Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

jueves, 14 de enero de 2016

Los constructivistas soviéticos y el faro de Colón en Santo Domingo

Uno de los varios momentos estelares de la muestra Vanguardia rusa. El vértigo del futuro, que se expone en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, es la sala dedicada a la arquitectura y, dentro de ésta, la exposición de los proyectos presentados por varios arquitectos soviéticos al concurso del monumento-faro a Cristóbal Colón en Santo Domingo, entre 1928 y 1930, que convocó la Unión Panamericana. Curiosa intervención aquella de los arquitectos de la URSS en un memorial del panamericanismo en el Caribe posterior al imperio español.
Los historiadores de la arquitectura -Roberto Segre, por ejemplo- siempre destacan las obras que presentaron a ese certamen, K. Mélnikov (en la imagen), I. Leonidov y N. Ledovski, que fueron tres de los principales líderes del Taller de Arquitectura Experimental, creado por los constructivistas luego del triunfo de la Revolución bolchevique. Son esos los nombres más autorizados en una historia de la arquitectura que, en buena medida, sigue siendo leal a la narrativa oficial soviética sobre la cultura rusa del siglo XX.
La muestra de Bellas Artes, sin embargo, destaca más otros proyectos menos conocidos, que también presentaron los soviéticos al concurso del faro de Colón, en Santo Domingo, como el de Viacheslav Oltarzhevski y el de Alexei Schúsev. El primero era un hemiciclo art déco, con un enorme faro, parecido al Empire State Building, con una estatua modernista de Colón en la base. El segundo, seguía el modelo de los planetarios y observatorios astronómicos, con una bóveda en la base y una delgada torre lumínica, que proyectaba resplandores a una noche surcada por aviones y zepelines. A Schúsev le interesaba el mensaje de que la hazaña marinera de Colón en el siglo XV era equivalente a la de la aeronáutica en el siglo XX.
Como se sabe, el jurado, en el que intervino Frank Lloyd Wright, prefirió premiar, entre más de 400 concursantes, el proyecto neoclásico de un estudiante británico de arquitectura, llamado J. L. Gleave. La conclusión de Irina Korobina en las palabras del catálogo de Vanguardia rusa sigue siendo válida: "las imágenes de los constructivistas iban tan adelante del mainstream que quedaron fuera del concurso... Sin embargo, la participación de los arquitectos soviéticos, al presentar ideas adelantadas a su tiempo, que arrebataban la imaginación, hizo del concurso un verdadero suceso y a los ojos del mundo mostró el progreso del pensamiento arquitectónico y los nuevos horizontes para el desarrollo de la arquitectura". Como bien dice el título de la muestra: vértigo, más que miedo al futuro, fue lo que provocaron aquellos arquitectos soviéticos en el Caribe.

sábado, 9 de enero de 2016

Claude François - Comme d'habitude

Poetas desaparecidas

Comentábamos, alguna vez, sobre la desaparición de algunos escritores, algunas poetas específicamente, de las antologías canónicas del siglo XX cubano. Habría que decir, sin embargo, que hay casos más graves. Por ejemplo, el de poetas que no aparecieron en ninguna de esas dos antologías, la de Juan Ramón Jiménez y la de Cintio Vitier, y que fueron borradas de las historias literarias y los diccionarios de autores desde mucho antes de la Revolución Cubana.
Es el caso de la poeta Isa Caraballo, de quien sabemos muy poco.
Caraballo ganó alguna notoriedad entre los años 30 y 50, como periodista y escritora política, cercana a la inexplorada corriente comunista-batistiana y a las fuertes conexiones del propio Batista con el México de Lázaro Cárdenas en adelante. En su libro, El exilio republicano español en Cuba (Madrid, Siglo XXI, 2009), el investigador Jorge Domingo Cuadriello la menciona como una de las escritoras cubanas que dio la bienvenida a las mujeres antifranquistas en Cuba a principios de los 40. Otros autores y autoras la mencionan como concejal de Bolondrón o como delegada a la Asamblea Constituyente de 1940, pero esto último es un error, ya que en aquella célebre convención intervinieron sólo tres mujeres: María Esther Villoch, Esperanza Sánchez Mastrapa y Alicia Hernández de la Barca.
Una antología de sus composiciones a partir de 1934 había aparecido en La Habana, en ediciones Alfa, con el título de Vendimia de huracanes (1939). Luego, en 1942, apareció otro cuaderno, Celebración de los sentidos, también en La Habana, aunque ya con muchas alusiones a México, especialmente a Oaxaca, la frontera norte, los volcanes y el valle de Anáhuac. Los dos libros que la consolidarían en México, por un tiempo, fueron México. Preludio poético, publicado en el D.F. por Ediciones Iberoamericana, la misma editorial que daría a conocer ese mismo año su biografía Batista. Una vida sin tregua (1945), visión sumamente positiva del papel de Batista en la Revolución de 1933 y su trayectoria política hasta el fin de su primer mandato en 1944.
El reconocimiento de Isa Caraballo como "poeta cubana" en México continuó hasta los años 50, por lo menos, a pesar de los vaivenes de la política cubana. En 1952, por ejemplo, la importante revista Poesía de América, dirigida por el poeta yucateco Honorato Ignacio Magaloni, y editada y distribuida por la prestigiosa publicación Cuadernos americanos, que dirigía Jesús Silva Herzog, incluyó su poema homoerótico "Loa al luminoso vientre", dedicado a su amiga, la socialista rusa-argentina Ethel Kurlat. Poesía de América era una revista que publicaba poetas por países de América Latina, más una sección de "España en el destierro". En el apartado de Cuba, a diferencia del de Argentina, México, Perú o "España en el destierro", donde eran publicados tres y hasta cuatro poetas, sólo aparecía uno por número. En diversos números de los 50 aparecieron Nicolás Guillén, Aldo Menéndez y Cintio Vitier. En el de la primavera del 52, apareció el largo poema de Isa Caraballo, del que reproduzco sólo algunos versos:

En deleitosa calidad de miembros
los signos acumula de la rosa completa
y pregona su sombra lo más fuerte y dispuesto
a la ternura cósmica con que se lleva en brazos
para la infancia calidad de reino...

Aquí en la rada más secreta y honda
aquí en la viva cuna los años de silencio
dialogan acatando la voluntad más dulce
que un poco de infinito pone a andar en el cuerpo...

Arco en que se asegura la eternidad del mundo,
país de los cantares de lenguaje diverso:
por él late mi sangre, mis hormonas, mi médula,
porque él asume el recto
sentido del gimnástico alegato
en que se embargan vidas aún no comenzadas...

No mucho más sabemos de Isa Caraballo, borrada de antologías, diccionarios e historias de la literatura cubana, en la isla o en el exilio. Se dice que fue senadora, pero no la encuentro en los libros de Mario Riera Hernández. Lo que sí sabemos es que nada menos que Gabriela Mistral la admiró mucho y que luego de leer Vendimia de huracanes (1939) escribió a su amiga Chela Reyes comentándole que, en la aparición de poetas como Dulce María Loynaz e Isa Caraballo en Cuba y de María Luisa Bombal y la propia Reyes en Chile, observaba "un signo impresionante e indudable de la creación despierta y valiente de la mujer americana que ya no tiene miedo y que tampoco tiene ignorancia de técnicas, porque ya posee el idioma en abundancia".



lunes, 4 de enero de 2016

Exilio y traducción

Los poetas cubanos Vicente Echerri (Trinidad, 1948) y Manuel Santayana (Camagüey, 1953), exiliados en Estados Unidos, son sólo dos de los penúltimos, siempre penúltimos, escritores de la isla que proponen una idea de la poesía en lengua inglesa a través de un puñado de traducciones. Antes que ellos lo hicieron José María Heredia, que tradujo a Lord Byron, o José Martí, que transcribió a Whitman y a Emerson, o Eliseo Diego, que tradujo a Marwell, Browning, Kipling, La Mare, Yeats y Hughes, puros ingleses y algún que otro irlandés, o Eugenio Florit, que concibió una de las primeras antologías orgánicas de la poesía norteamericana en castellano, un poco posterior a la de Salvador Novo y anterior a la de Agustí Bartra, pero con inocultables coincidencias, o Heberto Padilla, que tradujo a William Blake y a los románticos británicos.
En Pronunciamientos. Poemas en lengua inglesa (siglos XIX y XX) (México D.F., Vaso Roto, 2015), Echerri y Santayana, a diferencia de Florit o Diego, decidieron integrar a norteamericanos y británicos en algo que no llaman poesía inglesa o poesía en inglés sino, literalmente, "poemas en lengua inglesa". Es inevitable, sin embargo, intentar leer una idea de la poesía en inglés, de los dos últimos siglos, en estos cuarenta poetas reunidos entre Lord Tennyson, nacido en 1809, y Mark Strand, fallecido en 2014. Una idea un tanto escurridiza o ecléctica, en la que no sólo se borran las fronteras entre lo inglés y lo americano -son varios los poetas que vivieron entre ambos espacios: Pound, Eliot, Thomas, Levertov, Auden, Gunn...-  sino que se eligen autores de acuerdo con un criterio estrictamente subordinado a la textura y la sonoridad del gusto de cada antologador.
Santayana se inclinó por los poemas breves, aforísticos, descriptivos o melancólicos de Emily Dickinson, Christina G. Rossetti, Roy Campbell, May Sarton, Charles Tomlinson, Walter La Mare y W. B. Yeats. Echerri prefirió la lírica de largo aliento, dramática, hímnica, cívica o religiosa de Tennyson, Whitman, Levertov, Kunitz, Eliot, Sitwell, Walker o Bishop. Aunque rige en esta selección la soberanía del gusto, me atrevería a decir que ambos traductores privilegiaron el oído: "si el texto que debe traducir es un poema, dice Echerri, el traductor ha de tener en cuenta la estructura estrófica y métrica del original, así como la rima si la hubiera... y, sobre todo, el ritmo del poema, su música interna, sin la cual mal se puede explicar la partición versal".
Esa soberanía del gusto produce algunos desafíos al canon y a la tradición de antologías y traducciones de la poesía inglesa en Hispanoamérica, que tienen que ver con los poetas y poemas que se incluyen o se excluyen. Ninguno de los antologadores lo explica, pero se entiende que si arrancan con Tennyson y Whitman, no tenga mucho sentido la inclusión de Bryant, Poe o Longfellow. Más difícil de entender es la ausencia de Carl Sandburg, Wallace Stevens, E. E. Cummings o Robert Lowell, tan importantes para la mayoría de los traductores de poesía norteamericana al español. Un acierto evidente, en cambio, es llamar la atención sobre la poesía de escritores que trascendieron, sobre todo, por su obra narrativa, como Thomas Hardy, James Joyce, D. H. Lawrence o Robert Graves.
No puedo concluir esta nota sin dejar de señalar que tanto las inclusiones como las exclusiones provienen de la libertad con que estos poetas -"lealtad" y "fidelidad a una visión personal" de la poesía en lengua inglesa, le llama Manuel Santayana- cumplen su labor de traductores. Una libertad que, probablemente, tenga su raíz en la experiencia del exilio que ambos han vivido en Estados Unidos. Traducción y exilio están siempre encadenados en ese relato de viajes que es la historia cultural atlántica. Traducir y exiliarse son dos formas de desplazamiento: de una nación a la otra, de una lengua a la otra. Dos formas, también, de pronunciar la otra lengua y de pronunciarse, el traductor, ante su origen y ante su destino. No por gusto este libro se titula Pronunciamientos.


jueves, 31 de diciembre de 2015

Cuando Reyes traducía a Lenin


En su Diario de 1952 Alfonso Reyes se mofaba de algunos personajes del mundillo literario y político de la primera mitad del siglo XX, como Diego Rivera, que parecían haber tenido trato familiar con todos los poderosos de la tierra: con Lenin y Stalin, con Hitler y Mussolini, con Roosevelt y Churchill.
            Algo similar podría decirse del propio Reyes como lector. ¿A quién no leyó Reyes? ¿A quién no trató? ¿A quién no tradujo, entendiendo por traducción también la crítica, la glosa o el comentario al margen del texto? Sabemos que en sus años de exilio en España, Reyes se ganó la vida como traductor. Desde entonces desarrolló el hábito o el vicio de leer opíparamente y de anotar en sus diarios y cuadernos de apuntes impresiones de lectura.
            Son conocidas las traducciones que hizo, entre 1917 y 1922, de Ortodoxia, Pequeña historia de Inglaterra, El candor del padre Brown y El hombre que fue jueves de G. K. Chesterton para la editorial Calleja. Pero también tradujo Reyes para Espasa Calpe la Olalla de Robert Louis Stevenson y el Viaje sentimental por Francia e Italia de Laurence Sterne, no del inglés, como muchos creen, sino del francés.
            Aunque siempre tradujo más del inglés que del francés, en 1922 ya Reyes era un traductor hábil del francés, como lo demuestra el ambicioso proyecto de versión en castellano de Stéphane Mallarmé. Buena parte de la literatura rusa que leyó Reyes en su juventud estaba en francés, lo que le permitió colaborar con Nicolás Tasin en la traducción de La sala número seis, el extraordinario relato de Antón Chéjov, también para Espasa Calpe en Madrid.
            Fue en aquellos años cuando Reyes, en compañía del dominicano Pedro Henríquez Ureña y el mexicano Carlos Pereyra, intervino en la primera traducción al español de El Estado y la Revolución (1917) de Vladimir Ilich Lenin, texto que sintetizaba las diferencias de los comunistas con los anarquistas y los socialdemócratas durante la Primera Guerra Mundial y la Segunda Internacional.  
Ninguno de los tres traductores era entonces partidario fervoroso de la Revolución Mexicana, aunque Henríquez Ureña, como José Vasconcelos, había mostrado simpatías por el maderismo. Los tres, en cambio, siguieron con muchísimo interés el proceso de la Revolución bolchevique en Rusia. Henríquez Ureña, casado con una hermana del comunista Vicente Lombardo Toledano, fue un gran conocedor de la música y la literatura rusas. Pereyra era admirador de Marx, pero crítico de Madero, Zapata, Villa, Carranza y Obregón.
        Reyes, hijo de un mártir de la contrarrevolución mexicana, no tenía por qué interesarse en Lenin y, sin embargo, las alusiones al líder bolchevique son bastante frecuentes en su obra. De hecho, en el prólogo a su traducción de la Pequeña historia de Inglaterra (1922), Reyes relacionaba el pensamiento reaccionario y antimoderno de Chesterton con la ideología leninista. Ambos, Chesterton y Lenin, estaban contra el Estado moderno. Lenin, según Reyes, personificaba el “motor a toda marcha” y la “actividad de trato”. Un equivalente de Chesterton -y del propio Reyes- en las letras.
           
           


            

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Alejandro González Méndez y la Re-construcción de la Cuba soviética

No hace mucho comentábamos en Diario de Cuba el ascenso de una literatura académica, sobre todo en Estados Unidos, que da cuenta de la fuerte conexión que vivieron la sociedad, la cultura y el Estado cubanos con la Unión Soviética y el socialismo real de Europa del Este entre los años 60 y 90. El tema sigue siendo trabajado por estudiosos como María Antonia Cabrera Arús, que se interesa en la cultura material de la isla en aquellas décadas, o Elvis Fuentes, que analiza el proceso de sovietización y desovietización de las artes plásticas cubanas, entre los años 70 y 80.
El artista cubano Alejandro González Méndez (La Habana, 1974) ha producido dos series de piezas, "Re-construcción" y "Quinquenio Gris", mostradas a fines de este año por la galería Art Forum Contemporary de la ciudad de Bologna, Italia, que documentan la misma gravitación de la memoria. Le interesan a González Méndez las prensas obsoletas del periódico Granma, las reuniones mecánicas y soporíferas de los núcleos del Partido Comunista de Cuba, que escenifica con despiadada precisión, las grises oficinas de los burócratas de la ideología y la cultura, los aparatosos chaikas soviéticos que utilizaba Fidel Castro, el monumento a Ubre Blanca o la abandonada central nuclear de Juraguá en Cienfuegos.
Si en la primera serie, "Re-construcción", la marca de lo soviético en Cuba se expone como en pasado presente, ya sea como ruina intervenida o como espacio refuncionalizable por el mismo poder político, en la segunda, "Quinquenio Gris", se intenta congelar el ceremonial soviético trasplantado a la isla en eventos específicos de un tiempo flotante. González Méndez escenifica algunos de esos rituales -el Primer Congreso de Educación y Cultura de 1971, la gala del Ballet Nacional de Cuba de Alicia Alonso, con el segundo acto del Lago de los Cisnes en la apertura del Parque Lenin en 1972, la cumbre del CAME en Tarará en 1973, la fundación de la Escuela Lenin por Leonid Brezhnev en 1974, el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba en 1975- con soldaditos de plomo perfectamente colocados dentro de una maqueta.
En el texto del catálogo de Art Forum Contemporary, Carmen Lorenzetti cita a Carlo Ginzburg y a Georges Didi-Huberman, a propósito de la manera en que este artista trabaja con los monumentos sociales de la historia como huellas o rastros deteriorados, a punto de ser borrados, pero todavía vivos. Siguiendo al Reinhart Koselleck de los ensayos sobre el culto a la muerte y la memoria nacional en la Alemania posterior a la caída del Muro de Berlín, diríamos que la poética de González Méndez se fija en un tipo de monumento que, en su anacronismo, afirma una vigencia no sólo simbólica sino real. La monumentalización oficial del pasado soviético en la isla se acerca cada vez más a un culto secreto, que élites y masas socializan de distinta manera, pero que, en el fondo, busca la misma vivificación de lo muerto.