El escritor libio Hisham Matar (1970), hijo de un importante político e intelectual nacionalista que disintió del régimen de Khadafi, y sufrió prisión por ello, autor de novelas como In the Country of Men (2006), Man Booker Prize, y Anatomy of a Disappearance (2011), título tan atractivo como su trama, ha escrito un reportaje de su regreso a Libia tras la última revolución, que hay que leer. Matar ha vivido la mayor parte de su vida en el exilio, en El Cairo, en Nueva York, en Londres, pero como se puede leer en esta memoria editada en el último The New Yorker, no importa que la experiencia de la nación de origen haya sido tan fugaz, para sentir el regreso en toda su paradójica intensidad. Todo regreso a la patria, luego de un exilio plenamente asumido -breve, largo o mediano-, es, a la vez, un reencuentro y un desencuentro, el viaje a una utopía y la vuelta de un desencanto.
"My family left in 1979, thirty-three years earlier. This was the chasm that divided the man from the eight-year old boy I was when my family left. The plane was going to cross that gulf. Surely such journeys were reckless. This one could rob me of a skill that I have worked hard to cultivate: how to live away from places and people I love. Joseph Brodsky was right. So were Nabokov and Conrad: artists who never returned. Each had tried, in his own way, to cure himself of his country. What you have left behind has dissolved. Return and you will face the absence or the defacement of what you treasured. But Dmitri Shostakovich and Boris Pasternak and Naguib Mahfouz were also right; never leave the homeland. Leave and your connections to the source will be severed. You will be like a dead drunk, hard and hollow".
Libros del crepúsculo
miércoles, 10 de abril de 2013
martes, 2 de abril de 2013
Por una democracia soberana en Cuba
El periodista cubano
Ángel Guerra Cabrera, radicado en México desde hace años, tuvo a bien dedicarme
unas líneas en su columna del pasado jueves, en La Jornada. Escribe Guerra que un servidor es representante de una
“derecha nacional”, “más pragmática y cínica que sus antecesoras” (sic). Un
“contrarrevolucionario” con una visión de Cuba regida por el “deber ser
teleológico” (sic). Mis textos y mis pensamientos no son, según Guerra, “enarbolados”
por mí sino por una “contrarrevolución cubana e internacional”. El artículo de
Guerra fue reproducido, naturalmente, en Cubadebate,
la página electrónica del Partido Comunista de Cuba, donde no existe derecho a
réplica.
Prefiero pasar de largo de la fábula de mal gusto y
resonancia fascista de los “cóndores” (revolucionarios) y los “insectos”
(contrarrevolucionarios), a costa del pobre José Martí, con que concluye el
artículo. Pero no puedo dejar de señalar que la asimilación entre mis ideas y
las del escritor y periodista cubano Carlos Alberto Montaner, de la que abusan Guerra y
otros de la misma corriente política, es, cuando menos, imprecisa. Conozco y
respeto a Montaner desde hace años pero ambos admitimos diferencias públicas en
temas tan variados como el embargo comercial de Estados Unidos, las ideas,
culturas y tradiciones de América Latina o el lugar de la experiencia
socialista y revolucionaria en la historia de Cuba.
Aunque la caricatura de Guerra expone mejor sus limitaciones
que las mías, la aprovecho para resumir, sobre todo ante los lectores de La Jornada que se asomen a esta polémica,
algunas de mis ideas sobre Cuba que el periodista deliberadamente distorsiona.
Es difícil para mí considerarme contrarrevolucionario por muchas razones que a
Guerra, quien se empeña en monopolizar la voz de “la Revolución”, lo tendrán
sin cuidado. La primera es que soy un producto de la experiencia revolucionaria:
nací en la isla, en 1965, y me formé en las escuelas creadas por el sistema
educativo socialista. Me gradué de la Universidad de La Habana, en 1990, en la
carrera de filosofía marxista-leninista, con una tesis sobre la concepción
materialista de la historia de Karl Marx.
Pero, ante todo, no me considero contrarrevolucionario
porque, como sostengo en mis libros El
arte de la espera (1998), La política
del adiós (2003) y La máquina del
olvido (2013), pienso que la Revolución fue un fenómeno histórico
circunscrito a los años 50, 60 y 70 del pasado siglo. Después de consumada la
institucionalización del sistema político cubano, en 1976, con la Constitución
de ese año, es difícil hablar de revolución como un proceso de cambio social,
que destruye un antiguo régimen y crea un nuevo orden. Hablar de Revolución a
partir de 1976 es posible si, como hace Guerra, se confunde la Revolución con
el Estado, el gobierno o sus líderes, cuando no con la nación misma.
Dado que en los libros mencionados y en diversos artículos he
expresado críticas concretas al gobierno de la isla y al sistema político
socialista, Guerra y quienes como él sacralizan la historia, asumen dichas
críticas como “ataques a la Revolución”. A mí, por el contrario, me interesa
historiar críticamente ese fenómeno fundamental del pasado cubano y
latinoamericano, con el fin de avanzar en el conocimiento histórico y, también,
de contribuir al establecimiento de relaciones más libres con el Estado cubano.
Un Estado que, como he reiterado en esos mismos libros y artículos, entiendo
como una entidad legítima que no debe ser removida por la fuerza sino
transformada pacífica y soberanamente por una ciudadanía cada vez más plural,
que no está equitativamente representada en sus instituciones.
El término contrarrevolución posee un sentido destructivo y
violento que no sólo no comparto sino que cuestiono con frecuencia. Siempre he
defendido la necesidad de articular una oposición pacífica y legítima en Cuba,
que deje atrás, de una vez y por todas, la política del embargo o cualquier
forma de hostilidad internacional y que se independice de las agencias del
gobierno de Estados Unidos, involucradas históricamente en la confrontación con
La Habana. Remito al lector interesado en estas ideas sobre la construcción de
una democracia soberana en Cuba a dos artículos publicados recientemente en la
isla: “Diáspora, intelectuales y futuros de Cuba” (2011), en la revista Temas, y “El socialismo cubano y los
derechos políticos” (2012), en Espacio Laical.
Llama la atención que Guerra me atribuya un pensamiento “teleológico”,
cuando uno de los argumentos centrales de mis libros de historia intelectual
sobre Cuba –Isla sin fin (1998), Tumbas sin sosiego (2006), Motivos de Anteo (2008), El estante vacío (2009)- es la crítica a
la teleología de la historia oficial nacionalista y socialista, que presenta
todo el pasado de la isla como si hubiera sido providencialmente programado
para producir la entrada de Fidel en La Habana, en enero de 1959, y para perpetuar
la forma histórica del Estado fundado a partir de entonces. La crítica de esa
teleología, no sólo en mis libros sino en buena parte de la nueva ensayística
cubana de la isla o la diáspora –ver, por ejemplo, el catálogo de la editorial Colibrí, en Madrid-, es un llamado al
abandono de la exclusión ideológica en nuestra cultura.
Si a lo que Guerra se refiere con la torpe tautología del
“deber ser teleológico” es a la propuesta de un futuro democrático para Cuba,
entonces tendrá que reconocer que somos muchos –cada vez más- los que
compartimos ese ideal. Un ideal que en mi caso jamás ha sido planteado en
términos neoliberales, como asegura el periodista. Como el lector puede
verificar fácilmente en esos libros y artículos, la democratización de la que
hablo es un proceso de apertura de las instituciones actuales del socialismo
cubano a la pluralidad real de la sociedad insular y diaspórica, que amplíe los
derechos de asociación y expresión, sin deshacerse del rol social del Estado ni
de la soberanía nacional.
Que Guerra entienda eso como “cinismo y pragmatismo” o como
“derecha nacional e internacional” ilustra muy bien el tipo de izquierda que él
defiende. Una izquierda que sigue aferrada a las falsas antinomias de la Guerra
Fría y que es incapaz de abandonar lastres del estalinismo como el partido
único, el culto a la personalidad, el control gubernamental de la prensa o la
descalificación y represión de toda disidencia. Una izquierda autoritaria que,
ante el avance de las reformas emprendidas por el gobierno y demandadas por la
sociedad civil, se atrinchera en una posición contrarreformista.
Día
con día, la democratización soberana del socialismo cubano deja de ser una
promesa y se convierte en una realidad, que la reacción neoestalinista o
neopopulista no puede contener. El lector interesado puede comprobarlo
releyendo la nota del corresponsal de Afp en La Habana, Carlos Batista, “Cuba
necesita cambios políticos”, el pasado 13 de marzo, reproducida parcialmente
por La Jornada, o el proyecto “Cuba
soñada/ Cuba posible/ Cuba futura”, redactado por el Laboratorio Casa Cuba, un
grupo de intelectuales y activistas católicos y marxistas de la isla que pide,
entre otras cosas, sufragio directo del jefe de Estado, reelección limitada y
una nueva Ley de Asociaciones. Los lectores de La Jornada, periódico referencial de la izquierda iberoamericana,
deberían tener acceso, también, a esas nuevas voces democratizadoras de la
política cubana del siglo XXI.
martes, 26 de marzo de 2013
¿Es posible el pluralismo con partido único?
Observábamos hace poco, aquí, un avance cuidadoso del debate
sobre el partido único en la periferia académica e intelectual de varias
instituciones cubanas, incluidos el propio Partido Comunista y la Iglesia Católica.
Algunas figuras públicas de la isla, que en los últimos años han declarado que
estarían de acuerdo con la existencia de otras organizaciones políticas, si se
deroga el embargo y se normalizan las relaciones con Estados Unidos, han
retomado el tema, aunque dejando en claro que rechazan o no concuerdan
plenamente con el multipartidismo.
Como señalábamos en un post anterior, la única alternativa
al unipartidismo que existe no es el multipartidismo. La identificación con este último, a la usanza de la mayoría de los países occidentales, casi siempre
funciona en el discurso oficial cubano como una descalificación a priori de la democracia misma. En las
zonas más intransigentes de ese discurso, no basta con la consagración de esa
única alternativa y es preciso recurrir a la falacia de que sin unipartidismo
Cuba cambiaría “de sistema”, es decir, pasaría “del socialismo al capitalismo”.
Esta última fórmula es un modo de retrotraer el debate
cubano a las antinomias tradicionales de revolución/contrarrevolución y
socialismo/capitalismo, en una suerte de inmovilismo del lenguaje, que permite
negar la capitalización que viven la economía y la sociedad cubana desde los 90
y, a la vez, confundir deliberadamente los conceptos de régimen político y
sistema social. La falacia de que sin un régimen
de partido comunista único el país iría al sistema capitalista se ve refutada, en la práctica, por la
existencia de capitalismos con un solo partido, como China o Viet Nam.
A diferencia de la vieja y agotada estrategia discursiva de
afirmar que, antes de permitir la formación de diversos partidos en Cuba, debe
democratizarse el partido único, el grupo Laboratorio Casa Cuba ha formulado,
en su proyecto Cuba soñada-Cuba
posible-Cuba futura, la más clara propuesta de transición del partido único
al partido hegemónico en la isla. Aunque esta propuesta no es incompatible con
cualquier intento de pluralización interna del Partido Comunista o la Asamblea
Nacional, su objetivo inmediato no es ese sino la ampliación de derechos civiles y
políticos de la ciudadanía.
En ningún momento, los autores del documento (Julio César
Guanche, Julio Antonio Fernández, Dmitri Prieto, Miriam Herrera, Mario
Castillo, Roberto Veiga y Lenier González) proponen explícitamente la creación
de un sistema de partidos en Cuba. Sin embargo, abren la puerta a la necesaria
aprobación de una nueva Ley de Asociaciones que remueva los dispositivos que
limitan y penalizan, a través de la Constitución y sus códigos, la libertad de
asociación y expresión. El punto cuarto del documento dice:
“Garantizar a la multiplicidad social y política de la nación
el derecho de escoger diversas formas para auto-organizarse con el propósito de
promover sus metas, influir en la opinión y en la acción de la sociedad, así
como participar en la gestión pública”.
De una Ley de Asociaciones que facilite esos derechos a la organización
libre de la ciudadanía no se deriva automáticamente la formación de un sistema
de partidos. Pero sí se derivaría una ampliación y pluralización de la red de
sociabilidad autónoma del país, que limitaría el control del Partido Comunista,
haciendo de éste, ya no un partido único sino un partido hegemónico. De
producirse esto último, además de la elección directa, la reelección inmediata -no indefinida- y otras de las medidas sugeridas por el Laboratorio Casa-Cuba, estaríamos en
presencia del inicio de un cambio de régimen político en Cuba. No de un cambio
del sistema social, que ya cambió.
Ese cambio de régimen permitiría la consolidación del
pluralismo bajo o con un partido comunista único. El uso
preciso de la preposición es clave, ya que durante décadas el reformismo cubano
sólo contempló el avance del pluralismo dentro
del partido. La pluralidad fuera,
bajo o con esa entidad rectora de la vida política del país produciría, en
cualquiera de sus variantes, una inevitable acotación de su poder.
sábado, 23 de marzo de 2013
Todos menos Granma
Todos los periódicos de la izquierda iberoamericana dedicaron, hoy, al amanecer, páginas enteras a lamentar la muerte del gran músico que fue -que es- Bebo Valdés. Todos los periódicos y cientos de páginas electrónicas en Iberoamérica reconocen la grandeza de este pianista, como compositor, arreglista, orquestador o intérprete. La nota del mexicano La Jornada, por ejemplo, en la que se habla de Bebo Valdés como "raíz cubana del jazz latino", no podría ser más justa. Todos, menos la versión electrónica de Granma, desde luego, que amaneció sin esta noticia. Este periódico del gobernante Partido Comunista de Cuba, el principal medio de información con que cuentan los ciudadanos de esa isla del Caribe, se demoró veinticuatro horas en dar la noticia de la muerte de este gran cubano, nacido en Quivicán en 1918. La escueta nota de Granma reproduce la información generada por medios europeos y americanos y la que publicó, ayer, Cubadebate, se limita a copiar un cable de Efe.
miércoles, 20 de marzo de 2013
El pasado de Hitchcock
Todas las tramas y todos los personajes del mejor Hitchcock
cargan con un pasado traumático. Janet Leigh ha robado 40 mil dólares. Norman
Bates conserva a su madre disecada en el sótano de su lúgubre mansión y asume
intermitentemente su personalidad. El protagonista de Rear Window ha sido un fotógrafo de guerra, que libera el tedio de
la paz espiando los secretos de sus vecinos.
El personaje de Cary Grant en To Catch a Thief es un ladrón de joyas de la Riviera francesa que
formó parte de la resistencia contra el fascismo, durante el régimen de Vichy, pero
que no siempre fue leal a sus compañeros. Ben, el médico de The Man Who Knew Too Much es también un
veterano de guerra, que asistió a las tropas norteamericanas y británicas en
Marruecos.
Scottie, el personaje también interpretado por James Stewart
en Vértigo, es un detective traumado
por una persecución en unas azoteas de San Francisco, que le dejó un miedo
incontenible a las alturas. Melanie Daniels, el personaje interpretado por
Tippi Hedren en The Birds, es hija de
un magnate de la prensa de San Francisco que, el verano anterior, protagonizó
un escándalo en Roma, cuando se bañó desnuda en una fuente.
Hitchcock, como dice su personaje Bates, no se “recrea en el
pasado”. El espectador apenas se entera del origen del trauma: la historia lo transporta desde un inicio al presente. El pasado no es para Hitchcock algo
completamente oculto ni algo demasiado visible. Tampoco es una pátina o una
epidermis, la manida punta del iceberg o la espuma de los días: es, nada más y
nada menos, que un momento del presente.
domingo, 17 de marzo de 2013
Lennon, un marxista contra el culto a la personalidad
La entrevista que los
teóricos marxistas, Robin Blackburn y Tariq Alí, hicieron a John Lennon y Yoko
Ono, en 1971, y que Alí incluyó en su libro Street
Fighting Years (2005), presenta a un Lennon familiarizado con el marxismo y
el psicoanálisis, que rechaza el culto a la personalidad, por la opresiva
sublimación de la figura paterna que el mismo produce.
Blackburn y Alí, ellos mismos
marxistas antiestalinistas, que renovaron la historia y la teoría social desde
las páginas de The New Left Review, lograron
que Lennon hablara la lengua del 68. Pocos documentos dibujan con tanta
fidelidad la imagen de ese Lennon libertario que, como en sus canciones
“Revolution” o “Working Class Hero”, propone mirar de frente el dolor de los
obreros, sin dejar de cuestionar las burocracias revolucionarias.
En un momento de la
conversación, a propósito del experimento de Tito en Yugoslavia, se establece
este diálogo entre Blackburn, Alí, Lennon y Yoko:
“Blackburn: Supongo que el
control de los trabajadores tiene que ver con esto.
Lennon: ¿No intentaron asumir
el control los trabajadores en Yugoslavia? Ellos se liberaron de los rusos. Me
gustaría ir allá y ver cómo funciona.
Alí: Bueno, se liberaron, e
intentaron romper con la tendencia estalinista. Pero en vez de permitir una
autogestión obrera desinhibida, le añadieron una fuerte dosis de burocracia
política. Esto tendió a sofocar la iniciativa de los trabajadores, al tiempo de
regular todo el sistema con mecanismos de mercado que alimentaron nuevas
desigualdades entre una región y otra.
Lennon: Parecería que todas
las revoluciones terminan rindiéndole culto a la personalidad. Aún los chinos
parecen necesitar una figura paterna. Supongo que esto pasará también en Cuba,
con el Che y Fidel. En un comunismo estilo occidental tendríamos que crear una
figura imaginaria, de los trabajadores mismos, que sustituyera la figura
paterna.
Blackburn: Esa idea estaría
muy bien. Que la clase obrera se volviera su propia figura heroica. Mientras no
sea una nueva ilusión reconfortante, mientras contenga un poder obrero real. Si
te manejan la vida los capitalistas o los burócratas, hay la tentación de
compensar con ilusiones.
Ono: La gente tiene que
confiar en sí misma.”
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