Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

lunes, 28 de septiembre de 2015

José Lezama Lima y la aduana del silencio

El poeta católico cubano José Lezama Lima fue un gran conocedor de la obra del místico español del siglo XVII Miguel de Molinos, creador de una corriente espiritual conocida como "quietismo". Desde su primer libro de ensayos, Analecta del reloj (1953), Lezama aludía a un pensamiento de Molinos ("el amor puro nos hace desechar la salvación eterna") para referirse a una "crisis poética" que asociaba con la "imposibilidad de despego" o con la "no bifurcación en caminos transitados o infieles".
Ya en su Diario juvenil, Lezama había advertido una "influencia oriental" en Molinos que volverá a interesarlo en los últimos años, mientras redactaba su novela Oppiano Licario (1977). El protagonista del mismo nombre hace leer a su hermana, Ynaca Eco, la tradición de la mística española, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, y especialmente la Guía espiritual de Molinos. En un momento del texto se reproduce la filosofía del silencio propuesta por el quietismo: "Molinos nos hablaba del silencio como en nuestra época se habla del vacío o de la nada..."
En esos años finales, Lezama entró en contacto con otro admirador de Molinos, el poeta gallego José Ángel Valente, quien viajó a la isla en 1967 con carta de presentación de su amiga María Zambrano. Valente hizo una reedición de la Guía espiritual de Molinos y Lezama se la pide en una carta de diciembre de 1974. En enero de 1975, el poeta gallego confirma a Lezama que ha enviado la Guía, desde Ginebra, a la dirección habanera de Trocadero 162, pero Lezama le responde, en julio de 1975, lo siguiente: "La Guía espiritual, que Usted tuvo la gentileza de enviarme, fue decomisada, según comunicación que recibí. Parece que, al leer la palabra espiritual, se entendió que hacía referencia a la metapsíquica, o vulgo espiritismo, y que era una obra para los numerosos discípulos de Allan Kardec. Ya ve Usted que Molinos sigue ganando batallas, se aniquila o lo aniquilan".
A Lezama se le hizo sugerente la ironía de que la aduana cubana decomisara la Guía espiritual de Molinos que le envió Valente. Era como si la invitación al silencio del místico español se viera confirmaba por la censura de la Seguridad del Estado castrista. El poeta cubano experimentaba aquella aduana del silencio con humor, pero también con miedo. Al punto que en una de sus últimas cartas a Valente le hace esta solicitud reveladora: "no comente lo de Miguel de Molinos, por motivos obvios. Bástenos saber que sigue dando batallas".

jueves, 17 de septiembre de 2015

El concepto de totalitarismo en María Zambrano

Con frecuencia se dice que la noción de "totalitarismo" surgió, en un sentido no peyoritavo, en círculos fascistas de la Italia de Benito Mussolini y que filósofos como Giovanni Gentile, Ministro de Educación del Duce, la utilizaba desde los años 20. Si es así, una de las primeras conceptualizaciones críticas del totalitarismo que se produjeron en Europa fue la de María Zambrano, en su libro Horizonte del liberalismo (1930). A partir de la tesis de su maestro José Ortega y Gasset, en su ensayo La rebelión de las masas, Zambrano observaba el ascenso de una política "totalizadora" en la Europa de entreguerras, directamente relacionada con el fascismo y el comunismo. En buena medida, esos regímenes surgían, según ella, como consecuencia de la incapacidad del liberalismo decimonónico para asumir la doctrina cristiana de la persona humana y abrirse a una democracia social que representara intereses de las mayorías.
Si en ese temprano ensayo, Zambrano utilizaba palabras como "política totalizadora o unitaria", para referirse a las grandes tiranías del siglo XX, en un ensayo posterior, escrito en el exilio caribeño, Isla de Puerto (Nostalgia y esperanza de un mundo mejor) (1940), usa el término "totalitarismo" en el mismo sentido que le imprimirá Hannah Arendt diez años después, en su gran obra, Los orígenes del totalitarismo (1951). En un ensayo posterior, La agonía de Europa (1945), reaparece el concepto de totalitarismo, relacionado con una tradición del "terror" y la "violencia" en Europa, que ha llegado a su caricatura en el nazismo y el comunismo. La "anulación totalitaria", dice Zambrano adelantándose de nuevo a Hannah Arendt y a tantos otros, tiene que ver con la "barbarie monista" del ideal del "hombre nuevo", con que las ideologías del siglo XX intentaron suplantar a religiones milenarias.
La teoría del totalitarismo de Zambrano desemboca en su gran ensayo de filosofía política, Persona y democracia (1958), donde se propone una reconstrucción del liberalismo en sintonía con la doctrina demócrata cristiana de la "persona humana". Sin embargo, aquí, el concepto de totalitarismo es reemplazado por el de "absolutismo", que Zambrano, naturalmente, remonta a las monarquías europeas anteriores al gobierno representativo moderno. Aún así es evidente que los grandes totalitarismos del siglo XX, fascistas o comunistas, eran comprendidos dentro de esa larga historia del absolutismo occidental, aunque como versiones "decadentes" o "degradadas". El totalitarismo, concluía, "reaparece por última vez como una demencia regresiva; como una involución extrema" de la tradición absolutista.
La teoría política y, en especial, la teoría política iberoamericana ha dado poca importancia a la conceptualización del totalitarismo en María Zambrano. El estudioso Jesús Moreno Sanz, editor de las Obras completas de Zambrano en Galaxia Gutenberg, ha sido uno de los primeros en advertir con mayor énfasis sobre el valor de esta temprana conceptualización del totalitarismo y de las conexiones de la pensadora malagueña con filósofas judías de su misma generación como Edith Stein, Simone Weil y, por supuesto, Hannah Arendt. Jóvenes filósofas como Julieta Lizaola comienzan a colocar la teorización del totalitarismo de Zambrano donde merece estar: en el centro del pensamiento político democrático del siglo XX.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Borges, Ortega y la "mala" lectura literaria de la filosofía

En la revista cubana Ciclón (Año II, Núm. 1, 1956, p. 28), dirigida por el crítico y traductor José Rodríguez Feo apareció este texto de Jorge Luis Borges sobre José Ortega y Gasset, tres meses después de la muerte del filósofo español. El artículo fue incluido en un dossier en homenaje a Ortega, en el que aparecieron también textos de María Zambrano, José Ferrater Mora, Guillermo de Torre y Juan Marichal. El de Borges fue el único texto que no era propiamente un homenaje y, además de proyectar el malestar de Rodríguez Feo y su amigo, Virgilio Piñera, con una figura venerada por José Lezama Lima y Orígenes –en el último número de esta revista, también de 1956, apareció el ensayo de Lezama “La muerte de Ortega y Gasset”, que puede ser leído como una refutación de Borges, o al revés, el texto de Borges como una refutación del de Lezama, vía Piñera- sintetiza el equívoco de las lecturas filosóficas de los escritores. Borges, como tantos otros grandes escritores, leyó siempre la filosofía como género literario o como estilo, algo que, en efecto, es la filosofía, además de ser precisamente eso: filosofía 

  
Nota de un mal lector
Jorge Luis Borges
Ortega continuó la labor por Unamuno, que fue de enriquecer, ahondar y ensanchar el diálogo español. Este, durante el siglo pasado, casi no se aplicaba a otra cosa que a la reivindicación colérica o lastimera; su tarea habitual era probar que algún español ya había hecho lo que después hizo un francés con aplauso. A la mediocridad de la materia correspondía la mediocridad de la forma; se afirmaba la primacía del castellano y al mismo tiempo se quería reducirlo a los idiotismos recopilados en el Cuento de cuentos y al fatigoso refranero de Sancho. Así, de paradójico modo, los literatos españoles buscaron la grandeza del español en las aldeanerías y fruslerías rechazadas por Cervantes y por Quevedo... Unamuno y Ortega trajeron otros temas y otro lenguaje. Miraron con sincera curiosidad el ayer y el hoy y los problemas y perplejidades eternos de la filosofía. ¿Cómo no agradecer esta obra benéfica, útil a España y a cuantos compartimos su idioma?
A lo largo de los años, he frecuentado los libros de Unamuno y con ellos he acabado por establecer, pese a las "imperfectas simpatías" de que Charles Lamb habló, una relación parecida a la amistad. No he merecido esa relación con los libros de Ortega. Algo me apartó siempre de su lectura, algo me impidió superar los índices y los párrafos iniciales. Sospecho que el obstáculo era su estilo. Ortega, hombre de lecturas abstractas y de disciplina dialéctica, se dejaba embelesar por los artificios más triviales de la literatura que evidentemente conocía poco, y los prodigaba en su obra. Hay mentes que proceden por imágenes (Chesterton, Hugo) y otras por la vía silogística y lógica (Spinoza, Bradley). Ortega no se resignó a no salir de esta segunda categoría, y algo -¿modestia o vanidad o afán de aventura?- lo movió a exornar sus razones con inconvincentes y superficiales metáforas. En Unamuno no incomoda el mal gusto, porque está justificado y como arrebatado por la pasión; el de Ortega, como el de Baltasar Gracián, es menos tolerable, porque ha sido fabricado en frío.
Los estoicos declararon que el universo forma un solo organismo; es harto posible que yo, por obra de la secreta simpatía que une a todas sus partes, deba algo o mucho a Ortega y Gasset, cuyos volúmenes apenas he hojeado.
Cuarenta años de experiencia me han enseñado que, en general, los otros tienen razón. Alguna vez juzgué inexplicable que las generaciones de los hombres veneraran a Cervantes y no a Quevedo; hoy no veo nada misterioso en tal preferencia. Quizá algún día no me parecerá misteriosa la fama que hoy consagra a Ortega y Gasset.



miércoles, 9 de septiembre de 2015

¿Fue Lezama Lima candidato al Nobel en 1973?

Hay momentos de las correspondencias y los epistolarios en que se habla de amigos a terceros con fingida frialdad o con un tipo de curiosidad aleatoria, falsamente azarosa o indeterminada. Sobre todo, entre exiliados, que cambian de hábitat con frecuencia y reconstruyen sus círculos íntimos de tanto en tanto, encontramos ese extraño testimonio de una amistad que se vuelve noticia vieja, dato inútil, colgado en el aire del tiempo. Leer epistolarios no cruzados es una buena manera de anudar las redes inconfesas del afecto.
Me ha llamado la atención, leyendo la correspondencia de María Zambrano del periodo de Roma y de La Pièce, Francia, entre los años 50 y 70, la escasa alusión a sus amigos cubanos, especialmente a José Lezama Lima, en sus cartas a nuevos amigos como Alfredo Castellón, Tomás Segovia, Agustín Andreu, Jaime Gil de Biedma, Diego Mesa o Ramón Gaya. El teólogo y filósofo valenciano Agustín Andreu es uno de los pocos a los que Zambrano habla de Lezama, aunque lo hace, a veces, con cierta dosis de falso distanciamiento o, incluso, fantasía, en el epistolario reunido en Cartas de La Pièce (2002).
El 22 de junio de 1975, Zambrano escribe a Andreu arrepentida de las "asperezas" que había escrito a su amigo a propósito de la "legión de machi-hembras en el ambiente culto mujeril" o de los hombres "que se van al homosexualismo, desvirilizados, hechos polvo". Intenta disculparse de sus afirmaciones con el argumento de que hay una tendencia a la "diafanidad" o a la "transparencia", en su prosa, que tempranamente le había advertido su maestro José Ortega y Gasset. Recuerda entonces Zambrano a su amigo José Lezama Lima, quien a principios de mes le ha enviado desde La Habana un poema titulado "María Zambrano", que comienza con los versos: "María se nos ha hecho tan transparente/ que la vemos al mismo tiempo/ en Suiza, en Roma o en La Habana.".
En la carta que acompaña al poema, Lezama le dice a Zambrano que si le gusta el poema, lo envíe a las revistas Ínsula o "Cuadernos de San Armadans" (sic). A Zambrano le llama la atención la coincidencia entre Ortega y Lezama sobre la "diafanidad" y la "transparencia" y escribe a Andreu: "Y sin que yo haya hablado nunca de esto, ahora José Lezama Lima me ha mandado un poema que saldrá pronto en Ínsula; pues, humildemente, me decía que si me gustaba lo diera y si no, lo guardara como prueba de amistad y ¡claro! Ud. lo manda y felices de poder publicarlo".
Y agrega Zambrano este pasaje intrigante: "Ay, ay, ay. Durante decenios he luchado para que le publicaran en revistas y editoriales. Sin lograrlo más que en las Revistas en que yo tenía parte. Lo propusieron para el Nobel hace dos años". Zambrano, en efecto, no sólo ayudó a Lezama a sobrevivir en la isla y a publicar fuera de Cuba, sino que escribió, por lo menos, tres ensayos sobre la obra del cubano: "José Lezama Lima en La Habana" (1968), aparecido en Índice y reproducido en La Gaceta de Cuba, y dos versiones del texto, "José Lezama Lima: hombre verdadero", escrito a la muerte del autor de Paradiso, cuyo título habría que releer a la luz del malestar de Zambrano con la homosexualidad, plasmado desde su temprano ensayo El freudismo, testimonio del hombre actual (1940), editado, justamente, por La Verónica en La Habana.
¿Fue Lezama candidato al Nobel en 1973 o fue una de esas exageraciones coloquiales de Zambrano, para ilustrar el drama de la soledad, el "estado de silencio", del escritor habanero en sus últimos años? En todo caso, bastaría para deshacer cualquier fantasía recordar que en aquellos mismos años, el escritor sueco y miembro de la Academia, Artur Lundkvist, hacía lo imposible por evitar que Jorge Luis Borges recibiera, finalmente, el Premio Nobel. Además de a Lundkvist, Lezama habría tenido en su contra al Estado cubano con todas sus conexiones ideológicas en el campo socialista y en la propia izquierda occidental.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Insularidad y totalitarismo

En otro raro y poco leído escrito de María Zambrano, Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor (La Habana, La Verónica, 1940), la filósofa malagueña parece sostener la imposibilidad de que el totalitarismo triunfe en una isla. La argumentación de Zambrano es perfectamente lógica. Dice que en las islas, los hombres se familiarizan con una soledad esencial, que adjetiva de múltiples formas: soledad "floreciente, hacia afuera, fecunda, llena, abierta, rodeada por la vida..., oscura soledad que busca un ilimitado horizonte".
Esa soledad raigal del habitante de las islas hace que el culto básico de toda democracia, como estilo de vida, que es la "integridad de la persona humana", deje de ser una abstracción y tome cuerpo en la vida cotidiana. Toda vez que el totalitarismo, según Zambrano, tiene su origen en el miedo a la soledad, las islas parecen ser territorios resistentes a esa forma de organización de la sociedad y el Estado. Zambrano está hablando específicamente del totalitarismo español y de la Isla de Puerto Rico, destino y hogar de muchos exiliados republicanos, pero su argumento parece trasladable a cualquier totalitarismo europeo y a cualquier isla del Caribe:

"Si fuésemos a ver, en el fondo de todo totalitarismo está el terror del hombre a su soledad. La criatura totalitaria, infinitamente aterrorizada se esconde de su propia soledad, se esconde de Dios. Y ya no le podrán llamar diciéndole: "¿Qué has hecho de tu hermano?", sino preguntándole "¿Qué has hecho de ti mismo?" Es el hombre escondido, enmascarado, replegado, no sobre sí, sino hacia afuera. Hacia un afuera, que se ha quedado también vacío".

El librito Isla de Puerto Rico, como es sabido, fue el inicio de un largo diálogo de Zambrano con otro discípulo de José Ortega y Gasset, el puertorriqueño Jaime Benítez, rector de la Universidad de Río Piedras y uno de los principales ideólogos del Estado Libre Asociado. Aquel diálogo culminaría, de algún modo, en el ensayo Persona y democracia (1958), publicado precisamente en San Juan, un año antes del triunfo de la Revolución Cubana. Muchos años después, cuando el ensayo fue reeditado en España, sin referirse explícitamente a Cuba, Zambrano parecía reconocer la inactualidad de su texto. Cuba era la formidable refutación de la tesis de la imposibilidad del totalitarismo en las islas.

lunes, 31 de agosto de 2015

Lino Novás Calvo en Revista de Occidente

No fue Jorge Mañach o cualquiera de los muchos seguidores habaneros de José Ortega y Gasset la principal conexión cubana con Revista de Occidente, tal vez, la más importante publicación intelectual iberoamericana de la primera mitad del siglo XX. Quien colocó a Cuba en esa revista, aunque fuera de manera lateral, fue el novelista, cuentista y traductor Lino Novás Calvo, escritor gallego nacido en A Coruña, quien llegó de niño a vivir a la isla, con sus padres, en 1912. Como es sabido, Novás Calvo fue enviado como corresponsal del semanario Orbe del Diario de la Marina, a Madrid, en el verano de 1931, justo cuando se estrenaba el primer gobierno de la Segunda República española, encabezado por Manuel Azaña.
En los años siguientes, este escritor gallego, hecho en Cuba, acabará involucrándose fuertemente en la experiencia republicana y en la Guerra Civil que estalló en 1936. Durante esos cinco años que van de 1931 y 1936, cuando se suspende la publicación, Novás Calvo logrará cerca de 20 colaboraciones, entre traducciones, cuentos y reportajes, en la revista fundada por José Ortega y Gasset en 1923. Son conocidos, sobre todo, sus tres cuentos "La luna de los ñáñigos", retitulado luego como "La luna nona", que daría nombre a su primer volumen de relatos en 1942, "Aquella noche salieron los muertos", incluido en el mismo libro, y "En el cayo", que con el título "El otro cayo" fue incluido en su segundo libro de cuentos, Cayo Canas (1946).
Pero no fueron esas las únicas colaboraciones de Novás Calvo en Revista de Occidente, una publicación dirigida por un filósofo, que siempre publicó más ensayo que literatura. En la revista de Ortega y Gasset, Novás escribió un tipo de reportaje geográfico e histórico, que exponía una parte sustancial de su trabajo investigativo como narrador, puesto a prueba en la novela El negrero (1933). Además de notas sobre Hemingway y Faulkner o traducciones de Aldous Huxley, Novás Calvo publicó en Revista de Occidente crónicas como "Las espuelas del general Nogales", sobre el excéntrico general venezolano Rafael de Nogales Méndez que, formado en las guerras civiles suramericanas, acabó peleando bajo las órdenes del imperio otomano en la Primera Guerra Mundial y luego vinculado con los anarquistas de los hermanos Flores Magón en California y con la revolución de Augusto César Sandino en Nicaragua.
Otra nota, "Donde el Oriente se encuentra con Occidente", sobre Singapur, sostenía que algunas islas Pacífico evidenciaban un tipo de encuentro entre las civilizaciones del Oeste y el Este diferente al que había tenido lugar en América o en el Sur de España. Un tipo de encuentro "de lado", no "de tope", que restituía el verdadero sentido de una frontera cultural, en apasionada réplica de Rudyard Kipling. Otra colaboración por el estilo fue "Filipinas en vísperas", a propósito del volumen Filipinas, orgullo de España. Un viaje por las islas de la Malasia (1934), publicado tras la misión en Manila del geógrafo español Julio Palacios y el poeta Gerardo Diego. Novás Calvo reinvidicaba el mestizaje, como una marca de la colonización hispánica, y cuestionaba el intervencionismo de Estados Unidos en las Antillas y el Pacífico.
En otras notas como "El Olonés, hermano de la costa" o "A remo y vela" emergía toda la cultura marina de Novás Calvo, aunque con un énfasis anticolonial y antiesclavista, que lo mismo exploraba las aventuras filibusteras de Francois l'Olonnais que biografiaba al marino holandés Hendrik van Loon. Las Antillas, el Caribe y, específicamente, Cuba, aparecían y reaparecían en las notas de Novás Calvo para Revista de Occidente si bien el escritor gallego pudo dedicar expresamente a la isla un artículo, titulado "Los ánimos literarios en Cuba", rememoración exhaustiva de las vanguardias culturales cubanas de los años 20, hasta la desaparición de la Revista de Avance. Hoy por hoy, ese artículo de Novás Calvo, en 1933, sigue siendo una síntesis de aquella década más completa que algunas monografías sobre el tema publicadas en los últimos años.
¿Cómo llegó Novás Calvo al círculo ortegueano? Algunos estudios como el de Enriqueta Morillas son útiles pero nos dicen poco sobre el acceso del escritor gallego-cubano a la revista. En la más reciente y muy completa biografía de Ortega y Gasset de Jordi Gracia no se le menciona. ¿Por dónde llegó Novás Calvo a Revista de Occidente? Es difícil imaginar que llegara por los filósofos, tipo Xavier Zubiri, o, incluso, por los discípulos filosóficos de Ortega, tipo María Zambrano o Fernando Vela. Más probable es que el vínculo llegara por críticos o historiadores como Antonio Marichalar o por poetas, narradores y editores, bien ubicados en las redes intelectuales republicanas, como Manuel Altolaguirre o Francisco Ayala que, tras la caída de la República, marcharían al exilio.
En una carta a José Antonio Portuondo, de 1931, recogida por Cira Romero, Novás Calvo ofrece una pista. Cuenta que ha visitado la redacción de Revista de Occidente y que mientras Marichalar y Ayala lo reciben con simpatía, advierte frialdad en los "monaguillos que rodean a Ortega". En todo caso, Lino Novás Calvo debe haber sido uno de los escritores, no filósofo ni historiador, con mayores colaboraciones en Revista de Occidente en los últimos cinco años de vida de aquella importante publicación mensual, en su primera época. Hay ahí un material para antologar y estudiar, entre otras cosas, por la fuerte conexión americana que establece en el centro de las redes intelectuales españolas.

martes, 25 de agosto de 2015

María Zambrano sobre el comunismo y el liberalismo

En su brillante y poco leído ensayo, Horizonte del liberalismo (1930), una veinteañera María Zambrano dice del comunismo:

"Es el caso del comunismo ruso actual. Partiendo de una teoría de la historia, crea una economía, una moral, un arte, es decir, una cultura. Es una política inspirada en la vida; en la que la vida predomina y aun aplasta al individuo. Es querer fundar una nueva vida, sí, pero una vida concebida por un cerebro humano, una vida racional, racionalizada. Lejos de ser entrega a lo espontáneo, a lo natural, es afán de dominio sobre ello. Hasta en esto coincide con la religión. Hay horror a lo imprevisto. Se persigue toda posible espontaneidad -heterodoxia- hasta el detalle, hasta la obsesión. El comunismo ruso ama tanto la vida que, en ansia erótica, quiere apoderase de ella y detenerla".

Pero como a su maestro José Ortega y Gasset, en La rebelión de las masas (1927), le parecía que el ascenso del comunismo y del fascismo, en la Europa de entreguerras, se debía, en buena medida, a la incapacidad del liberalismo para reinventarse:

"A que hayan pertenecido a este tipo (intelectuales de café o inactivos, gentes sin vida, si pasión, políticos de invernadero...) la mayoría de nuestros queridos liberales, debemos el encontrarnos, en el primer tercio del siglo XX, cuando teóricamente se cree por algunos superado el liberalismo, con el vacío efectivo de una verdadera y honda revolución liberal. Y hoy tendremos que ser nosotros, los que quizá hemos nacido bajo el signo de su superación, los que hayamos de crearla (la revolución liberal), lo cual nos depara una confusa situación, por ser inadecuado lo que traemos en nosotros con la labor que fuera se precisa realizar. Ello envuelve el serio peligro de que nuestra generación se pierda en lo político".