Ha aparecido en la editorial Lumen, de Barcelona, una nueva
traducción al castellano del poemario Ideas
of Order (1935) de Wallace Stevens (1879-1955), a cargo de Daniel Aguirre Oteiza.
Fue en dicho volumen que se incluyeron aquellos poemas tropicales de este poeta
de Harvard, “Adiós a Florida”, “La idea de orden en Cayo Hueso” y, sobre todo,
el “Discurso académico en La Habana”, que facilitaron el diálogo de Stevens con
poetas y críticos cubanos de mediados del siglo XX, como José Lezama Lima y
José Rodríguez Feo.
Recuerdo haber leído otras buenas traducciones del “Discurso
académico en La Habana” –por ejemplo, una reciente de Ernesto Hernández Busto
en su blog Penúltimos días. Esta de
Aguirre, sin embargo, me parece la más cercana al castellano que se escribe en
la poesía hispanoamericana contemporánea. Por momentos pareciera que el
traductor quiso que leyéramos a Stevens como un contemporáneo de la literatura
hispánica y no como el clásico de la gran poesía norteamericana del siglo XX
que fue.
Pese a la magnífica traducción de Aguirre Oteiza, es difícil no leer a Stevens
como un contemporáneo de Auden, Eliot, Pound o, en todo caso, de Lezama o
Baquero. Los versos finales del “Discurso”, por ejemplo, están llenos de temas
de la vida literaria habanera de entonces: la función civil del poeta, la falta
de imaginación de los políticos, el juego y el kitsch de la burguesía criolla,
el sentido rítmico de la poesía afrocubana –hay un momento en que parece hablar
de la poesía de Nicolás Guillén o Emilio Ballagas. En estos versos se constata lo mucho que
debió la filosofía de Orígenes a
Wallace Stevens.
III
…. Hombre político decretó
que la
imaginación era el fatídico pecado.
Abuela con
su cesta atestada de peras
tiene que
ser el quid para nuestros compendios.
Tal mundo es
suficiente, y más, si suma uno
sus hijas a
la moza amelocotonada y marfileña
para la cual
se construyen las torres. Busto a la burguesa,
y no un éter
delicado de estrellas espetado,
tiene que
ser el lugar para el prodigio, a menos
que tengan
truco las cosas prodigiosas. No es mundo
la bagatela
de quienes no duermen, ni una palabra
que deba
importar universal enjundia
a Cuba. De
estas lácteas materias toma nota.
Nutren a
Júpiters. Su ocasional papilla
goteará
igual que un dulzor en las vacías noches
cuando
rapsodia demasiado grande quede anulada
y licorácea
oración provoque nuevos sudores: vale, vale:
la vida es
un casino antiguo en un bosque.
IV
¿Es la
función del poeta aquí mero sonido,
más sutil
que la más ornada profecía,
que sature
el oído? Tal es la causa de que haga él
su infinita
repetición y aleaciones
de ébano
escogido, de escogido alción.
De refinada
lógica lo carga para el remilgado.
Las rarezas
de él son nuestras: que sean ellas las idóneas
y que nos
reconcilien con nuestros seres en aquellas
veraces
reconciliaciones, oscuras y pacíficas palabras,
y las más
diestras armonías de su caída.
Clausura la
cantina. Encapucha el candelabro.
No es la luz
de la luna amarilla sino un blanco
que silencia
a la ciudad plena de fe constante.
Cuán pálida,
cuán poseída está la noche,
cuán plena
de las exhalaciones de la mar…
Es todo esto
más antiguo que el himno más antiguo,
no tiene más
significado que el pan del día de la mañana.
Pero deja al
poeta en su balcón
hablar y los
durmientes, dormidos ellos, se moverán,
despertarán
y observarán la luna desde sus suelos.
Que sea esto
bendición, sepulcro,
y epitafio.
Aunque podría ser
algún
encantamiento que la luna define
con un
sencillo ejemplo de opulenta claridad.
Y de igual
modo podría el antiguo casino definir
un infinito
encantamiento de nuestros seres
en la gran
decadencia de los perecidos cisnes.
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