No menos evidente en cada una de las “vidas revolucionarias” o fases en la evolución del pensamiento de Fanon. A Shatz le interesan, por igual, el Fanon caribeño, admirador de Aimé Césaire y del senegalés Léopold Sédar Senghor, que plasma su antirracismo en Piel negra, máscaras blancas (1952), que el psiquiatra experimental del hospital de Blida, que el líder del Frente de Liberación Nacional argelino y embajador de Ghana, rotundamente anticolonial, que leemos en Los condenados de la tierra (1961) y Por la revolución africana (1964).
Hay muchos matices en cada una de aquellas facetas de Fanon. El antirracismo y la descolonización son permanentes, pero sus lecturas y deudas con Marx, Freud o Sartre varían de intensidad en cada momento y otorgan a su pensamiento un perfil cambiante, sobre todo, en lo que se refiere a la relación con el progresismo europeo. Fanon fue un crítico radical de las izquierdas europeas que no se posicionaban a favor de la descolonización, pero a la vez, tomó como fuentes a muchos pensadores que se desentendían del colonialismo occidental.
También hay diferencias entre el Fanon muyahidín del FLN, que compartió trinchera con los “campesinos guerrilleros y filósofos” del frente argelino, y el Fanon diplomático, vestido de traje, que intervino en los congresos panafricanos de Accra, Ghana, y se codeó con Patrice Lumumba, Kwane Nkrumah, Holden Roberto, Félix-Roland Moumié y otros líderes panafricanistas. A Fanon lo estremecieron los asesinatos de algunos de aquellos amigos, como Lumumba y Moumié.
En la biografía de Shatz se destacan con mucha lucidez las contradicciones o desencuentros entre algunos de esos roles de Fanon: el psiquiatra que curaba los traumas de la violencia racista colonial, el filósofo de la violencia anticolonial y el diplomático panafricanista. La “clínica rebelde” de Fanon habría tenido esa capacidad de desdoblamiento entre la filosofía, el psicoanálisis y la revolución.
Tal vez, debido a ese enfoque, Adam Shatz se resiste a observar una plena continuidad entre la descolonización de Fanon, que era secular, marxista y sartreana, y la resistencia de los gazatíes frente a Israel en nuestros días, en buena medida ejercida desde el yihadismo de Hamás. La revista argentina Nueva Sociedad ha traducido un texto de Shatz, donde el historiador propone la pertinencia de pensar a Fanon a la luz de Gaza, más que a Gaza a la luz de Fanon.
Fallecido de leucemia en una clínica de Maryland, Estados Unidos, en 1961, Fanon no alcanzó a percibir el avance de la colonización del Estado de Israel en el territorio palestino. Pero Shatz observa que las tesis sobre la violencia anticolonial de Fanon han sido aprovechadas tanto por intelectuales judíos como por palestinos para defender sus respectivas causas. A estas alturas de la ofensiva israelí, según Shatz, Fanon habría reparado en los paralelismos entre la situación argelina en los años 50 y 60 y la de Gaza hoy.
Recuerda Shatz que en su ensayo El año quinto de la revolución argelina (1959), Fanon no negó la centralidad de los musulmanes en la lucha argelina, pero que también rindió homenaje a los católicos y judíos que se unieron a la gesta anticolonial.
La idea de la nación argelina que se desprendía de sus escritos era plural e incluyente, en términos raciales y religiosos. Es en esa idea de la nación, donde, lo mismo que en el caso de Edward Said, se produce la mayor tensión al leer a Fanon bajo las bombas. La crueldad del exterminio en Gaza no puede ocultar una discordancia de fondo entre esa idea de la nación palestina descolonizada y el proyecto islamista que con más fuerza resiste la ofensiva israelí en la franja.
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