Libros del crepúsculo

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jueves, 15 de diciembre de 2011

Discurso académico en La Habana



Ha aparecido en la editorial Lumen, de Barcelona, una nueva traducción al castellano del poemario Ideas of Order (1935) de Wallace Stevens (1879-1955), a cargo de Daniel Aguirre Oteiza. Fue en dicho volumen que se incluyeron aquellos poemas tropicales de este poeta de Harvard, “Adiós a Florida”, “La idea de orden en Cayo Hueso” y, sobre todo, el “Discurso académico en La Habana”, que facilitaron el diálogo de Stevens con poetas y críticos cubanos de mediados del siglo XX, como José Lezama Lima y José Rodríguez Feo.
Recuerdo haber leído otras buenas traducciones del “Discurso académico en La Habana” –por ejemplo, una reciente de Ernesto Hernández Busto en su blog Penúltimos días. Esta de Aguirre, sin embargo, me parece la más cercana al castellano que se escribe en la poesía hispanoamericana contemporánea. Por momentos pareciera que el traductor quiso que leyéramos a Stevens como un contemporáneo de la literatura hispánica y no como el clásico de la gran poesía norteamericana del siglo XX que fue.
Pese a la magnífica traducción de Aguirre Oteiza, es difícil no leer a Stevens como un contemporáneo de Auden, Eliot, Pound o, en todo caso, de Lezama o Baquero. Los versos finales del “Discurso”, por ejemplo, están llenos de temas de la vida literaria habanera de entonces: la función civil del poeta, la falta de imaginación de los políticos, el juego y el kitsch de la burguesía criolla, el sentido rítmico de la poesía afrocubana –hay un momento en que parece hablar de la poesía de Nicolás Guillén o Emilio Ballagas. En estos versos se constata lo mucho que debió la filosofía de Orígenes a Wallace Stevens.


III

….          Hombre político decretó
que la imaginación era el fatídico pecado.
Abuela con su cesta atestada de peras
tiene que ser el quid para nuestros compendios.
Tal mundo es suficiente, y más, si suma uno
sus hijas a la moza amelocotonada y marfileña
para la cual se construyen las torres. Busto a la burguesa,
y no un éter delicado de estrellas espetado,
tiene que ser el lugar para el prodigio, a menos
que tengan truco las cosas prodigiosas. No es mundo
la bagatela de quienes no duermen, ni una palabra
que deba importar universal enjundia
a Cuba. De estas lácteas materias toma nota.
Nutren a Júpiters. Su ocasional papilla
goteará igual que un dulzor en las vacías noches
cuando rapsodia demasiado grande quede anulada
y licorácea oración provoque nuevos sudores: vale, vale:
la vida es un casino antiguo en un bosque.

IV

¿Es la función del poeta aquí mero sonido,
más sutil que la más ornada profecía,
que sature el oído? Tal es la causa de que haga él
su infinita repetición y aleaciones
de ébano escogido, de escogido alción.
De refinada lógica lo carga para el remilgado.
Él, como parte de la naturaleza, es parte de nosotros.
Las rarezas de él son nuestras: que sean ellas las idóneas
y que nos reconcilien con nuestros seres en aquellas
veraces reconciliaciones, oscuras y pacíficas palabras,
y las más diestras armonías de su caída.
Clausura la cantina. Encapucha el candelabro.
No es la luz de la luna amarilla sino un blanco
que silencia a la ciudad plena de fe constante.
Cuán pálida, cuán poseída está la noche,
cuán plena de las exhalaciones de la mar…
Es todo esto más antiguo que el himno más antiguo,
no tiene más significado que el pan del día de la mañana.
Pero deja al poeta en su balcón
hablar y los durmientes, dormidos ellos, se moverán,
despertarán y observarán la luna desde sus suelos.
Que sea esto bendición, sepulcro,
y epitafio. Aunque podría ser
algún encantamiento que la luna define
con un sencillo ejemplo de opulenta claridad.
Y de igual modo podría el antiguo casino definir
un infinito encantamiento de nuestros seres
en la gran decadencia de los perecidos cisnes.

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