Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

miércoles, 18 de mayo de 2016

Poesía y duelo





La poesía bien pensada y bien escrita sigue siendo el género en que el duelo se expresa sin los riesgos de la demagogia. Sobre todo, si se trata del duelo de un exilio, es decir, de una pérdida que se superpone a otra. La muerte de los exiliados es la desaparición de los ausentes, la borradura de los borrados, el ocaso de las sombras. El exiliado muerto, más que un fantasma o un espectro, es un vivo que habita un cementerio sin fin. Los exiliados no reposan en cementerios de extramuros o al borde del mar, que es siempre comienzo, como decía Valéry.
El cementerio del exiliado es la ciudad misma, dice el poeta Orlando González Esteva en su cuaderno Las voces de los muertos (Ediciones de la Isla de Siltolá, Sevilla, 2016). Más bien, el cementerio abarca la ciudad, la rebasa, como si la noche encapsulara el día en una de sus estrellas. La vieja ciudad se dispone como un pequeño camposanto dentro de una urbe superpoblada de muertos. Por eso los exiliados doblemente muertos, que dejan de vivir, primero, cuando pierden su país, y, luego, cuando se mudan al cementerio, parecen tan llenos de vida.
Los muertos de Orlando González Esteva dicen que "necesitan reposo", que los "dejen vivir en paz", pero se vuelven "más joviales si habitan tras los espejos", "tienen la mala costumbre/ de conversar a la lumbre/ del ser que los domicilia", "no distinguen la vigilia/ del sueño..." y "regresan a dar palique". Son muertos parlantes que se "pasean por la casa" de los vivos, que como ya se dijo es una urbe-cementerio. Muertos que "andan en paños menores por los portales" de las casas, como en la pesadilla de un adolescente.
Por mucho que crezca y crezca la población de los muertos, más aún en el exilio, sus nombres no se pierden ni se olvidan. Los nombres de los exiliados muertos se fijan más en la memoria, se aferran al recuerdo de los exiliados vivos, que alquilan un pequeño panteón en el enorme camposanto. Los nombres de esos muertos, dice González Esteva, son "los que oímos disputarse la sala de los recién nacidos", "los de cuantos aún vivos recuerdan que una vez los mataron" y "los que tienen por tradición prometer a los vivos un pasado mejor".

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