres sistemas políticos y señalaba tres semejanzas fundamentales en los mismos: unipartidismo, ausencia de libertades públicas y sindicatos estatales.
Moreno no alcanzó a ver la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, un proceso que los trotskistas entendieron como confirmación de las ideas del fundador de la IV Internacional. En el magnífico capítulo que el historiador argentino Elías José Palti dedica a Moreno, en Verdades y saberes del marxismo (2005), se explora el “sentido trágico” de la obra de este marxista latinoamericano. Hoy las críticas al socialismo cubano, desde la izquierda latinoamericana, son cada vez más frecuentes. Antes de 1989, quienes se atrevieron a hacerlas fueron, por general, marxistas obsesionados con la verdad.

sábado, 29 de octubre de 2011

El relámpago hegeliano de Natasha Mella



Si se hiciera una historia de la recepción de Hegel en Cuba sorprendería encontrar en ese país caribeño a no pocos lectores del gran filósofo alemán del siglo XIX. Recepción que en el caso cubano, además de seguir casi todas las vías de asimilación de la filosofía hispanoamericana, entre el positivismo y el existencialismo, se refuerza por la amplia difusión que tuvo el marxismo-leninismo soviético dentro de la isla, para el cual Hegel era referencia obligada. No había filósofo soviético que no recordara que Lenin, al final de su vida, releía la Ciencia de la lógica de Hegel para descifrar el método dialéctico de Marx.
En esa historia hipotética habría, por lo menos, dos momentos ineludibles. El primero, señalado por Humberto Piñera Llera en un ensayo clásico (www.filosofia.org/hem/dep/rcf/n10p027.htm) sería la lectura de Hegel que hizo Rafael Montoro, a fines del siglo XIX, con el propósito, entre otras cosas, de fundamentar teóricamente su evolucionismo político y de desmarcarse del positivismo predominante en los círculos filosóficos cubanos e hispanoamericanos. El segundo debería ubicarse entre los años 70 y 80 del siglo XX, que fueron las décadas de auge y decadencia del marxismo soviético en la isla.
De la resonancia de Hegel en aquellas dos décadas existen algunas evidencias, comentadas por Alexis Jardines, tal vez el mayor conocedor del pensamiento hegeliano en Cuba, en su libro La filosofía cubana in nuce (2005). Muchos graduados en las escuelas filosóficas de Moscú y Leningrado, como el propio Jardines, llegaron entonces a la isla con una fuerte formación hegeliana que provenía, fundamentalmente, de la corriente de la “lógica dialéctica”, entendida como rearticulación materialista de la “ciencia de la lógica” hegeliana, y defendida, entre otros, por Evald Vasilievich Ilienkov (1924-79).
Ilienkov había sido condenado al ostracismo luego de la aparición de su libro La dialéctica de lo abstracto y lo concreto en El Capital de Marx (1955), pero en los años 70 fue rehabilitado gracias al respaldo intelectual e ideológico que recibió su libro Lógica dialéctica (1974), editado en español por la Editorial Progreso de Moscú en 1977 y reeditado por Ciencias Sociales, en La Habana, en 1984, poco antes de que arrancaran la perestroika y la glasnost. En Cuba, Ilienkov fue leído como un filósofo a medio camino entre el sovietismo tardío y la nueva filosofía post-soviética, por la fuerte referencialidad hegeliana que poseía su obra.
Dentro de ese segundo momento hegeliano de las ideas en Cuba habría que incluir también la experiencia menos conocida de Natasha Mella en Miami, a quien el periodista Wilfredo Cancio hiciera una memorable entrevista, en 2009, con motivo de sus 80 años (www.elnuevoherald.com/2009/01/11/v-fullstory/355759/hija-de-julio-antonio-mella-tras.html). Esta filósofa y diplomática cubana, hija del fundador del Partido Comunista de Cuba, Julio Antonio Mella, escribió entre los años 70 y 80 un par de ensayitos, el primero titulado Dialéctica idealista (1972) y el segundo, Un relámpago hegeliano (1987). En ambos, Mella proponía aprovechar el “monismo” de la dialéctica hegeliana y su filosofía de la historia, basada en la marcha ascendente de la razón y la libertad, para abandonar el “dualismo” entre comunismo y democracia impuesto por la Guerra Fría.
Ese dualismo, que Mella consideraba ficticio y a la vez autoritario, para ambos polos, tenía en Cuba uno de sus capítulos fundamentales. A diferencia de Ilienkov y los filósofos soviéticos o de algunos de sus compatriotas en la isla, Mella no leía, fundamentalmente, la Ciencia de la lógica de Hegel sino la Fenomenología del espíritu  y las Lecciones de filosofía de la historia universal. Al final del segundo de aquellos ensayos, escrito ya en plenas perestroika y glasnost y apenas dos años antes de la caída del Muro de Berlín, la hija de Mella relacionaba el proceso de la unificación alemana con una eventual transición a la democracia en Cuba:

“Para romper el hilo de la contradicción con que por tan largo tiempo ha estado estrangulada la causa de Cuba, hay que elevarla al plano del monismo idealista que equivale a legítimo espíritu de la libertad. No hay que mirar más a las contradicciones sino encontrar identidades. La condición histórica del pueblo de Cuba es idéntica a la condición histórica del pueblo alemán. Ambos representan un espíritu escindido dentro del conflicto que sostienen los dos poderes mundiales y que bajo el nombre político de Guerra Fría es la superviviente de la Segunda Guerra Mundial. Declaro aquí que la libertad de Cuba y la reunificación de Alemania representan una y la misma síntesis o resolución del proceso histórico universal de Occidente. Que hay que universalizar el concepto de libertad. Y que de esta universalización depende por entero el destino de Occidente”.
   

viernes, 28 de octubre de 2011

En busca de Calixta Guiteras









Hace unos diez meses, en enero de 2011, publicamos aquí el post “Guiteras en Chiapas”. El mismo estuvo motivado por la lectura que alguna vez hice de Los peligros del alma (1965) y otros ensayos antropológicos de Calixta Guiteras Holmes, la hermana del líder socialista cubano Antonio Guiteras, escritos y publicados durante su largo exilio en México, entre 1935 y 1961. Había leído esos textos alrededor del año 2006, justo cuando mi amiga, la cineasta mexicana Guita Schyfter, realizaba su documental Los laberintos de la memoria (2007), inspirado también en la obra de aquella otra Guiteras, para el cual me entrevistó. De esa misma lectura salió un artículo para El Nuevo Herald, titulado “Calixta y Natasha”, sobre la hermana de Antonio Guiteras y la hija del dirigente comunista cubano Julio Antonio Mella, exiliada en Miami.
Hace algunas semanas leí en el portal Cubarte, del Ministerio de Cultura cubano, un artículo de Graziella Pogolotti (www.cubarte.cult.cu/periodico/letra-con-filo/calixta-en-chiapas/19455.html), con el familiar título de “Calixta en Chiapas”, en el que se anunciaba la aparición en la isla de un próximo volumen de ensayos de esta importante etnóloga y antropóloga. Ayer recibí la grata carta de un discípulo y amigo de Calixta Guiteras en La Habana, Frank Pérez Álvarez, con algunos detalles sobre dicho volumen, que reproduzco a continuación. Se trata de la antología México indígena. Ensayos etnográficos (2011), compilada por el antropólogo chiapaneco Víctor Manuel Esponda Jimeno. Agradezco al profesor Pérez Álvarez su amable y respetuosa carta, que responde a varias de las preguntas que hacía en “Guiteras en Chiapas”, y la autorización que me ha dado para reproducir la misma.









CARTA A RAFAEL ROJAS

La Habana, 27 de Octubre de 2011


Sr. Rafael Rojas,
México, D.F.
Email: librosdelcrepusculo@gmail.com


Compatriota Rojas:

He leído su documentado artículo Guiteras en Chiapas, aparecido en el blog Libros del Crepúsculo, con fecha 10 de enero del presente año, dedicado a la ilustre Maestra Calixta Guiteras Holmes. Como cubano, editor, discípulo y sobre todo, amigo personal que fui de la insigne antropóloga, me resulta grata la lectura de esas páginas escritas por usted que contribuyen al conocimiento de Cali, entre las nuevas generaciones, y para aquellos que se interesan por las ciencias sociales, y en especial por los estudios antropológicos en América Latina y el Caribe.

Usted hace un apretado recorrido por la vida y la obra de Calixta, interesantes reflexiones, y escribe los siguientes comentarios: "Es frustrante no saber más sobre Calixta Guiteras Holmes(…)" o "El lugar de Calixta Guiteras Holmes en la antropología mexicana está muy bien establecido. Pero, ¿por qué parecen tan débiles sus conexiones con la antropología cubana, si Guiteras regresó a Cuba a principios de los 60 y allí murió en 1988? ¿Sólo porque su objeto de estudio fueron las comunidades del Sudeste mexicano y no la cultura afrocubana? Es lógico que para su trabajo fuera más importante la referencia de Manuel Gamio que la de Fernando Ortiz. ¿Pero no es acaso su ejercicio con Arias Sojom un antecedente bastante inmediato de Biografía de un cimarrón (1968) de Miguel Barnet?"

En tal sentido me he permitido hacerle llegar algunas consideraciones a título personal y también datos que de alguna manera, creo que pueden ayudar a responder a sus preguntas, y llenar ese vacío informativo o "débiles conexiones con la antropología cubana" como usted afirma, acerca de la vida académica, de Guiteras en Cuba, estancia que, a mi parecer, resultó muy fructífera.

1. Calixta regresó definitivamente a Cuba en 1961, tenía ya 56 años, y un rico y prestigioso aval científico e investigativo en los campos de la Etnología y la Antropología Social y Cultural desarrollados en México y los Estados Unidos sobre todo en la zona de Chiapas donde realizó trabajo de campo etnográfico y participó en excavaciones arqueológicas en Palenque en compañía del destacado arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier, de origen cubano-francés y mexicano por adopción. En Cuba ha triunfado la revolución en 1959, y Calixta decide regresar definitivamente a su país y participar en la nueva etapa que se iniciaba. Es el momento en que nacen organismos e instituciones de todo tipo, entre ellos aquellos de carácter cultural, como el Instituto de Etnología y Folklore de la igualmente recién creada Academia de Ciencias de Cuba. Establecida en la Isla, Calixta es nombrada miembro del Consejo Asesor de dicho Instituto y desarrolla una intensa labor en el plano científico, sobre todo en la docencia, aportando sus conocimientos teóricos y sobre todo metodológicos de la antropología mexicana y norteamericana. Mi amigo entrañable de muchos años y condiscípulo, el antropólogo, novelista y poeta Miguel Barnet, me ha referido, en más de una ocasión, y lo ha hecho público, cómo Calixta Guiteras fue la primera persona que leyó el manuscrito de Biografía de un Cimarrón, aportándole valiosos consejos y sugerencias, al igual que hizo con otros jóvenes que se formaban como investigadores de aquel Instituto. En 1970, dicho Instituto crea la Escuela de Etnología, para preparar con más rigor y calificación a los nuevos científicos. Calixta fue la directora general y profesora de Antropología General de aquella Escuela, cuyos cursos duraron hasta 1973.

2. En esta nueva etapa cubana, Calixta contribuye también a enriquecer el conocimiento entre los jóvenes historiadores del país, acerca de la personalidad, trayectoria y detalles de la vida de su hermano Tony, y sobre todo, de su ideario y quehacer político. Continúa viajando con frecuencia a México, donde mantiene contacto con sus colegas antropólogos y numerosos amigos y discípulos, todos destacadas personalidades del mundo cultural mexicano, sin dejar de visitar Chiapas. También participa, en 1964, como delegada representando a Cuba, en el VII Congreso Internacional de Ciencias Antropológicas y Etnológicas efectuado en Moscú, y ese mismo año pasa a formar parte de la Unión Internacional de Ciencias Antropológicas y Etnológicas. Hay que decir, que Cali comienza a padecer de severos trastornos cardiorrespiratorios, jubilándose en 1975. Sin embargo, sus dolencias no le impedirán mantenerse activa, asesorando metodológicamente sobre el terreno, dos investigaciones de campo etnográficas y sociológicas en dos comunidades campesinas en las antípodas del archipiélago cubano: en la provincia de Pinar del Río, región de San Andrés, y en la antigua provincia de Oriente, región de Guantánamo.

3. Colaboró en diversas publicaciones cubanas: Revista de Etnología y Folklore (en su primer número publicó un texto, inédito hasta entonces, acerca del sistema de parentesco de los tzotziles de Chiapas); Gaceta de Cuba, Cuba Internacional; Alma Mater y Trabajadores, entre otras. También recibió, entre otras distinciones, la Orden "Carlos Juan Finlay", que otorga el Consejo de Estado de la República de Cuba. Escribió una sentida nota acerca de Don Fernando Ortiz, a modo de homenaje, en la Gaceta de Cuba, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en el número especial dedicado a Don Fernando, en ocasión de su fallecimiento.

4. Como editor, tuve el privilegio de realizar la edición para la Editorial de Ciencias Sociales, del Instituto Cubano del Libro, de dos títulos de Calixta, y la reedición de uno de ellos, lo que hizo posible la más amplia difusión y acceso a su obra, entre los estudiosos y lectores cubanos. En 1972 apareció Los Peligros del Alma, con una Nota de la Autora a la Primera Edición Cubana, cuyo manuscrito conservo, escrita en octubre de 1971, y en 1988 –año de su deceso- vio la luz la segunda edición de ese título, esta vez con un prólogo del antropólogo mexicano Félix Báez-Jorge. En abril de 1973, Cali escribió un extenso prólogo a la edición cubana de una obra considerada un clásico de la literatura etnológica norteamericana: La Pequeña Comunidad, Sociedad y Cultura Campesinas, de su maestro y amigo Robert Redfield, traducida al español para esa edición, y publicada en Cuba por la Editorial de Ciencias Sociales ese mismo año. En 1990 apareció otro libro de Calixta, por la misma editorial. Se trata de Sayula, Un Pueblo de Veracruz, con prólogo a la edición del antropólogo cubano Rafael L. López Valdés, obra considerada para la época, un notable y precursor modelo de monografía etnográfica.

5. A escasos meses del fallecimiento de Calixta, la Casa de las Américas y un grupo de algunos de sus amigos y discípulos cubanos, le rindieron homenaje, organizando una velada en la Biblioteca José Antonio Echeverría de dicha institución en la que participó numeroso público, presidida por la poeta y ensayista Nancy Morejón, directora entonces del Centro de Estudios del Caribe de la Casa, y el que suscribe estas líneas, director por aquella época, de la Editorial de dicha institución. En esa ocasión quedó abierta allí una exposición con una amplia muestra de las ediciones de sus libros, fotos personales de la antropóloga y algunos de sus manuscritos.

6. En fecha reciente, 16 de junio de 2011, se publicó en La Habana un nuevo título dedicado a la obra de nuestra insigne antropóloga: México Indígena, Ensayos Etnográficos, que compendia once textos, entre ensayos y artículos dedicados al estudio de los grupos mayanses y huastecas, que aparecían dispersos en diferentes publicaciones, compilados por el antropólogo mexicano Víctor Manuel Esponda Jimeno, quien escribió para el libro un extenso y esclarecedor texto como Introducción. El libro está publicado por la Fundación Fernando Ortiz, en su colección La Fuente Viva. El volumen, de 284 páginas, fue presentado en la Casa Benito Juárez, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, por el que suscribe, y por Miguel Barnet, autor del prólogo y Presidente de la mencionada Fundación.

7. Por último, quiero referirme a un comentario que usted hace en su texto y que se refiere "al lugar de Calixta en la antropología mexicana, que está muy bien establecido" versus sus " débiles conexiones con la antropología cubana porque su objeto de estudio era la cultura afrocubana", y que "era obvio que para su trabajo era más lógica la referencia a Manuel Gamio que a Fernando Ortiz". Efectivamente, y coincido con usted, Calixta dedicó buena parte de su vida, vale decir, su quehacer fundamental como antropóloga cultural y social, estudiando e investigando durante años a los pueblos, comunidades y culturas de México, con maestros mexicanos y norteamericanos como Manuel Gamio, Antonio Caso, Robert Redfield, Sol Tax, entre tantos otros. En su rigor y seriedad científica y profesional no cabían las improvisaciones, y por tanto en su objeto de estudio, no ocupó espacio la cultura afrocubana, que no estudió a fondo, sobre todo teniendo en cuenta, sus largos años de exilio en México que la mantuvieron alejada de Cuba. Aunque rindió homenaje público y reconocimiento a la figura y a la obra de Fernando Ortiz al ocurrir su fallecimiento, resulta incuestionable que su esfuerzo al regresar a Cuba e insertarse en el Instituto de Etnología y Folklore, y participar en la creación de la Escuela de Etnología estuvo encaminado a brindar generosamente sus conocimientos a la institución que acababa de nacer, y sobre todo, a dotar de los instrumentos teóricos y metodológicos a los jóvenes investigadores cubanos que daban sus primeros pasos en los campos de la etnología y de la antropología.

Espero que estos datos que le hago llegar en apretada síntesis, contribuyan a enriquecer su visión acerca de la fructífera estancia y de la obra de Calixta Guiteras Holmes en Cuba durante su última etapa de vida, así como el importante lugar que su quehacer humano y científico ocupó en aquellos años de fundación, y que se prolongan en el recuerdo y en su obra hasta nuestros días.

Reciba usted un respetuoso saludo.

Frank Pérez Álvarez



Email: fpa1939@hotmail.com