Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

sábado, 17 de marzo de 2018

La Revolución del 33: díptico historiográfico de la Guerra Fría



Reviso estudios clásicos sobre la Revolución del 33 en Cuba y doy, naturalmente, con dos de los años 70: Cuba. 1933. Prologue to Revolution (1972) de Luis E. Aguilar, y La Revolución del 33 (1977) de Lionel Soto. Aguilar León comenzó su carrera con ensayos como Pasado y ambiente en el proceso cubano (1957), en la línea de Jorge Mañach, y luego de establecerse en Estados Unidos, especialmente en Washington, donde fue profesor de la Universidad de Georgetown por muchos años, se dedicó brevemente a la historia profesional. Soto era un militante del Partido Socialista Popular, que ocupó importantes funciones en la estructura ideológica inicial del gobierno cubano, luego de la Revolución de 1959, y que tras la institucionalización definitiva del sistema, en 1976, en la que jugó un papel importante, cumplió labores diplomáticas y académicas.
Cuando escribieron sus respectivos libros, Aguilar era un exiliado demócrata cristiano -había sido fundador de dicho partido en 1958 y mantuvo un estrecho vínculo con sus principales líderes en el exilio- y Soto, un ideólogo comunista en el poder. Todas las tensiones de la Guerra Fría se reflejaron nítidamente en ambos libros, aunque con mayor sutileza en el caso del texto de Aguilar, editado por Cornell University, y vertido en la retórica neutral de los estudios cubanos en Estados Unidos. Sin embargo, debajo de la elegancia argumentativa y estilística del exiliado, había un posicionamiento ideológico no menos firme que el del descalificador lenguaje de Soto.
Aguilar León hacía retratos cuidadosos del Directorio Estudiantil Universitario y del Partido Auténtico, de Ramón Grau San Martín y de Carlos Prío, e incluso del Ala Izquierda Estudiantil de Aureliano Sánchez Arango, Raúl Roa, Porfirio Pendás, Manuel Guillot y Pablo de la Torriente Brau. También ponderaba el espesor intelectual del programa político del ABC, aunque reprobaba cuidadosamente su oposición, desde la derecha, al gobierno de Grau y Guiteras. Sus distancias eran evidentes en relación con Fulgencio Batista, por un lado, y con los comunistas, por el otro. Aguilar León responsabilizaba a ambos por el fracaso de la Revolución del 33, que desembocó en otra Revolución, la de 1959, que llevaría al poder a un comunismo, a su entender, minoritario en la cultura política cubana.
El partidismo ideológico de Soto era más epidérmico: la única corriente atinada en la teoría y en la práctica, durante la Revolución del 33, había sido la comunista. Grau y Prío, los auténticos y el Directorio Estudiantil formaban parte de un proyecto "burgués" o"pequeño burgués" -usaba alternativamente las dos expresiones- que predominó en el gobierno provisional de Carlos Manuel de Céspedes, en la Pentarquía e, incluso, en el triunvirato Grau-Batista-Guiteras. Aunque Soto era más generoso con Guiteras que otros historiadores del viejo comunismo cubano, escamoteaba los vínculos del guiterismo con el aprismo y otras líneas de la izquierda latinoamericana no comunista, de origen nacionalista revolucionario o populista, que valoraron más cuidadosamente otros historiadores cubanos como José Tabares del Real y Olga Cabrera.
Con frecuencia, el libro de Soto no retrataba actores el pasado sino que emitía juicios de excomunión ideológica, como este sobre Manuel Márquez Sterling, el Secretario de Estado que negoció la abrogación de la Enmienda Platt: "intelectual burgués, ladino, acomodaticio, que por su prosapia reaccionaria era confiable a la cancillería norteamericana". O este sobre el Partido Bolchevique-Leninista de Sandalio Junco y los trotskistas cubanos: "grupo divisionista y diversionista, que realizaba una labor de zapa dentro del movimiento obrero popular", cuyos "intrincados formulismos y verbosa teoría" desembocaban en críticas a la burocracia soviética y propuestas de alianza con Guiteras, la Joven Cuba o la izquierda del autenticismo, que Soto consideraba parte de la "contrarrevolución pequeño burguesa".   

martes, 13 de marzo de 2018

Sandino y el lenguaje nativista


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Huellas tempranas del lenguaje aprista y de la herencia ideológica de la Revolución Mexicana se leen en las cartas de 1926 de Augusto César Sandino, en las que recuerda la gesta del gran país mesoamericano, o en un temprano manifiesto, de julio de 1927, desde el Mineral de San Albino, en Nueva Segovia, donde se dirigía a “los nicaragüenses, a los centroamericanos y la Raza Indohispana”. La defensa de la integridad de la nación nicaragüense era más que suficiente para reclamar la legitimidad de la Revolución: “el vínculo de nacionalidad me da el derecho a asumir la responsabilidad de mis actos, sin importarme que los pesimistas y los cobardes me den el título que a su calidad de eunucos más le acomoda”. El nacionalismo completaba el liberalismo, ya que la lucha contra el ocupante extranjero depuraba moralmente el bando revolucionario: “la revolución liberal está en pie y hoy más que nunca está fortalecida porque sólo quedarán en ella los elementos que han dejado aquilatado el valor y abnegación de que se halla revestido todo liberal”.
            Como en México, subsistía entonces en Centroamérica un liberalismo decimonónico que, mezclado con el patriotismo agrario y el honor militar, convertía al Ejército en una institución proclive a la ideología revolucionaria. En Sandino, esa ideología era constantemente revestida por una retórica moralista, que asociaba el intervencionismo con el saqueo de los recursos naturales, el contrabando de minerales y el robo de la riqueza nacional. Con nombre y apellidos, el líder nicaragüense denunciaba a los empresarios norteamericanos: “el americano Alexander, que vive en Murra, Departamento de Segovia, tiene varios años de ser contrabandista de oro, lo cual le produce pingües utilidades, para darse una vida regalada de Nabab, extorsionando al proletariado minero”. O Chas Butters, “americano, que tiene vatios años de hacerse llamar dueño de la mina de San Albino, defraudador del salario de mis compatriotas, a quienes obliga a trabajar doce horas diarias, pagándoles vales de desde cinco pesos a un centavo”. En la lucha, Sandino tuteaba al “invasor aventurero” y lo maldecía por “pirata”, como en su famosa carta al capitán de los marines G. D. Hatfield:


¿Quién eres tú miserable lacayo de Wall Street, que con tanto descaro amenazas a los hijos legítimos de mi patria, así como a mí? ¿Acaso crees que están en el corazón de África, para venirnos a imponer tu capricho por el solo hecho de que eres sicario de Coolidge. No, degenerado pirata; tú no puedes decir ni quien es tu padre, ni cuál es tu legitimo idioma… O te llenas de gloria matando a un patriota, o te haré morder el lodo tal como lo demuestra el sello oficial de mi ejército.

Sandino hacía constantes llamados a la lucha “a sus hermanos de raza” y postulaba un marco integrador o supraclasista para el nacionalismo revolucionario: “todo nicaragüense verdaderamente patriota está obligado a defender voluntariamente el decoro de la nación”. Pero también sugería una cultura de clase, en frases que certificaban el apoyo que comenzaba a recibir de la izquierda comunista norteamericana, europea y, sobre todo, latinoamericana, a través de los Comités Manos Fuera de Nicaragua, en los que, como ha estudiado Daniel Kersffeld, jugaron un papel central el cubano Julio Antonio Mella, el peruano Jacobo Hurwitz y la Liga Antimperialista de las Américas. Escribía Sandino en 1927: “para mí no quiero nada; soy artesano, mi martillo repercute en el yunque a gran distancia, y habla todos los idiomas en materia de trabajo. No deseo nada, sólo la redención de la clase obrera”. Acto seguido, reiteraba su “fe en Dios” y esgrimía el argumento de la “raza indo-hispana”, para reforzar el enunciado nativista, que llegaba a extremos retóricos como el siguiente:

Venid gleba de morfinómanos, venid a asesinarnos a nuestra propia tierra, que yo os espero a pie firme al frente de mis patriotas soldados, sin importante el número de vosotros; pero tened presente que cuando esto suceda, con la obstrucción de vuestra grandeza trepidará el Capitolio de Washington, enrojeciendo con nuestra sangre la esfera blanca que corona vuestra famosa White House, antro donde maquináis vuestros crímenes.


miércoles, 7 de marzo de 2018

Miguel Mármol explica a Roque Dalton la ruptura entre Augusto César Sandino y Agustín Farabundo Martí




Miguel Mármol fue un comunista salvadoreño del siglo pasado, fundador del primer partido marxista-leninista de ese país centroamericano, y compañero de armas de Agustín Farabundo Martí en la Revolución de 1932. Luego Mármol estuvo involucrado en la Revolución Guatemalteca de 1944 y colaboró con los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz. Tras el golpe de Estado de 1954, Mármol se exilió, primero en Moscú, y luego, en Praga, donde en 1966 conoció al joven poeta socialista Roque Dalton.
Dalton tuvo largas conversaciones en Praga con Mármol, que luego transcribió en el largo monólogo que parece ser su libro Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 (1983). Un fragmento de ese libro apareció, primero, en la revista cubana Pensamiento Crítico, en 1971, y luego Casa de las Américas publicó el volumen íntegro en 1983. Se trata de un libro poco leído y citado de Dalton pero que, probablemente, encierre la clave de su incorporación a la guerrilla de El Salvador, en los 70, además de un discernible presagio de su muerte, a manos de una facción de los comunistas salvadoreños: 

"Martí había pasado a ser una figura legendaria al incorporarse en nombre nuestro a las fuerzas guerrilleras del General Augusto César Sandino en las selvas nicaragüenses, en cuyas filas había ganado en combate el grado de Coronel y había pasado a ser Secretario Privado de Sandino. Tenía el prestigio del combatiente activo que, quiérase o no, es el prestigio que más acepta la masa porque sabe que se gana arriesgando el pellejo y el esqueleto. En un hombre que está dispuesto a sufrir, morir y matar, por sus ideas, dice la gente, se puede confiar. Y tiene razón".

"Martí rompió con Sandino por razones ideológicas. Aun considerando a Sandino un gran patriota antimperialista rompió con las concepciones nacionalistas estrechas de este gran caudillo popular, que no compartía la visión revolucionaria marxista-leninista de la lucha de clases y del internacionalismo proletario que Martí ya tenía bien metida en la cabeza y en el corazón. También puede ser que el Negro Martí, que era tan intransigente en los principios, no haya tenido la flexibilidad para tratar con un aliado como Sandino, pero el caso es que la ruptura vino".

viernes, 2 de marzo de 2018

La autocrítica de Mella



En los estudios sobre Mella de Christine Hatzky, Víctor y Lazar Jeifets y Manuel Muñiz, que comentábamos en el post anterior, se reproducen y glosan los documentos del proceso de expulsión y readmisión de Julio Antonio Mella en el Partido Comunista de Cuba, entre 1925 y 1927, luego de la huelga de hambre. En esos documentos, que no hace mucho rescató Julio César Guanche en su blog, aparece un inventario de los cargos que tanto el Comité Central cubano, como el Comité Ejecutivo del Comintern, como comunistas ortodoxos latinoamericanos, sobre todo, el mexicano David Alfaro Siqueiros, el argentino Victorio Codovilla y el venezolano Ricardo Martínez, levantaron contra Mella: indisciplina, individualismo, irresponsabilidad, espíritu pequeño burgués e intelectual, pactos con la burguesía... En fin, demasiada autonomía.
Más o menos es eso lo mismo que Mella reprocha a Víctor Raúl Haya de la Torre en su conocido libelo ¿Qué es el ARPA? (1928) y lo mismo que el comunista cubano atribuye a los "revisionistas" latinoamericanos, que no menciona por su nombre, en varios artículos en El Machete, luego de su viaje a Moscú en la primavera de 1927. Ahora sabemos que en ese viaje, Mella pidió autorización para pactar con los nacionalistas cubanos que planeaban derrocar a Gerardo Machado, por lo que aquellos textos podrían ser leídos como "autocríticas" o peajes pagados a Moscú, en medio de la negociación de su autonomía.
Esa interpretación de un "enmascaramiento" discursivo o retórico de Mella, dentro de la red del Comintern, conecta con la vieja tradición de la autocrítica o la confesión en la izquierda comunista. Veremos reaparecer esa práctica en los Procesos de Moscú en los 30, en las purgas de disidentes en Europa del Este entre los 50 y los 70, en el caso Padilla en Cuba y en el juicio y ejecución de Roque Dalton en El Salvador. Así como Mella mimetizaba el discurso de la ortodoxia, en sus ataques al aprismo y el revisionismo, Padilla imitaba el lenguaje de Leopoldo Ávila, José Antonio Portuondo, Mirta Aguirre y otros críticos oficiales, en la tristemente célebre sesión de la UNEAC en 1971. Una constante de todos esos procesos judiciales, dentro de la izquierda comunista, es el anti-intelectualismo.

sábado, 24 de febrero de 2018

Nuevos estudios sobre Mella



En la última década se han ido acumulando interesantes estudios sobre la breve e intensa vida política del líder comunista cubano, Julio Antonio Mella, que desestabilizan lugares comunes de la historiografía oficial cubana. Primero aparecieron, a mediados de la década pasada, la biografía de Christine Hatzky, en Vervuert, Francfort, que logró impresión cubana en la Editorial Oriente, en Santiago de Cuba en 2008, y luego los estudios del argentino Daniel Kersffeld. El más importante de ellos, Contra el imperio. Historia de la Liga Antimperialista de las Américas (2012), que coloca a Mella dentro de la naciente red del Comintern en América Latina, y reconstruye con mayor precisión su actuación en el Congreso Antimperialista de Bruselas de 1927, que sepamos, no se ha editado en la isla.
Algunos sostienen que lo más importante de esos nuevos estudios es que, por primera vez, dan a conocer la historia de la suspensión temporal de Mella del Partido Comunista Cubano, tras la "inconsulta" huelga de hambre de 1925, y las tensiones del cubano, al final de su vida, con el Partido Comunista Mexicano, del que llegó a ser, brevemente, Secretario General. A mi juicio, ambos asuntos eran bastante conocidos, en la historiografía sobre Cuba fuera de la isla hacia 2005. Lo que se desconocía, por falta de contacto con los archivos de La Habana, México y Moscú, era la evolución del posicionamiento de Mella ante las tesis sobre América Latina de la III Internacional, especialmente después del largo VI Congreso del Comintern, entre 1927 y 1928, en cuyos preparativos él intervino.
Los avances más sustanciales en esa revisión historiográfica, a mi entender, se deben a varios historiadores latinoamericanos y dos rusos. El peruano-mexicano Ricardo Melgar Bao publicó en 2013, Haya de la Torre y Julio Antonio Mella en México. El exilio y sus querellas (2013), un estudio que pone en su sitio las posiciones convergentes y divergentes del aprista peruano y el comunista cubano en diversos temas, como el antimperialismo, las alianzas de clase, la cuestión étnica y el nacionalismo revolucionario. Lejos de la visión apologética de Mella y detractora de Haya, que trasmite la historia oficial cubana, este libro muestra a Mella, algunas veces, en posiciones menos vanguardistas o heterodoxas. Por ejemplo, en el tema racial e indígena, que veía totalmente subordinado al enfoque clasista soviético.
El argentino Manuel María Muñiz se graduó en 2014, en la Universidad Nacional San Martín con una tesis sobre Mella, desde el punto de vista de la historia intelectual, dirigida por el historiador Martín Bergel. Hasta entonces no se había producido una recapitulación tan exhaustiva de los escritos juveniles del marxista cubano, desde una perspectiva crítica, informada por el contexto latinoamericano. La tesis, por lo visto, no ha aparecido como libro, pero en algún que otro artículo, Muñiz ha publicado adelantos del mayor interés, como el dedicado los viajes a la URSS de Mella, Sergio Carbó y Rubén Martínez Villena, en Revista de la Red de Intercátedras de Historia Contemporánea de América Latina (2015).
Por último habría que destacar la obra de los historiadores rusos, Víctor L. Jeifets y Lazar S. Jeifets, que han rastreado los archivos estatales de la Federación Rusa y de Historia Social y Política de Moscú. A los Jeifets se debe el muy completo Diccionario Biográfico, América Latina en la Internacional Comunista. 1919-1943 (2004), rescatado recientemente por Clacso. Algunas de las mayores limitaciones de la historia oficial cubana sobre Mella, especialmente la subestimación de sus últimas diferencias con la línea más ortodoxa del comunismo latinoamericano, encabezada por Victorio Codovilla y Ricardo Martínez, quienes lo acusaron de trotskysmo y de viajar sin permiso a Estados Unidos a reunirse con representantes del Partido Unión Nacionalista, de Carlos Mendieta y Mario García Menocal -"plattistas puros", les llama un historiador oficial-, han sido expuestas con claridad por esos historiadores rusos en este artículo del año pasado.

jueves, 22 de febrero de 2018

Cuando Haya de la Torre conversaba con Anatoli Lunacharski sobre literatura soviética

Como han estudiado Victor y Lazar Jeifets, en tres meses de 1924 la actividad de Haya de la Torre en la URSS fue febril. Participó en el famoso congreso del Comintern, en el Kremlin, pero también en el IV Congreso de la Internacional de la Juventud Comunista y se entrevistó con la viuda de Lenin, Nadiezhda Krupskaia, y otros líderes bolcheviques como Bujarin, Stirner, Frunze y Radek. Entre todas sus semblanzas de aquellos dirigentes, la más favorable fue, sin duda, la que dedicó a León Trotsky. En algún momento del viaje, Haya se enfermó de los bronquios, se trasladó a un balneario en Crimea y luego se fue a Suiza, a encontrarse con Romain Rolland. Allí, en Leysin, en diciembre de 1924, escribió aquel retrato de Trotsky, que puede leerse como un vislumbre de la pugna con Stalin y de la futura disidencia del marxista ucraniano.
            La misma tarde que Haya llegó a Moscú conoció a Trotsky en el lobby del hotel Lux. Allí el peruano constata el entusiasmo que el líder despierta entre los más jóvenes revolucionarios rusos y advierte que, a diferencia de otros dirigentes, que comienzan a remedar el rancio burocratismo zarista, Trotsky tiene un trato accesible y franco. Llega a decir Haya que ya en 1924 “Trotsky libraba una batalla decisiva en el seno del Partido Comunista soviético”, tras los ataques en su contra de Rikov y otros jerarcas, en el Congreso Mundial de ese año, donde emergió el antisemitismo de un sector del primer bolchevismo. El marxista ucraniano, al decir de Haya, se defendía con una oratoria “magnetizante y electrizante”, que “modulaba maravillosamente el tono de su voz” y “controlaba perfectamente la potencia de su impulso vocal”, como las “llaves de un órgano”, llegando a ser “bajo profundo y clarín metálico”. A pesar de esos dones intelectuales y oratorios y de la lealtad que le profesaban los más jóvenes bolcheviques, Haya piensa, en el invierno de 1924, que la causa de Trotsky “está perdida”.
            En sus escritos sobre la Revolución bolchevique Haya demuestra un conocimiento exhaustivo sobre los problemas económicos y diplomáticos del nuevo Estado socialista. Valora positivamente la NEP y defiende, en la línea de Trotsky, la necesidad de un debate de ideas abierto en la construcción del nuevo orden. Con Anatoli Lunacharski el peruano discutió el tema de la literatura y el papel de los escritores en el socialismo, que tanto interés despertaba en el movimiento estudiantil latinoamericano y, en especial, en la Universidad Popular González Prada. Lunacharski le dijo a Haya que en la URSS se estaba planteando un conflicto entre los escritores más comprometidos con el proletariado, defensores de un lenguaje “clásico”, y aquellos escritores de clase media o clase alta, seguidores de las corrientes vanguardistas, entre los que mencionaba a Boris Parternak y Boris Pilniak, que se interesaban en el “habla popular” o en el “lenguaje de la calle actual”.
            En la conversación, se hace evidente que mientras Haya siente curiosidad por los segundos, Lunacharski se muestra favorable al uso del lenguaje clásico en la literatura obrera. A Haya le llama la atención que el comisario cultural hable con tanta pasión de la literatura del Siglo de Oro español (Cervantes, Lope, Calderón…), que situaba en un lugar privilegiado de sus “lecciones populares sobre literatura occidental”. Algunos de aquellos escritores, más comprometidos con la causa proletaria, como Máximo Gorki, Alexei Tolstoy, Konstantín Fedin, Nikolai Tíjonov o Alexander Fadéyev, terminarían ajustándose al paradigma del realismo socialista en los años 30.

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