Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

sábado, 5 de marzo de 2011

Byrne y la Irlanda cubana


El crítico cubano Francisco Morán, estudioso de la poesía modernista hispanoamericana y autor de un par de libros ineludibles sobre Julián del Casal, Casal à Rebours (1996) y Julián del Casal o los pliegues del deseo (2008), ha reeditado la poesía y parte de la prosa del poeta matancero Bonifacio Byrne (1861-1936).
Byrne es conocido, sobre todo, por algunos poemas patrióticos incluidos en su cuaderno Lira y espada (1901). Especialmente por “Mi bandera”, dedicado al general separatista Pedro Betancourt, quien fuera gobernador civil de la provincia de Matanzas durante la primera ocupación norteamericana de la isla (1898-1902). Aquel poema, en el que Byrne recordaba su regreso, luego de un exilio de varios años en Estados Unidos, y el malestar que le causó ver la bandera norteamericana ondeando en edificios públicos de la isla, se convirtió en una pieza retórica clave de la formación cívica de los cubanos durante todo el siglo XX.
La identificación de Byrne con ese poema fue tal que los otros cuadernos que publicó en vida –Excéntricas (1893), que como Lira y espada apareció con prólogo del también matancero, aunque nacido en Santo Domingo, Nicolás Heredia, Efigies (1897), Poemas (1903) y En medio del camino (1914)- pasaron muy pronto a un segundo plano, por no decir al olvido. Morán tuvo a bien reunir en esta antología las principales críticas sobre Byrne escritas en Cuba, por medio de las cuales el lector puede hacerse una idea de la recepción del poeta en el último siglo.
En esa superposición de lecturas, llama la atención el hecho de que mientras los contemporáneos de Byrne (Heredia, Hernández Miyares, Casal, Sanguily) destacaron, sobre todo, la poesía modernista de Excéntricas y Mariposas –un segundo cuaderno, que no llegó a editarse-, los críticos posteriores (Gálvez, Carbonell, Bobadilla, Lizaso, Fernández de Castro, los dos Vitier, Lazo) prefirieron asociar a Byrne con la poesía patriótica y subestimaron su faceta modernista.
Lezama, en cambio, en la breve nota que le dedicó en su Antología de la poesía cubana, dice que de las dos corrientes de la poesía de Byrne, la patriótica y la modernista, la “segunda es la de interés más mantenido”…, “llena de aciertos, de matizaciones, de riqueza verbal y de cierto intimismo de una voz secreta que se revela con delicadeza”. Este desplazamiento del péndulo de la crítica, a favor del Byrne modernista, es el que caracteriza las aproximaciones de las últimas décadas (Bladimir Zamora, Arturo Arango, Susana Montero, Iraida Rodríguez…) y el que marca, también, la antología y el magnífico prólogo de Morán: “¡Cómo tiembla! ¡Cómo tiembla! Bonifacio Byrne o el tic diabólico y raro del modernismo hispanoamericano”.
En la contraportada del libro, Gustavo Pérez Firmat y Jorge Camacho destacan la importancia del rescate editorial emprendido por Morán y, sobre todo, de su audaz relectura de la poética modernista de Byrne. El segundo, afirma:

“Hace unos años le oí decir a Umberto Eco que cada hombre debía proponerse reescribir la Enciclopedia. Pues bien, las páginas introductorias y los comentarios a esta edición de Excéntricas (1893) de Byrne cumplen un objetivo similar. En esta edición Francisco Morán cuestiona la imagen de un Byrne que solamente escribía poemas patrióticos y nos lo devuelve como un escritor atormentado y excéntrico, posiblemente uno de los más singulares poetas modernistas cubanos e hispanoamericanos”.

Morán encuentra en Excéntricas muchos motivos de la poesía modernista: esqueletos, espectros, sepultureros, tumbas, arpas, cofres, joyas, buques fantasmas… Sus notas al pie, sin embargo, nos llevan a la exploración de tópicos sumergidos bajo esas refinadas estetizaciones, como los del sexo, la muerte, la locura o la sangre. Entre las tantas asociaciones que Morán deriva de la poesía de Byrne, me quedo con su idea de la conexión irlandesa, en Byrne y en Casal, a partir del poema “Islas pálidas”, del que reproduzco los primeros versos:

Son unas islas en donde
existe la sangre apenas,
pues parece que se esconde
fugitiva entre las venas.

En esas islas hermosas
que yo he visto en mis delirios,
desaparecen las rosas
bajo una lluvia de lirios.

Sus mujeres son delgadas,
dulces, puras, ideales,
cual lo son las alboradas
o las tardes otoñales.

De sus ojos el fulgor
es una caricia leve,
y su boca es una flor
que sembró Dios en la nieve.

A mí, que he podido verlas,
no me es posible dudar
que, en su semblante las perlas
se han querido refugiar.

jueves, 3 de marzo de 2011

Freud en México



México es uno de esos países en los que la cultura logra localizarse o, más específicamente, personalizarse con tanta fuerza, que hace que cualquier teoría social o corriente estética pueda encontrar su correlato mexicano. Así como hubo un México para Comte, Spencer y el positivismo, otro para Breton, Buñuel y sus surrealismos, otro para Trotski y el trotskismo, otro para Artaud y el teatro del absurdo y muchos otros más para cualquier antropólogo y su respectiva escuela, hubo también un México para Sigmund Freud y el psicoanálisis.
El crítico mexicano, Rubén Gallo, profesor de la Universidad de Princeton, ha dedicado un estudio a ese México en su exquisitamente documentado, escrito y editado Freud’s Mexico. Into the Wilds of Psychoanalysis (Cambridge, Massachusetts, MIT, 2010). Como su anterior, Mexican Modernity. The Avant-Garde and the Technological Revolution (2005), también editado por la editorial del Massachusetts Institute of Technology, este libro es una buena muestra de la mejor historia cultural que se escribe en la academia norteamericana.
El libro de Gallo es, por lo menos, dos cosas a la vez: una historia de la recepción de Freud en México y una historia de las resonancias mexicanas en la obra del fundador del psicoanálisis. Pero el lector no encontrará aquí sólo el archivo tradicional de la cultura letrada (filósofos o escritores mexicanos como José Vasconcelos, Samuel Ramos, Alfonso Reyes, Salvador Novo, Jorge Cuesta, Octavio Paz…), que por lo general dialoga con la obra de Freud, sino también glosas de pintores como Diego Rivera, Frida Kahlo, Manuel Rodríguez Lozano, Leonora Carrington, Remedios Varo o Miguel Covarrubias, que rondaron temas freudianos.
Conformado como un díptico, “Freud in Mexico” y “Freud’s Mexico”, este libro parece juntar dos mitades escindidas: el México que leyó a Freud y el México que fue leído por Freud. En la primera destaca la reconstrucción del estudio psicoanalítico que hizo el abogado penalista Raúl Carrancá y Trujillo (en la foto, al fondo y al centro) al asesino de Trotski, el estalinista español Ramón Mercader (también en la foto, escenificando para la policía mexicana el golpe de piolet en la cabeza del líder bolchevique), desconocido u olvidado por otros historiadores de ese célebre crimen. En la segunda, el inventario con ojo de coleccionista que recorre las antigüedades mexicanas que Freud acumuló a lo largo de su vida.
Hay que leer este libro no para encontrar fáciles diagnósticos y terapias, como los que tanto abundan en el bajo psicoanálisis de las culturas. Hay que leerlo por sus detalles y, sobre todo, por la refutación de los lugares comunes que asocian, únicamente, la relación de Freud con México al rechazo de la cultura católica, a la fascinación del pensador austriaco con el mundo prehispánico o al deslumbramiento de las vanguardias mexicanas del siglo XX con el psicoanálisis. Como insinúa Gallo, hubo de todo en esta historia: católicos freudianos, malas lecturas de Freud de las culturas azteca y maya y vanguardistas enemigos del psicoanálisis.

viernes, 25 de febrero de 2011

La izquierda y el terror

Durante el último mes he seguido, día a día, la cobertura que han hecho La Jornada y Público, dos periódicos de la izquierda iberoamericana, de las revoluciones en el Magreb y algunos países del Medio Oriente. Y debo decir que me ha parecido magnífica. Las notas del reportero británico Robert Fisk, que se reproducen en ambos periódicos, son de lo mejor que se ha escrito sobre esas revoluciones. Fisk se ha desplazado por el itinerario de la ola revolucionaria -de Tunez a El Cairo y de Egipto a Trípoli-, retratando a dictadores y poniéndole voz y rostro a esa juventud árabe, globalizada y cívica.
No ha sido esta una cobertura “objetiva” o “imparcial”, ya que las simpatías de Fisk y de los editores de ambos periódicos están, resueltamente, con los revolucionarios. Sin embargo, el profesionalismo de estos medios, poco perceptible cuando abordan algunas realidades latinoamericanas como la venezolana o la cubana, no ha estado ausente en esta cobertura. La irrupción de nuevos sujetos políticos, desde abajo, y las fracturas de las élites, desde arriba, han sido igualmente tratadas y el lector de ambos periódicos se hace un cuadro bastante completo de la diversidad de fuerzas sociales y políticas que deciden esas convulsiones.
Aunque estas revoluciones no son mayoritariamente islámicas ni antioccidentales, esa prensa de izquierda las ha celebrado. La perspectiva de una izquierda que respalda revoluciones pacíficas y democráticas es similar al apoyo que algunos sectores de la misma dieron a las democratizaciones de Europa del Este, si bien esta vez dicho respaldo ha sido mucho más amplio, en buena medida porque el intervencionismo europeo y norteamericano ha sido menor. Lo cual nos permita concluir, tal vez, que, como aquellas democratizaciones, estas revoluciones ayudarán a consolidar el principio de la autonomización democrática dentro de las izquierdas occidentales.
Esa visión del Islam y del mundo árabe, como una zona cultural, moral y políticamente conjugable con democracias autónomas, es la que aparece, por cierto, en el magnífico libro de la pensadora contemporánea y profesora de la universidad de Cornell, Susan Buck-Morss, Pensar tras el terror. El islamismo y la teoría crítica entre la izquierda (2010), que prologó Slavoj Zizek. La idea central de Buck Morss, que debe mucho a la conceptualización de “fantasía” en Zizek, es que el Medio Oriente no debe ser pensado como una subjetividad vaciada o moldeable desde las hegemonías occidentales, pero tampoco como un “otro” total, mítico, desde el que se postula la regeneración del propio Occidente.
Hay en esa doble crítica una equidistancia del principio imperial de la “democratización” desde afuera y, a la vez, del integrismo islámico que estigmatiza la democracia por “occidental”. Una crítica, por decirlo rápido, a Bush y a Bin Laden, a Sharon y a Ahmadinejad, al expediente de la “guerra contra el terror” y al de la jihad. En una época cada vez más contrailustrada, en la que crece la duda por la utilidad de la teoría, la obra de Susan Buck-Morss es un buen testimonio de la funcionalidad del trabajo teórico.
Esa izquierda democrática que defiende Buck Morss difícilmente habría podido formularse sin su formación en la teoría crítica frankfurtiana, que desarrolló en The Origin of Negative Dialectics, sin su magistral estudio sobre Walter Benjamin, The Dialectic of Seeing, sin su análisis sobre la desaparición de las utopías de masas en el Este y en el Oeste, en Mundo soñado y catástrofe (2004), e, incluso, sin su virtuoso ejercicio de historia intelectual, Hegel y Haití. La dialéctica amo-esclavo (2005), que tanto admiramos.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Eco, el Critón y el juicio a Berlusconi

Umberto Eco ha escrito para L’espresso un artículo, reproducido por Público, en que recuerda a Silvio Berlusconi el mensaje central del diálogo Critón o el deber de Platón. En otras latitudes, recordarle a los políticos un texto de filosofía clásica suele ser un gesto, más bien, extravagante. Pero, en el caso de Il Cavaliere, no lo es, ya que a Eco le consta que Berlusconi leyó los diálogos de Platón en el bachillerato. En todo caso, Eco, una vez más, parece demandar de los políticos una racionalidad moral universal –exigir la expatriación de Battisti, prófugo de la justicia italiana en Brasil, y, a la vez, aceptar el juicio a Berlusconi- que muy poco tiene que ver con la realpolitik, como enseñaron Maquiavelo y Bismarck:


“Dirán los defensores del honorable Berlusconi que Battisti no hace bien huyendo de la Justicia italiana, porque en su interior sabe que es culpable, mientras que Berlusconi, con toda la razón, hace lo mismo porque en su interior se considera inocente. Pero ¿cuánto puede aguantar este argumento?
Los que lo utilizan parecen no haber reflexionado sobre un texto que, cualquiera que haya ido al instituto (como le sucedió al honorable Berlusconi), debería haber conocido, y que es el Critón de Platón. Para quien lo haya olvidado, les haré un breve resumen: Sócrates ha sido condenado a muerte (injustamente, nosotros lo sabemos y él lo sabía) y está en la cárcel esperando la copa de cicuta. Lo visita su discípulo Critón, que le dice que todo está preparado para su fuga, y utiliza todos los argumentos posibles para convencerlo de que tiene el derecho y el deber de escapar de una muerte injusta.
Pero Sócrates responde recordando a Critón cuál debe ser la postura de un hombre de bien ante la majestuosidad de las leyes de la Ciudad. Al aceptar vivir en Atenas y disfrutar de todos los derechos de un ciudadano, Sócrates reconoce la bondad de aquellas leyes, y si se atreviese a negarlas sólo porque en un determinado momento estas actúan en su contra, repudiándolas contribuiría a deslegitimarlas y, por consiguiente, a destruirlas. Y uno no puede beneficiarse de la ley mientras actúa en su favor y rechazarla cuando decide algo que no le gusta, porque con las leyes se ha cerrado un pacto y este pacto no se puede romper a nuestro antojo.
Tengamos en cuenta que Sócrates no era un hombre de Gobierno, porque entonces debería haber dicho mucho más. Y que por ejemplo –si se creyera en el derecho de ignorar las leyes que no le gustaban– como hombre de Gobierno ya no podría haber pretendido que los demás cumpliesen con aquellas que a ellos no les gustaban, y no cruzasen con el semáforo en rojo, no pagasen los impuestos, no saqueasen los bancos o (y es sólo una manera de hablar) no abusasen de menores.
Estas cosas Sócrates no las dijo, pero el sentido de su mensaje sigue siendo el que es, alto, sublime, duro como una roca”.

lunes, 21 de febrero de 2011

Las castañuelas ñáñigas de Pablo de la Torriente Brau

Entre muchas otras cosas, las revoluciones son plataformas de venta para las culturas nacionales que las experimentan. Hoy, por ejemplo, la literatura egipcia cotiza a la alza, como se observa en los casos del fallecido Naguib Mahfuz o de Hussein Bassir. O como sucedió en los años 20 y 30 con el muralismo y la literatura de Contemporáneos, en México. O como en los años 60, con las novelas de Carpentier, el Che de Korda o el pop art de Raúl Martínez.
Durante una breve estancia en Nueva York, en 1936, antes de su partida a España, como soldado de la República, Pablo de la Torriente Brau advirtió la fascinación que despiertan, en grandes capitales culturales de Occidente, como Nueva York y París, las revoluciones. Observaba este socialista cubano, nacido en Puerto Rico, que, en 1936, Nueva York pasaba del entusiasmo por la Revolución Cubana del 33 al entusiasmo por la República española.

“Siempre han tenido aquí indiscutible prestigio… los problemas de la Revolución Cubana; el triunfo de nuestra música, había hecho que las maracas –castañuelas ñáñigas- conquistaran Nueva York. Porque aquí, la mejor manera de obtener publicidad, es realizar algo clamoroso, terrible, inaudito. ¿Qué cosa mejor que una revolución? Por eso, las luchas contra Machado, con sus alardes de heroísmo y sacrificio, con sus víctimas gloriosas, con sus escenas de terror y barbarie, abrieron un mercado para todas las manifestaciones exteriores, plásticas y sonoras del pueblo de Cuba. Y los cabarets se llenaron de rumba y son, y en todas las casas, sobre el radio, se cruzaron dos maracas, como mazas heráldicas de una nueva nobleza: la nobleza sin ceremonia de la rumba y el son. Desde entonces, el yubiar de municiones de las maracas ha sido para los americanos algo así como la imagen confusa y sonora de Cuba y sus problemas. Mas ahora vendrán las castañuelas”.

Tal vez, sólo las decadencias pueden llegar a ser tan favorables a la oferta y la demanda de una cultura como las revoluciones. El ocaso del imperio austrohúngaro entre fines del siglo XIX y principios del XX o la década de los 80, en la Unión Soviética, serían dos ejemplos notables, pero no los únicos. Hoy por hoy, lo que queda de aquella “fantasía roja”, estudiada por Iván de la Nuez, en el caso de Cuba, tiene que ver, sobre todo, con la decadencia del orden revolucionario.

viernes, 18 de febrero de 2011

A favor y en contra de Alan Gribben


“Censor”, “mutilador”, “adulterador de clásicos”, es lo menos que los muchos fans que, a un siglo de su muerte, todavía tiene el escritor norteamericano Mark Twain (1835-1910), han dicho a Alan Gribben, profesor de Auburn University at Montgomery , en Alabama, quien estuvo a cargo de la reedición de Las aventuras de Huckleberry Finn que hizo New South Books.
Gribben, pensando en los lectores infantiles y juveniles de Twain, en el Sur de Estados Unidos a principios del siglo XXI, decidió aplicar la corrección política al texto y cambió vocablos como nigger por slave, injun Joe por indio Joe o “half breed” por “half blood”. La palabra “nigger” aparece 219 veces en el texto original de Twain por lo que el cambio, desde un punto de vista cuantitativo, no es menor.
Gribben lleva décadas estudiando y editando la obra de Twain y su edición, además de poseer otras virtudes, no adolece de descuido o ligereza. Gribben ha alterado el texto con razones que sus críticos, tampoco sin razones, no quieren escuchar. Dice, en esencia, que términos como “nigger” o “injun”, que Twain no utilizaba en sentido peyorativo –el escritor, como se sabe, se opuso a la esclavitud y a la discriminación- se convirtieron en símbolos de la mentalidad racista y así son leídos, hoy, por la mayoría de los niños y adolescentes norteamericanos.
Buscando atraer nuevos lectores a Twain, Gribben intentó traducir al inglés moral del siglo XXI aquellos vocablos que más claramente desdibujaban el pensamiento del autor de Tom Sawyer y Un yanqui de Connecticut en la corte del Rey Arturo. La intención es buena, pero el método es equivocado. Si Gribben hubiera encabezado la edición con una nota introductoria amena, en la que resumiera la ideología de Twain y el sentido que daba a aquellos términos, tal vez hubiera logrado atraer a más lectores que los que ahora aleja con su corrección política de un clásico.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Plebeyo artículo


Conozco varios editores que han decidido que los artículos en los títulos de los libros, sobran. Que no venden bien, aunque alguno me ha asegurado que su rechazo a los artículos no es comercial sino estético. De acuerdo con esta cada vez más difundida convención editorial La comedia humana debió llamarse Comedia humana, Los miserables, Miserables y La montaña mágica, Montaña mágica.
Debo confesar que nunca he entendido muy bien el odio a los artículos –estético o comercial-, pero hace unos días, revisando textos de cubanos sobre España y de españoles sobre Cuba, di con un ensayito de Jorge Mañach sobre La Coruña, la finisterre gallega, incluido en su injustamente olvidado Visitas españolas (1960), que me ha hecho dudar.
Este libro, editado en Madrid por la editorial de la Revista de Occidente fue, por cierto, el último que Mañach publicó en vida y por varias dedicatorias que conocemos lo envió, desde La Habana, en julio de 1960, a amigos suyos ya exiliados como Eugenio Florit, en Nueva York, y Gastón Baquero, en Madrid.
En el ejemplar que perteneció a Baquero, que alguna vez pude hojear, la dedicatoria estaba firmada en La Habana –me pregunté, entonces, por qué no pidió Mañach que Revista de Occidente le enviara un ejemplar a Baquero, que vivía en la misma ciudad de la editorial. Pero luego comprendí que en las reglas de aquella cortesía, ya perdida, el libro regalado debía llegar autografiado.
En aquel ensayito sobre La Coruña, Mañach habla de la plebeyez de los artículos que van unidos al nombre de algunas ciudades. A su juicio, el La -A, en gallego- del nombre de esa hermosa ciudad se sumaba a cierta imagen de rusticidad o barbarie que, en general, tenía el norte de España y, especialmente, la región gallega. Un La muy diferente al habanero:


“La Coruña no constituye mayor excepción en esa vulgar imagen. Hasta el nombre mismo de la ciudad parece conspirar contra ella, como si el artículo, que en el caso de La Habana nos parece tan sabrosamente femenino, tomase en aquel otro caso no sé qué sugerencia despectiva de “la Lola se va a los puertos”, y como si el final en “uña” sonase a algo huraño y rapaz. ¡A tan triviales accidentes está expuesta la reputación geográfica, como la de personas y pueblos! En Inglaterra, durante varios siglos a La Coruña se la llamó, por corrupción fonética, The Groyne, que para unos era como aludir a ciertas partes pudendas de la anatomía, y para otros la arista, la esquina viva, el espolón de Europa”.