Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

miércoles, 7 de octubre de 2009

La inmunidad del arte

Roman Polanski vive hoy en una cárcel de Zurich. Pasa el día en una pequeña celda, solitaria, con televisión por cable, lavabo, inodoro y una pensión de tres euros diarios. Su esposa, la actriz Emmanuelle Seigner, lo visita una vez por semana. El crimen por que se le acusa, violación de una menor, sucedió hace 32 años, pero se agranda a medida que crece la difusión de una cultura sexual igualitaria en el mundo.
Polanski ha admitido públicamente su pedofilia: “sí, me gustan las jovencitas, como a la mayoría de los hombres. Lo que ocurre es que en Estados Unidos todo aquel que tiene relaciones sexuales con menores de 18 años es un delincuente”. Samantha Geimer tenía 13 años cuando Polanski abusó de ella a cambio de la promesa de convertirla en modelo de la revista Vogue.
La comunidad cinematográfica ha reaccionado contra el arresto de Polanski. Más de 700 actores y cineastas, entre los que se encuentran los directores Martin Scorsese, Woody Allen, David Lynch y Pedro Almodóvar han demandado la liberación de su colega del gremio fílmico. Entre las razones que los mueven a la solidaridad está la idea de que la violación sucedió hace demasiado tiempo y, también, la vieja noción romántica de la inmunidad del arte y los artistas.
¿Cómo puede ser criminal el creador de películas tan perturbadoras o sublimes como El bebé de Rosemary(1968), Chinatown (1974), Tess (1980), La muerte y la doncella (1994) y El pianista (2002)? La estetización de un crimen en el arte es impune, pero su comisión en la realidad siempre puede ser punible. Hace sesenta años, las buenas conciencias europeas se escandalizaron con la pedofilia de la Lolita de Nabokov. Hoy, en cambio, la pedofilia es tolerada en el arte –la demanda contra la filmación de Memoria de mis putas tristes, la novelita de García Márquez, es un anacronismo de la derecha católica mexicana- pero perseguida en la realidad.
Si el gusto de Polanski por las ninfetas hubiera sido una obsesión liberada por medio del cine, como Balthus liberó la suya en la pintura o Lewis Carroll en sus fotografías de Alice Liddel, la musa de Alicia en el país de las maravillas, hoy el creador de Repulsión no sería un convicto, además de uno de los grandes cineastas de la segunda mitad del siglo XX. Vida atormentada la de Polanski: sus padres polacos murieron en los campos de concentración de Mathausen y Auzswitz, su primera esposa, Sharon Tate, embarazada, fue asesinada por la tribu nocturnal de Charles Manson. Él podría pasar una buena temporada en la cárcel.

martes, 6 de octubre de 2009

Biografía y crítica



Desde Vidas paralelas de Plutarco, texto clásico de la tradición republicana, las biografías de héroes fueron concebidas como equilibrios entre virtudes y vicios del biografiado. En algunos contextos y culturas esos equilibrios han sido rotos y la biografía se ha confundido con el panegírico o el vilipendio. Una biografía sin crítica es apología. Una biografía sin admiración puede ser un apóstrofe.
En estos días comienzan a circular en Iberoamérica dos biografías de grandes escritores contemporáneos: Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927) y V. S. Naipaul (Chaguana, Trinidad y Tobago, 1932). Ambos caribeños, pero con visiones muy distintas del Caribe. Ambos extraordinarios narradores, pero con prosas muy diferentes. Ambos, íconos, figuras mediáticas, Premios Nobeles, pero con ideologías y políticas discordantes.
Las biografías de Gabo y Naipaul son igualmente voluminosas: la primera, escrita por el británico Gerald Martin y editada por Debate, Barcelona, tiene 768 páginas. La segunda, también escrita por un británico, Patrick French –Inglaterra sigue siendo la mejor productora de biografías en el mundo-, editada por Duomo Ediciones, Barcelona, tiene 798. Las dos biografías se autotitulan “autorizadas”, pero tratan a sus héroes de distinta manera.
Según Alberto Manguel, en reseña reciente para Babelia, el autor de Una casa para el señor Biswas, El enigma de la llegada y Un recodo del río aparece como un prosista exquisito y meticuloso, con una visión oblicua de la realidad y una admirable fluidez en el tránsito de la ficción a la historia y viceversa. Pero el retrato moral del refinado prosista deja mucho que desear: misántropo, misógino, egoísta, engreído, caprichoso, autoritario, mezquino y hasta “imperialista”.
Los adelantos de la biografía de Martin, aparecidos en el periódico La Jornada (4/ 10/ 09) y en el número de octubre de la revista Nexos, donde se inserta, por cierto, una excelente reseña de Antonio Saborit, nos permiten advertir que, en la biografía de García Márquez, el artista y el hombre quedan retratados con igual admiración. El ingenioso e imaginativo prosista de Cien años de soledad, El otoño del patriarca y Crónica de una muerte anunciada es, a su vez, un esposo y padre modelo y un intelectual de izquierdas.

Con los libros en la mano volveremos sobre ambas biografías. Por ahora, sólo transcribimos este breve pasaje de El otoño del patriarca. Conversaciones con Gabriel García Márquez de Gerald Martin:

“El caso Padilla, como era de prever, había marcado la división de las aguas de la historia latinoamericana durante la Guerra Fría, y no tan sólo en el ámbito de los intelectuales, los artistas y los escritores. García Márquez, a pesar de las críticas de sus amigos –que iban desde acusaciones de “oportunismo” hasta entenderlo como “ingenuidad”- había sido el más coherente desde el punto de vista político de los autores latinoamericanos de primera fila. La Unión Soviética no ofrecía la clase de socialismo que él quería, pero, desde el punto de vista latinoamericano, consideraba que era esencial como baluarte contra la hegemonía y el imperialismo estadounidenses. Esto no era, en su opinión, “partidismo”, sino una apreciación racional de la realidad. Cuba, aunque planteaba un caso problemático, era más progresista que la Unión Soviética, y había de recibir el apoyo de todos los latinoamericanos antimperialistas que se preciaran de serlo, quienes en cualquier caso debían hacer todo lo posible por moderar cualquier aspecto represivo, no democrático o dictatorial del régimen”

lunes, 5 de octubre de 2009

El disidente oficial


El espléndido reportaje de Lola Galán sobre el novelista albanés Ismaíl Kadaré, Premio Príncipe de Asturias de este año, en el último Babelia (3/10/09), ayuda a comprender el extraño caso de un buen escritor de Europa del Este que, a pesar de ser cosmopolita y pro occidental, no siguió el mismo itinerario político de Solzhenitsin, Kundera, Havel y otros disidentes del comunismo.
Kadaré (Gjirokastra, 1936) nunca fue un opositor o un marginal en la Albania comunista y se exilió en 1990, después de la caída del Muro de Berlín. En los años 70 y 80, mientras vivió en Tirana, el novelista contó siempre con la protección del caudillo Enver Hoxha y de su mano derecha, la eminencia gris del comunismo albanés, Mehmet Shehu, cuyo hijo, Bashkim, también escritor, terminaría siendo el principal discípulo de Kadaré. Como se lee en El accidente (Madrid, Alianza, 2009) la crítica actual de Kadaré no se dirige, fundamentalmente, contra el pasado comunista sino contra la transición iniciada en los 90.
Algunas novelas anteriores de Kadaré, como El general del ejército muerto, una narración histórica sobre unos soldados italianos, en busca de los restos de sus compañeros, en Albania, entonces posesión italiana, habían agradado a la nomenklatura de Tirana por su mezcla de patriotismo y sofisticación. Cuando comenzó a ser editado en Francia y a ser reconocido en Occidente, Kadaré aprendió a utilizar su prestigio como protección, frente a los sectores más ortodoxos del régimen albanés, y, a la vez, como moneda de cambio, a favor de su autonomía, en la inevitable relación con los burócratas “aperturistas”, interesados en proyectar una imagen más abierta de Albania.
El novelista aprovechó ese status de “intocable” para desarrollar una literatura alegórica, llena de simbolismo y, a la vez, comunicativa con el lector occidental, en la que se hacían sutiles alusiones críticas al régimen albanés. El sucesor, El concierto, El largo invierno y, sobre todo, El palacio de los sueños, una ficción kafkiana que cuenta la historia de una dictadura que crea una institución gubernamental para vigilar y castigar los sueños de libertad de sus ciudadanos, reprimiéndolos de acuerdo con su mayor o menor peligrosidad, son novelas que ejercen ese tipo de crítica simbólica, tan frecuente en sistemas políticos cerrados.
El caso del Kadaré que residía en Tirana, no tanto el que se exilia en París a partir de los 90, viene a confirmar la tendencia de los regímenes del “socialismo real” a tolerar e, incluso, constituir disidencias oficiales. En su polémico libro Contra la censura (2007), J.M. Coetzee observa esa tendencia, aún, en los casos más dramáticos de Mandelshtam y Solzhenitsin, quienes, a diferencia de Kadaré, sufrieron cárcel y estigmatización por sus ideas.

domingo, 4 de octubre de 2009

Cintio Vitier en San Juan

Arcadio Díaz Quiñones, el importante estudioso de la literatura hispanoamericana, profesor de la Universidad de Princeton, recibió a Cintio Vitier y Fina García Marruz en San Juan, Puerto Rico, en 1979. Autor de títulos imprescindibles sobre la historia intelectual del Caribe e Hispanoamérica, como La memoria rota: ensayos de cultura y política (1993), El arte de bregar (2000) y Sobre los principios. Los intelectuales caribeños y la tradición (2006), Díaz Quiñones escribió, además, una interesante entrevista con Vitier, a propósito de aquella visita, y un ensayo muy pertinente sobre la obra del autor de Lo cubano en la poesía, bajo el título de Cintio Vitier: la memoria integradora (1987). A continuación reproduzco la nota que Díaz Quiñones envió a este blog cuando supo la noticia del fallecimiento de Vitier en La Habana:






Cintio Vitier en San Juan

Es correcta la afirmación de que Vitier elevó la crítica de la poesía al nivel intelectual de la historia o la filosofía. Fue un gran ensayista, sobresaliente por su profundidad, y hay que verlo en la gran tradición de los poetas-críticos. En efecto, en su caso se trata de la palabra poética como el develamiento de la verdad del Ser, ligado a la influencia de Heidegger y de María Zambrano.

Tuve el privilegio de comprobarlo en los días en que lo conocí personalmente, y que ahora deseo recordar. Lo conocí en julio de 1979, en un modesto hotel de Isla Verde, en su primera visita a Puerto Rico. Él y Fina García Marruz formaban parte de la delegación cultural cubana a los Juegos Panamericanos. Tan pronto pude, pasé a saludarlos. Su presencia en la isla fue una feliz sorpresa para muchos de los que admirábamos al autor de Lo cubano en la poesía. Algunos de nosotros lamentábamos el misterio que durante aquellos años parecía rodear al poeta católico. La inesperada visita me permitió ver a Cintio y a Fina casi diariamente durante unas dos semanas. Organizamos lecturas en la Universidad de Puerto Rico, y tertulias en la casa de Nilita Vientós (quien mucho antes había publicado textos de ambos y de Lezama en la revista Asomante). Asimismo tuvimos un encuentro de poetas, para mí inolvidable, en nuestra casa.

Cintio era una persona muy cordial, y siempre deseoso de conversar. Las entrevistas que se publicaron después como parte de mi pequeño libro sobre su obra son fieles a las conversaciones grabadas. Pero el texto impreso resulta insuficiente al evocar las pasiones literarias y políticas de aquellos diálogos, la ironía y el humor de Cintio, sus afectos, y los sabrosos relatos de relatos de Lezama y de Eliseo Diego. Tendría que hablar también de su alegría al descubrir voces puertorriqueñas reveladoras de un país mucho más complejo que los estereotipos difundidos por la propia Revolución Cubana. Por otra parte, ¿cómo contar su defensa, tan llena de rodeos, de la censura en Cuba, a la vez que defendía laboriosamente la tradición nacionalista republicana de Martí o Mañach? O ¿qué decir de otros momentos más privados y tensos, como la emoción de Cintio y Fina después de una conversación telefónica con su íntimo amigo Julián Orbón, exiliado en Nueva York?

Hay un aspecto importante que ya conocía por Lo cubano en la poesía, pero que quedó muy claro en aquellas conversaciones de 1979. Me refiero a la versión mística y esotérica de la historia, tan ligada a la religiosidad de Vitier. Su conversión al catolicismo parece clave, tanto como la dimensión filosófica de su crítica. La poesía era el fundamento de un saber sobre el mundo, y también una mística política. Ello permitía una nueva fundación de la historia. Vitier parece decir que esa versión secreta y poética tiene la posibilidad de integrar todas las diferencias.

La práctica crítica y la visión política de Vitier estuvieron atravesadas por su religiosidad. Su catolicismo incluía, según vemos en su poesía, la vacilación; pero el poeta fue siempre un fervoroso creyente. Fue creyente también – subrayo la palabra – en la Revolución. Vitier era un buen ejemplo de que cuando un escritor hace crítica, como le gusta decir a Ricardo Piglia, está metido dentro de la literatura, es decir, dentro de las tensiones y de los enfrentamientos.

Estoy seguro que la obra de Vitier será objeto de las relecturas e interpretaciones que merece. Ante su muerte, prefiero recordarlo en su visita de 1979 a la otra isla. Y, sobre todo, una noche en Loíza Aldea, donde la escena de una niña que bailaba la “bomba” afropuertorriqueña fascinó tanto a él como a Fina. De aquella “bomba” destacaron su carácter sacro, que les revelaba, para usar una de sus frases predilectas, la “esencia nacional”. Una escena secreta y marginal, que necesitaba intérpretes y descifradores, como hicieron ellos en dos bellos textos.

Arcadio Díaz Quiñones, Princeton, 2/ 10/ 09.

sábado, 3 de octubre de 2009

Juventud de Constant


En mi último viaje a Barcelona conocí, a través del escritor Iván de la Nuez, a los jóvenes editores de la colección Periférica. El ejemplar que entonces me obsequiaron fue El cuaderno rojo de Benjamin Constant (Lausana, 1767-París, 1830), un relato autobiográfico escrito en los primeros años del siglo XIX, mientras Constant redactaba las novelas prerrománticas Adolphe (1816) y Cécile, que se editó, póstumamente, en 1851.
Periférica es, como la mexicana Sexto Piso, una editorial de jóvenes que publica rarezas bibliográficas del siglo XIX. Así como los jóvenes bibliófilos mexicanos se interesan por poco conocidos escritores europeos de aquella centuria, como Walter F. Otto, Jules Barbey d’Aurevilly, William Beckford y George Brandes, estos bibliófilos extremeños publican La nieve, uno de los relatos escritos por Johanna Schopenhauer, la madre del conocido filósofo, o las notas Sobre arte y literatura del moralista francés Joseph Joubert.
El librito de Constant, traducido por Manuel Arranz, cuenta la infancia, adolescencia y juventud de este importante pensador político entre 1767 y el estallido de la Revolución Francesa en 1789. La vida itinerante de Constant, entre Lausana, Bruselas y diversas ciudades de Alemania, Suiza, Bélgica, Holanda e Inglaterra tenía el componente sedentario de los pesados baúles de libros y el melodrama de sus tortuosos romances.
En El cuaderno rojo, Constant cuenta sus amores con mujeres, casi siempre ilustradas y mayores, a quienes agradece la velocidad de su formación intelectual, como Madame Trevor, Madame Pourras o Madame de Charrièrre. Larga lista a la que luego se sumaron Minna von Cramm, su primera esposa, Madame Staël, Charlotte de Hardenberg, su segunda esposa, la actriz Julie Talma y la célebre anfitriona de salones literarios, Madame Récamier.
La lectura de este relato, profuso en viajes, reyertas, amoríos y confesiones, produce un efecto humanizador sobre la figura de Constant, quien ha sido mucho más leído como el gran tratadista del gobierno representativo, la política constitucional y la “libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”. No sería descabellado encontrar en el ejercicio de la primera persona, que caracteriza la prosa del joven Constant, un punto de partida de su retórica como parlamentario liberal bajo el reinado de Carlos X.
Una cita de Émile Faguet, transcrita por Arranz en el prólogo, perfila a Constant como el Inconstante: “liberal pesimista, escéptico dogmático, ateo obsesionado con la religión, inmoral moralista, arbitrario defensor de la ley y el orden”. A estas paradojas habría que agregar una más, relacionada con la escritura: Constant fue, a la vez, un excelente narrador, un agudo filósofo y un tratadista persuasivo.

viernes, 2 de octubre de 2009

Yago o la calumnia


En un ya viejo estudio, La calomnie. Relation humaine (1968), Michel Adam utilizaba la figura de Yago, personaje del Otelo de Shakespeare, como arquetipo. El principal impulso del calumniador, decía Adam, es el control o la posesión del calumniado. Yago, que se siente miserable, quiere a toda costa degradar a Desdémona para dominarla y, a la vez, no sentirse tan solo en su degradación. “Cuando la soledad del calumniador se vuelve agobiante, quiere poder compensar su desesperación recuperando una certidumbre: el dominio sobre el otro, probar que éste no puede ser más que un malvado”.
El libro de Adam apareció en medio del mayo francés, cuando la opinión pública aún respondía a cierto orden normativo, heredado del civismo moderno y reforzado por la polarización ideológica de la Guerra Fría. Algunos estudiosos de la prensa norteamericana han observado fenómenos de autocensura, entre los años 50 y 70 del pasado siglo, generados por leyes contra la difamación que permitían demandar a periódicos y medios por sumas extraordinarias.
En la Gran Bretaña el record se fijó en 2 millones de libras, durante el litigio entre Lord Aldington y un sobrino nieto del escritor ruso León Tolstoy. El año pasado dicho record estuvo a punto de ser batido por Robert Murat, el sospechoso de la desaparición de la niña Madelaine McCann, quien interpuso una demanda por difamación a doce medios británicos, reclamando una indemnización de 2 millones y medio de euros. Los medios demandados llegaron un arreglo con Murat por la suma de 715 000 euros.
¿Qué pasará con la calumnia en la era digital? Los medios electrónicos producen una democratización, saludable en muchos aspectos, pero incodificable desde el punto de vista moral y jurídico. El lenguaje del calumniador y el calumniado, contrario a lo que pensaba Adam, se asemejan cada vez más –ver, por ejemplo, la actual querella entre Sarkozy y Villepin en Francia. Cuando el mundo digital se mezcla con la ausencia de estado de derecho y el déficit de cultura cívica, como en tantos países latinoamericanos, la difamación se vuelve rutinaria e impune.

jueves, 1 de octubre de 2009

Un pensador de la poesía




Acaba de morir en su ciudad Cintio Vitier (Key West, 1921-La Habana, 2009), uno de los grandes intelectuales cubanos del siglo XX. Hijo del importante filósofo y educador republicano Medardo Vitier (1886-1960), Cintio fue, tal vez, quien, de manera más resuelta, elevó la crítica literaria y, especialmente, la crítica de la poesía cubana al nivel intelectual de la historia o la filosofía en la isla.

Poeta él mismo, Vitier convirtió la poesía en un documento que debe ser leído filosóficamente, como recomendaban Martin Heidegger y su admirada María Zambrano. Los ensayos de Experiencia de la poesía (1944), La luz del imposible (1957), Lo cubano en la poesía (1958), Poética (1961) y Crítica sucesiva (1971) estarán siempre ahí para cualquier cubano que, al margen de divergencias ideológicas y políticas, sea capaz de reconocer lo que es tomarse en serio la literatura y pensarla como una forma de saber y expresión del género humano.

A continuación reproduzco el soneto que, en la “Primera Glorieta de la Amistad”, dedicó José Lezama Lima a quien fuera uno de sus más cercanos amigos:


Se nos fue la vida hipostasiando,
Haciendo con los dioses un verano.
Viene el ictus a la choza cantando
El efímero y los dioses de la mano

Queríamos la carne de los dioses,
El aliento, el pneuma ya guerrero.
Estaba en el malvado mandadero
El intelligere del Bosco de los goces

Unía el río la piedra con el alma;
La estrella en la fibra de la palma
Sonríe la bisagra de dos mares.

¿Pesa el conocimiento como cae el brazo?
El aliento y el bostezo divino enlazo
Si el pez y el relámpago son pares.