Libros del crepúsculo

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sábado, 5 de noviembre de 2011

La crítica latinoamericana al marxismo soviético



Por lo general, cuando se intentan historiar las resistencias del marxismo latinoamericano a la ortodoxia soviética, en el siglo XX, vienen a la mente, después de José Carlos Mariátegui, quien murió en 1930, antes de que la propia teoría soviética se consolidara, una serie de discipulados filosóficos de pensadores europeos. Los marxistas latinoamericanos que descartaron la escolástica soviética vendrían siendo los pocos seguidores de Trotski y Gramsci, de Korsch y Lukács, de Sartre y Wright Mills que había a mediados del siglo XX en la región.
Apenas comenzaba a difundirse la crítica al estalinismo entre las izquierdas latinoamericanas, luego del XX Congreso del PCUS en 1956, cuando llegaron los revolucionarios cubanos y ayudaron a los soviéticos a relanzar su marxismo en América Latina. Los años 60 y 70 fueron las décadas de mayor proyección editorial y académica del marxismo soviético en la región. Fue entonces cuando más circularon los manuales de Konstantinov y Afanasiev y las propias versiones locales de los mismos, como el célebre Los conceptos elementales del materialismo histórico (1969) de Marta Harnecker, que en 2007 arribaba al record de 66 reediciones en la editorial Siglo XXI.
A veces se sugiere que el manual de Harnecker, alumna de Louis Althusser, abría un campo referencial para el marxismo latinoamericano, diferente al soviético. Lo cierto, sin embargo, es que el mismo, al igual que la propia obra de Althusser o los intentos de Adolfo Sánchez Vázquez de entender el marxismo como una “filosofía de la praxis”, derivados de una relectura de los ensayos de Karl Korsch sobre marxismo y filosofía de los 20 y de una aproximación cautelosa a la Escuela de Frankfurt, no se propusieron nunca desplazar al marxismo-leninismo soviético, sino adaptarlo a las condiciones históricas latinoamericanas. En Cuba, desde luego, se leían y se enseñaban más a los manualistas soviéticos que a Harnecker o a Sánchez Vázquez, quienes en círculos escolásticos de Moscú y La Habana eran catalogados de “revisionistas”.
Los estudios recientes del historiador mexicano Carlos Illades permiten ubicar el momento en que el marxismo latinoamericano comienza a enfrentarse más claramente a la ortodoxia soviética. Algo de esa crítica puede encontrarse en el Che Guevara –después de la crisis de los misiles del 62, ya que antes, en sus “Notas para el estudio de la ideología de la Revolución Cubana”, por ejemplo, incluía a Stalin como uno de los marxistas revolucionarios del siglo XX- y, luego, a partir de 1968, en líderes de la izquierda latinoamericana como Teodoro Petkoff y Nahuel Moreno. Sin embargo, la impugnación más clara del marxismo soviético, desde el marxismo latinoamericano, se produjo entre fines de los 60 y principios de los 80 en círculos de la Teoría de la Dependencia.
Ruy Mauro Marini, André Gunder Frank o Theotonio Dos Santos, al insistir en la función de América Latina dentro del capitalismo global, descartaron uno de los dogmas del marxismo soviético desde el periodo estalinista, que consistía en presentar las economías y sociedades latinoamericanas como semifeudales o no plenamente capitalistas. En ese diagnóstico se basó toda la política soviética hacia América Latina, que recomendaba a los comunistas de la región compartir la tarea de la industrialización. Los “dependentistas” tampoco suscribieron el sistema político soviético, que se reproducía en Cuba, aun cuando defendieran, en su mayoría, la “solidaridad” con la Revolución.  De más está decir que tampoco ellos fueron ampliamente difundidos en la isla, luego del breve y abortado intento de la revista Pensamiento Crítico por darlos a conocer.
Los teóricos de la dependencia, como es sabido, lograron mucho más diálogo con los gobiernos de Goulart en Brasil o de Allende en Chile que con los líderes cubanos. Su rechazo a la escolástica soviética los colocaba de lleno en el campo del “revisionismo de izquierda”, que, según el Partido Comunista de Cuba, debía ser combatido con tanto celo como el anticomunismo de derecha. Algunos conceptos básicos de la Teoría de la Dependencia pasaron, luego de la caída del Muro Berlín, a la obra de marxistas críticos latinoamericanos de las dos últimas décadas, como el ecuatoriano-mexicano Bolívar Echeverría, para quienes la crítica al marxismo soviético era tan necesaria como la crítica al liberalismo occidental.

   

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