Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

viernes, 5 de marzo de 2010

El académico como héroe


A pesar de las constantes invectivas antiacadémicas de los escritores no son pocas las novelas que en la última década convierten a profesores universitarios en héroes o, al menos, en personajes enternecedores. Se me ocurre, para circunscribirme a los últimos diez años, empezar por Disgrace (1999) de J. M. Coetzee, en la que a David Lurie, profesor de la Universidad de Ciudad del Cabo, se le viene el mundo abajo cuando una alumna lo acusa de acoso sexual y poco después su hija es violada. A pesar de que Lurie tiene rasgos despreciables, su desgracia, su gusto por los animales y su melomanía lo ennoblecen.
La mancha humana (2000) de Philip Roth es otra novela sobre universidades, que reproduce esa visión ambivalente de la academia como un mundo jerárquico y, a la vez, sublime. Coleman Silk es un profesor acusado de racismo, que en realidad ha sido víctima del racismo, al grado de ocultar su propio origen étnico, y que es expulsado de la universidad. Aunque la novela presenta la ruptura con la academia como vía de liberación sexual y moral, la amistad de Silk con el profesor Nathan Zuckerman –alter ego de Roth- restablece un culto al saber y a la conversación que no deja de ser universitario.
Académico es también Salomón Rulfo, el protagonista de La dama número trece (2003) de Juan Carlos Somoza. Un personaje que sueña un asesinato y, luego de saber que el crimen sucedió en la realidad, decide investigarlo, mientras le vienen a la memoria pasajes enteros de Homero y Shakespeare, enseñados en sus clases de literatura. Las universidades reaparecen en la trilogía Tu rostro mañana (2002-2007) de Javier Marías, quien antes les había dedicado una de las grandes novelas sobre el tema: Todas las almas (1989). El protagonista de esas novelas, Jaime Deza, es un ex profesor español de la universidad de Oxford.
Haber sido profesor, y no serlo en el momento en que se escribe una novela, es una situación recurrente en la narrativa contemporánea. Puede aparecer lo mismo en Soldados de Salamina (2001) de Javier Cercas que en El testigo (2004) de Juan Villoro. Julio Valdivieso, el héroe de esta última, fue profesor por mucho tiempo en universidades francesas y regresa a México, con el propósito de escribir la biografía definitiva del poeta Ramón López Velarde y colaborar en una telenovela sobre la guerra cristera. Inmerso en el cinismo del mundo mediático y político de la ciudad de México, Valdivieso siente nostalgia de sus años académicos.
Las universidades, esos sitios medievales que se asocian con la rigidez y el autoritarismo, son también lugares propicios para la ficción por su mezcla de adultez, juventud y saber, de represiones, perversiones y rivalidades. Lo advirtió Nabokov en su época y hoy Tom Wolfe lo ha llevado al paroxismo, en su novela Soy Charlotte Simmons (2005), una historia sobre las orgías alcohólicas y sexuales que suceden en los campus universitarios de Estados Unidos. Pero aún como miserable o desgraciado, como dogmático o pedófilo, el académico termina siendo el héroe de todas esas novelas.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Más sobre “cubanos” en la guerra civil

Existe un buen artículo sobre la participación de cubanos en la guerra civil española (Fernando Vera Jiménez, “Cubanos en la guerra civil española”, Revista Complutense de Historia de América. No. 25, 1999) que permitiría avanzar en un tema, hasta ahora, secuestrado por guiones ideologizantes de la historia española y cubana. Con frecuencia, los estudios sobre el tema buscan la afirmación de una “esencia solidaria cubana”, cuestionable en más de un sentido.
En dicho artículo se mencionan unos veintiocho cubanos, enrolados en la famosa “Centuria Guiteras”, entre los que aparecen Rolando Masferrer (en la foto) y Aquilino Navarro Cornejo, uno de los personajes de Tres meses con las fuerzas de choque de Carlos Montenegro. Otro personaje de este libro, que, como decíamos, podría ser el soldado negro retratado por Agustí Centelles, sería Cueria, un apellido que no aparece en la lista de Vera Jiménez, a no ser que haya un error paleográfico en el nombre de Basilio Cucira.
No aparecen en esos listados Bofill, amigo de Pablo de la Torriente Brau y a quien Carlos Montenegro llevaba una carta de éste, Policarpo Candón, Lino Novás Calvo o el propio Montenegro. La lista de los cubanos que intervinieron en aquel conflicto aún no está completa, ya que en varios casos, como los anteriores, se trataba de cubanos no nacidos en la isla. Algunos de ellos como Candón, Novás y Montenegro nacieron en España y como decenas de miles de sus compatriotas emigraron a la isla en las primeras décadas del siglo XX.
Quienes cuentan estas historias con el fin de bautizar a los insulares que participaron en las Brigadas Internacionales o en el Ejército Popular de la República como los “primeros internacionalistas cubanos” o como los precursores de quienes, décadas después, irían a pelear a Angola o Etiopía, olvidan con frecuencia que en 1936 no todos los habitantes de las isla eran “constitucionalmente” cubanos.
Los límites de esas afirmaciones anacrónicas del nacionalismo se perfilan aún más cuando se pondera que muchos inmigrantes europeos, norteamericanos y antillanos se nacionalizaban a mucha velocidad, pero nunca abandonaban plenamente sus antiguas identidades ¿No se sentía también “puertorriqueño” Pablo de la Torriente Brau o “gallego” Carlos Montenegro? ¿Cuánto de esas identidades no se movilizaba, también, en su respaldo a la República?

martes, 2 de marzo de 2010

Negros cubanos en la guerra civil española

Ahora que en la prensa española ha resurgido el tema de la participación de cubanos en la Guerra Civil, valdría la pena releer Tres meses con las fuerzas de choque (División campesina), de Carlos Montenegro, editado hace algunos años por la sevillana Espuela de Plata, con prólogo del estudioso del exilio español en Cuba, Jorge Domingo Cuadriello (La Habana, 1954).
Montenegro, hijo de gallego y cubana y autor de la clásica novela Hombres sin mujer (1938), fue uno de los redactores de la revista comunista Mediodía. Esta publicación, como muchas de las editadas por comunistas en América Latina, se involucró en el bando republicano de la Guerra Civil.
Montenegro escribió para Mediodía varios artículos antifranquistas y en 1937 apareció su folleto Aviones sobre España. Relato de la guerra en España –también incluido en este volumen-, que le valió el interés del movimiento de solidaridad con la República. En ese mismo año, Montenegro viajó a Nueva York, donde colaboró con los editores republicanos de La Voz y desde ese puerto se embarcó a la península, donde se uniría a las tropas comandadas por el coronel Valentín González.
Siempre que se piensa en cubanos en la Guerra Civil, el primer nombre que viene a la mente es el de Pablo de la Torriente Brau, nacido, por cierto, en San Juan, Puerto Rico, y muerto en combate en Majadahonda, defendiendo Madrid de la ofensiva nacionalista. No por menos conocida, la participación de Montenegro en aquel conflicto, narrado en Tres meses con las fuerzas de choque, deja de ser valiosa.
Uno de los capítulos del libro de Montenegro, el titulado “Cubanos”, habla precisamente de soldados negros de la isla, incorporados a las Brigadas Internacionales que apoyaron a la República. Uno de esos soldados, Cueria o Aquilino, pudo haber sido el que aparece en la foto, cuya imagen fue erróneamente atribuida a un combatiente afroamericano, del batallón "Abraham Lincoln".



“Aquel mismo día me llevó a ver a Candón (Policarpo Candón, brigadista gaditano-habanero que murió en los combates de Altos de Celada) que estaba enfermo de la vista. Por las luces veladas, apenas pude entrever a aquel hombre al lado del cual habría de vivir las emociones más intensas de la guerra. Por el momento no le di mayor importancia. No hablaba de la guerra sino de Cuba, pero sencillamente, popularmente: del barrio donde se había criado, en La Habana; de los negros que él quería y admiraba, pero no desde afuera, como un motivo folklórico, sino desde un plano humano. No obstante en sus palabras no parecía haber un contenido político sino más bien de regocijada simpatía. Me habló, ese primer día, más de Aquilino que de Cueria: dos negros que han nacido en Cuba y que ahora están en Madrid. Uno, Cueria, como he dicho, capitán de ametralladora de Candón, el más distinguido, terriblemente efectivo en su arma, lleno de inventiva, de “trucos”. (De madrugada se levanta y en lugar avanzado del frente, simula el emplazamiento de una ametralladora: unas ramas, un latón negro y unas tablas húmedas en las que prende un fuego ahogado. Después, en ángulo emplaza las ametralladoras efectivas; cuando rompe el alba, hace fuego breve y espera; los fascistas se preparan. Ven el emplazamiento simulado y descubren algo para Cueria, que los tiene cogidos de flanco. Así ha matado a muchos). Si en España se condecorase la eficacia y el valor, el pecho de Cueria estaría cubierto de medallas. Aquilino es saxofonista y trabaja en un teatro de Madrid. Candón se ríe al hablar de Aquilino. Este dice:

- Soy un antifascista, pero no hombre de guerra.

Un día Candón lo invitó a ir al cuartel “Pablo de la Torriente Brau”, a darle una función a los soldados. Candón le había dicho:

-Después te daremos una función a ti.

Aquilino tocó el saxofón como sólo él sabe hacerlo. Primero asuntos cubanos; después, caracterizado de baturro, de andaluz, de gitano. Terminó vestido de torero –pues también es estrella del ruedo- con un motivo taurino en el que acosaba a un toro imaginario, que mugía en el saxofón donde también mugía el público”.

lunes, 1 de marzo de 2010

La dictadura de la indecencia

El terremoto de Chile aplazó el V Congreso de la Lengua Española, que debía comenzar mañana en Valparaíso. Por fortuna, Babelia adelantó algo de lo que presentaría Emilio Lledó (Sevilla, 1927) en el mismo, junto a Mario Vargas Llosa y Jorge Edwards. El autor de Filosofía y lenguaje sigue creyendo en los poderes redentores del idioma bien hablado y bien escrito. La lengua, dice Lledó, nos defiende de la corrupción intelectual generada por la política, especialmente, por aquellas políticas de la exclusión que conducen quienes se creen dueños de las naciones y sus literaturas.
“Ese vocabulario congelado e inerte que se ha metido en el alma, ni siquiera puede responder a la exigencia socrática de “diga lo que piensa”, o incluso “piense de verdad lo que dice”, porque la degeneración ha llegado al extremo de que no sabemos ya pensar. Los residuos de las palabras desactivadas dormitan siempre en el fondo de nuestro ser, y lo peor de ellos es que aparecen de pronto como formas incurables de irracionalidad”.
“El lenguaje, que se funda en la verdad, en la honradez personal y política, abre las puertas a la razón y a la vida. Suena utópico que los seres humanos lleguen a liberarse del dominio que ejerzan, desde las peores formas de oligarquías, los perturbados de la corrupción mental; pero no hay que renunciar a esa utopía. La vida democrática jamás podrá realizarse mientras una ciudadanía, desconcertada y engañada con la codicia de otros, se resigne, por la miserable ideología de la pragmacia, a soportar la dictadura de la indecencia”.

sábado, 27 de febrero de 2010

Sexenio y reelección

Comentábamos en el post anterior que la fórmula autoritaria de sexenio más reelección, introducida en la Rusia de Putin, fue ideada por Porfirio Díaz, en México, en los últimos años de su larga dictadura (1876-1910). Díaz y sus defensores intelectuales argumentaban que cuatro años era un periodo demasiado corto para llevar adelante políticas públicas eficaces. Lo curioso es que al aumentar en dos años el tiempo de gobierno y agregarle la reelección, que en el caso de Díaz era indefinida, se lograba, en dos periodos, el equivalente de tres cuatrienios, es decir, doce años.
Tal vez sea más que una curiosidad histórica, el hecho de que aquella fórmula ideada hace cien años en México reaparezca en Rusia a principios del siglo XXI. Rusia y México produjeron las dos grandes revoluciones de la primera mitad del siglo XX. La rusa desembocó en un régimen político totalitario, de partido comunista único, ideología marxista-leninista, economía de Estado y control de la sociedad civil. La mexicana, en un régimen autoritario de partido hegemónico, oposición limitada, ideología nacionalista revolucionaria y relativas libertades públicas.
Ambos países comparten, hoy, la modalidad del sexenio presidencial: en México sin reelección y en Rusia con derecho a una reelección consecutiva. La propuesta de reforma política presentada recientemente por el presidente mexicano Felipe Calderón, y respaldada por un grupo importante de intelectuales, empresarios y políticos del país, incluye la introducción de la reelección para alcaldes y legisladores. La no reelección presidencial, sin embargo, creada por la Constitución mexicana de 1917, como antídoto jurídico de la dictadura personal, sigue generando consenso en México.

viernes, 26 de febrero de 2010

¿Forever Putin?

En el último número de The New York Review of Books, Amy Knight reseña dos libros sobre la Rusia actual: Without Putin: Political Dialogues with Yevgeny Kiselev (Moscú, Novaya Gazeta, 2010) de Mijaíl Kasyanov y Soviet Fates and Lost Alternatives: From Stalinism to New Cold War (New York, Columbia University, 2010) de Stefen F. Cohen. Kasyanov, autor del primer libro, fue el Primer Ministro de Vladímir Putin entre 2000 y 2004, y Cohen, autor del segundo, uno de los grandes conocedores de la Rusia postsoviética en el mundo.
De la lectura de ambos volúmenes, Amy Knight desprende la posibilidad, cuando no el vaticinio, de que Putin se reelija como presidente en el 2012, cuando concluya el periodo presidencial de Dimitri Medvedev. Gracias a una reforma constitucional que ha extendido el mandato de los presidentes rusos de cuatro a seis años –el sexenio, invención mexicana o, más específicamente, del antiguo régimen porfirista, adoptada por la Revolución- Putin podría gobernar Rusia entre 2012 y 2018 y reelegirse ese año hasta 2024, cuando dejaría el poder con más de 70 años.
Como Chávez, caudillo que también asciende al poder en el último año del siglo XX, Putin se presenta como el dictador arquetípico del siglo XXI. Un dictador postcomunista, que respeta zonas de la economía de mercado y de los derechos civiles y políticos, que defiende un orden constitucional y una estabilidad social, que combina una diplomacia pragmática y pluralista con una afirmación geopolítica, de hegemonía acotada, y, a cambio, hace de su persona el eje del poder y la garantía del equilibrio nacional.

miércoles, 24 de febrero de 2010

El antimarxismo de Marx

El antintelectualismo, provenga de Burke o de Marx, de la derecha o de la izquierda, se vuelve con frecuencia contra algunos de sus principales defensores. Como advertía Richard Hofstadter, en su clásico estudio Anti-Intellectualism in American Life (1963), las protestas contra académicos, escritores, artistas o periodistas, que atribuyen a la “esencia ideológica” de esas actividades autoría de crímenes políticos o complicidad con los mismos, provienen, por lo general, de “otros” intelectuales, muchos de ellos exprofesores o literatos fracasados, que estigmatizan su antigua profesión.
Uno de los peores hábitos del antintelectualismo es la demanda de “perfecta coherencia” en el intelectual al que se critica. Dicha demanda está asociada con la creación de rígidos arquetipos doctrinales en torno a la obra de algún pensador importante. Edmund Burke y Karl Marx, dos intelectuales que se quejaron del abstraccionismo y de la cobardía de la intelectualidad de sus épocas, han terminado siendo víctimas de su propio antintelectualismo.
Es frecuente que el tópico de Burke como “padre del conservadurismo” transfiera al autor de Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790) un carácter contrailustrado y reaccionario que el mismo no tuvo. Burke criticó algunos aspectos de la Revolución Francesa y aborreció a Rousseau, pero, como el whig irlandés que era, siempre defendió la tradición ilustrada de Locke y Montesquieu, el gobierno representativo y hasta la autonomía de los colonos americanos.
En el otro polo del espectro ideológico, esta fabricación de coherencia sin fisuras se aplica también a Karl Marx. El autor de El Capital fue un escritor y, como todo escritor, recurrió a figuras literarias que relativizaban o contrariaban algunos principios de su teoría. Son conocidos los pasajes de los Manuscritos económicos filosóficos (1844) en que Marx utiliza obras de Goethe y Shakespeare para hablar del dinero como “Dios visible”, que logra el “milagro” de que las “contradicciones se besen” y las “imposibilidades se hermanen”.
La típica objeción althusseriana sería que ese joven Marx no había descubierto aún la “ciencia”, pero, como ha visto Francis Wheen, también en El Capital aparece, en más de una ocasión, una idea mística del capitalismo. Cuando Marx mezcla referencias de las literaturas antigua y moderna para ilustrar los poderes milagrosos del dinero pasa por alto, deliberadamente, su propia teoría de los modos de producción históricos.
Más conocido es el abandono de algunas premisas del “materialismo histórico” en ensayos como los que dedicó a la Revolución Francesa de 1848, a Rusia o a América Latina. El 18 Brumario comenzaba con una conocida cita de Hegel que negaba una de las ideas centrales de El Manifiesto Comunista y La lucha de clases en Francia, esto es, que cada revolución es única e irrepetible porque responde a los conflictos de clases de una sociedad en un momento concreto. Y en los textos sobre Rusia y América Latina, Marx sugiere que esas regiones son incapaces de producir el capitalismo por sí mismas.
Los guardianes de la “coherencia”, desde la izquierda o desde la derecha, dirán que muchos de los pasajes antimarxistas de Marx no eran “ciencia” sino “ideología”, es decir, historia, literatura, periodismo, propaganda ¿Realmente es así? En sus estudios sobre El Capital, Francis Wheen ha demostrado que las ideas no marxistas e, incluso, antimarxistas de Marx recorren los momentos más cercanos a la economía política y más distantes de la literatura o la historia.