Libros del crepúsculo

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sábado, 29 de octubre de 2011

El relámpago hegeliano de Natasha Mella



Si se hiciera una historia de la recepción de Hegel en Cuba sorprendería encontrar en ese país caribeño a no pocos lectores del gran filósofo alemán del siglo XIX. Recepción que en el caso cubano, además de seguir casi todas las vías de asimilación de la filosofía hispanoamericana, entre el positivismo y el existencialismo, se refuerza por la amplia difusión que tuvo el marxismo-leninismo soviético dentro de la isla, para el cual Hegel era referencia obligada. No había filósofo soviético que no recordara que Lenin, al final de su vida, releía la Ciencia de la lógica de Hegel para descifrar el método dialéctico de Marx.
En esa historia hipotética habría, por lo menos, dos momentos ineludibles. El primero, señalado por Humberto Piñera Llera en un ensayo clásico (www.filosofia.org/hem/dep/rcf/n10p027.htm) sería la lectura de Hegel que hizo Rafael Montoro, a fines del siglo XIX, con el propósito, entre otras cosas, de fundamentar teóricamente su evolucionismo político y de desmarcarse del positivismo predominante en los círculos filosóficos cubanos e hispanoamericanos. El segundo debería ubicarse entre los años 70 y 80 del siglo XX, que fueron las décadas de auge y decadencia del marxismo soviético en la isla.
De la resonancia de Hegel en aquellas dos décadas existen algunas evidencias, comentadas por Alexis Jardines, tal vez el mayor conocedor del pensamiento hegeliano en Cuba, en su libro La filosofía cubana in nuce (2005). Muchos graduados en las escuelas filosóficas de Moscú y Leningrado, como el propio Jardines, llegaron entonces a la isla con una fuerte formación hegeliana que provenía, fundamentalmente, de la corriente de la “lógica dialéctica”, entendida como rearticulación materialista de la “ciencia de la lógica” hegeliana, y defendida, entre otros, por Evald Vasilievich Ilienkov (1924-79).
Ilienkov había sido condenado al ostracismo luego de la aparición de su libro La dialéctica de lo abstracto y lo concreto en El Capital de Marx (1955), pero en los años 70 fue rehabilitado gracias al respaldo intelectual e ideológico que recibió su libro Lógica dialéctica (1974), editado en español por la Editorial Progreso de Moscú en 1977 y reeditado por Ciencias Sociales, en La Habana, en 1984, poco antes de que arrancaran la perestroika y la glasnost. En Cuba, Ilienkov fue leído como un filósofo a medio camino entre el sovietismo tardío y la nueva filosofía post-soviética, por la fuerte referencialidad hegeliana que poseía su obra.
Dentro de ese segundo momento hegeliano de las ideas en Cuba habría que incluir también la experiencia menos conocida de Natasha Mella en Miami, a quien el periodista Wilfredo Cancio hiciera una memorable entrevista, en 2009, con motivo de sus 80 años (www.elnuevoherald.com/2009/01/11/v-fullstory/355759/hija-de-julio-antonio-mella-tras.html). Esta filósofa y diplomática cubana, hija del fundador del Partido Comunista de Cuba, Julio Antonio Mella, escribió entre los años 70 y 80 un par de ensayitos, el primero titulado Dialéctica idealista (1972) y el segundo, Un relámpago hegeliano (1987). En ambos, Mella proponía aprovechar el “monismo” de la dialéctica hegeliana y su filosofía de la historia, basada en la marcha ascendente de la razón y la libertad, para abandonar el “dualismo” entre comunismo y democracia impuesto por la Guerra Fría.
Ese dualismo, que Mella consideraba ficticio y a la vez autoritario, para ambos polos, tenía en Cuba uno de sus capítulos fundamentales. A diferencia de Ilienkov y los filósofos soviéticos o de algunos de sus compatriotas en la isla, Mella no leía, fundamentalmente, la Ciencia de la lógica de Hegel sino la Fenomenología del espíritu  y las Lecciones de filosofía de la historia universal. Al final del segundo de aquellos ensayos, escrito ya en plenas perestroika y glasnost y apenas dos años antes de la caída del Muro de Berlín, la hija de Mella relacionaba el proceso de la unificación alemana con una eventual transición a la democracia en Cuba:

“Para romper el hilo de la contradicción con que por tan largo tiempo ha estado estrangulada la causa de Cuba, hay que elevarla al plano del monismo idealista que equivale a legítimo espíritu de la libertad. No hay que mirar más a las contradicciones sino encontrar identidades. La condición histórica del pueblo de Cuba es idéntica a la condición histórica del pueblo alemán. Ambos representan un espíritu escindido dentro del conflicto que sostienen los dos poderes mundiales y que bajo el nombre político de Guerra Fría es la superviviente de la Segunda Guerra Mundial. Declaro aquí que la libertad de Cuba y la reunificación de Alemania representan una y la misma síntesis o resolución del proceso histórico universal de Occidente. Que hay que universalizar el concepto de libertad. Y que de esta universalización depende por entero el destino de Occidente”.
   

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