Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

martes, 3 de noviembre de 2009

El tiempo multiplicado por la ausencia

En El hombre desplazado (Taurus, 2008), Tzvetan Todorov recuerda su poco conocido viaje a Bulgaria en 1981. Todorov había nacido en Sofía en 1939 y había vivido en esa capital comunista de Europa del Este hasta 1963, cuando, a sus 24 años, se fue a estudiar a París. En Francia se convirtió en una de las figuras centrales del pensamiento estructuralista y postestructuralista, alternando ensayos sobre teoría literaria (Teoría de los géneros literarios), antropología (La vida en común), filosofía e historia (Frágil felicidad, su estudio sobre Rousseau, o Pasión por la democracia, su extraordinaria biografía de Constant).
Luego de sus primeros dieciocho años de exilio, Todorov viajó a la Bulgaria comunista de Todor Zhivkov. Y no en un viaje privado, a visitar a su madre, sino para asistir a una conferencia sobre las ciencias sociales búlgaras. Todorov relata que escribió una ponencia en que criticaba el nacionalismo como una ideología asfixiante, pero al imaginar el auditorio que lo esperaría en su ciudad natal, pensó que era mejor matizar algunas frases, ya que en la vida intelectual búlgara, antes de la caída del Muro de Berlín, el nacionalismo era una corriente intelectual antisoviética y potencialmente antitotalitaria.
El viaje de Todorov a Sofía, en 1981, habla de algunas diferencias entre los comunismos del siglo XX. El totalitarismo búlgaro era más rígido aún que el checo o el húngaro, pero más flexible, por ejemplo, que el cubano. En la Habana de los años 80 habría sido inconcebible que el Ministerio de Cultura o la Universidad de la Habana invitaran a Severo Sarduy a impartir una conferencia sobre el neobarroco cubano. Seguramente el propio Sarduy no habría aceptado una invitación de esas instituciones.
Podría imaginarse que el gesto de Todorov de viajar a su patria comunista va acompañado de una visión relativista o académicamente “neutral” sobre Europa del Este. No es así. En el capítulo “La experiencia totalitaria”, Todorov ofrece una de las visiones más críticas de aquellos regímenes que se han escrito en los últimos años. Según él, las tres características de esos sistemas son “la ideología de Estado”, el “uso del terror para orientar la conducta de la población” y la “mezcla de la defensa del interés particular y el reino ilimitado de la voluntad de poder”.
En este último aspecto, el del “reino del interés particular y el poder ilimitado”, Todorov incluye una pertinente reflexión sobre las formas de exclusión y odio hacia el que vive y piensa de manera diferente, que, a su juicio, acercan el comunismo al fascismo. El comunismo vendría siendo, según Todorov, una curiosa síntesis entre el materialismo de Helvetio y la “servidumbre voluntaria” de La Boetie, bajo condiciones de una precariedad económica que impone al ciudadano la prioridad de la subsistencia diaria.
Y sin embargo, este hombre, con esas ideas, viajó a la Bulgaria de Zhivkov. Aquella experiencia le enseñó a Todorov que era un sujeto "duplicado" o “desplazado”. Las frecuentes pesadillas kafkianas en las que aparecía en Sofía, no en París, sin poder salir de la ciudad, se le quitaron después del viaje. El encuentro con su madre le demostró que el tiempo, en el exilio, no se mide cronológicamente. 15, 20, 40, 50 años de exilio son mucho más que quince, veinte, cuarenta o cincuenta años de vida. El tiempo del exiliado, como decía Max Aub, se multiplica con la ausencia.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Ideología y pereza



En su última entrega semanal a Babelia, Antonio Muñoz Molina se queja de que no exista una buena biografía de Santiago Carrillo. Encuentra la razón en que sobre un personaje así, ubicado en el centro de la Guerra Fría, se superponen las visiones más ideológicas de la historia. Los biógrafos comunistas no le perdonan su distancia de Moscú en los años 70. Los biógrafos anticomunistas no le perdonan que se haya opuesto a Franco desde el estalinismo. “La ideología, dice Muñoz Molina, es una forma de pereza, una coartada para no molestarse en aprender”.
Por eso es tan frecuente que unos y otros se acusen mutuamente de olvido. Quienes confunden la historia con el derecho y practican la memoria para “hacer justicia” piensan que recordar la parte criminal o cercana al crimen del pasado de una figura pública es recordarlo todo. Quienes evocan el otro lado, aunque sea para compensar un estereotipo histórico, terminan siendo acusados de “olvidadizos”. Esas guerras de la memoria abortan, entonces, la posibilidad de biografiar a Carrillo como un estalinista que tuvo el coraje de cambiar y convertirse en uno de los fundadores de la democracia española.
En una biografía ideal, dice Muñoz Molina, no podría ocultarse la “tenebrosa historia” de que, consumada la derrota frente a Franco, Carrillo se viera “viviendo en Moscú, en otro mundo, el de los funcionarios comunistas que tenían que aprender los mecanismos tortuosos de la supervivencia en la Unión Soviética, bajo la sombra homicida de Stalin”. Pero en esa misma biografía tampoco debería “desdibujarse la grandeza que los comunistas españoles tuvieron: elegir muy pronto la concordia y la reconciliación, desprenderse de la esclerosis soviética para contribuir con tanta inteligencia y generosidad a la conquista de la democracia”.

sábado, 31 de octubre de 2009

¿Usted es de izquierda o de derecha?

Decía Umberto Eco que Italia es un país de malos estadistas, pero con una eminente tradición de filosofía política. De Maquiavelo a Bobbio, los italianos han producido varias escuelas de pensamiento del derecho y la política, en las que hoy se instruye buena parte de las ciencias sociales contemporáneas. Esa tradición tiene, además, la virtud de la buena escritura: la filosofía política italiana, en la que Giovanni Sartori (Florencia, 1924) ocupa un lugar protagónico, tiene a su favor una prosa heredera de Guicciardini y Vico.
La democracia en 30 lecciones (Taurus, 2009) de Sartori es una excelente introducción a la teoría de la democracia. De Aristóteles a Tocqueville, de Marx a Shumpeter, de Locke a Hayek la democracia ha sido pensada de múltiples formas. Unos la han identificado con el concepto de igualdad, otros con el de libertad. Unos la han asociado a la participación, otros al pluralismo. Sartori recorre las diversas maneras de comprensión de la democracia, desde la antigüedad hasta el postmodernismo, y hace distinciones pertinentes, que chocan con la fuerte tendencia a la simplificación intelectual de la política.
Las distinciones de Sartori cuestionan clichés de izquierda y derecha: "participación" es un concepto republicano, no únicamente “socialista”; socialismo no es sinónimo de comunismo; la democracia electoral no es toda la democracia, pero sin elecciones competidas no hay democracia; no existe uno sino varios tipos de regímenes no democráticos, desde el autoritarismo más flexible hasta el totalitarismo más rígido; multiculturalismo no es pluralismo; sí existe un choque de civilizaciones entre Occidente y el Islam; el mercado y los medios poseen elementos autoritarios; la democracia sí es exportable; la democracia está en peligro.

Las múltiples direcciones en que Sartori dirige su crítica abren la interrogante sobre dónde está parado el filósofo florentino. La periodista Lorenza Foschini le estampa la pregunta: “pero profesor, usted es de derechas o de izquierdas”. “Buena pregunta -sonríe Sartori-, yo también estoy tratando de averiguarlo desde hace mucho tiempo, pero todavía no lo logro”. A diferencia de Bobbio, Sartori piensa que ambos términos están en crisis desde que la “derecha” comenzó a ser equivocadamente identificada con el liberalismo y, sobre todo, desde que buena parte de la izquierda abandonó el marxismo:

“Una izquierda que carece ya del anclaje del marxismo puede ser una izquierda que nos haga echarlo de menos. Por erróneo que fuese, el marxismo era en todo caso un instrumental doctrinario de respeto. Contra el marxismo se podía discutir, contra la nada o contra la hipocresía se discute malamente”.

jueves, 29 de octubre de 2009

Reyes y Carranza


Buena prueba de la vitalidad de una historiografía académica y de la memoria intelectual de un país es la pluralidad de su panteón heroico. A pesar de que en México son fuertes los cultos a Juárez, Zapata o Villa -figuras que, sin tener demasiadas conexiones, se mezclan con frecuencia en algunas simbologías políticas-, la literatura biográfica mexicana da cuenta de una relación diversa de los sujetos del presente con los héroes del pasado. El panteón heroico mexicano, como el francés, es republicano.
En la excelente colección Centenarios de la editorial Tusquets (México), han aparecido un par de biografías que ilustran ese republicanismo historiográfico. Luego del libro de Mauricio Tenorio, ya comentado en este blog, y de Recordatorio de Federico Gamboa, la bien escrita biografía del escritor y político porfirista de Álvaro Uribe, aparecen ahora Carranza. El último reformista porfiriano (2009), del historiador Luis Barrón, alumno de Friedrich Katz en Chicago y profesor de la División de Historia del CIDE, y Bernardo Reyes. Un liberal porfirista (2009), del historiador neoleonés Artemio Benavides Hinojosa.
Barrón rastrea el itinerario ideológico y político de Carranza desde sus años como gobernador del estado de Coahuila, bajo el Porfiriato, hasta la presidencia de 1917 a 1920, la primera del período postrevolucionario. El historiador se detiene en las complejas relaciones de Carranza con Madero y Reyes, en las pugnas con Zapata y Villa, en la impresionante creación del Ejército Constitucionalista y en su extraordinario esfuerzo por dotar a la Revolución de un nuevo orden constitucional.
Aunque con una metodología un poco más tradicional, desde el punto de vista de la historia política, la biografía del padre de Alfonso Reyes de Benavides Hinojosa sigue un guión similar. Aquí se repasa la trayectoria de Reyes como gobernador de Nuevo León, en las dos últimas décadas del Porfiriato, su paso breve por la Secretaría de Guerra y Marina, su papel como contendiente de Madero en las primeras elecciones democráticas de la historia de México y, finalmente, su oposición a Madero y luego a Huerta. La inmolación de Reyes, a caballo, en el Zácalo, frente a Palacio Nacional, es narrada con el dramatismo que demanda la escena.
Estas dos biografías estudian a personajes del antiguo régimen –“reformista porfiriano”, le llama Barrón, “liberal porfirista”, según Benavides- arrastrados por el torbellino de la Revolución. El papel de ambos en el proceso revolucionario no es comparable: Carranza sí se convirtió en un arquitecto del nuevo orden, Reyes no. Pero ambos historiadores tienen la virtud, tal vez aprendida en lecturas de norteamericanas y francesas, de no entender de manera rígida la frontera entre el antiguo régimen y la Revolución. Una frontera que fue atravesada por Reyes, Carranza y muchos liberales y reformistas mexicanos.

martes, 27 de octubre de 2009

Voluntad de escritura


En post anterior mencionamos al escritor hispano-mexicano, Max Aub (1903-1972), como uno de los socialistas españoles rehabilitados póstumamente por el PSOE. Desde el pasado centenario de Aub varias editoriales mexicanas y españolas se han propuesto rescatar la extensa obra de este exiliado perpetuo. Aub nació en París, de padre alemán y madre francesa, vivió su adolescencia y juventud en España y su adultez, como exiliado republicano, en México, donde murió.
Poeta, dramaturgo, novelista, ensayista, pintor y cineasta, Aub hizo de su exilio en México una entrega febril a la escritura. En los treinta años que van de su llegada a Veracruz a su muerte, escribió, aparte de las siete novelas que conforman la serie El laberinto mágico, sobre la Guerra Civil, cuatro novelas más, siete libros de cuento, seis de teatro, cinco de poemas, cuatro de ensayo y dos diarios, además de la autobiografía La gallina ciega (1971). La suma de los libros de Aub da a más de uno por año, lo que convierte su exilio en la sobrevida de quien rinde testimonio.
La vida de Aub fue tan intensa y cambiante –tal vez las tres décadas del exilio mexicano fueron el periodo más estable- que sus libros parecen escritos por diferentes autores. Poco tiene que ver el mundo plácido y doméstico de Los poemas cotidianos (1925), que apareció en la imprenta Omega de Barcelona, prologado por Enrique Díez Canedo, con los versos angustiosos y turbios del Diario de Djelfa (1944), donde narró su estancia de dos años en un campo de concentración argelino.
Al primero de esos cuadernos, que lo colocaron de cuerpo entero en la generación del 27, pertenecen los versos de un poema en que Aub contrapone, a la lluvia de la intemperie, el calor del hogar valenciano. No es difícil imaginar la vida de Aub como la permanente búsqueda de ese hogar perdido, como el forcejeo con una intemperie lluviosa, de “eterno luto”, que mojaba al soldado en la guerra, al desterrado en la cubierta de los barcos y al prisionero en el campo de concentración:


Y fíjate y escucha

cómo Mamá arregla

tu cuarto, oye el ruido

de un armario, mira

… rumor de telas

crujir de sayas;

¿oyes en la cocina

el repiqueteo?

la vajilla, la loza

la porcelana.

Y ronronea el gato,

le acompaña el fuego.

lunes, 26 de octubre de 2009

La reivindicación de Negrín

El 37° Congreso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), celebrado el año pasado, rehabilitó a Juan Negrín López (1896-1956), Presidente del Consejo de Ministros de la República, entre 1937 y 1939, y a otros 35 socialistas españoles, entre los que figura el escritor exiliado en México, Max Aub (1903-1972), que habían sido expulsados de dicho partido en 1946. Hace unos días, en una ceremonia encabezada por el ex vicepresidente, Alfonso Guerra, la nieta de Negrín recibió el carné del PSOE a nombre del último jefe de gobierno de la II República.
Negrín, como es sabido, es uno de los personajes más controversiales de la Guerra Civil española. Como Ministro de Hacienda del gobierno de Francisco Largo Caballero, fue el máximo responsable del traslado a Moscú de más de la mitad de las reservas de oro del banco de España. Bajo su jefatura de gobierno se produjeron los asesinatos de Andreu Nin y varios líderes del POUM y se tomaron decisiones militares, como la retirada de las Brigadas Internacionales y la creación de un cuerpo de carabineros, muy criticadas por diversas corrientes republicanas.
Luego de la caída de la República, Negrín, como presidente del Consejo en el Exilio, tomó medidas no siempre del agrado de otros dirigentes exiliados, llegando a la ruptura con Indalecio Prieto, quien lo había respaldado desde su ingreso al PSOE en 1929. El PSOE, sin embargo, luego de décadas de debate y de consultas con algunos de los mejores historiadores sobre el tema ha llegado a la conclusión de que los errores de Negrín fueron, en todo caso, las equivocaciones naturales de un líder que buscaba apoyo de la Unión Soviética y, eventualmente, de los aliados en la Segunda Guerra Mundial para vencer en la lucha contra los nacionalistas.
Lo curioso es, como se lee en Yo fui un ministro de Stalin (1953), el viejo libro publicado por la Editorial América en México, de Jesús Hernández, que Negrín no era comunista ni tenía mayores simpatías por Stalin. Hernández, que sí fue comunista y formó parte del gobierno de la República, relata cómo Stalin a través de sus agentes en España (Kulik, Togliatti, Codovila, Orlof…) maniobró para reemplazar a Largo Caballero con Negrín y aprovechar la moderación de este último para sus fines.
Más allá de que el papel de Negrín siga siendo tema de debate entre los historiadores, es inteligente que el PSOE maneje con pragmatismo la memoria de su legado. El vínculo de Franco con Mussolini y Hitler parecería, desde esta perspectiva, tan natural como el de la República con Stalin. Algo similar hace el PRI en México cuando vindica como fundador, no sólo al general Lázaro Cárdenas, símbolo de la izquierda mexicana, sino a Plutarco Elías Calles, cuyo autoritarismo ha sido severamente juzgado por más de un historiador.

domingo, 25 de octubre de 2009

Un periodista cubano



Cuba es un país de buenos periodistas, con la prensa amordazada. La segunda mitad de la paradoja tiene una explicación simple: en el artículo 53° de la Constitución Socialista se establece que todos los medios de comunicación “son propiedad estatal y no pueden ser objeto, en ningún caso, de propiedad privada”. La primera mitad requiere de una explicación más sofisticada.
Cuba fue un país con una esfera pública, moderna y plural, desde fines del siglo XVIII. A pesar del régimen colonial y esclavista, durante el siglo XIX la isla contó con publicaciones independientes y críticas. A pesar de la soberanía limitada y de dos breves gobiernos autoritarios, el de Machado y el de Batista, la prensa, la radio y la televisión cubanas, en la primera mitad del siglo XX, fueron de las más profesionales y avanzadas de América Latina.
Cuando el Estado cerró o intervino los principales medios de la isla, entre 1960 y 1965, muchos de aquellos buenos periodistas se exiliaron. Los que se quedaron, que también eran buenos, se insertaron en los medios oficiales y crearon las nuevas instituciones educativas del periodismo “revolucionario”. Por esas instituciones y por esos medios pasaron algunos de los escritores cubanos más conocidos de las últimas generaciones: Raúl Rivero, Norberto Fuentes, Manuel Pereira, Eliseo Alberto, Leonardo Padura, Senel Paz, Pedro Juan Gutiérrez…
El periodista cubano Rubén Cortés, exiliado en México desde 1995, proviene de esa tradición de buen periodismo en un país sin libertad de expresión. Su libro ¡Cuba, Cuba! Nueve historias verídicas de la vida en la isla (2009), publicado en México por Cal y Arena, la editorial del grupo Nexos, es una buena muestra de ambas cosas: de la alta calidad de los periodistas cubanos y del cierre de la esfera pública insular.
Cortés realizó varios viajes a La Habana entre el 2006 y el 2008, los tres primeros años de la sucesión encabezada por Raúl Castro, tras la convalecencia de su hermano, y armó nueve reportajes con una mirada desde abajo, desde la vida cotidiana del ciudadano común. Cortés ha hecho una intervención parecida a la de los antropólogos: se ha puesto en la piel de los cubanos de la isla, siendo, no un reportero extranjero, sino un periodista exiliado.
En cada uno de los reportajes de Cortés se reconstruye, con cuidado exquisito, la vida cotidiana en la isla. Leyendo este libro se aprende a vivir esa vida que el exiliado abandonó y a recordar la complejidad de ese mundo sometido a los estereotipos y las caricaturas de la prensa oficial. La visión de Cuba que trasmite Cortés es sumamente amplia, ya que no excluye de esa “realidad cubana” a Miami. La “isla” entera de que habla Cortés es el archipiélago más todos sus exilios.

La mejor reseña de este libro tal vez sea la nota de contraportada “Una Cuba reveladora”, escrita por Pedro Juan Gutiérrez:

“En estas historias cubanas uno se entera de todo (cuando digo de todo, es todo), desde por qué hay quienes no desean emigrar hasta cuántos años van a la cárcel por matar una vaca, pasando por cómo les va a los búfalos que le regalaron los vietnamitas a Fidel Castro, qué ha sido del hombre nuevo, a quién dedicaron Pedro Junco Nosotros y Polo Montañez Un montón de estrellas, cómo son los cubanos de Miami, del policía que le puso una multa a Silvio Rodríguez, cómo era Hemingway en Key West y en La Habana, o la hermosa historia de justicia del pelotero Rey Vicente Anglada”.