Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

miércoles, 16 de septiembre de 2009

¿Quién le teme al Estado-Nación?


Así han titulado Gayatri Chakravorty Spivak y Judith Butler un diálogo, traducido y publicado este año por Paidós Argentina. La primera edición en inglés del libro corrió a cargo de Seagull Books, en Calcuta, India, lugar de nacimiento de la Spivak. Los lugares de edición nos persuaden de la importancia que ambas autoras dan a la recepción de sus obras en países “postcoloniales” y “subalternos”, como los de Asia, África y América Latina.
Butler proviene de los estudios feminista y queer y Spivak de los subalternos y postcoloniales, pero ambas comparten un repertorio filosófico bastante afín: Hegel, Marx, Nietzsche, Sorel, Benjamin, Freud, Lacan, Fanon, Derrida. Como se verifica en Precarious Life (2004), el ensayo sobre el duelo y la violencia que Butler escribió a partir del trauma de las Torres Gemelas, estas autoras personifican el tránsito, tan frecuente en la academia norteamericana, de los estudios literarios a la crítica política.
Para la izquierda académica latinoamericana, todavía atada al viejo marxismo, el contacto con estas autoras puede ser muy útil. La lectura ambivalente que ha hecho Butler de Hannah Arendt, autora despreciada por la izquierda antiliberal, es ejemplar. El cuestionamiento de Spivak de la noción de soberanía de Agamben, su advertencia sobre los abusos del concepto de “soberanía nacional” y su crítica a todos los nacionalismos estatales, los “hegemónicos” y los “subalternos”, también.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Cómo leer a un reaccionario


Leyendo Exégesis de los lugares comunes de León Bloy, editado hace un par de años por Acantilado, en traducción de Manuel Arranz, se entiende por qué Kafka, Benjamin y Borges admiraron tanto al autor de Le Désespéré (1886). Bloy tenía la pasión de los católicos conversos, pero, también, la lucidez de los grandes moralistas franceses. El padre masón y voltaireano y la madre católica y nacionalista crearon esa mixtura que leemos en sus Diarios.
Es fácil imaginar lo que Kafka, Benjamin y Borges admiraron en aquella prosa: concisión, agilidad, transparencia, porfía, vituperio, resolución. Bloy inventarió 361 lugares comunes en el habla francesa de fines del siglo XIX y principios del XX y les aplicó una exégesis fragmentaria, organizada en forma de viñetas, que recuerdan el tono sentencioso de los manuales de costumbres y, a la vez, la mordacidad y el ingenio de buena parte de la literatura mediterránea.
Kafka, Borges y Benjamin debieron admirar algo más en aquella prosa: la crítica despiadada de la burguesía. Bloy era un conservador antiburgués, por lo que la aristocracia de Borges, la estatofobia de Kafka y el marxismo de Benjamin encontraban sintonías en frases como esta: “el sublime destino del Burgués –Bloy escribía la palabra siempre con mayúscula, para enfatizar el arquetipo- es exactamente la contraposición, o lo contrario, de la redención tal y como la conciben los cristianos. Si el género humano debe ser crucificado, es sólo por él”.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Fracturas saludables


Varios de los últimos libros del antropólogo mexicano Roger Bartra –Fango sobre la democracia (Planeta, 2007), La fractura mexicana (Debate, 2009) y otro más reciente sobre los dos últimos gobiernos del PAN- están dedicados a la crítica de la izquierda y la derecha en México. Bartra cuestiona el populismo y el autoritarismo de la primera y el lastre integrista, católico y tecnocrático de la segunda.
Ninguno de los tres grandes partidos mexicanos (PRI, PAN y PRD) sale ileso de la crítica de Bartra. Para el autor de La jaula de la melancolía el problema no está en la falta de moderación o en la polarización entre izquierda y derecha, ya que dentro del PRI, el partido que estaría al centro, se manifiestan los mismos legados antidemocráticos que Bartra observa en el PRD y el PAN.
La reflexión de Bartra está enmarcada en el debate sobre la cultura política de las izquierdas y las derechas latinoamericanas de hoy. En una formulación bastante parecida a la del venezolano Teodoro Petkoff, a propósito de una izquierda “borbónica” y otra “moderna”, Bartra apuesta por una modernización de ambos polos, suscribiendo, con ello, la tesis de que la fractura entre izquierdas y derechas, a fin de cuentas, es saludable para la democracia.

La familia, la patria y el infierno



En literaturas tan patrióticas como las americanas, desde Estados Unidos hasta Argentina, pasando, naturalmente, por México y Cuba, la lectura de un autor como Thomas Bernhard debe resultar, por momentos, desconcertante. Los relatos autobiográficos reunidos por la editorial Anagrama, El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño, exponen la memoria de un escritor que nunca perdonó a su familia la educación católica y provinciana que le impusieron padres, tutores y maestros.
En el opresivo mundo burgués del Salzburgo nazi y la segunda postguerra, Bernhard encontró refugio en tres aficiones: la música, la literatura y el suicidio. Niño y adolescente enfermizo, la vida y la formación intelectual de Bernhard resintieron los olores de los hospitales y los cuchicheos de los colegios católicos de Austria. Un cuarto lleno de zapatos, donde practicar el violín o el canto, un sótano en la casa familiar, donde el abuelo inventaba artefactos, eran remansos contra la asfixia de aquellos pueblos mozartianos.
Bernhard describe su infancia como una “antesala del infierno”. La sinceridad con que están escritas esas memorias es, por momentos, aterradora. Pero Bernhard insiste en que lo importante en literatura no es la verdad misma sino el deseo de escribirla: “durante toda mi vida he querido siempre decir la verdad, aunque ahora sé que estaba mintiendo. En fin de cuentas, lo que importa es sólo el contenido de verdad de la mentira. Sin duda podemos exigir la verdad, pero la sinceridad nos prueba que la verdad no existe”.

Orwell lector de Hayek



Cuando las izquierdas iberoamericanas más radicales persisten en identificar “liberalismo” y “neoliberalismo” –como si Keynes no hubiera sido, también, un liberal- es inevitable pensar en el empobrecimiento intelectual de estos nuevos “socialistas”, en comparación con los de hace, todavía, medio siglo. Eric Blair, más conocido como George Orwell, quien se unió a los trotskistas del POUM en la Guerra Civil española, es un caso ejemplar de socialista que no estigmatiza el liberalismo.
La extraordinaria colección Noema, del Fondo de Cultura Económica y Turner, donde han aparecido clásicos del ensayo del siglo pasado como Faulkner, Mississippi de Édouard Glissant, En la raíz de América de William Carlos Williams y Los jacobinos negros de C.L.R. James, rescata ahora una serie de textos de George Orwell, prologados por Arcadi Espada. El volumen toma el título de “Matar un elefante”, el ensayo autobiográfico donde Orwell contó su persecución de un elefante en un bazar de Birmania, cuando era joven policía del Imperio Británico.
Pero el volumen incluye otros textos de madurez, como “Recuerdos de la guerra civil española” (1942), “La política y la lengua inglesa” (1946) y “Hacia la unidad de Europa” (1947), en los que Orwell aparece como un intelectual con “sentimientos de izquierdas”, pero que nunca abandona el concepto y el valor de la libertad. Las notas de Orwell sobre Camino de servidumbre de Hayek y Su mejor hora de Churchill nos retratan a un socialista crítico del Estado y capaz de leer con respeto a dos liberales. Orwell no concuerda con Hayek cuando afirma que el “capitalismo libre no desemboca en el monopolio”, pero coincide con él en que “el colectivismo conduce a los campos de concentración, a la adoración de los líderes, a la guerra”.

Gramsci y la censura


Entre 1915 y 1918, Antonio Gramsci escribió una columna en el periódico Avanti de la ciudad de Turín. El marxista italiano tituló su columna “Bajo la mole”, en alusión a la Mole Antonelliana que, como un panóptico, divisa toda la ciudad desde las alturas. El periódico, órgano del Partido Socialista Italiano, y que había sido dirigido hasta 1914 por Benito Mussolini, debió posicionarse ante los dilemas del nacionalismo y el internacionalismo en el contexto de la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre.
Recogidos ahora por la madrileña editorial Sequitur, aquellos artículos muestran a un Gramsci muy diferente al de los Cuadernos de la cárcel y sus textos más conocidos sobre la sociedad civil, el Estado y los intelectuales. Este es un Gramsci cronista urbano, más cerca de Benjamin que de Lenin, cuya prosa se mueve ágil entre librerías, bares, colegios, oficinas y fábricas de la urbe piamontesa.
Gramsci escribe sobre fútbol y teatro, sobre tabaco y cocaína, sobre música y Navidades. Los principales blancos de su crítica son el catolicismo, la “idea territorial” del nacionalismo, el Estado y la censura. Como el joven Marx, Gramsci escribió algunas de las denuncias más elocuentes de la censura que conoce la tradición marxista. Aunque se disfrace de “moral” o de “religión” la censura de Estado es siempre una penalización de ideas: “el censor de costumbres no existe. Sí existe el de las ideas. Único bien que deba ser limitado: las ideas. Única riqueza que deba ser secuestrada: las ideas”.

sábado, 12 de septiembre de 2009

La invención de Morell


Qué pasará con los libros en la era digital es pregunta que ronda los medios editoriales y literarios a principios del siglo XXI. Como los ídolos de Nietzsche, los libros parecen vivir un crepúsculo que, seguramente, no será definitivo. La literatura y el periodismo no desaparecerán, pero sí se reacomodarán a la velocidad y el desplazamiento que caracterizan al mundo cibernético.


Escritura y lectura, compra y venta de libros ya no serán como han sido desde Gutenberg. En los últimos siglos la relación con los libros ha sido sedentaria y profunda. En el siglo XXI el nomadismo y la movilidad de la informática pasan a la cultura letrada, no destruyéndola, como auguran nostálgicos y antintelectuales, sino transformándola y democratizándola.


A partir de ahora escribiremos y leeremos bajo otra luz y bajo otra sombra. La Ilustración se volverá crepuscular, como el claroscuro que alumbra los libros que fotografía el artista cubano Abelardo Morell. La literatura perderá visibilidad y concentración, pero tal vez gane lectores que ya no leerán como bibliotecarios sino como ciudadanos.