Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

martes, 7 de junio de 2011

Montalvo contra dictadores

El gran escritor liberal y republicano ecuatoriano del siglo XIX, Juan Montalvo (1832-1889), escribió en su periódico El Cosmopolita, entre 1863 y 1869, una serie de artículos extraordinarios sobre el estado de la libertad de imprenta en Hispanoamérica. Gobernaba entonces en Ecuador el caudillo conservador Gabriel García Moreno, a quien Montalvo se enfrentó con tanta valentía como elocuencia.
En uno de aquellos artículos, Montalvo no sólo denunciaba la persecución contra periodistas y escritores ecuatorianos, por parte del régimen de García Moreno, sino los atropellos contra la prensa del caudillo boliviano Manuel Isidoro Belzú y del venezolano Juan Crisóstomo Falcón. A este último no lo mencionaba Montalvo por su nombre, pero por un pasaje del escrito, en que menciona al liberal colombiano Manuel Ezequiel Bruzual como una de sus víctimas, es posible concluir que el “Fierabrás” venezolano no es otro que Falcón:


“Vaya, si siquiera hubiera cultura en estos sultanuelos ruines que nos quitan la vida. Pero sus pasiones son de salvajes, de fieras sus arranques. Todo es matar, desterrar, azotar, repartir palos como ciego a Dios y a la ventura, echarse sobre las leyes y los ciudadanos cual pudiera un lobo hambreado sobre un aprisco sin guardianes. Un Fierabrás en Venezuela sabe que un escritor ha vituperado sus pésimas acciones, y a sablazos, le echa a la cama en artículo de muerte. Un Belzú oye algunas palabras malsonantes a sus oídos, y se le erizan los pelos del bigote, y cierra con quienes censuran su gobierno. Un García Moreno acude presuroso adonde se escribía, allana el hogar doméstico con batallones enteros de soldados, cierne la ciudad probando si daba con los escritores, y de tomarlos, sin remedio los sepulta en las ciénagas del Napo”.

domingo, 5 de junio de 2011

Historia oficial a debate






Desde hace más de una semana el diario español Público ha convocado a un grupo de historiadores peninsulares (Andreu Mayayo, Julián Casanova, Francisco Espinosa, Javier Chinchón, Laurenzo Fernández Prieto, Pere Oriol Costa, Jaime Pastor, Paloma Aguilar, José Luis Ledesma…) a debatir el reciente Diccionario Biográfico Español redactado y editado por la Real Academia de Historia, que dirige Gonzalo Anes.
Las críticas se han localizado, sobre todo, en la entrada correspondiente a Francisco Franco, escrita por Luis Suárez, pero se extienden también a diversas valoraciones sobre líderes republicanos, como Juan Negrín, y fenómenos como la Segunda República misma, la guerra civil o el levantamiento militar franquista. Los críticos de la historia oficial franquista reaccionan, con razón, contra el tono hagiográfico de varios pasajes sobre Franco, contra el juicio anticomunista que empaña la semblanza de Negrín o contra la caracterización del golpe contra la República como “cruzada”, “alzamiento nacional” o “guerra de liberación”.
Tan admirable de este debate es la participación de decenas de historiadores jóvenes en el mismo como el grado de interpelación que logra con las instituciones oficiales. El Ministro de Educación de España, Ángel Gabilondo, y la Ministra de Cultura, Ángeles González Sinde, han llegado a solicitar a la Real Academia de Historia que revise los pasajes más controvertidos del Diccionario y los académicos han anunciado que lo harán.
La polémica es ilustrativa de la circulación de diversos relatos de un pasado nacional que distingue a las democracias. Los historiadores críticos españoles se enfrentan a los residuos de la historia oficial de la dictadura y logran desestabilizar los mitos que la misma difunde. Algunos conceptos como los de autoritarismo y totalitarismo –personalmente, creo que el régimen de Franco estuvo más cerca del primero que del segundo, lo cual no quiere decir que no fuera una dictadura- no logran generar consenso historiográfico entre los propios críticos, pero ningún historiador serio, de cualquier simpatía ideológica o teórica, suscribe a estas alturas un panegírico de Franco ni una catilinaria contra Negrín.
En América Latina, podrían ubicarse debates similares en Argentina y Chile, sobre las dictaduras de la Junta Militar y Augusto Pinochet, y en Venezuela sobre los usos oficiales de la figura de Simón Bolívar. Si algo demuestran esas polémicas, en contra de lo que afirman algunos, es que España, Argentina, Chile y Venezuela son democracias. Debates como esos serían inimaginables en China, Corea del Norte, Viet Nam o Cuba, donde la historia oficial comunista nunca es contrariada en los medios de comunicación.

miércoles, 1 de junio de 2011

Cohen y Joplin en el Chelsea Hotel

El Premio Príncipe de Asturias de las Letras a Leonard Cohen produce una alegría más diáfana que cualquier otro premio literario. Es tanta la familiaridad que se puede alcanzar con Cohen, escuchándolo por décadas, que su coronación como escritor nos parece acto de elemental justicia. Con el Cohen escritor sucede lo mismo que con el Dylan escritor, su reconocimiento es un triunfo sobre las ideas ensimismadas de la literatura.
No conozco la obra escrita, no cantada, de Cohen, ni la de Dylan. Sólo conozco sus canciones. Canciones que pueden ser leídas como poemas, aunque lo más recomendable sea escucharlas como poemas, no como canciones. A Cohen y a Dylan no hay que leerlos sin escucharlos, de la misma manera que a San Juan de la Cruz o a T. S. Eliot hay que leerlos en silencio, sin música de fondo. A Cohen hay que leerlo en su propia voz, como lo que siempre ha dicho ser, no un song writer sino un song worker.
Se me ha hecho difícil encontrar una canción de Cohen, representativa de esa poesía cantada, porque casi todas lo son. Pensé en “Tennessee Waltz”, tan bien cantada por Joan Baez, en el “Hallelujah”, que inmortalizó Jeff Buckley y que alguna vez colgamos aquí, o en “Dance me to the End of Love”, que ha cantado como nadie Madeleine Peyroux. Me he decidido por “Chelsea Hotel”, la canción en la que Cohen rememoró un encuentro con Janis Joplin, en los años 60, en ese célebre lugar de Manhattan.
La canción, que ha sido bien cantada por otro canadiense, Rufus Wainwright –qué no ha cantado bien Wainwright!- fue compuesta luego de que Cohen, quien perseguía a Brigitte Bardot por los pasillos del Chelsea, se tropezara en un ascensor con Joplin. Más tarde Cohen recordaría el encuentro como el principio de un breve y poco memorable romance: la recordaba claramente pero no pensaba en ella demasiado.







Chelsea Hotel



I remember you well in the Chelsea Hotel,
you were talking so brave and so sweet,
giving me head on the unmade bed,
while the limousines wait in the street.
Those were the reasons and that was New York,
we were running for the money and the flesh.
And that was called love for the workers in song
probably still is for those of them left.
Ah but you got away, didn't you babe,
you just turned your back on the crowd,
you got away, I never once heard you say,
I need you, I don't need you,
I need you, I don't need you
and all of that jiving around.
I remember you well in the Chelsea Hotel
you were famous, your heart was a legend.
You told me again you preferred handsome men
but for me you would make an exception.
And clenching your fist for the ones like us
who are oppressed by the figures of beauty,
you fixed yourself, you said, "Well never mind,
we are ugly but we have the music."
And then you got away, didn't you babe,
you just turned your back on the crowd
you got away, I never once heard you say,
I need you, I don't need you,
I need you, I don't need you
and all of that jiving around.
I don't mean to suggest that I loved you the best,
I can't keep track of each fallen robin.
I remember you well in the Chelsea Hotel,
that's all, I don't even think of you that often.

domingo, 29 de mayo de 2011

Un soneto de Néstor Díaz de Villegas







Del cuaderno “Godot Ex Machina”, incluido en la reciente edición del poemario Cuna del pintor desconocido (Aduana Vieja, 2011), del escritor cubano, Néstor Díaz de Villegas (1956), reproduzco este magnífico soneto.











"Francis Bacon delante del Papa Inocencio X de Velázquez "



Este guerrero puesto de rodillas
delante de la puerca de la Historia
pidiendo absolución de su memoria
a aquel que obró primeras maravillas

reconoce la técnica irrisoria
en minúsculas ruedas de alforcillas
-empapada la silla de Castilla-
nada menos que el manto de la gloria.

La pintada visión por todas partes
rezuma realidad, y sin embargo
es la más traicionera de las artes.

¿Cómo pintar la duda por encargo
-la mirada que al público repartes-
si el precio de mirar es tan amargo?

viernes, 27 de mayo de 2011

El pudor de la razón (Tres de Chesterton)


“You can only find truth with logic if you have already found truth without it”


“The madman is not the man who has lost his reason. The madman is the man who has lost everything except his reason”


“Angels can fly because they take themselves lightly”

jueves, 26 de mayo de 2011

Mutaciones del intelectual público

A fines de los 80, el profesor de UCLA, Russell Jacoby, escribió un libro titulado The Last Intellectuals. American Culture in the Age of Academe (1987), en el que cuestionaba el desplazamiento de la crítica social norteamericana, de la esfera pública al espacio académico. A diferencia de antepasados liberales o socialistas, como John Dewey o Charles Wright Mills, la izquierda postmoderna no se proyectaba desde las universidades hacia la esfera pública, sino, al revés, de la esfera pública hacia las universidades. A partir de los 90, académicos como Noam Chomsky o Edward Said incrementaron su intervencionismo público, precisamente, con argumentos similares a los de Jacoby.
En América Latina, la tesis de Jacoby convergería en buena medida con el repliegue hacia la academia de la izquierda ex guerrillera, que se vivió entre los años 80 y 90. En la última década, sin embargo, como ya intuía el propio Jacoby en el prólogo a la reedición de su libro del año 2000, no ha dejado de producirse un nuevo giro pendular. La gran transformación de la esfera pública generada por el internet y la hegemonía de los medios en las democracias, unida a fenómenos globales como las guerras en Irak y Afganistán, la violencia del terrorismo o el narcotráfico o las revoluciones árabes, están demandando intervenciones públicas en las que el rol de los intelectuales se refuncionaliza.
Lo hemos visto en los últimos meses, en Egipto, en España y en México. Wael Ghonim, un joven programador, empleado de Google en El Cairo, se convirtió en uno de los líderes de la revolución egipcia enviando mensajes movilizadores en Facebook y Twitter. En España, Alejandro Navas, profesor de Sociología de la Universidad de Navarra, es una de las voces mejor articuladas del Movimiento 15-M. En México, una importante movilización contra la violencia del narcotráfico y contra la estrategia del presidente Felipe Calderón frente a la misma, está siendo encabezada por un poeta católico, Javier Sicilia.